Estamos en España, en el siglo XVII. Un conde saca la espada y recorre despacio su casa, sin hacer ruido. Cree que alguien ha entrado. Como posee varias hijas jóvenes, tiene fundadas sospechas de que alguien vino para abusar de una de ellas. Entra en puntas de pie a la habitación de una y… ¡ahí está el malhechor! Pero al verle la cara, su ánimo se viene al piso.
Conde: Ah... el rey sois, aunque no lo parecéis; pero conmigo basta para que suelte el acero solo el oír que sois vos ¡Adelante, Majestad! Parece decirle, retirándose con reverencias. Proceda nomás, con mi hija. Y cuando quiera un té, o un licor, llámeme. Estoy a su disposición. Es conveniente que recordemos esta situación de Los pechos privilegiados del dramaturgo Ruiz de Alarcón. Porque es la base, en gran parte, de lo que nos proponemos decir en estas páginas.
En Fuenteovejuna se tortura
Lope de Vega estrenó Fuenteovejuna en 1610 cuando, según los críticos modernos, ya había comenzado el Siglo de Oro español. Se ha dicho muchas veces que es imposible determinar a ciencia cierta lo que quiere decir una obra de teatro. ¡Para colmo, una de las consignas del teatro de esa época, era que el tema fuera claro! Sin embargo, Fuenteovejuna, hoy tal vez la más célebre obra de Lope de Vega, ha sido interpretada últimamente como una revuelta campesina de primer orden, tal vez por influencia de la ideología socialista que ocupó gran parte del siglo XX. Y, en mi opinión, es totalmente lo contrario. Además, la obra tiene una escena donde la Inquisición tortura a 300 campesinos de ese pueblo -incluyendo a un niño de 10 años- para que revelen quién asesinó al Comendador, un noble abusador y, sin embargo, aunque esta escena ahora se hace con lujo de detalles en algunas puestas, la tortura se pasa por alto, o se ignora, en gran parte de los estudios -o papers, como se dice ahora- que he leído al respecto. ¡Como si no fuera parte de la esencia de la obra! Y es verdad, no lo es. Pero está en la obra. ¡Y para mí, algo quiere decir!
Refresquemos la obra para los que no la recuerdan bien. Aceptando que han pasado siglos; que con el tiempo estas obras han sido corregidas ,y han sido bien y malinterpretadas. ¡Como casi todo lo que nos llega del pasado! El comendador de Fuenteovejuna, un noble, que en la escala social es más que un caballero, pero menos que el rey, hace estragos en esta pequeña localidad. Quiere apoderarse de tierras de los campesinos ricos -nuevo estamento social-, irrumpe en el casamiento de Laurencia y Frondoso y se lleva la novia, aduciendo -mal-, que hace uso del derecho de pernada. Lo importante aquí es que es corrupto, amoral, y transgrede todas las normas.
Laurencia, una labradora como su novio, al día siguiente sale de casa del comendador y vuelve al pueblo desmelenada, señal de que ha sido abusada. Y expresa así su rencor.
Laurencia: ¿Qué dagas no vi en mi pecho? ¡Qué desatinos enormes, qué palabras, que amenazas, y qué delitos atroces por rendir mi castidad a sus apetitos torpes! Mis cabellos ¿no lo dicen? Las señales de los golpes ¿no se ven aquí, y la sangre? Los campesinos ricos, los alcaldes, están todos de acuerdo en juntar al pueblo, armarse, y ultimar al comendador, un tal Fernán Gómez, al que llaman tirano. Pero una y otra vez dicen:
Mengo: ¡Los reyes, nuestros señores, Vivan!
Todos: ¡Vivan muchos años!
Y no es casualidad que lo digan. Porque al matar al comendador, están saltando por arriba de “la cadena de mandos”, como diríamos ahora sobre ese sistema de clases.
El pueblo reunido va a la casa del comendador (“El pueblo junto viene… ¡Rompe, derriba, hunde, quema abrasa!”).Pero uno recuerda:
Mengo: ¡Vivan Fernando e Isabel, y mueran los traidores!
