A la memoria de mi hermana, Anamaría (Mona) Escofet,
que supo elegir a México como su patria de residencia
“Las situaciones de crisis permiten, contrariamente a lo que pueda suponerse, que el género femenino tenga mayores posibilidades de manifestarse…En esos momentos históricos es cuando la mujer despliega parte de sus posibilidades infinitas. Resulta paradojal e irónico, pero las guerras, los períodos de caos y las persecuciones permitieron que cayera en parte el velo de los roles asignados por el poder dominante. Eso fue lo que ocurrió durante la época de la Conquista Española” (Leonor Calvera. Mujeres de dos mundos en la Conquista Española)
La cuna vacía de Tonantzin.
La Malinche es un sendero hacia la pregunta por nuestra identidad. Casi un llamado desde la poderosa imagen de la diosa Coatlicue, Cihuacóatl o Tonantzin, con su cabeza de serpientes, su cuello degollado y sangrante,sus garras de águila, sus ojos clavados en el infinito, su falda de serpientes entrelazadas. Tonantzin, arrastrando una cuna vacía con una espada y una piedra de cuarzo para encender el fuego.
Una cuna vacía y dos símbolos de poder, la espada de las guerras, y una poderosa piedra capaz de generar el fuego del hogar, de los altares. Bernardino de Sahagún en su libro El México Antiguo, consigna que esta diosa era llamada mujer engañada por la culebra y también nuestra madre, emparentándola con el mito de Eva, dejando entrever que las civilizaciones prehispánicas, conocían la historia entre Eva y la serpiente. Mujer, traición y castigo.
La diosa dice Sahagún, arrastraba una cuna vacía, y la abandonaba en el camino. Esto suscitaba el interés de otras mujeres, que acudían a ver qué había en esa cuna, encontrando tan solo una piedra y un arma de guerra .La mitología opera como un llamado, como un pozo sagrado. Esa cuna vacía de la diosa es una suerte de metáfora en la búsqueda de la identidad como latinoamericanos. La cuna vacía, opera como la pregunta sobre un interrogante de identidad, sobre quienes somos los que pisamos este suelo en una tierra arrasada y varias veces colonizada. La espada dentro de la cuna es a lo mejor metáfora de la única guerra posible, la de alcanzar una identidad posible y la piedra para encender el fuego quizá sea una invitación a que seamos capaces de autocrearnos en una civilización integradora y pacífica.
La Malinche emerge a la vez como una suerte de mito de origen. Ella, como la diosa Coatlicue también arrastra una cuna vacía y una espada. Y parecería decirnos: Ser mujer en estas latitudes “bendecidas” por la lógica del conquistador, es arrastrar una cuna vacía en un camino de encontrar el sentido de todos los nacimientos, desafiando el poder de la espada y de la muerte. Y entre esos nacimientos, está el de ella, la “malparida” de Paynala, la negada por su madre, la vendida como esclava dos veces una a los mercaderes (pochtecas) de Xicalango y otra como obsequio del cacique Huatley de Tabasco junto con otras esclavas, a Hernán Cortés.
Desterrada, vendida, trasplantada, así podemos escuchar su voz en una de mis últimas obras de teatro en el tomo de Travesías Femeninas a través de los granos de maíz (Memorias de Malinalli), estrenada en el Teatro Nacional Cervantes como La Malinche: “Adoro el poder que me elige. Amo el odio. Lo aprendí de chica. Entiendo el odio en maya, en nahuatl, en español. Odio en azteca, en zapoteca, tlalxateca, otomí. Entiendo de sacrificios y de guerras. Soy la ahuiani[1] del Dios que no es Dios.” (269)
Hija del descarte, abrazará la traición como camino impuesto por el destino. Malinalli, La Malinche, la primera astuta, la mujer bisagra entre un mundo vencido y un mundo emergente bajo el signo de la cruz y el látigo de los conquistadores. La Malinche, la abandonada por sus dioses. ¿La conciencia de la cuna vacía de Tonantzin? La Malinche, nuestra Pandora, esa mujer hecha de a retazos pero que nos permite leernos en sus fragmentos.
