El Vicepresidente de Argentores, Sergio Vainman, participó este miércoles 9 de abril del encuentro “Más allá de los créditos: Fortalecer los derechos de los Autores Audiovisuales”, convocado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), en su sede de Ginebra, Suiza.
La mesa fue presentada por Constance Herreman Follain (Directora de Asuntos Jurídicos e Institucionales de CISAC) y Ángeles González-Sinde Reig (Vicepresidenta de CISAC), y contó con la presencia de Barbara Hayes (CEO de la sociedad de gestión colectiva de Reino Unido ALCS) como moderadora. Junto a Sergio Vainman también estuvieron presentes Emmanuelle Fournier-Lorentz (guionista – Suiza), Kenneth Gyang (guionista – Nigeria), Serge Akpatou (Delegado del Sociedad Marfileña para la Gestión Colectiva del Derecho de Autor y Derechos Conexos) y Christopher Geiger (Profesor de Derecho – Italia).
TEXTO COMPLETO DE LA PONENCIA DE SERGIO VAINMAN
Decía Ulpiano, el enorme jurista romano, hace ya dieciocho siglos, que Justicia es dar a cada uno lo suyo. El paso del tiempo y el avance de la historia no han podido alterar esta verdad, sino antes bien confirmarla en plenitud. Cuando ese “cada uno” del que habla la frase no recibe lo suyo, es decir lo que le corresponde por su esfuerzo, por su trabajo, por su talento o por su derecho; cuando alguien se interpone en el camino y se lo niega, se lo quita o se lo apropia, nos encontramos cara a cara con la injusticia. Y esto aplica en cualquier orden de la vida, en cualquier situación, en todo escenario, también en el que nos ocupa hoy en esta reunión.
Los guionistas y directores somos la materia prima a partir de la cual se desarrolla toda la cadena de valor del audiovisual en el mundo. Sin nosotros, sencillamente, no hay obra. Así de fácil para definir, un concepto elemental, diríamos, dicho sin pedantería alguna sino basado en la realidad de todos los días y todos los países donde se produce audiovisual. Por lo tanto, haciendo cuentas rápidas, resulta que miles de millones de dólares invertidos en el mercado global y en expansión constante, contenidos que viajan sin pausa por el mundo, patrones de consumo y promoción de la cultura, necesitan sí o sí de nuestra presencia y nuestro trabajo de creadores, sin los cuales no existiría cine, radio, televisión o plataformas online. Nada tendrían para ofrecer los empresarios del mercado de industrias culturales y nada para disfrutar los espectadores del planeta.
A muchos, seguramente, no les gusta escuchar esta verdad y creen que exagero. Es porque desconocen en profundidad el proceso de formación y desarrollo de una producción audiovisual. Yo me siento con derecho a emitir opinión porque no extraje la afirmación de ningún libro, no la aprendí en ningún manual de guion ni me fue revelada por mensaje divino en un sueño místico. Hace cincuenta años que escribo audiovisual. Nada más, ni nada menos. Y en ese largo recorrido, puedo asegurarles que jamás conocí una serie, una telenovela o una película sin guion o sin dirección. Lo que sí he visto – y sigo viendo desgraciadamente – es a cientos de amigos y colegas en todo el mundo que han sido despojados del derecho exclusivo sobre sus obras, gracias a que no existe aún un reconocimiento universal que proteja a los creadores y les permita recibir una remuneración justa por la utilización de esas obras, que mientras enriquecen a los usuarios dejan huérfanos a los padres de la criatura.
Imaginen por un instante la situación de un guionista o un director que, debido a los contratos leoninos que se vio obligado a firmar para poder ejercer su profesión, ha cedido el derecho sobre sus obras y se encuentra, al final de su carrera, con las manos vacías mientras sus películas, sus series, sus telenovelas o sus documentales, siguen produciendo dinero – y mucho – a quienes los exhiben. Contempla con nostalgia de niño pobre, los dulces que otros disfrutan detrás del vidrio. Esas obras audiovisuales han nacido de su talento, son hijas de noches de insomnio y descansos postergados, pero hoy son patrimonio ajeno.
