UN NUEVO Y EXCELENTE LIBRO DE RICARDO FORSTER

Escribir y leer a Borges como una forma de resistencia 

Escribir y leer a Borges como una forma de resistencia 

Difícil es ver, frente a la vidriera de una librería, un texto nuevo de Ricardo Forster, uno de los autores argentinos ineludibles a la hora de acudir al ensayo filosófico crítico, y no sentirse tentado de comprarlo. Mucho más si ese libro está dedicado a hablar de la obra de un creador tan fundamental en la literatura argentina como es Jorge Luis Borges. La experiencia descrita fue vivida por el periodista que firma esta nota mientras caminaba una mañana de noviembre por una calle de Villa Crespo, seguida, a los pocos días, de un regreso al lugar y de la adquisición del libro, titulado: La biblioteca infinita. Leer y desleer a Borges. Trabajo que fue el punto de inspiración y partida de la entrevista que unas pocas semanas después de ese descubrimiento la revista Florencio le hizo a Forster y que se publica unos renglones más abajo.

El ensayo de Forster se divide en tres capítulos (uno, el más extenso, dedicado totalmente a Borges y otros dos a exponer afinidades y contrastes del autor de El Aleph con Walter Benjamín y Leopoldo Marechal). Y está precedido por un lúcido prólogo en cuatro páginas del escritor gallego Alberto Sucasas, que describe algunos de los rasgos más notables del libro, entre ellos el ejercicio de una actitud que él denomina de empatía crítica. O sea, la posibilidad de combinar una lectura devota con un gesto siempre desvelado de libre interpretación, de disenso crítico, cuando se cree necesario. Y eso, entre otras razones, porque Borges es un escritor que no se deja encasillar fácilmente y que abre permanentes puertas a lo que podríamos denominar contra-lecturas o esas ricas prácticas que sugiere Forster de leer y desleer al autor mencionado. Otro atributo que Sucasas percibe en esta obra de Forsteres señalar que Borges “en su interrumpida apología del libro como condición y salvaguarda de toda vida espiritual” podría encarnar hoy, fueran cual fuesen sus adhesiones políticas explícitas, una “resistencia al vacío ético e intelectual” que provoca la consumación mercantil del nihilismo, la inconsistencia y banalidad del presente.

Por esas razones y por varias otras más, entre ellas la de estar muy bien escrito, este valioso texto sobre Borges provoca de inmediato lo que generan los buenos libros: despertar interés sobre el tema que aborda e impulsar el deseo de profundizar en su contenido. En este caso, para quienes ya han leído a Borges, volver a leerlo, introducirse en sus cuentos, ensayos o poemas con nuevos elementos y herramientas. Para quienes no lo han abordado aún, introducirse en un nuevo y luminoso universo, fascinante por su belleza y hondura. La charla con Ricardo Forster, siempre tan cordial y cálida, amplía algunos de los aspectos expuestos previamente, enriqueciéndolos, y revela muchos otros no consignados en esta introducción, entre ellos el de por qué sintió una necesidad tan intensa de abordar un ensayo sobre el creador de Ficciones, que es la primera pregunta que se le formula.

¿Hubo algún motivo especial, fuera de la clara admiración por su obra, que te llevó a escribir este libro de Borges? 