Fernando e Isabel son los famosos Reyes Católicos. La obra fue estrenada en el siglo XVII, pero la acción está ubicada dos siglos atrás, cuando ellos reinaban. Finalmente, el pueblo enardecido ultima al comendador, al grito de:
Todos: ¡Fuenteovejuna! ¡Viva el rey Fernando! ¡Mueran malos cristianos y traidores!
Después, con gran esfuerzo, uno de sus criados, Flores, llega malherido hasta donde están los Reyes Católicos y cuenta lo sucedido en Fuenteovejuna. Claro, desde el punto de vista del comendador, a quien ha servido gran parte de su vida, presumo. Resumo, por supuesto.
Flores: De Fuenteovejuna vengo, donde con pecho inclemente, los vecinos de la villa a su señor dieron muerte, con el título de tirano que le acumula la plebe. Rompen el cruzado pecho con mil heridas crueles, y por las altas ventanas le hacen que al suelo vuele, adonde con picas y espadas le recogen las mujeres. Saqueáronle la casa, cual de enemigos fuese, y gozosos entre todos han repartido sus bienes.
El rey escucha todo esto atentamente y esconde mal su malhumor. Su respuesta, así lo evidencia.
Rey. Estar puede confiado que sin castigo no queden. El triste suceso ha sido tal, que admirado me tiene, y que vaya luego un juez que lo averigüe conviene y castigue los culpados para ejemplo de las gentes. El juez va, con especialistas en sacar verdades a la gente. Llegan con sus habituales instrumentos de tortura. Lo que van a hacer, debe ser “para ejemplo de las gentes”.
Previamente, en Fuenteovejuna, sospechando que esto es lo que se viene, el pueblo, con sus alcaldes a la cabeza, se juramenta no denunciar a nadie. Y a sugerencia de uno de los alcaldes, deciden que, si los interrogan, de la manera que sea, preguntándoles ¿quién mató al Comendador? Van a responder, invariablemente: “Fue Fuenteovejuna”.
Vayamos a la escena de la tortura. En el texto que tengo, los vecinos están en un ámbito y el juez en otro. No se lo ve, como tampoco se ve a los que van a sufrir tormentos. Solo oímos sus voces, y los comentarios de los vecinos en escena, representados aquí por Frondoso y Laurencia. Reproducimos algunos textos.
Juez: (Adentro). Decid la verdad, buen viejo. Frondoso:Un viejo, Laurencia mía, Atormentan. Laurencia: ¡Qué porfía! Esteban:(Adentro). Déjenme un poco. Juez:(Adentro). Ya os dejo. Decid: ¿quién mató al comendador? Esteban:(Adentro). Fuenteovejuna lo hizo. Juez:(Adentro). Ese muchacho, aprieta. ¡Perro, yo sé que lo sabes! Di quién fue. ¿Callas? Aprieta, borracho. Niño:(Adentro). Fuenteovejuna, señor. Juez:(Adentro). ¡Por vida del rey, villanos, que os ahorque con mis manos! ¿Quién mató al comendador? Frondoso: ¡Que a un niño le den tormento y niegue de aquesta suerte! Laurencia: ¡Bravo pueblo! Frondoso: Bravo y fuerte. Juez:(Adentro). Esa mujer al momento En ese potro tened. Dale esa mancuerda luego. Laurencia: Ya está de cólera ciego. Juez: (Adentro). Que os he de matar, creed, En este potro, villanos. ¿Quién mató al comendador? Pascuala:(Adentro). Fuenteovejuna, señor. Juez:(Adentro). ¡Dale! Frondoso: Pensamientos vanos. Laurencia: Pascuala niega, Frondoso. Frondoso: Niegan niños, ¿qué te espantas? Juez: (Adentro). Parece que los encantas. ¡Aprieta! Pascuala: (Adentro). ¡Ay cielo piadoso! Juez: (Adentro). ¡Aprieta, infame! ¿Estás sordo? Pascuala: (Adentro). Fuenteovejuna lo hizo. Juez: (Adentro). Traedme aquel más rollizo, ese desnudo, ese gordo. Laurencia: ¡Pobre Mengo! Él