Algunos podrán preguntarse por qué los profesionales se avienen a firmar en condiciones tan desfavorables. También puedo explicar eso con una sola frase, tan contundente como la de Ulpiano: el hambre es una puerta pequeña y hay que agacharse para pasar. Desgarrador, pero lamentablemente cierto. He tenido delante de mis ojos contratos en cuyas cláusulas se leía: “el autor cede el derecho para que la obra pueda ser reproducida, total o parcialmente, modificada o adaptada, en versión libre y con otro título, sus personajes utilizados para la comercialización independiente; en todos los medios de comunicación inventados y por inventar, creados y por crear; en todos los territorios del planeta descubiertos y por descubrir; sin límite alguno de tiempo ni de cantidad de usos”. Doy mi palabra de que no he agregado nada de mi cosecha o de mi imaginación de guionista. Así son los contratos y el que no los firma sin protestar, ni escribe ni dirige. Por los siglos de los siglos, amén.
No hace falta que le señale a un auditorio inteligente que en esta historia no recibe cada uno lo suyo. Muy por el contrario, hay desde el inicio una asimetría y una desproporción manifiestas, obvias de toda obviedad, que dejan al creador en medio de un desierto legal donde, lo único que puede hacer para conseguir apenas un vaso de agua que calme la sed por un día, es bajar la cabeza otra vez para poder pasar la puerta enana y firmar un nuevo contrato by out, que vuelva a despojarlo de su próxima creación. Un círculo vicioso que se reitera hasta el día en que los cambios del mundo, los achaques y el irreversible paso del tiempo lo alejan del circuito productivo.
Pero nada de esto está escrito en piedra, ni es inmodificable. Los grandes males se curan con grandes remedios. Existe, en principio, una manera de revertir la injusticia existente y empezar a dar a cada uno lo que le corresponde: deben ser las leyes las encargadas de equilibrar la balanza, como política de cada estado para proteger a sus creadores. Esto es la necesaria introducción de una disposición legislativa que conceda a los autores audiovisuales – guionistas y directores – un derecho irrenunciable e inalienable a recibir una remuneración equitativa por cualquier acto de explotación de sus obras, a cambio de la cesión de sus derechos de explotación a favor del productor, pagada directamente por cada licenciatario y administrada por las organizaciones de gestión colectiva.
Los creadores no queremos dádivas pasajeras de un gobernante sino estabilidad de nuestros derechos consagrados en instrumentos legislativos que perduren en el tiempo. Será la ley y no el capricho quien determine la proporcionalidad de esa remuneración, basándose en los ingresos y ganancias del licenciatario final y lo hará creando un derecho irrenunciable e inalienable para evitar que, presionado por las circunstancias a las que hice referencia, el autor se vea obligado a cederlo o, directamente, renuncie a él. Aunque el autor tenga dificultades para negociar los derechos exclusivos sobre su obra de forma individual, se verá compensado por el derecho de remuneración que le garantiza un pago por cada modalidad de explotación. No sentirá la injusticia que siente hoy ante el negocio millonario que pasa frente a sus ojos, usufructuando el producto de años de trabajo, sin recibir nada a cambio.
Y deben ser las organizaciones de gestión colectiva las encargadas de velar por el cumplimiento de ese derecho creado. La complejidad, multiplicidad y velocidad de circulación de los contenidos audiovisuales en estos años hace imposible y absurda la pretensión de una gestión individual de este derecho. Las sociedades de gestión colectiva son, sin duda alguna, el bastión que sostiene y el escudo que defiende a los autores y, a lo largo y lo ancho del mundo, lo demuestran diariamente.
Debo decir, antes de terminar que, para poder crear una conciencia efectiva de la necesidad de este derecho universal, se impone hacer previamente un estudio sobre la realidad legal existente en todos los países donde hay producción audiovisual. Un estudio que corrobore con cifras, textos de legislación comparada y datos duros lo que venimos sosteniendo desde hace años los creadores en cada foro internacional. Por eso le pedimos a OMPI que tome cartas en el asunto y disponga esa investigación, a la que nos comprometemos a aportar toda nuestra experiencia y nuestros conocimientos, a fin de llevarla a buen puerto.
He tenido la enorme satisfacción de participar, junto a mis hermanos del guion y la dirección, en la lucha por la creación de leyes de protección autoral en distintos países de América. Estuve en Santiago de Chile con la Presidente Bachelet cuando se peleó por la Ley Larrain, que finalmente creó un derecho de remuneración a favor de directores y guionistas audiovisuales y también en Bogotá cuando nació la ley Pepe Sánchez, que hizo lo mismo para Colombia. Acompañé asimismo a los creadores uruguayos para conseguir igual objetivo. Tengo la esperanza de que OMPI escuche de la misma manera e inicie el estudio solicitado para conseguir el derecho.
Miles de creadores audiovisuales en el mundo están esperando recibir lo suyo. Hagamos justicia entre todos.