En mi pieza, una mujer de más de cuatrocientos años, La Huesera, encarna la historia que se lee a través de los granos de maíz. La historia se evoca en la figura de Malinalli, la princesa de Paynala. Determinaciones familiares que la expulsan de su origen noble marcan el derrotero de una niña que devendrá en el arquetipo femenino de la mujer puente entre las culturas mesoamericanas y la cultura de la Conquista Española. De la Malinalli de Paynala a La Malinche, “lengua” de Cortés. Entre una raza oprimida a la cual ya no pertenece y una raza dominadora que la tendrá como principal aliada, pero sólo en la efímera transición de afianzarse en una expansión territorial sin posibilidad de restitución identitaria.
Situada entre el 1500 (nacimiento de Malinalli) y el 1523 (reconquista de Tenochtitlán por los españoles de Hernán Cortés), la pieza, de corte confesional, culmina con la protagonista a punto de parir. La hipótesis que se sustenta es que, si la conquista dejó un legado, es el de pertenecer a un mestizaje incierto. Entre raíces culturales sepultadas por la barbarie y el genocidio y el acatamiento a un orden de poder ligado a la Corona de España y al poder inquisitorial de la Iglesia Católica. Entre dioses olvidados y una religión castigadora, la Malinche emerge como una figura descarnada. ¿Traidora o sobreviviente?
Contemporaneidad y trascendencia ontológica en la figura de La Malinche.
Mailnalli, es hija del poder (su padre, cacique de Paynala) y como primogénita nace con derecho al trono. Lo que hoy conocemos como México, era en épocas anteriores a la Conquista un territorio, dividido en provincias, atravesado de disputas y guerras internas. Y es en ese territorio, donde operarán las fuerzas de Cortés. Así lo afirmará Tzvetan Todorov en La Conquista de América, el problema del otro: “Al leer la historia de México, uno no puede dejar de preguntarse, ¿por qué no resisten más los indios?¿Acaso no se dan cuenta de las ambiciones colonizadoras de Cortés? La respuesta cambia el enfoque del problema: los indios de las regiones que atravesó Cortés, no se sienten especialmente impresionados por los objetivos de la conquista, porque esos indios ya han sido previamente conquistados y colonizados por los aztecas. El México de aquel entonces no es un estado homogéneo, sino un conglomerado de poblaciones, sometidas por los aztecas, quienes ocupan la cumbre de la pirámide…Cortés a menudo les parecerá un mal menor, un liberador…” (71/72)
También, las conquistas territoriales trazan una ruta de semejanza entre antiguos y nuevos conquistadores, en un sinfín de destrucciones sociales y culturales. Dice Tzvetan Todorov: “Los españoles habrán de quemar los libros de los mexicanos, para borrar su religión, romperán sus monumentos para hacer desaparecer todo recuerdo de una antigua grandeza. Pero unos cien años antes, durante el reinado de Itzcóatl, los mismos aztecas habían destruido todos los libros antiguos, para poder reescribir la historia a su manera”(73)
Malinalli, nace en ese crisol de contradicciones, rastreado en mi pieza en un conflicto individual, que podríamos denominar “el sendero del entierro del ombligo” de acuerdo con la mitología imperante. El destino del cordón umbilical, de acuerdo con las creencias nahuas, es el de ser enterrado en tierra a campo abierto si es de varón; en el fogón si es de hembra. El ritual tiene la marca de las jerarquías. El campo abierto es para los guerreros, el fogón para las domésticas. Ese dato de la mitología, me sirvió como brújula para deducir un ADN de desplazamientos.
Como primogénita noble, su destino hubiera sido gobernar como un guerrero, sin embargo en las jerarquías del ser, es mujer, y su cordón umbilical preanuncia que no merecerá la gloria de los destinados a grandes batallas. Como si su línea de nacimiento estuviera bifurcada, entre el trono y el fogón de las cenizas. Malinalli nació con el mismo derecho divino que cualquier hija de cuna noble (el orden político religioso configuraba determinaciones individuales y sociales, tanto en el Viejo Mundo como en el Nuevo Mundo). La princesa de Paynala nació con el poder colocado desde un “ombligo de destierro”, con las huellas de su derrotero de expulsiones.
He elegido esta lectura, a la que podríamos llamar constelar. Noble, con su trono en disputa, ella tiene un destino en tránsito. ¿Habría otro modo de leer la venta de Malinalli a los mercaderes de Xicalango como no sea dentro de las guerras familiares, por el trono? Muerto el padre de Malinalli la madre no sólo la vende, sino previamente la hace pasar por muerta. Malinalli, tenía como mejor amiga a Ato, la hija de la sirvienta principal de su palacio. La muerte de Ato arma el argumento de contrapoder de la madre de Malinalli (vuelta a casar con el hermano del padre): hacer pasar por muerta a su hija y venderla para armar una línea sucesoria en favor de su hijo varón. Ya la data sienta las bases de que es sangre de poder y heridas de identidad, lo que corre por las venas de Malinalli. Y desde niña podemos suponer, tendrá la temprana percepción de que la identidad puede otorgarse y quitarse, por conveniencia.
