Dos poemas como un puente tendido que se mide en años, y, al recorrerlo, la vertiginosa certidumbre de contemplar desde su altura aquella Buenos Aires tan anacrónica cuando llueve. Prestame tu sueño, la muy bella pieza teatral de la dramaturga Florencia Aroldi, ya desde su puesta en escena en Palacio El Victorial refiere a lo más esencial de la palabra intimidad: una zona donde padre e hija tendrán algo mucho más intenso que una conversación colmada de los matices que sólo el amor es capaz de crear cuando pareciera ser cierto que la muerte irrumpe un día para dejarlo todo inconcluso; pero el arte, la literatura como dice Cesare Pavese, te permite vivir dos veces. Esa zona de lo real, “un juego”, dirá Florencia Aroldi durante la entrevista realizada para Florencio y así aludir con humildad a la maravilla de esta obra que con textos de su padre, el gran poeta y actor Norberto Aroldi, bajo la dirección de Antonio Célico y las notables actuaciones de María Ibarreta, Anahí Gadda y Manuel Longueira, invierte el orden natural de las cosas buscando la complicidad de quienes han atravesado vivencias, tragedias similares, y son capaces de sonreír entre lágrimas al presenciar lo más hermoso que tiene el teatro cuando se trata de obras como Prestame tu sueño, acaso esa tercera cara de la moneda, la que se forma mientras gira en el aire.
“Un día, a mis catorce años, le escribo un poema a mi papá, le devuelvo Prestame tu sueño”, dice Florencia Aroldi, una de las dramaturgas argentinas con más espectáculos en cartel en los últimos años. Sus textos son representados en el exterior (Madrid, Nueva York, San Francisco) y en el país, tanto en CABA como en el interior (Córdoba, Mendoza), aclamados por la crítica y el público. Es autora de los libros Molinete Conventillo, 10piezas teatrales, Celosía 15/20 teatro por cuarto, Ochava 15/20 teatro por corte y Dintel 15/20, teatro por conexión, este último próximo a publicarse y presentarse. Por su dramaturgia ha recibido varios premios, entre ellos, por su obra La edad de las maquinas ganó el primer premio como Obra Espectacular en el Festival de Teatro Adolescente Vamos que Venimos. La infancia de Clara, recibió el premio al Mejor Teatro para Niños, Teatro XXI del GETEA. Y con Ludovico y Ariadna logró el segundo premio del 13ª Concurso Nacional de Obras de Teatro dramaturgia regional del INT.
“Recuerdo a una muy buena profesora de Lengua y Literatura, que tuve en segundo año. Un día me propuso la lectura de un poema mío durante la clase y ella misma lo leyó también después. Tengo tan presente esa tarde. Tenía un novio, el músico Matías Conte, que falleció por Covid, y que por aquel entonces era un adolescente hermosamente quilombero y de una gran sensibilidad. Tuvo un gesto hermoso conmigo: cuando comencé a leer la poesía, Matías, que siempre se sentaba detrás de todo, como no podía ser de otra manera, se acercó a mí, quiero decir que se diferenció del grupo, sabemos cómo funcionan ciertos códigos a esa edad, y se sentó a mi lado para escucharme leer. En ese momento se hizo un silencio, esa clase de silencios que hoy resignifico de muchas maneras. Algo maravilloso sucedió esa tarde, algo en mí quiero decir. Tanto que guardé ese poema, un poema que viajó por cajas a través de diferentes mudanzas. Algo de pudor me generó siempre ese poema, quizá por ese límite siempre difuso entre ser una o no serlo del todo; pero entonces surge la noción del juego, ahora ya pensando en Prestame tu sueño, pero también en mis otras obras, donde me importa mucho desarrollar en profundidad las estructuras dramáticas. Es verdad, sí, que tomo cosas mías y textos de mi padre; pero es un juego que sale de lo real. Necesito recrear espacios de libertad por medio del arte. Por ejemplo, cuando el personaje de la hija dice ‘perderte fue perder mi infancia’, ahí están presentes mis lecturas, intertextualidades, especie de eco de voces ajenas. Dónde leí algo similar o qué me inspiró a escribir esa frase y ubicarla, además, deliberadamente en esa escena… No podría explicarlo, pero esto lo aclaro simplemente para que se entienda que no es una obra autorreferencial, en el sentido riguroso del término”.