En realidad, el texto principal, que ocupa casi dos tercios del libro, “Borges o los esplendores de un amor (no) correspondido”, tuvo una versión original que escribí en los años noventa. En un determinado momento, y en una época en la que me dedicaba más a los temas filosóficos, la Escuela de Frankfurt, Walter Benjamín, se me cruzó Borges y a raíz de eso escribí un texto de unas sesenta páginas. Recuerdo que, en aquel tiempo, hablando con un viejo amigo, Héctor Schmucler, le dije: “Mirá Toto, estoy escribiendo algo sobre Borges”. Y él me respondió de inmediato y sin preguntarme nada más: “¿Tenés algo nuevo para decir? Porque si no, mejor déjalo”. O sea, me despachó con una frase. Y eso implicó que abandonara el texto, guardándolo en un cajón durante unos años. Y con el advenimiento de la pandemia, momento en que uno leyó muchas cosas y releyó otras, retomé los libros de Borges y, en un momento, reapareció mi pasión por su obra y empecé a releer mucho de su material: sus cuentos, ensayos y poesía y decidí revisar la bibliografía sobre él que había aparecido después de aquellas notas escritas en los años noventa. Y retomé la tarea. Por otra parte, yo venía también de escribir algunos libros cuyos temas estaban, de algún modo, relacionados con lo que quería hacer al retomar aquellos textos. Escribí en 2018 un libro titulado Huellas que regresan. Y cuyo subtítulo era: Sobre la naturaleza, la infancia, los viajes y los libros. Y en ese libro, aparecía Borges y algunas lecturas de sus trabajos y una figura literaria que, a mí, desde muy chico, me fascinó, que fue Guillermo Enrique Hudson, el autor de Allá lejos y hace tiempo. Y Hudson me llevaba a Borges y éste me devolvía a Hudson. Y, de algún modo, sentí como que había contraído una especie de deuda hacia Borges, en tanto que él era alguien al que yo había leído y en parte discutido también y cuya presencia sentía en las cosas que había escrito, porque convengamos en que hoy es imposible escribir en una lengua como la nuestra sin la influencia de Borges. Hay algo allí que siempre está. Uno usa a veces algunos sustantivos o adjetivos e inmediatamente suenan a Borges. Incluso, en esa primera parte más larga del nuevo libro que publiqué sobre él, hay capítulos que imaginan a Borges en Ginebra al borde de la muerte, algo que se me ocurrió mientras iba escribiendo. Y allí se utilizan giros borgianos. 

Eso se señala bien en el prólogo. 

Sí, que lo escribió mi querido amigo gallego Alberto Sucasas. Y, retomando lo de los libros que había escrito últimamente, había otros dos, La sociedad invernadero primero y después El derrumbe del palacio de cristal, que estaban muy enfocados en la crisis civilizatoria, en la crisis de nuestra época, que eran ensayos filosóficos. También en el año 2022, aun en pandemia, reuní muchos textos que a lo largo de treinta años tocaban de un modo u otro lo judío, que se llamó Por el desfiladero de la cultura y la barbarie. En torno a lo judío. Y allí aparece otra vez Borges, porque obviamente en él hay una relación bastante estrecha con algunos temas propios del mundo judío: la cábala, el nazismo, Spinoza, la memoria, la lectura. Entonces me dije: ¿por qué no volver sobre las notas que tengo allí, no escribir algo sobre Borges, en un momento difícil de la situación política argentina y en la postpandemia, época atravesada por diversas formas de ignorancia, de neo barbarie? Lo que tiene Borges es que leerlo es como entrar a un carrusel que no se detiene, porque cada cuento de Borges, cada ensayo, cada poema, es un mundo distinto que multiplica la posibilidad de las interpretaciones. Es como si fuera una cebolla, uno la puede ir pelando eternamente y siempre encontrará algo nuevo y aparte genera un disfrute. Viajar por la literatura de Borges es una experiencia de las más extraordinarias. Te doy un ejemplo. Por distintos motivos yo llegué a Richard Burton –personaje extraordinario de la Inglaterra victoriana que fue, entre muchas cosas, aventurero, viajero empedernido, agente secreto del ejército de su majestad, escritor prolífico y traductor-. Y Borges, en un texto memorable sobre los diversos traductores de Las mil y una noche, le dedica un lugar importante a la traducción de Burton. Porque esa era, además, la traducción que él tenía y que había leído de niño. Y el leer ese Burton de Borges, me hizo volver al Burton viajero y aventurero. Y lo mismo me pasó con todas sus referencias a lo que serían para nosotros las lecturas de infancia. Que en realidad son lecturas estupendas: Robert L. Stevenson, Charles Dickens, Mark Twain, etcétera. Ir a esas lecturas de la mano de Borges es una maravilla, porque la lectura que él hace de Stevenson coloca a este autor donde hay que colocarlo. No hay lectura sobre el doble que no lo tenga a Stevenson como una referencia. O sus lecturas posteriores de Joseph Conrad o de Franz Kafka. La relación con Kafka mediado por Borges es también fundamental. Luego están los otros aspectos, tanto de la escritura como de la personalidad de Borges, su relación con Buenos Aires, su vínculo con el siglo XIX, su conexión con la gauchesca y obviamente su mirada compleja del mundo popular, ese Borges que lejos del parnaso literario escribía en el diario Crítica, en la revista El Hogar o que hacía crítica de cine y que más tarde hizo esa colección maravillosa del Séptimo Círculo con Bioy Casares sobre toda la escritura de las sagas policiales habidas y por haber. O también, el Borges caminante nocturno de la ciudad, que podía llegar hasta Puente Alsina. 