es, sin duda. Frondoso: Temo que ha de confesar. Mengo: (Adentro). ¡Ay, ay! Juez: (Adentro). Comienza a apretar. Mengo: (Adentro). ¡Ay! Juez: (Adentro). ¿Es menester ayuda? Mengo: (Adentro). ¡Ay, ay! Juez: (Adentro). ¿Quién mató, villano, al señor comendador? Mengo: (Adentro). ¡Ay, yo lo diré, señor! Juez: (Adentro). Afloja un poco la mano. Frondoso: Él confiesa. Juez:(Adentro). Al palo aplica la espalda. Mengo:(Adentro). Quedo: que yo lo diré. Juez: (Adentro). ¿Quién lo mató? Mengo: (Adentro). Señor, Fuenteovejuna. Juez: (Adentro). ¿Hay tan gran bellaquería? del dolor se están burlando. En quien estaba esperando, niega con mayor porfía. Dejadlos, que estoy cansado. Frondoso: ¡Oh, Mengo, bien te haga Dios! Temor que tuve de dos. el tuyo me le ha quitado. Después de esto, no hay mucho para contar de la obra. El juez, en presencia de los reyes, da su versión de los hechos. Juez: Trescientos he atormentado con no pequeño rigor, y te prometo, señor, que más que esto no he sacado. Hasta a niños de diez años al potro arrimé, y no ha sido posible haberlo inquirido ni por halagos ni engaños. Y pues tan mal se acomoda el poderlo averiguar, o los ha de perdonar o matar la villa toda. Ante esta conclusión amenazante (“o los ha de perdonar o matar la villa toda”), el rey decide recoger testimonios de los vecinos, los personajes que ya conocemos. Y concluye:
Rey: Pues no puede averiguarse el suceso por escrito, aunque fue grave el delito por fuerza ha de perdonarse. Y la villa es bien se quede en mí, pues de mí se vale, hasta ver si acaso sale comendador que la herede.
Estamentos de la sociedad española
Pasemos por alto los términos que se oyen referidos a los instrumentos de tortura, como potro, mancuerna, etc., cuyo significado puede encontrarse en cualquier tratado sobre los elementos usados para obtener “verdades”. Eran instrumentos para golpear y estirar los miembros, y eran los más suaves de los que usaba la sagrada institución que velaba por la fe católica. Como hemos dicho tantas veces, cuando se sospecha de una parte de la sociedad se termina vigilando a toda. En los casos de “crímenes” religiosos, lo más común era atar al sospechoso de las manos, y subirlo y bajarlo para que sus pies tocaran un brasero encendido, hasta que confesaran… algo. Paremos aquí con este tema. ¿Qué quiere decir esta historia llamada Fuenteovejuna?
¿Acaso no está claro quela trama nos muestra un pueblo sublevado ante una injusticia? Sí, pero ese es un resultado secundario, y necesario, de una obra que tiene otro propósito: mostrar como “la cadena de mandos” de la sociedad -como diríamos ahora- ha sido alterada y eso nunca, nunca más debería suceder. Como dice el rey con absoluta precisión.
Porque la sociedad española estaba organizada en estamentos estancos, inamovibles. ¡Y todo el tiempo uno podía encontrarse con un suceso que ponía en duda esta ley, como indicamos al principio de este ensayo! A la cabeza de todo estaba el rey, que tenía un aura divina: era un “vice dios” como dice Lope en una obra, graciosa y significativamente. Después venía la nobleza, después el pueblo. Esos eran los tres grandes grupos; en medio de ellos había otros subgrupos; los caballeros, como vimos, cerca de los nobles, y los campesinos ricos, antes de la plebe. Etcétera. Alterar esta pirámide, era hacer temblar la estructura entera. Y el teatro estaba al servicio del régimen para mostrar este peligro.