Es dada por muerta, vendida como hija de una esclava (previamente camuflada como varón) el mismo día de sus falsos funerales. Criada por su abuela que clamaba por el regreso salvador de Quetzacoatl, tendrá nociones también de un estado de desorden que pedía por un dios salvador. ¿Salvador de qué? De la supervivencia como raza en un territorio dividido en guerra permanente. Paynala, estaba entre los territorios que querían emanciparse de Moctezuma y sus cargas tributarias. Y ella debió criarse haciendo equilibrio entre un fuerte marco mítico religioso y una organización social piramidal.
Aquel México era una tierra de sacrificios y de batallas. La piedra sacrificial de los cuchillos de obsidiana es más que una metáfora, es un destino cierto. Esos cuchillos eran los que se hundían en el corazón de los reyes elegidos por un año para reinar, antes de su sacrificio. Aún humeantes, los corazones, se ofrecían a los dioses del cielo. Luego engrosaban el festín de carne humana cocida y aderezada para ser devorada en banquetes “divinizadores” en coloridas fiestas populares.
Hombres que comen guiso de dioses (reyes sacrificados) son seres divinizados. Hombres capaces de sacrificarse, como lo había hecho su propio dios creador Quetzacoatl, al hacer sangrar su chola (pene en náhuatl) para lograr una raza humana “a prueba”. ¿Cuál sería el temor reverencial a Quetzacoatl, sino conciencia de que los humanos no estaban a la altura de dioses que habían sangrado por ellos? Los hombres se sentían en falta. De ahí el permanente dar la vida en sacrificio para ganarse el lugar junto al sol asignado a los guerreros, Y a la vez, el orden sacrificial era también una forma de conservar el orden social.
Salvador de Madariaga en Corazón de Piedra Verde, novela los sentimientos de una sociedad familiarizada con el sacrificio, con la supremacía de los poderosos (gobernantes, magos, sacerdotes)con el orgullo, a la vez que con zozobra, de ser elegidos para morir en la pirámides del sacrificio divino. El mundo prehispánico representa obsesivamente la muerte, en una concepción de muerte no como aniquilamiento sino como nacimiento de la muerte. Quetzacoatl, para crear al hombre, consuma el rescate de huesos de seres que habían vivido en otra edad, y regando a los mismos con su sangre, consuma el nacimiento de la vida desde la muerte.
Sacrificio de reyes que no son reyes y menos dioses .Corazones humeantes, latiendo en la punta del cuchillo de obsidiana. Es inevitable la pregunta por el miedo, por la adrenalina, por la debilidad y hasta por la impotencia. Ser como dioses, no es ser dioses. Y los aztecas lo sabían. Como lo sabían los mayas. Dueños de un conocimiento del cosmos y la temporalidad, ligados a comprender el devenir de la historia y de la vida con claro contenido de la existencia, tal como plantea Mercedes de la Garza en El legado escrito de los mayas.
El héroe, dice de la Garza, se construye por sobre lo humano. Se aspira a ser héroe, morir para llegar al sol. Se marcha hacia la muerte como un sujeto humano, con el mandato de convertirse en héroe. Pero siempre es lo humano lo que conmueve, porque el héroe es una promesa sacrificial o guerrera, y lo humano es lo que soporta la peripecia, la travesía. Y esta diferencia entre lo heroico y lo humano, hace que nos aproximemos a esas vidas lo más alejados de todo posible lirismo. Este mundo prehispánico, fascina, por la convivencia vida muerte, en un diálogo lúdico sacrificial y existencial que implica a su vez, unión con la totalidad.
El único drama sobreviviente de este universo es el Rabinal Achí. Y cabe recordar que este largo y épico y hasta monótono relato que se desarrolla casi en un ritmo ritual repetitivo ensalzando valentías y batallas, no puede eludir el instante del sentimiento. Los últimos momentos del protagonista principal, el guerrero quiché que deberá morir en la pirámide sacrificial. Haciendo uso de sus horas en libertad para despedirse de sus montañas, el protagonista se conecta con la libertad de un ave y se pregunta:¿Por qué no habré nacido pájaro? La pregunta pareciera conectarnos con la conciencia de un destino posible, alejado de guerras, en conexión con la libertad y el universo.