El libro tiene también un capítulo, el segundo, que relaciona a Borges con Walter Benjamín, ¿no?  

Ese texto lo había escrito y publicado también en la década de los noventa. Y ahora lo reescribí en gran parte. A mí me había interesado mucho esa correspondencia, esa relación. No solo que los dos vivieron en Suiza en la Primera Guerra Mundial, Benjamín porque se fue de Alemania para no enrolarse en el ejército y recaló en Berna y allí tejió más profundamente su relación con Gershom Scholem; y Borges porque él y toda su familia, habiendo viajado a Suiza para ver a un oftalmólogo que pudiera curarle la ceguera avanzada del padre, no se dieron cuenta de que se estaba por declarar la guerra y se tuvieron que quedar cuatro años en Ginebra. Y la verdad que me pareció que allí había muchas posibilidades de construir puentes entre Benjamín y Borges, empezando por el hecho de que los dos fueron grandes caminantes de las ciudades. El Libro de los pasajes, el libro inacabado de Benjamín, está dedicado a París, que fue una ciudad que él recorrió caminándola, practicando la flânerie, ese hábito de caminar por las calles de una ciudad sin objetivo, solo por el placer de disfrutar el paisaje urbano. Y Borges también practicó la flânerie en Ginebra con sus amigos adolescentes. Los dos cultivaron, además, la lectura de grandes autores de textos infantiles. Y Benjamín era un apasionado coleccionista de libros para niños. El tema de la memoria, el de la lengua originaria, la cábala, que a Benjamín le llegaba directamente por Scholem. Y Borges conoció y conversó con Scholem en Israel. Entonces le dedica parte memorable de su poema sobre el Golem, en parte porque rimaba con Scholem. Todo eso incluía el viaje que yo hacía de la obra de Borges, pero también las ganas de pasarla bien, porque la verdad es que disfruté muchísimo la escritura de este libro, tal vez uno de los que más disfruté.  

Y el tema de los gnósticos ¿estaba también allí, entre los temas que te interesaban? 

Sin duda. Desde un principio también sabía que leyendo a Borges me podía acercar a ese otro tema que a mí me interesa mucho: el de los gnósticos. Hay dos o tres ensayos de Borges que te llevan al mundo de los gnósticos. Y así podríamos seguir citando temas. La teología, que es otro tema que a mí siempre me interesó mucho, está muy presente en la obra de Borges. Te diría entonces que fue una conjunción de elementos que se reunieron como para decir “y por qué no escribir algo sobre Borges”. Como lector, digo. El libro no tiene una pretensión filológica o académica, ni es una crítica de especialista, porque no lo soy. No me interesó a mí para este caso la lógica del especialista. Si creo que hay libros de especialistas importantes que uno debería leerlos, pero éste es más bien un libro que quería ser narrativo y ensayístico a la vez. Y Borges me daba toda la posibilidad en ese sentido.   

Pensaba leyendo tu libro, ¿si hay muchos filósofos que se dedican a hacer trabajos sobre la literatura? 