Vamos a poner otro ejemplo: la obra El médico de su honra de Calderón de la Barca, que tuve la suerte de ver en Madrid hace varias décadas, en una excelente puesta de Adolfo Marsillach, con una escenografía fuera de serie de nuestro compatriota Cytrinowsky, que se había mudado a la capital española, donde era muy apreciado y donde lamentablemente murió. Voy a recordar la trama de la obra. Un noble cae de su caballo y se lastima, justo al costado de la casa -palacio de otro noble. El señor está de viaje, pero está su mujer con una multitud de sirvientes. Por supuesto, la mujer envía a algunos de estos a socorrer el herido que es introducido en la mansión. Se le prodigan los cuidados necesarios; el conde habla con la señora de la casa -nunca a solas- y manifiesta todo el tiempo su gratitud. Después llega el señor de la casa. ¡Y ahí empieza la tragedia! ¿Por qué?
Aunque todo ha sido normal, aunque el noble que ha caído de su caballo ha sido tratado como enseña la caridad cristiana, y aunque este se ha ido deshaciéndose en elogios hacia el duque que ha vuelto y su pareja, por los cuidados que le han dispensado, el noble dueño de casa siente una espina clavada en su corazón (¿o en su cabeza? ¿O en otra parte de su cuerpo?). ¿Son los celos? ¿Ese “monstruo de ojos verdes que se ríe de la carne que lo alimenta”, como lo llama Shakespeare en su Otelo, el moro de Venecia? No. Es evidente, todos los sirvientes lo saben, incluso lo dicen, que la dueña de casa nunca ha estado a solas con el intruso malherido, y manifiesta un amor incondicional por su marido. No, no son los celos. Sería empequeñecer la obra. ¡Porque él también la quiere!
El noble dueño de casa siente que el episodio ha sacudido la pirámide que es la sociedad en que vive. Sí, todo lo que quieran, ella no tenía más remedio que atender al noble que se cayó del caballo justo frente a su vivienda; pero el episodio tiene un olor feo. ¡Un intruso ha entrado a su casa, ha violado la atmósfera de seriedad que imperaba, y hay que restaurar la herida social! Por lo que el noble dueño de casa se transforma en “médico de su honra”, como bien dice el título de la obra.
Don Gutierre: Solos estamos, honor, lleguemos ya; desdicha, vamos. ¿Quién vio en tantos enojos matar las manos y llorar los ojos?
Y, aunque la ama, don Gutierre apuñala a su mujer. La sangre rueda por las escaleras.
Enterado del suceso, el rey aprueba lo hecho por el noble. Todos respiran más tranquilos. La “cadena de mandos” otra vez está intacta. Yel rey, graciosamente, ayuda al noble viudo a encontrar una nueva esposa. Punto final y a otra cosa.
Sin duda, la obra puede leerse como un alegato en favor de la mujer, sometida, vigilada, asesinada. ¡Como Fuenteovejuna, que también puede leerse como un alegato por la libertad y la justicia! Pero ambos autores, Lope y Calderón, monárquicos confesos, tenían otro propósito. Mostrar como la sociedad debía funcionar con la verticalidad establecida, que debía ser inamovible. Todo intento de perforarla debía ser inmediatamente repudiado y castigado, para que el tejido social pudiera remendarse.
¡Muchas obras de la época tratan este tema! ¿No dijimos que el teatro estaba al servicio de la ideología imperante? Son innumerables las obras que tratan ejemplos comunes, como engaños amorososo duelos entre caballeros. Pero esta tesis puede observarse también desde otro lado. La trama de la obra funciona mejor cuando el ejemplo que se da es más original, obtuso, hasta absurdo si se quiere. Las dos obras a las que nos referimos son dos ejemplos límites. ¡Hoy lo vemos en las películas y en las series policiales!