Es interesante también, ejemplificar, la concepción prehispánica de la muerte con el relieve escultórico que escenifica el juego de pelota de Chichén Itzá, que culminaba con la decapitación de uno de los contendientes. En un friso escultórico, se ve que de la cabeza del decapitado surgen de su cuello seis serpientes y una planta de flores y frutos. Esto está muy bien desarrollado en el excelente ensayo de Eduardo Matos Moctezuma: Muerte a Filo de Obsidiana (los nahuas frente a la muerte), donde explica el nacimiento del hombre como producto del sacrificio de los dioses, lo que “teológicamente está dando las bases para que el hombre tenga que corresponder con el sacrificio y repetir lo así acontecido en el tiempo mítico”(25)
En este contexto ubicamos la vida Malinalli. En el corazón del reino del cuchillo de obsidiana. Cerca de lo que tan bien describe Salvador de Madariaga en la novela citada, cuando narra la ofrenda de niños en sacrificio al dios de la lluvia, Tlalolc. Los niños, no duda el autor, se habrían permitido lágrimas en abundancia al ver cercano su final de sangre. Salvador de Madariaga dice: “El sacrificio de los niños a los dioses de la lluvia era una ofrenda de todos” y las víctimas sabían que no podían ni protestar ni llorar, ni oponerse, y “aunque todos se compadecieran de la víctima en su desgracia, nadie hubiera tenido hacia ella más que maldiciones, si se hubiera atrevido a oponerse a la voluntad de los sacerdotes”.(472)
La sociedad prehispánica nos muestra los ciclos de nacimiento y muerte como unidad indisoluble: muerte como nacimiento de la vida. Los guerreros irán directo al sol, los reyes sacrificados no sólo serán dioses, sino que darán poder divino a los hombres (que los comerán como divinidad) y las mujeres muertas en parto, se convertirán en diosas. Ciclos de permanente resurrección y transmutación. Y todo esto articulado en una sociedad piramidal, de jerarquías.
Malinalli convivirá con esto desde su cuna: habrá seres salvados por nacimiento, por destino de guerreros, por el privilegio de ser elegidos reyes por un año y luego ofrecidos como ofrenda. Ese es su entorno, aunque Paynala no sea una provincia sacrificial y se haga gala del desprecio a esas prácticas así como a las ansias recaudatorias de Moctezuma. Pero en Paynala había un mercado tan colorido como el de cualquier provincia, donde la compra, el regateo y el chisme iban y venían. Comidas, telas, aves, mujeres, hombres, niños, olores, gritería, canciones…Y entre la algarabía, los hombres travestidos en “passarela”, como parte de una corte popular. Se decía que Moctezuma era bisexual.
No es difícil armar un caleidoscopio donde el odio hacia el poder recaudatorio se mezcle con la burla a un soberano (supuestamente) afeminado. Y no es difícil imaginarse a Malinalli mezclada entre el pueblo, así como no es difícil imaginarse el cotilleo alrededor de los hombres travestidos en puente de ironías y chistes hacia un soberano cuestionado por cruel y soberbio. Y aquí el dato fundamental, de los gobernantes, Moctezuma a la cabeza: el de estar asustados por hacer las cosas no del agrado de los dioses. Era muy grande el temor al castigo de Quetzacoatl. Y todo esto conforma nuestro propio friso a la hora de armar un argumento vivo.
Contemporaneidad y trascendencia ontológica en la figura de Malinalli (La Malinche) dijimos. Si trazamos como línea de conciencia la que va de la percepción de entorno a nuestra capacidad de modificarnos como sujetos, no cabe duda que Malinalli tendrá conciencia de la traición desde sus ocho años en que es vendida como esclava, y que desde allí comenzará su camino como sobreviviente. Tiene conciencia de la traición del poder familiar, social y religioso. Sabrá a muy temprana edad que no es verdad que para ser sacrificada deba atravesar ritualidad sacrificial alguna.