Bueno, Benjamín sí. Y la escuela de Frankfurt también, que desarrolló una tradición al respecto. Adorno, en sus obras completas, tiene un tomo dedicado a sus trabajos literarios. El húngaro Gyorgy Lukács también. En la tradición del marxismo es fuerte la presencia de la literatura, desde Plejánov en adelante. Los propios Lenin y Trotsky, dos de los grandes líderes del mundo de la izquierda marxista rusa, eran muy lectores de literatura. Antonio Gramsci también. Hay una tradición de la teoría crítica y la crítica cultural, Frederic Jameson –por un lado- y Raymond Willams, Terry Eagleton, de la escuela inglesa también tienen mucho de crítica literaria. Es que a mí también siempre me interesó la filosofía y la escritura filosófica desde lo que llamaríamos una tradición ensayística. Y la tradición ensayística se mueve dentro del río de la literatura. En la Argentina un Martínez Estrada es un ejemplo, el propio Borges. Sus ensayos son piezas donde él juega con la erudición, pero a la vez con la narrativa. Y el ensayo tiene eso, opera bajo la lógica de una narración. El propio Walter Benjamín es un escritor más próximo a una escritura ensayístico-literaria que a lo que sería una escritura más propia del texto filosófico. 

Otro tema muy interesante que desarrolla el libro es la relación de Borges con lo enciclopédico. ¿De qué modo se vinculaba él con ese universo?

Yo, en el libro, le dedico unas páginas a la relación de Borges con la enciclopedia, a la idea muy borgena de que la enciclopedia es un modo de dejarse llevar por el azar hacia una apertura cuyo sentido se va configurando a partir de la lectura que uno va haciendo. Incluso él da ejemplos. Él lo dice un poco al modo irónico de sus reflexiones: yo cuando iba con mi padre a la biblioteca de la calle México era demasiado tímido como para ir a pedir un libro al mostrador y como tenía cerca las enciclopedias agarraba un tomo, lo abría y elegía, por ejemplo, una letra X y me encontraba con entradas que no imaginaba que podían vincularse entre sí y que me abrieran nuevos mundos. No era una lectura ordenada. Y Benjamín tenía una reflexión muy interesante sobre las citas. Y alguna vez imaginó escribir un libro compuesto solo de citas. Y que el trabajo de orfebrería fuera el intento de engarzarlas. Decía que las citas eran como asaltantes que en el camino toman desprevenidos al viajero. Y efectivamente, yo a lo largo de gran parte de mi vida de lector y también cuando me dediqué a tratar de escribir, seguí un poco al pie de la letra esta idea benjaminiana del trabajo con las citas. Ahora esa alternativa es menos practicada porque existe la posibilidad de acudir a la computadora, al mundo de los buscadores de internet y acceder a cuanta cita se nos ocurra, con lo que algo significativo se ha perdido. Pero antes, yo reunía las viejas citas y las escribía en las fichas de cartulina. Todavía tengo guardadas centenares de fichas de Benjamín y compañía que me las ponía siempre delante en el escritorio y las iba recorriendo hasta que ubicaba una y ahí entraba en el tema. Y el texto se iba armando de acuerdo con los giros que podían darle las citas. Y muchas veces, cuando llegaba a una encrucijada y no le encontraba la salida, una cita ayudaba. Entonces, la relación de Borges con la enciclopedia es equivalente a lo él dice sobre la biblioteca: “Yo nunca salí de la biblioteca paterna.” Esa biblioteca es el universo. Y, de algún modo, la enciclopedia es como si fuera una biblioteca más chica que, en quince o veinte volúmenes, encierra la posibilidad de una lectura interminable. Y hay también allí algo relacionado con la preocupación por el modo de leer de Borges, que tiene mucho de juego de azar. De allí que Borges más de una vez diga: “Yo soy un ignorante, no sé nada, me dejo llevar”. En verdad ha sido un lector extraordinario, finísimo y con una cabeza fuera de serie. Pero es cierto también que ha sido un viajero por el mundo de las enciclopedias, que se ha dejado llevar un poco por el azar. Y en Benjamín, si bien hay otro trabajo, existe también una idea que lo homologa con el flâneur, que es aquel va caminando por una ciudad a la que aprende a conocer, no a partir del conocimiento previo que le da una cartografía conseguida en sus lecturas, sino porque se pierde en esa ciudad y al perderse va descubriendo lo importante. Y en Borges hay también un juego con el encontrar y con el perderse.  

