EL DECESO DEL NOTABLE ACTOR

Adiós al más grande: Pepe Soriano

Adiós al más grande: Pepe Soriano

El 13 de setiembre último, doce días antes de cumplir los 94, nos dejó Pepe Soriano, la nave insignia de los actores argentinos.

Una claudicación renal tan inesperada como irreversible logró quebrar su gallarda salud y esa energía permanente que irradiaba, casi un aura que formaba parte de su persona. Vital y siempre alerta, si tenía una entrevista periodística era el primero en llegar, si surgía un problema laboral era también el primero en involucrarse.

Cuando lo nombraron presidente de SAGAI –entidad que percibe y paga las repeticiones extendiendo a los intérpretes el derecho que desde hace tanto cobran los autores- Pepe salió a buscar las cortinas para su despacho con el entusiasmo de un chico. Así era en todo momento. El teatro lo capturó de adolescente y lo ayudó a huir de una infancia dura en lo afectivo ya que fue abandonado por su padre que casi no visitaba la casa natal y a los doce años perdió a su madre. De hecho, fue criado por su hermana mayor y sus abuelos. Ya a comienzo de los ´50 empezó lo que apuntaba como una auténtica profesión. Lo ayudó mucho el famoso director teatral Antonio Cunill Cabanellas, a quien conoció en el grupo independiente de la Facultad de Derecho. No tardó en mostrar virtudes poco comunes y fue tenido en cuenta para valorizar papeles secundarios que con él crecían de modo llamativo.

Fotograma de “La Patagonia Rebelde” de Hector Olivera

Después llegaron los protagónicos y para Pepe el escenario pasó a ser casi su verdadera vida: ¡Ah! Soledad, de Eugene O’Neill; Rashomon, Adriano VII (un Papa inolvidable), El inglés (junto a otro grande, Juan Carlos Gené); Parra (un Parravicini delicioso);Lisandro, de David Viñas (con una entrega que le costó un quiebre psíquico importante); Tributo, Frank V, Canto Latinoamericano, Gris de ausencia, de Roberto Cossa (una joya de Teatro Abierto); Volpone (hubiera sido otro impacto, pero se peleó con el San Martín); Desde la lona; de Mauricio Kartun; Mi Bella Dama, El violinista en el tejado (Tevie, el lechero) y El precio, de Arthur Miller, entre muchas otras destacadas actuaciones. No hace mucho nos llenó de congoja con El padre, una dura plasmación del Alzheimer.

Pero además y desde muchísimos años atrás, cada vez que aflojaba el trabajo grande, Soriano se convertía en un humilde cómico de la legua y salía a buscar públicos a veces vírgenes de teatro con El loro calabrés, más que función, verdadera ceremonia que terminaba cuando él repartía una hogaza de pan.

Fotograma de “Tute Cabrero” de Juan José Jusid, con guion te Tito Cossa

Por supuesto, el cine nacional le brindó un espacio ideal para su talento. Prestigió numerosos títulos pero no pueden dejar de mencionarse el dibujante miope de Tute cabrero, el alemán de La Patagonia rebelde, el justiciero de Las venganzas de Beto Sánchez, la abuela voraz y alegórica de La Nona, el caricaturesco truhán de Una sombra ya pronto serás, el viscoso lobbista de Sentimental, el doble del dictador Francisco Franco en Espérame en el cielo y sobre todo el impresionante Lisandro de la Torre de Asesinato en el Senado de la Nación, uno de sus gigantescos trabajos para la pantalla.

En lo personal fue un amigo entrañable y durante muchos años –cuando yo era un niño-adolescente y Pepe estaba ya en su primera juventud-, vecino de Colegiales, donde luego recuperó su casa de infancia cuando regresó de España. Pero fuimos víctimas de una travesura urbana: vivíamos a tres cuadras y en la misma calle Amenábar, pero cortada al medio por las vías del tren que trazando su curva impiden el paso. Por suerte y debido a nuestros oficios, esa mutilación fue generosamente compensada en tiempos posteriores. Tanto que hasta compartimos habitación en el fastuoso Hotel des Bains donde Visconti filmó Muerte en Venecia. Hoy me cuesta aceptar que hace poco tuve que decirle adiós.

Rómulo Berruti