MONTAIGNE COMO INSPIRACION ISABELINA

El maestro de Shakespeare

El maestro de Shakespeare

Uno de los grandes misterios de la cultura es descubrir quién fue Shakespeare. Así como hay excavadores en busca de civilizaciones perdidas, investigadores de muchas partes, sobre todo ingleses, se dedican, desde el siglo XVII, a determinar quién fue Shakespeare. Somos curiosos, y una gran sombra rodea la figura del poeta, que es nada menos que el mayor dramaturgo de Occidente. ¿Nació realmente en un pueblo rural, a dos horas de caballo de Londres? No es seguro, porque a los 24 años empezó a escribir un largo poema épico, que como su nombre lo indica, Venus y Adonis, evidenciaba un autor con una gran formación. ¿Y si Shakespeare hubiera sido un noble londinense que ocultaba su personalidad por X razones? A lo largo del tiempo se elaboraron muchas teorías, sobre su clase social, el origen de sus temas, su manera de escribir, su manera de hacerse una posición económica, hasta sobre su sexualidad.

En los últimos 30 años cobró preeminencia el interés por entender qué vínculo lo ataba a Michel de Montaigne. Se sabe de hace tiempo que para escribir sus obras históricas Shakespeare saqueó a Plutarco y sus Vidas Paralelas de ilustres griegos y romanos, así como a historiadores ingleses. Partes de sus textos están íntegramente copiados en sus obras. Pero el vínculo con el pensador galo, prácticamente contemporáneo suyo, llamado el primer filósofo francés, es de índole filosófica. Aparecen, en boca de algunos de sus personajes, fragmentos de sus escritos, casi literalmente.

¡Hay investigadores que se divierten poniendo a un lado un texto de Montaigne y al otro un parlamento de Hamlet, o de El Rey Lear! Lamentablemente, para disfrutar de esta curiosidad, hay que saber inglés. Porque incluso Shakespeare, que no sabía francés, copia textos de la versión de su primer traductor, un tal Florio. Para muestra, basta un parlamento.

“Ya que estamos amenazados por tantas clases de muertes, sería más conveniente temerles a todas, antes que soportar solo una. ¿Qué importa cuando llegue, si es imposible de evitar?”

Este es un texto de un escrito de Montaigne. En la obra de Shakespeare Julio César, en el II° acto, el protagonista dice algo parecido:

“Los cobardes mueren muchas veces antes de morir,
El que es valiente prueba la muerte solo una vez.
De todas las cosas sorprendentes que escuché
La más extraña es que los hombres tengan miedo,
Viendo que la muerte, un fin necesario,
Llega cuando llega”.

¿Y por qué es tan importante el vínculo entre Shakespeare y Montaigne? Porque además nos permite atisbar algunas facetas desconocidas del profundo y muy complejo pensamiento del dramaturgo. 

Filosofar es aprender a morir: ese es el título de uno de los más famosos ensayos de Montaigne. Ahí leemos: “De la misma manera que viniste de la muerte a la vida, vuelve de la vida a la muerte, sin pasión ni asombro…”

Tal vez este texto inspiró lo que le dice de Edgar a Gloucester, en el V° Acto de El Rey Lear: “Ningún hombre muere antes de que le llegue su hora. El tiempo que dejas atrás, era tan tuyo como el que dejaste antes de nacer, y ya no te concierne… Tu vida termina donde sea, y eso es todo”.

Más adelante, este añade: “Los hombres deben soportar tanto el ir lejos de aquí, como el volver…La madurez es todo”.

Shakespeare leyó a Montaigne, porque sus escritos hicieron furor entre sus contemporáneos. El bardo tenía 16 años cuando Montaigne publicó sus primeros ensayos en Paris, que rápidamente llamaron la atención. Y a fines del siglo XV, cuando empezó a escribir sus grandes tragedias, los escritos de Montaigne ya eran muy conocidos. Porque antes de aparecer en un libro, habían circulado en papel no impreso, una costumbre de entonces. En 1603, cuando se publicó la primera versión de Hamlet, apareció la traducción completa de Florio. Para entonces, por lo que veremos, Shakespeare los conocía bastante.