Sin duda, hay similitudes

Ahora, el de Borges es un trabajo enorme, meticuloso sobre cada texto, no hay ninguna improvisación. Y en particular en su narrativa, pero también en su poesía. Su narrativa es una orfebrería cuya perfección es el resultado de un trabajo sistemático de búsqueda, de tachaduras, de encontrarle la forma justa a un texto que en Borges siempre tiene la potencia de fascinar al lector, porque en dos o tres páginas encierra una historia que es increíble y que en su final es perfecto. Y entonces, uno se pregunta cómo logra eso. 

Y que logra también, al estar bien escrito, que suene bien.  

Claro. Está, por ejemplo, el final de Las ruinas circulares. Y el tema de las lenguas es otra relación con Benjamín. En Borges su relación con los libros empieza con su abuela paterna inglesa. Obviamente que, como escritor, su lengua decisiva y absoluta es el español. En Ginebra, incorpora el francés y en gran medida el alemán. Y está también el Borges anciano que va detrás del origen de las lenguas, que busca a través de las sagas islandesas. En Benjamín, hay algo parecido, su lengua obviamente es el alemán, sin embargo, él se sentía en muchos sentidos más cómodo con el francés y fue un gran traductor de Proust, de Baudelaire. Y, al mismo tiempo, siente -de ahí su relación de ida y vuelta con Gershom Scholem-, que el hebreo es una lengua que guarda el misterio del origen de la creación. Esta es una idea que está en Borges también, que hace de esa lengua el leimotiv de toda lectura posible. En Borges y en Benjamín. 

Bueno, también tu libro aborda el tema de la nostalgia, que podría ser otro puente que liga a ambos autores.  

Sí, y en mi libro hay claramente una reivindicación de la nostalgia, pero no pensada como una mercancía cultural, sino como la posibilidad de pensar críticamente el presente y jugando en espejo con ciertas cuestiones propias de aquello que se ha transformado en nostalgia, sean los libros, un momento único dominado por la experiencia del lector o acontecimientos decisivos de la vida. Me parece que esta obra tiene una relación fuerte con la nostalgia, pero al mismo tiempo es una construcción de cara al presente. Ahí hay un punto importante.  

Respecto de lo que decías antes de la fascinación de Borges por lo hebreo, él juega también con un posible origen marrano de una rama de su familia, ¿no? 

Sí, él juega con eso, con el origen portugués de la familia de su madre, Acevedo. En los tiempos de la colonia, por ejemplo, decir portugués o judío era casi intercambiable. Muchos de los cripto judíos marranos venían del reino de Portugal hacia América. Y entonces, había allí, una relación bastante fuerte entre lo que iba a ser después el marranismo y el origen judío portugués.  

Otro mito que el libro rompe es que Borges era un autor de difícil acceso. 

Hay una frase de Adorno que siempre me gustó: El autor atento con el lector es aquel que no le ahorra dificultades. Porque respeta la inteligencia del lector. ¿A qué voy? Vivimos una época donde todo tiene que ser de rápido consumo, papilla de fácil digestión, frases cortitas, huecas o repetitivas, clisés. Y Borges exige del lector atención, inquietud, salir a buscar algo distinto, le abre mundos, lo complejiza, sin duda que es una lectura que requiere atención. Pero sí hay algo que me parece un prejuicio anticipado es considerar a Borges como un escritor de lo difícil, lleno de artimañas eruditas complicas de descifrar. En la mayoría de los cuentos de Borges, el uso de la erudición es parte de un juego literario, que es muy entretenido y que no busca que el lector se transforme en un especialista de lo que le está mencionando. Todo lo contrario. Requiere sí, un lector atento. Borges no hace nunca con la literatura una lógica experimental, como algunos de los escritores que se denominan post-vanguardistas, donde el estilo tiene que ser la búsqueda permanente de la innovación y eso a veces los vuelve ilegibles e incomprensibles. Borges es, en rigor, un escritor al que vamos a llamar clásico, con una estructura gramatical, con una construcción de sentido, con un uso del lenguaje que para nada le plantea en ese plano dificultades al lector.  Porque hay escritores en que la comprensión tiene que ver con la complejidad estructural y formal de su escritura. Y Borges tiene algo fundamental, sobre todo en sus cuentos: cuenta una historia y al contar una historia hay una serie de motivaciones, ejercicios que apuntan a que el lector la siga con una atención cada vez más fuerte. Tiene un dominio pleno del arte narrativo, de la narración genuina, una historia que se cuenta y al contarse el que la escucha o el que la lee se deja llevar por lo que se va leyendo.  