Otro aspecto de la contemporaneidad de la Malinalli/Malinche, es que su figura nos permite reflexionar y forjar el sentido de nuestra propia historia. Pocos personajes te facilitan tantos puentes tan interconectados: conflictividad político- religiosa, entramado de poder y traición familiar, sometimiento personal, sustracciones sucesivas de identidad. La supervivencia no sólo como un acto de “sobremuerte” sino, una vez amante del Conquistador, como un acto de configuración de una personalidad de poder y dominación en la centralidad de la escena de la Conquista. Y quizá esto sea lo más cautivante: La Malinche será no sólo traductora y aliada de la lógica del opresor, será también armadora de su propia lógica de poder y dominación. Un personaje shakespeareano.
Con la expulsión familiar, Malinalli, atravesará sus instancias de ser la otra de sí misma. Y escojo de entre los dioses a Tonantzin, esa diosa que arrastra una cuna vacía, con una espada en su interior y una piedra para encender el fuego, como símbolo aliado y necesario, como poderoso abrigo para una existencia despojada. Una niña expulsada de su destino de origen podrá proyectar en esa diosa cuantas venganzas quepan en la espada, cuantos instantes de vida imagine alrededor de la piedra y el fuego.
Conciencia de desarraigo, de desigualdad y necesidad de reconfigurarse desde el poder arrebatado desde su infancia, arman una figura de potente contemporaneidad. Es desde sí misma y de sus capacidades que ella logrará descifrar códigos que no están en el cielo, sino en la tierra. Y esta conciencia de sí misma como la misma nada que deberá reinventarse, nutren a este personaje de una fuerza ontológica indiscutible. Si en el universo del México antiguo la mujer es también un sujeto menor, Malinalli armará desde el instante en que es encadenada junto a otros esclavos, el itinerario hacia la re construcción de su propia existencia. Es en esa dialéctica sometedor/sometido donde aprenderá a ser sometedora. Vendida por los propios, su lógica se irá comportando de acuerdo a la lógica de sus apropiadores, llegando al clímax de esta curva: ser la mujer /hembra/ lengua de Cortés.
Nombrar es poseer lo que se nombra. Y ella es dueña de una llave: las lenguas náhuatl y maya. Recordemos que ella traduce a Jerónimo de Aguilar (un sobreviviente náufrago de intento de anteriores conquistas, que se había adaptado a la cultura maya) en las lenguas nativas (nahua y maya) y luego este traduce al español a Cortés. Pero finalmente, Malinalli, también aprenderá el español, y como Doña Marina (nombre de fe cristiano) se convertirá en estratega política. No en vano es pintada siempre en las representaciones junto al Conquistador y en activa actitud de ser parte de la elite. No en vano los llamaban Malinches a los dos, ambos como hijos de la chingada (en su acepción como la traición, la desgracia).
Luego de acompañar a Cortés en el ahorcamiento de Cuathémoc (sucesor de Moctezuma), ya como Doña Marina, Malinalli regresa a Paynala. Ella y Cortés, montando sendos caballos. Los caballos de los semidioses. El reencuentro con su madre, no será de madre a hija, sino de soberana a súbdita. No la ahorcará. Elegirá el sendero del perdón cristiano, en el sentido de humillación (ya está hace rato bautizada, en un nuevo acto de despojamiento de identidad), quizá porque la gran intuitiva sabe que también le llegará el turno de perdonarse a sí misma. Hay algo claro, ella sabe elegir. Esposa, o amante o rehén con poder, ella conoce a la perfección la lógica del conquistador y así como Cortés necesita saber qué habla y en qué cree el pueblo al que debe someter, ella aprende muy bien de qué se trata la religión que le ha dado su nombre y como sabe el español a la perfección sin duda conocerá qué hay detrás de las cartas de intención de Cortés a la Corona. Si ella es súbdita de Cortés, Cortés lo es de la Corona. Y lo principal: lo sabe.
Una mujer clave en el derrocamiento de Moctezuma, que sabe insuflarle al monarca las palabras del engaño al pueblo, ¿cuán lejos puede estar de lo que conversan su Malinche esposo con Carlos V, a través de las cartas de Intención a la Corona? No se articula poder de dominación sólo ejecutando órdenes en actitud de obediencia. Se articula desde un conocimiento de las estrategias globales. Cortés era un apéndice de la Corona, de modo que Doña Marina, lo era también. Y esto es lo que hace de esta mujer una política, una armadora de poder, de intriga, de engaños, con todos los signos de la contemporaneidad presentes. Conciencia de la labilidad de su pueblo en una territorialidad dividida, conciencia de la traición de su familia, conciencia de dioses que no alcanzan a dar respuestas a sus gobernantes (que confundieron-al menos en un principio- a los sanguinarios conquistadores con enviados de Quetzacoatl), conciencia de la conveniencia, conciencia de supervivencia: así como ella fue “traducida” de noble a esclava, ella traducirá de las lenguas nativas a la lengua de los poderosos y dominará a su vez. La vida se tratará de eso para ella. No de llegar al sol, sino de dominar, de vencer, traición incluida.