Y, ahora bien, ¿por qué la importancia de Montaigne es tan grande? Él vive de 1533 a 1592, cuando la estructura económica y espiritual de Europa era todavía muy parecida a la de la Edad Media. Aunque en las ciudades había mucha ebullición, los reyes seguían siendo soberanos con mucho poder, los nobles manejaban sus extensas tierras a voluntad, los campesinos trabajaban de sol a sol y la iglesia recordaba a todos que habían nacido pecadores. Hace poco se encontró una carta de un duque a otro noble, vecino suyo, donde le dice que descubrió que sus campesinos rendían más si antes de ir a cumplir con sus faenas comían algo. ¡O sea, la norma es que se despertaran y fueran al campo en ayunas! En Italia, no muy lejos de donde Montaigne escribe sus ensayos, en 1616, no mucho después de su muerte, el Vaticano se permitirá declarar “herética” la idea de que la tierra da vueltas alrededor del sol como proponía Galileo. En consecuencia, sufre arresto domiciliario hasta su muerte. Antes, Giordano Bruno había sido quemado vivo. En muchos lugares todavía se quemaban mujeres, acusadas de brujas, y la iglesia de Roma, ante la amenaza de una fuerte competencia religiosa, había elegido a España como “campeona del catolicismo”. Ahí, desde hacía tiempo, la Inquisición se pavoneaba con total libertad.

Pero eso no es todo. Hasta hace poco se difundía la idea de que en ese momento las “fuerzas naturales” de la historia evolucionaban y poco a poco nacía el capitalismo. En realidad, el impulso al cambio lo dio el monstruoso tráfico de esclavos, oculto durante tanto tiempo. Del siglo XVI al XIX, este “negocio” movilizó enormes sumas de dinero. Crecieron, como hongos, los bancos y las compañías de seguros. Los arquitectos diseñaban barcos que pudieran transportar el mayor número de negros, encadenados por supuesto. ¡Se conservan diseños! A la cabeza estaban los piratas transportistas de origen inglés, a los que seguían los portugueses, españoles, franceses y neerlandeses. Todos negociaban con los jefes de tribus de los países costeros de África, que vendían sus congéneres más jóvenes y capaces. Los historiadores africanos llaman “maafa” a este período que, en el idioma suajili de África Oriental, significa “Gran Desastre”. Ese continente todavía no pudo reponerse de lo que significó una sangría de se cobró unas 7.500.000 de víctimas.

Montaigne vivió en ese mundo. Nació en Francia, en una familia acomodada, y recibió una esmerada educación. Viajó por toda Europa, fue alcalde Burdeos, hasta pasó un tiempo en la cárcel. Y cuando vio que las guerras religiosas que asolaban a su país aumentaban en vez de detenerse, decidió encerrarse en su castillo. Meditar y escribir, sobre todos los eventos del cielo y de la tierra, se convirtió en su empresa. Hoy, sus trabajos constituyen una colección de anécdotas de valor inestimable. Ahí habla hasta sobre las costumbres y creencias de sociedades lejanas, de las que informa con sugestivo respeto. A primera vista parecen comentarios sobre viejos y nuevos libros, y observaciones agudas sobre comidas, ropa y hasta modas de todas las épocas, pero sus escritos son mucho más que eso. Alguien que lo visitó, contó que tenía una graciosa costumbre: en las vigas del techo pegaba máximas de los sabios antiguos, griegos y latinos.