En algún lugar afirmás que, salvo varias de muy infaustas declaraciones que hacía cada tanto a la prensa, en general no se puede pensar en el conservadorismo de Borges como una posición ligada al reaccionarismo clásico. 

Borges es una figura peculiar, porque en sus años juveniles, además de ser nacionalista, era al mismo tiempo un artista muy vinculado al espíritu de las vanguardias, al ultraísmo obviamente en su paso por España, pero en Ginebra leyó a los simbolistas y a los dadaístas, y después bebió del espíritu de vanguardia de la bohemia en España, donde él vive al terminar la Primera Guerra Mundial y al dejar Suiza. En España desarrolló, por ejemplo, una relación muy importante con Cansino Assens. Hay un Borges que en su escritura poética está dentro de las posiciones de la vanguardia, pero también en ese momento está el Borges que empieza a construir su relación nostálgica con el Río de la Plata, con Buenos Aires. Sus años ginebrinos y españoles hacen que su relación con la Argentina empiece a transitar hacia el terreno de lo mitológico. Al regresar, el vuelve con una inclinación hacia un cierto nacionalismo, que no era el de un verdadero convencido, del mismo modo que tampoco se sintió comunista o bolchevique por haber elogiado en algún momento a la Revolución Rusa. Otro tanto se puede pensar sobre la frase que alguna vez pronunció definiéndose como un “anarquista conservador”, sin que nunca se haya sentido atraído por el anarquismo real y concreto. Hay allí un juego, una lectura imaginaria.  

También hay allí una influencia del pensamiento de su padre. 

Bueno, en el padre se podía detectar a un lector de cierta filosofía inglesa y cierta tradición propia del mundo inglés. Hay un juego allí entre el pragmatismo, el utilitarismo, y también cierta tradición de un liberalismo más radical, que lleva hacia el anarquismo. Pero el Borges joven mezcla ya una mirada vinculada a la vanguardia. En el regreso a la Argentina, los primeros años veinte hay un descubrimiento de un tema que a él le va a interesar mucho, que es la gauchesca. Allí ya empieza el camino de una reflexión sobre el idioma de los argentinos. Es un Borges, que va a establecer un vínculo con Leopoldo Lugones, obviamente con Macedonio Fernández, que siente una cierta cercanía al clima originado por el yrigoyenismo, establece un vínculo con Arturo Jauretche. Es un Borges que publica en revistas del nacionalismo católico, incluso en algunas proto-fascistas, pero al mismo tiempo es el Borges que tiene el inglés, el español, el francés, el alemán, que es un lector de Walt Whitman, de Schopenhauer, de Nietzsche, de Kafka, de toda la tradición inglesa. Pero rápidamente, creo que al calor de lo que está pasando en Europa con la emergencia del fascismo -y después del nazismo-, Borges va a abandonar su etapa tibiamente nacionalista y se vuelve hacia una mirada liberal más cosmopolita. Se mueve más en un espíritu conservador, que no es exactamente la de un reaccionario. En la mirada del siglo XIX, el reaccionario es aquel que se siente antagónico a la modernidad en todo. El conservador es aquel que puede negociar con la modernidad en la medida en que la sociedad burguesa mantenga ciertos valores, ciertas tradiciones. Borges se movía más cómodamente entre una tradición liberal y una tradición conservadora y le agregaba un poquito de juego de cierto anarquismo.  