Dice Tzvetan Todorov:“La Malinche glorifica la mezcla [mestizaje de culturas] en detrimento de la pureza (azteca o española)y el papel del intermediario. No somete simplemente al otro…sino que adopta su ideología y la utiliza para entender su propia cultura, como lo muestra la eficacia de su comportamiento (aún si el “entender” sirva aquí para “destruir”)… La conquista de la información, lleva a la conquista del reino” (82)
La obra de teatro termina con La Malinche a punto de parir. Y aquí sumamos otra conciencia más: su hijo será uno de los tantos hijos de Cortés en el palacio (otrora de Moctezuma). Ella se sabe tan ahuiani (puta), como el resto de las ahuiani, de concubinas en el palacio, todas también preñadas por Cortés. Su cuna está tan vacía como la de Tonantzin. Poco le va a asombrar que su Martín le sea sustraído por el Conquistador. Más tarde, Cortés tendrá otro hijo, también Martín, con su auténtica esposa española. El hijo de La Malinche será nombrado Martín II y el hijo legítimo Martín I.Y, esta inversión, es muy elocuente: llamará segundo al primero y primero al segundo, en una lógica de otorgar legitimidades patriarcalistas muy claras. Poco va a asombrarle a la Malinche, que sea dada por el propio Cortés, en concubinato; estaba en su itinerario de desplazamientos. Juan Jaramillo (adicto a la bebida) se casó con ella porque era una mujer rica. Conél tiene una hija, María, y al parecer vivió en paz algunos años. Así lo consigna la gran investigadora e historiadora Leonor Calvera en su libro: Mujeres de dos Mundos en la Conquista Española, agregando una nota sin duda singular que nos aleja de creer que Doña Marina, murió de viruela.“Otra versión…asegura que [Doña Marina] recibió en su casa a Fray Juan de Zumárraga, comisionado por la Corona para oír las quejas de los indios contra los españoles, incluido Cortés. Malintzin promete testificar. Esa misma noche muere apuñalada”(61), afirma esa autora.
Vaya dato de la historia. No podía ser de otro modo. Ella que había destruido a su pueblo, sabía cómo destruir al que había sido su amo. Y estaba dispuesta a hacerlo. La mataron. La Malinche, no sólo fue la gran sobreviviente portadora de la lógica del Conquistador y de la conciencia de ser rama de una raza sometida y atravesada de contradicciones y de guerras, fue una gran astuta orquestadora de poderes y contrapoderes. Dada por muerta a los ocho, se convertirá, gracias a su poder de traducir, en mujer de la Conquista. Ya con Jaramillo, decidirá también gracias a su poder de traducir, hacer saber a las necesidades de la Corona (que también habrá de sacarse de encima a Cortés) que está dispuesta a testificar a favor de los indios. Nadie como ella para develar el signo de la espada española y la cruz de un cristianismo inquisitorial.
La Malinche.¿Traidora o sobreviviente? La gran política de este continente.
Se hizo referencia al juego de pelota de Chichén Itzá, donde uno de los contrincantes es decapitado. De la cabeza decapitada surgen flores. De la cabeza de la Malinche, conciencia histórica.
La puesta de Andrés Bazzalo.