Mencionás la palabra autorreferencial y no autobiográfica, es interesante. Los recursos de verosimilitud, como los nombres de los personajes, ¿son parte de ese juego al que te referís?
Al principio con el director Antonio Célico, y esto porque nos conocemos mucho, me pasaba durante los ensayos, que se refería al personaje hablando de mí. “Vos en esta escena decís…” Y yo, siempre en tono de humor, le aclaraba que no, que “¡es el personaje!” Y Toni me retrucaba: “Bueno, pero sos vos, hablalo en tu terapia” Y se reía. “¡Es que ya lo hablé!”, le decía. Y no voy a negar que me ayudó mucho para escribir con esa distancia a la que me refería antes. Lo que sí pasó fue todo lo relacionado con las cenizas de mi padre, por esto de que mi abuela iba al Panteón de Actores a pedir que lo dejaran un año más. De alguna manera, la obra, ya en el plano de lo absolutamente personal, es un modo de pedirle disculpas a mi viejo por no haber podido ir nunca al Panteón. Desde mi organización psíquica de aquel momento, yo me decía que no podía hacerlo si no tenía recuerdos. No podía soportar esa idea.
¿Podríamos decir que es la génesis de la obra?
Sí, un disparador donde yo me pregunto qué hago con ese ritual que no pude hacer en ese momento. Y entonces decido llevar las cenizas al escenario.
Y lo fascinante, ahora que mencionaste el disparador que te llevó a escribir, es el humor que está presente. Un equilibrio que resulta lenitivo en el momento exacto.
El humor para mí es muy importante. Y en esta obra se dio un combo maravilloso, entre la dirección de Toni y las actuaciones, incluso el diseño de vestuario… El hecho teatral es en equipo, movidos por la pasión. Incluso la manera en que se consiguió el espacio por Gabriel Mariotto a través de Max Delupi.
¿Cómo viviste la noche del estreno?
Llegamos al estreno preguntándonos, “¿Está bueno lo que hicimos?” En el sentido no de la duda sobre la calidad de todos los que conformamos la obra, sino en esa vacilación propia que surge de toda creación artística. Y esto que te voy a contar tiene relación con el poema que le escribí a mi papá. Un día antes, yo dije: “No, no, no quiero que se estrene esto”. Sentía que me estaba desnudando espiritual y sentimentalmente. Pensá que también está mi madre en escena. “Sacudite el polvo de las manos, papá, y enseñame a vivir” Tengo una imagen muy presente de mi papá cocinando fideos verdes y con un delantal de cocina. Después tengo el recuerdo de su muerte, que nos llevaron a La Plata, a la casa de Matilde, una amiga de mi mamá. No fui al velorio. Recuerdo un ambiente silencioso de tragedia, en el que no se hablaba. Mirá lo que debí construir en mi memoria de niña, que pensaba que a mi papá lo habían velado dentro de un avión. Es más, tengo una imagen que me hice de mi papá en el ala de un avión… Porque se había ido al cielo. Y lo de la estrella es real, en el departamento de Callao y Paraguay, ir al balcón y escuchar a mi mamá decir, señalando una estrella, “Allá está papá, saluden a papá”. Tanto así que un día le dije a mamá que no quería ir a Chacarita porque ahí no estaba mi papá. Era todo impresionante porque cada vez que me cruzaba con alguien del ambiente o incluso en un negocio todos se emocionaban al recordar a mi papá, y claro… yo era la hija de Aroldi. Un día estábamos en una parrillita y escucho la voz del flaco César Menotti detrás de mí, recitando un gol. En el momento en el que se está yendo le digo que soy la hija de Norberto Aroldi y él me escucha, pero como si no hubiera entendido, y enseguida retrocede, regresa hasta donde estaba yo, se sienta a la mesa y se pone a llorar, mientras me cuenta todo tipo de anécdotas que tenían juntos. También con el poeta Horacio Ferrer, me sucedió lo mismo en una ocasión.