En eso se nota también el influjo del pensamiento familiar. 

Es que políticamente él asume una posición que también tiene que ver con la mitología familiar y con su forma de interpretar el siglo XIX. Y, por lo tanto, al leer el siglo XX, y sentir al mismo tiempo el peso de su propio origen de clase y el medio en que él se movía, identifica a los dos monstruos de la Argentina que según esa visión destruyeron al país. Uno es Rosas, quien para el panteón familiar era la monstruosidad hecha realidad, producto de que la familia de Borges se inscribía dentro de la tradición de los Mitre, de los Sarmiento, y era por lo tanto antirrosista. Y para Borges, Perón es el otro monstruo. El antiperonismo de Borges es furibundo, rabioso, realmente de clase. Es una reacción volitiva, de rechazo global, que incluso alcanzaba a ciertos grupos de la izquierda argentina. Y que hizo una traslación al país de lo que había sido en Europa el nazi-fascismo. Trasladarlo a una experiencia como la de la Argentina no era tan difícil. Y al mismo tiempo resolvía algunos problemas de qué hacer con ese movimiento que aparecía movilizando a las clases trabajadoras, pero que no era la expresión de las grandes tradiciones de la izquierda. Entonces, era casi “natural”, vamos a decirlo así, caer en una visión antiperonista. Que insisto en Borges tiene que ver con el espíritu del grupo Sur, el mundo donde se movía junto a Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo, que venían del tronco aristocrático. La familia de Borges era de clase media y su prosapia la vinculaba a las familias patricias, entonces todo eso hace que Borges, como muchos otros, frente al emergencia del peronismo traslada a Rosas al siglo XX y Perón se convierte en el gran monstruo. Y esa posición, que no modificó nunca, lo llevó en ocasiones a hacer algunas declaraciones horribles. Por ejemplo, cuando va a Chile a recibir la espada que le ofrece Pinochet o su visita a Jorge Rafael Videla en el famoso almuerzo en el que también participó Ernesto Sábato. Y ninguno de los dos dijo nada, el único que tiene un papel digno y dice algo interesante fue el padre Leonardo Castellani, quien le preguntó a Videla por Haroldo Conti. Al mismo tiempo a Borges le fascinaba el mundo popular, como se ve en su mirada, también mitologizada, de los cuchilleros, en el mundo popular de ese Palermo mítico.  O cuando Borges decía que la verdadera Buenos Aires empieza del otro lado de Rivadavia, en el sur. Pero esa mitologización del mundo del gaucho, del cuchillero o de las milongas, es diferente al de las masas trabajadoras politizadas por el peronismo que, desde siempre, le produjeron rechazo y espanto. 

Y eso ya no le gustaba.  

Claro. El Borges que caminaba hacia Puente Alsina ya no es el Borges que quisiera ir al encuentro de lo popular-político. Es el Borges que va hacia las orillas, a las orillas tal cual él las ve, ese lugar de gestación de Buenos Aires. Yo, en el último capítulo, juego un poco con el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal y Borges. Marechal lee diferente que Borges a Buenos Aires. No casualmente, Marechal se hizo peronista. Habían tenido una relación de mucho respeto mutuo. Yo creo en realidad, que Borges expresa fuertemente en su ideario político, en su mirada del peronismo, todo el prejuicio de clase del sector al que él pertenece. Ahí no se ahorra ninguna dificultad como para complejizar e interrogar el fenómeno popular más significativo de la Argentina. Ezequiel Martínez Estrada, en cambio, sí. Este escritor, al que se lo podría calificar de antiperonista, se interrogó sobre qué era ese fenómeno. En sus reflexiones sobre el peronismo, y sobre todo las que formula en los años posteriores al derrocamiento de Perón, Martínez Estrada no expone de ningún modo una posición absolutamente antiperonista y cargada de odio de clase que portaban Borges, Bioy Casares y compañía. 

En un caso como Borges, uno se da cuenta de la potencia que tiene a veces en ciertas personas los prejuicios de clase. Es como si la inteligencia no les alcanzara para ver ciertas cosas. 