En la película El silencio de los inocentes, donde Anthony Hopkins hace de un psiquiatra loco que, cuando puede, dauna dentellada a un trozo de carne humana, la policía asignada al caso es una pobre chica tímida, interpretada por Jodie Foster. ¡Cuánto más débil el detective y más feroz el asesino, más atractiva es la trama! ¿Cómo llegará a buen término? Uno se pregunta. En un excelente policial sueco, inventado por Henning Mankel, en los últimos capítulos el detective Kurt Wallander trabaja mal, porque sufre un Alzheimer que lo va carcomiendo por dentro. ¡Ese es el gran suspenso! ¿Podrá capturar igual al asesino de turno? Son situaciones parecidas a la revuelta de Fuenteovejuna, donde debe torturarse a todo un pueblo, y El Médico de su honra donde un conde sacrifica a su inmaculada mujer para salvar su honor.
Lope de Vega y la Inquisición
Yo me animaría a decir, corriendo el riesgo de parecer demasiado audaz, que Fuenteovejuna es la única obra del teatro español -y tal vez del teatro mundial- donde la tortura aparece en acción, sin ser condenada. ¡Triste privilegio! ¿No? Llama la atención que los investigadores de teatro tampoco tomaran nota de este “detalle”. Bueno, los investigadores acuden a congresos, donde hacen relaciones, intentan publicar sus trabajos. Ellos, como todos, tienen sus límites para expresarse.
Ahora yo me hago algunas preguntas. Lope de Vega ¿colocó la escena de la tortura para amedrentar al pueblo español, para hacerle saber lo que puede pasarle si cruza los límites establecidos? ¿Por eso puso en escena a la Inquisición, que mandó al pueblo de Fuenteovejuna a uno de sus equipos de torturadores, con las armas adecuadas para esta circunstancia, a fin de que el pueblo confesara quién mató al Comendador?
Presumo, tal vez me equivoque, que la Inquisición era la única institución en España con monopolio de este tipo de fuerza. Creer lo contrario, sería suponer algo que nunca nos fue informado, o sea que en España había en cada región una policía “especial”.
Otra pregunta. La Inquisición, en España, ¿no velaba por la pureza de la fe católica? ¿No fue por ese motivo que el papa de Roma la creó? ¿No fue esa una de las razones por la que España fue declarada campeona en la lucha contra el protestantismo, el judaísmo y la religión musulmán? ¿No era por eso el país católico por excelencia? Si, a pesar de eso, podía mandar una fuerza armada a sofocar una supuesta rebelión en un pueblo, entonces es creíble el principio que afirma que, si uno “vela” por la pureza de un aspecto de la sociedad, en este caso la pureza de la fe católica, al final, termina vigilando y castigando a la sociedad toda.
Tercera, o cuarta pregunta. ¿Por qué en Fuenteovejuna la obra, escrita por Lope de Vega, ¿nadie se sorprende ni critica el uso de tan tremendas armas de tortura, contra 300 pobladores, entre los que se incluyen viejos y niños, como puede leerse en el texto? ¿Era eso habitual? ¿Era porque “bajaba” del rey una orden severa, que indicaba que había que encontrar a los culpables de matar a un comendador, y que cuando el rey, el ”vice dios”, como lo llama Lope en una obra, decía o hacía algo, había que aceptar sin cuestionarlo? ¿Cómo el rey de la obra de Ruiz de Alarcón que mostramos al principio, que entra con deseos sexuales a la recámara donde duerme una niña virgen, y su padre lo recibe y acepta en medio de reverencias?
Y, para culminar con este tema, para los que lo ignoran, digamos que Lope de Vega era miembro de la Inquisición. Esta podría ser la cuarta, o quinta pregunta. ¿Lope de Vega, en la obra, no trata con naturalidad la tortura porque para él era normal que se empleara? ¿O usa la obra como un vehículo para “normalizar” y habituar al pueblo español a presenciar su uso?
Algunos datos para recordar. La Inquisición española fue creada, por los Reyes Católicos, en 1478, con autorización del papa Sixto IV. Su accionar se expandió rápidamente España y, más tarde, por América. Su tarea, como dice un texto, era “atacar a las organizaciones, corrientes de pensamiento y posturas religiosas que socavaran la integridad de la fe católica, y examinar y proscribir los libros que se considerasen ofensivos para la ortodoxia”. Era una herejía negar dogmas de la fe, profesar culto por otras religiones, la hechicería y la blasfemia. ¿Cómo se enteraba el Santo Oficio, como se le llamaba también, de quienes incurrían en esos errores? Había una red de personas, diseminadas por la sociedad, en España y en América, anónimas, o poco conocidas, que denunciaban. Eran los “familiares”, que integraban el grado más bajo de la organización llamada Inquisición. Lope de Vega era un “familiar”, que denunciaba prácticas y actitudes que después juzgaba el Santo Oficio.