Pensaba en todo lo que tuviste que transitar para poder llegar a escribir esta obra.
Al principio sentía como una especie de herencia difícil de explicar, es cierto Norberto Aroldi es mi papá, pero no lo conocí, no puedo dar cuenta de todo lo que me dicen sobre él todas palabras hermosas. ¿Y dónde lo empiezo a conocer? Leyéndolo. En otro plano, tuve que hacer toda una reconstrucción para decir “Aroldi es mi papá”. Una vez fuimos a lo de Fernando Bravo y mostraban imágenes y yo seguía con esta idea de no saber quién era mi papá. Mi hermano, que es un poco más grande, se acordaba un poco más que yo. Mi reconstrucción desde un lugar legítimo, ahora en términos de la obra, consistió en decir: “Soy tu hija”. Luego de todo un recorrido, haber habitado y asumir esa herencia pasándola por el cuerpo, no sé muy bien cómo explicarlo.
Dijiste hace un momento que lo empezaste a conocer leyéndolo.
Leí sus libros, vi películas… y en este otro plano de lo real también me peleaba con mi papá. Fijate que ahora yo soy más grande en edad que él y soy madre también. Entonces mis ideas se fueron acomodando. Dos hechos resultaron clave para la obra, una vez vi a una cantante que cantó a dúo en un concierto con su padre muerto. Lo que hizo ella fue editar para poder compartir el escenario con su padre ya fallecido. Eso me quedó. En otra oportunidad hice la adaptación de El Andador para el Teatro de La Ribera, porque mi mamá fue muy guardiana de los derechos de autor de la obra de mi papá y El Andador no se había hecho nunca en Capital, sí en Mar del Plata, por ejemplo. Hubo muchos intentos de estrenarse, pero mi mamá nunca terminaba de decidirse a quién se lo tenía que dar o cuando finalmente parecía que se iba a concretar algo sucedía y caía el proyecto. Hasta que, desde el Teatro San Martín, se nos propuso ponerla en escena en la apertura del Teatro de La Ribera. En una reunión mi madre pone como condición que sea yo quien lleve a cabo la adaptación. Me puso por primera vez en un trabajo de análisis de relojería de lo que fue la obra mi papá, no ya como hija sino como profesional. Hoy puedo escribir una obra sobre cualquier tema, pero en ese momento no tenía tanto dominio sobre la técnica de la dramaturgia. Fueron quince días en los que no salí: escribía, me bañaba y me sentaba a escribir, me bañaba y me sentaba a escribir. Y así. El Andador es una obra donde mi papá habla de no querer ser padre. La escribe en los años sesenta y plantea su interrogante de cómo va a traer un hijo al mundo si está hecho una porquería. En esa adaptación que hice, en ese juego sutil, quedó un diálogo de autor a autor, porque vos te metés en esos casos en la estructura del otro, leés y analizas qué hizo con determinado personaje.
Un diálogo entre Aroldi y Aroldi
Sí, ya no fue ahí un diálogo desde una hija a su padre. Podría decir que ya me había recibido de profesional. Hubo algo ahí que me liberó también. Yo lo leía y me apasionaba, esta cosa discepoleana que tiene mi padre, me fascina. Lo tanguero en el sentido de lo existencial. Una pregunta abierta que, a lo mejor, no exige respuesta, pienso en esos versos que me dice en la obra de ayudar a aquellos que, por perseguir un verso, por un amor que no se dio, perdieron el camino… Yo creo que mi viejo tenía ese camino marcado, sabía que tenía vencimiento, más allá de la enfermedad, porque pertenecía a una época que luego ya dejaría de existir.