Lo que pasa es que la inteligencia y el prejuicio político constituyen dos mundos a menudo separados. Uno piensa en una famosa frase de Martín Heidegger, cuando le preguntan por Hitler, y contesta: “Me fascinaron sus manos”. Hablo de uno de los dos o tres filósofos más importantes del siglo pasado. Y convengamos que, detrás de esa frase, se esconden muchas otras cosas, porque hay toda una parte de la escritura de Heidegger que tiene un vínculo con el nazismo y también podríamos pensar en la tradición angloamericana de Ezra Pound, que llegó a Italia y abrazó el fascismo. Una parte importante de la literatura del siglo XX es claramente una literatura de derecha dura, ¿no? Inteligencia y mirada crítica y altruismo político, no van necesariamente de la mano. El fascismo italiano tuvo a varios intelectuales importantes, como Giovanni Gentile, por ejemplo. El nazismo mismo contó a su lado con varios compañeros de ruta, el filósofo Carl Schmitt, el propio Heidegger y otros que, si bien no fueron nazis, estrictamente hablando, estaban muy cerca. Entonces, uno no debería sorprenderse de que un Borges tuviera una mirada reaccionaria y prejuiciosa frente a un movimiento popular como fue el peronismo. Incluso se pueden señalar a escritores argentinos que formaron parte del dispositivo político de la última dictadura militar, si bien no fueron de los más grandes, como un Víctor Massuh o Abel Posse, por nombrar a un par nada más. Eran embajadores. El propio Borges ve el golpe de 1976 y lo identifica como una necesidad para desperonizar el país, sobre todo luego de la gestión del gobierno de Isabel Perón, que le resultaba abominable. Pero creo, de todos modos, que la obra de Borges es tan extraordinaria y poderosa, que va mucho más allá de cualquiera de esas frases desafortunadas que cada tanto emitía. 

Eso está claro. Se lo puede leer con enorme placer sin dejar por eso de expresar críticas o disidencias con sus posiciones cuando es preciso. Eso está muy claro en tu trabajo. 

Yo creo de verdad que se puede leer con enorme placer a Borges aun incluyendo esas críticas de las que hablamos. En el libro pongo un par de citas de ese admirable escritor que fue Juan José Saer. Son muy interesantes, porque él hace una lectura de Borges y en un momento empieza a decir cosas duras sobre Borges. Y termina la frase diciendo, “pero es el mejor de los escritores que tenemos.” Así de simple. 

Además, está claro que una nueva valorización de la obra de Borges, en un momento de tanta desculturización en el país, era oportuna por todo lo que esa producción significa para una cultura argentina hoy despreciada. 

En ese punto me parecía interesante publicar un libro sobre Borges en un contexto como este y entendiendo que para ciertos lectores mi nombre podría ir de la mano de todo lo que para determinado imaginario supone encasillarme como portador de la barbarie populista. Y que, frente a un posible lector así, el libro podría suscitar también la pregunta de cómo alguien que proviene –supuestamente- de la barbarie populista puede leer a Borges, disfrutar a Borges, escribir sobre Borges, seguir parte del derrotero erudito de Borges. Podría ayudar a romper miradas esquemáticas, el prejuicio, que es un dogmatismo invertido, que homologa una simpatía por el populismo de izquierda con ignorancia o fanatismo. Creo que estamos en una época dominada por el goce de la ignorancia, eso es algo que la atraviesa, que tiene que ver también con el actual estadio del capitalismo, las nuevas tecnologías, la digitalización, el algoritmo, las redes sociales, y la emergencia, muy oscura, de extremas derechas capaces de ir creando un nuevo sentido común. Todo eso atenta contra otro tipo de relación con lo que llamaríamos la dimensión crítica, la dimensión cultural, la diversidad y complejidad del mundo y de la vida que no pueden ser encerrados en la lógica binaria. Por eso, volver a leer y desleer a Borges es también una forma de resistencia. Una apuesta por la cultura democrática y por el reconocimiento de la diferencia.  

Alberto Catena

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