Tórrida tarde de verano porteño. Asisto a la primera pasada de La Malinche. Estoy acostumbrada a los escenarios. Disfruto con el vínculo entre autoría y dirección, entendiendo que la pieza va a ser traducida en acto. Y que la dirección plasmará en el escenario del presente, lo que para mí es experiencia de investigación y escritura en pasado. Y eso es inquietante siempre. Una obra de teatro es escena desplegándose, sucediendo. Es con ese despliegue con el que voy a enfrentarme. Cuando entro al imponente Teatro Cervantes, una tímida Malinalli, me acompaña. Entro a la sala. Una pirámide ocupa buena parte del escenario. Se apagan las luces de la sala. Comienza un viaje onírico. Desde el 1500 la historia pareciera emerger como un rito que desde entonces no ha dejado de representarse, como el drama maya del Rabinal Achí. La Malinalli que me ha acompañado se escurre de mi lado y se mimetiza con la escena. Trato de disociar mi cabeza autoral, del cuerpo de mi yo como espectadora. Una Huesera (Maia Mónaco)emerge como una figura atemporal. La música de Gerardo Morel, interpretada en escena por Maximiliano Mas, despierta sensaciones desconocidas, como si fuera una partitura de notas olvidadas, perdidas en el tiempo y redescubiertas para la pieza. Malinalli en la piel de Ana Yovino encarna la historia que desde el 1500 viene a introducirnos en el sueño de una platea que se sumerge en una puesta donde todo es signo. Las luces (Soledad Ianni) en un juego jungiano de luces y sombras, entre lo consciente y lo inconsciente, entre lo femenino y lo masculino, lo personal y lo transpersonal, lo inmanente y lo trascendente en permanente dialéctica. Y nosotros, los otros, el público, nadando en imágenes de perfecto diseño hipnótico (Lucio Bazzalo) que no subrayan figurativamente el texto, sino que se entrelazan con la palabra. Son la palabra misma. La historia se desplaza por la majestuosa pirámide (Alejandro Mateo) ¿El monumento de los sacrificios?¿La cueva del minotauro?¿El descenso al Hades de Perséfone? Todo es signo en esta puesta. El vestuario (Adriana Dicaprio) es parte de la metamorfosis de Malinalli/Malinche, es la propia tela que parece brotar de la piel de la protagonista (Yovino) que es asistida en sus cambios de ropa por ese alter ego potente (Maia Mónaco), voz del tiempo, voz ancestral, varón/mujer, sonido gutural, aullido, silencio. La Huesera encarna un ser atemporal, andrógino, dice, anticipa, juega, calla leyendo el oráculo del maíz. La Malinche constela su historia familiar y le pone palabras a su cuerpo preparado para el vasallaje, a la vez que se asume como parte del barro de la Conquista. Ese barro desde el cual la Virgen la invitará a parir. Todo es signo. Luces, música, escenografía, vestuario, texto. Todo dice, significa y atrapa oníricamente y como en los sueños se percibe sin pensar. La puesta de Bazzalo es una escritura escénica con una alteración de toda lógica del canon teatral. La puesta rompe la percepción analógica espacio temporal sin ceder a la tentación de diluirse en la propuesta algorítmica de lo digital. Es una totalidad superior a cada una de las partes, donde cada parte está intacta. Con la pregnancia de los arquetipos. Con la prepotencia de los sueños que no te piden permiso y te atrapan y siguen resonando una vez despiertos.
El viaje al corazón de Mesoamérica se ha realizado y tiene lugar en una sala pequeña. La Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes. Ojalá se conserve esta orquestación ritual en una filmación para asistir una y otra vez a los viajes de ascenso y descenso entre la luz y la penumbra de lo femenino, lo masculino, el poder, la impotencia, el ansia de vida, contenidos en el había una vez una niña nacida en Paynala que se convirtió en una feroz loba de raza híbrida, a punto de parir un bastardo en medio de un claro quiebre civilizatorio de nuestra historia latinoamericana, hispanoamericana, “ningunoamericana”.
Cristina Escofet
Dramaturga y Profesora de Filosofía
Bibliografía
Calvera, Leonor: Mujeres de dos mundos en la Conquista Española. Grupo Editor Latinoamericano. Argentina. 2013
Escofet, Cristina: Travesías Femeninas. Lo personal. Lo confesional. Lo político. Lo histórico. Seis obras de teatro. Fridas. Slol de noche. Yo, Encarnación Ezcurra.Sonata erótica del Río de La Plata. Las Lucías. A través de los granos de maíz (Memorias de Malinalli). Bs.As. Editorial Nueva Generación, 2022.
De La Garza, Mercedes. El legado escrito de los mayas. F.C.E. México.2012.
De Madariaga, Salvador: Corazón de piedra verde. Editorial Sudamericana. Ed. Debolsillo. México. 2011.
De Sahagún,Bernardino: El México Antiguo. Biblioteca Ayacucho, Caracas, Venezuela, 1981.
Matos Moctezuma, Eduardo: Muerte a filo de obsidiana: los nahuas frente a lamuerte.F.C.E. México. 2014.
Todorov, Tzvetan: La Conquista de América, el problema del otro. F.C.E.Argentina,2016.
[1]Ahuiani: puta en nahuatl.