Es muy profundo cuando, en un momento de la obra, dice tan bellamente que el arte es para salvar gente
Tal cual, el arte es para salvar gente. Pienso ahora en el tango que escribió “Pa’ que sepan como soy”. Porque llevo eso a la teatralidad, la pregunta por el ser, por la identidad, individual y social. Por un lado, porque se trata de mi padre y, por el otro, porque refiere a una identidad cultural porteña que está siendo olvidada. Hay rasgos que son muy característicos nuestros en la mirada, la manera de vivir y sentir. Sin embargo, hace poco Max Delupi, cuando fue a ver la obra, me dijo: “Ah, pero esto ya es más que la historia de un porteño”, haciendo referencia a aquella frase de Tolstoi: “Describe tu aldea y serás universal”. Cada vez que voy a ver la obra, siento que todavía puedo seguir profundizando en la obra de mi padre.
Ese puente tendido que estableciste, siendo lectora e hija, ¿hacia qué lugares te llevó?
Un curso de filosofía porteña de la vida, te podría decir. Cuando me dice: “Por amor, Florencia, todo. Sin amor, nada”, hay una sensibilidad muy personal en él que, al mismo tiempo, es popular. Yo deseo también ser una autora popular, como decía Discépolo, algo así como que los que escriben difícil lo hacen porque escribir sencillo es muy difícil
Y volvemos, de algún modo, al poema que cumple su función paterna: préstame tu sueño…
El sueño es proyecto. Prestame tu proyecto, sería, la intención como un futuro que es necesario para poder construir una subjetividad que va hacia un lugar determinado, no a cualquier lado. Y sobre la función paterna y el poema, bueno, pensemos que muchas veces un muerto está más vivo culturalmente, en esencia y en patrimonio. Como dice en uno de sus versos: “Estamos todos enojados, haciendo lo que no queremos hacer”. Eso es tremendo. Por eso, está en la obra este tema de la función paterna donde se puede estar presente, estando ausente. Una de las tantas cosas que leí entre líneas es su preocupación de ser padre cuando ya no esté. Y es recurrente la pregunta en el contexto tanguero por el ser, ¿quiénes somos? Hace un rato te hablaba de la edad y de cómo me cambió la perspectiva de muchas cosas, hace diez años, por ejemplo, el tango “Pa’ que sepan como soy”, no me decía nada. Y ahora te diría Gardel cada día canta mejor. Va pasando el tiempo y se impone la relectura, lo mismo me sucede con el tango de Astor Piazzolla o “Alma y vida”.
¿Por qué hay tanta insistencia en la obra para que el personaje de Florencia escriba?
El tema está en la estructura misma de la poesía de mi papá. Es extensa, yo la interrumpo. “Buenos Aires. María Florencia. Dos años. / Es tan lindo esto / de sentarme a mirarte dormir, hija/ Qué sueño te dibuja / Esa sonrisa tan feliz? / Te juro que daría cualquier cosa / por meterme en tu sueño / y espiarte la imaginación (…) ¡Ya está! ¡Juguemos a eso! Yo entro en tu sueño / y nos vamos del brazo los dos a caminar lugares / ya no me verán solitario/ ni me verán con cualquiera. / Qué hermoso sueño el tuyo, hija, / donde siempre es primavera! / y ya me estás creciendo/ de adosa en baldosa/ del jardín a la rayuela. /
¡Uno dos dos y tres!… Y ahí me empieza a imaginar crecer. Este poema cumplió su función paterna. Y acá está la respuesta a tu pregunta: lo que yo hice fue seguirle el juego a esta idea de que fuera yo la que terminara de escribirlo. Pero hay algo que tiene que ver con lo personal. Yo tenía un trabajo relacionado al teatro, pero no a la dramaturgia y yo me cansé. Y esta obra la escribí mientras tomaba la decisión de renunciar al trabajo. “Vos sos escritora, vos podés, no trabajes de lo que no te gusta”. Fue como que mi viejo me hubiera dicho que iba a poder vivir de la escritura. Ese fue el salto que hice: escribir una obra con mi viejo. Y un interrogante existencial como disparador: si yo tuviera la posibilidad de hablar con mi viejo, ¿qué le diría?
Sebastián Basualdo