Sus observaciones sobre estos temas parecen fragmentarias, y desconectadas, pero siempre son originales, sugestivas y contagiosas. Veamos algunos títulos como ejemplo: Filosofar es aprender a morir, De la amistad, De los caníbales, De la soledad, De la inconstancia de nuestros actos. Estos escritos también nos dicen mucho sobre su autor, sin duda una persona muy curiosa, que de pronto hurgaba en un tema y, antes de llegar al fondo, para nuestra sorpresa cambiaba de opinión. ¡Le gustaba más preguntar que responder! No le gustaba esforzarse por encontrar una verdad. Era un escéptico.

No, considerado en su totalidad, Montaigne era lo que llamaríamos un estoico. Como el que esto escribe, como ustedes, los que leen los números de Florencio. O sea, alguien que valora los pequeños placeres, es modesto en sus costumbres, y sobre todo aprecia la amistad y el conocimiento. Y Montaigne, como todo estoico, también era un poco escéptico. Esto, ¿qué quiere decir? Que no creía que el mundo se pudiera arreglar fácilmente. Eso se ve en todos sus artículos, que aún hoy impresionan por su actualidad. ¿Por qué digo “un poco” escéptico? Porque por momentos, como nos pasa a todos, cree en un mundo mejor, se entusiasma y envía señales de optimismo por todos lados.

A propósito de esto, en su ensayo Sobre los caníbales, imagina un estado natural de felicidad, del que supuestamente gozarían los indios americanos:“Se trata de una nación donde no existe ningún tipo de comercio; ningún conocimiento de letras; ninguna ciencia de los números; ningún nombre de magistrado ni de cargo político; ninguna costumbre de vasallaje, de riqueza o de pobreza; ningún contrato; ninguna sucesión; ningún reparto; ninguna ocupación que no sea ociosa; ningún respeto de parentesco que no sea común; ninguna ropa; ninguna agricultura; ningún metal; ningún uso del vino o del trigo…”

¡Quizá este ensayo inspiró a Shakespeare a escribir La tempestad! Aquí, el personaje Gonzalo dice: “En mi república yo dispondría las cosas al revés de cómo se estilan. Porque no admitiría comercio alguno ni nombre de magistratura; no se conocerían las letras; nada de ricos, pobres y uso de servidumbre; nada de contratos, sucesiones, límites, áreas de tierra, cultivo, viñedos; no habría metal, trigo, vino ni aceite; no más ocupaciones; todos, absolutamente todos los hombres estarían ociosos; y las mujeres también que serían castas y puras, nada de soberanía”.

El tema de Hamlet. Ser… ¿o no ser?

Shakespeare, el insondable.

“Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que soñaste en tu pensamiento”, dice Hamlet en un momento.

Michel Eyquem de Montaigne. Por Stefano Bianchetti/Corbis 

Vimos algunas de sus opiniones, compartidas con Michel de Montaigne, que están en boca de algunos de sus personajes. Pero los que hacemos teatro, sabemos lo complicado que es interpretar lo que dice un personaje. ¿Piensa así, o lo que dice lo hace para impresionar al que lo escucha? ¿Cuál es el subtexto de su discurso? En la época soviética, hubo algún que otro crítico dogmático, que cansado de destruir lo que hacían los vivos empezó a tomársela con los muertos. ¡Lo que no se dijo de Shakespeare! Por ejemplo, que despreciaba al pueblo. Es cierto, en Julio César y en Coriolano, se muestra un pueblo que cambia fácilmente de opinión. Si el bardo hubiera estado vivo, seguro que lo mandaban a Siberia.

En esa Londres bulliciosa, Shakespeare llegó a ganar mucho dinero. No como autor de comedias y tragedias, sino como dueño -junto con otros socios-, de uno de los grandes teatros de Londres. O sea, de la suma que dejaba el público en cada representación. ¡Como diríamos hoy, era un empresario autor! Era cuidadoso con la plata; con las utilidades compraba propiedades, ponía dinero a interés. ¡Hasta se ocupó de recuperar el escudo de su familia! Y como observó certeramente un estudioso, entre tanto personaje desaforado que muere llevándose a la tumba a unos cuantos, tiene también sus personajes “positivos”: los Horacio de Hamlet, Bruto de Julio César, Antonio de El mercader de Venecia, que son cautos, que antes de apasionarse recurren a la razón, que llevan una vida frugal, que observan atentamente lo que pasa alrededor. Eso sí, de los que mencioné, salvo Bruto, son personajes secundarios. Anticipan a los burgueses de la próxima era industrial.