Dentro de la jerarquía de esta institución, los familiares eran los más numerosos y, diríamos, la base de la pirámide. Los inquisidores tenían bajo su mando un buen número de subordinados, como vicarios foráneos, un notario, un tesorero, porteros y nuncios, empleados en las prisiones, los alcaides de las mismas, los médicos y finalmente los familiares, de los cuales había casi uno por aldea.
Por lo tanto, Lope de Vega, por ser familiar de la ciudad y de la Corte, informaba a la Inquisición. Se sabe que en una oportunidad “revisó” obras de teatro que debían ser estrenadas. Y en una biografía se menciona cómo toma por primera vez parte activa en un proceso. Por lo menos, asistió a la ejecución de una sentencia. Se trataba del caso de un monje franciscano de Cataluña, llamado Benito Ferrer, condenado el 21 de enero de 1624 a morir en la hoguera por un delito de “sacrilegio contra la hostia consagrada”. La sentencia se ejecutó fuera de la Puerta de Alcalá madrileña. Según el relato de este auto de fe, en esta ocasión Lope de Vega dirigió, o presidió, la cofradía de familiares y comisarios del Santo Oficio.
Lope de Vega y Cervantes
Una vez, estando en Madrid, visité la casa donde vivía Lope de Vega. El guía, un experto en su vida y su obra, contó que Cervantes vivía a dos cuadras, y que cuando se encontraban en la calle uno de los dos cambiaba de vereda. No es de extrañar. Como se sabe, Cervantes quiso viajar a América con su familia en busca de mejores oportunidades. Le fue negada la “visa”, porque no tenía al menos cinco generaciones de “cristianos viejos” en su pasado. Como sabemos, estos eran lo no contaminados por los conversos, también llamados “cristianos nuevos”. Quizá por eso en su entremés El retablo de las maravillas, Cervantes se burla de esta costumbre impuesta por las autoridades de España.
En esta obra breve, dos pícaros sostienen ante el respetable público de una aldea, que los que no ven las maravillas que se muestran en su retablo, no tienen ascendencia hidalga. En un momento de la obra, anuncian que viene mucha, mucha agua, y los asistentes fingen estar mojados para ser reconocidos como cristianos viejos. El gobernador de la localidad, empieza a dudar de sí.
GOBERNADOR: (Aparte). ¿Qué diablos puede ser esto, que aún no me ha tocado una gota, donde todos se ahogan?¿Y si yo viniera a ser un bastardo ante tantos seres legítimos? aún
Es comprensible que Cervantes y Lope se odiaran. Pensaban diferente. Además, el primero era pobre, y el segundo muy rico. De su fecundidad literaria hay muchas pruebas. Se dice de sus obras: “Y más de ciento en horas veinte y cuatro, pasaban de las musas al teatro”. Uno de sus biógrafos adjudica a Lope de Vega la cifra fabulosa de 1.800 comedias y 400 autos sacramentales. Otros, más prudentes, llevan su número a algo más de 300.
Según dicen los expertos, la actividad represiva de la Inquisición tuvo un efecto negativo en el desarrollo económico de España, hasta la primera mitad del siglo XIX. También es posible que haya interferido en la transmisión de ideas que llevaron a la Revolución Industrial. Su actividad perduró oficialmente hasta 1834, año de su última abolición. Sorprendentemente, uno de los primeros actos del general San Martín, cuando entró en Lima como Protector del Perú, fue ocupar al edificio de la Inquisición y quemar su nutrido archivo. Contenía infinitos nombres de presuntos culpables, de sospechosos, y denuncias de todo tipo.
Ricardo Halac