Ya vimos un poco lo que pensaba Montaigne de la muerte. Un estoico, muere estoicamente. En un lugar de un escrito que ya hemos mencionado, Filosofar es aprender a morir, dice irónicamente que algunos prefieren hasta no nombrar a la muerte: “Los romanos, habían aprendido a suavizar el término, y en vez de decir de alguien ha muerto, decían ha dejado de vivir, ha vivido”.

Y agrega, en otro párrafo: “Más qué, los viejos y los jóvenes dejan la vida igual. Todos la abandonan como si acabaran de entrar en ella… Ya que ninguna coraza puede protegernos, aprendamos a hacerle frente a pie firme y a combatirla… Para que no nos sea extraña, tratémosla, frecuentémosla, que nada tengamos tan a menudo en la cabeza como la muerte… Quiero que obremos y prolonguemos las tareas de la vida tanto como sea posible, y que me halle la muerte sembrando plantas comestibles, indiferente a ella y más aún a mi imperfecto jardín”.

Hamlet no piensa así. Su tema, es otro. El suicidio. Shakespeare dice, en un fragmento de famoso monólogo de ese personaje:

“Morir: dormir;
Ya nunca más; y con un sueño decir que terminamos
Con el dolor del corazón y todos los golpes
Que recibe el cuerpo, por lo que es un fin
Que devotamente puede desearse.
Morir: dormir;
Dormir, quizá soñar: ja, ahí está el problema;
Porque en ese sueño mortal, las cosas que pueden
                                       aparecer
Cuando nos hayamos despojado de esta piel,
Nos detienen”. 


Y ya está en el V° acto, conversando con su amigo Horacio, cuando vienen a avisarle que el rey, su tío, ha preparado un duelo, y que lo espera con su contendiente. Horacio se asusta. Tiene un mal presentimiento. Hamlet le responde así:

Shakespeare Quartos Project

“No creo en presagios. Hasta en la caída de un gorrión interviene una providencia especial. Si esta es la hora, no está por venir; si no está por venir, esta es la hora; y si esta es la hora, vendrá de todos modos. No hay más que hallarse prevenido. Porque si nadie es dueño de lo que ha de abandonar un día, ¿qué importa abandonarlo tarde o temprano? Sea lo que fuere”. 

Como sabemos, Hamlet cae en una trampa, y muere porque lo atraviesan con una espada envenenada.

“Hamlet y Hamnet, en ese entonces, significaban lo mismo”, dice una novelista actual que escribió un libro sobre Hamnet, el hijo de Shakespeare que murió a los 10 años durante una peste. ¿La obra, entonces, fue también un recordatorio?

Y Shakespeare, que “se va” a los 52 años, ¿murió estoicamente? Es posible, porque al pasar, suavemente, menciona su enfermedad, en uno de sus últimos sonetos, el 153. Es uno de esos que dedicó a un muchacho, al que amaba apasionadamente. Murió debido a una enfermedad venérea, la sífilis, y así habla de ella:

“Un baño muy caliente, que los hombres usan
Para enfrentar extrañas enfermedades”

Meterse en una bañadera llena de agua muy caliente, con gotas de mercurio, era lo único que demoraba una muerte que llegaría inexorablemente. De ahí el famoso dicho: “Una noche de placer, una vida de mercurio”.

Entonces, para terminar, ¿Shakespeare fue discípulo de Montaigne? El filósofo francés pegaba en las vigas de su techo frases de pensadores griegos y latinos. El dramaturgo inglés las insertaba en sus obras. Que cada uno saque sus conclusiones. 

Ricardo Halac