La cultura no se mancha

Un antiguo axioma afirma: “Así como la extinción de cualquier especie biológica afecta irremediablemente el orden natural del planeta, la pérdida de todo rasgo cultural, empobrece a la humanidad entera”.

Lejos de esta línea de pensamiento, las medidas adoptadas por el Gobierno referidas al ajuste discrecional de las actividades culturales, educativas y artísticas, amenazan seriamente con alterar precisamente el orden natural del universo cultural del país.

Y efectivamente, en tanto más se apliquen medidas restrictivas respecto de las ocupaciones ligadas a la cultura, la educación o las artes, más se contribuirá a la desaparición de aquellos rasgos distintivos que definen la esencia de una sociedad (la idiosincrasia argentina en este caso) con todos sus defectos y virtudes.

Parecería ser, por ejemplo, que en la escala de valores de la actual gestión, las profesiones ligadas a las llamadas carreras de ciencias duras son mucho más importantes que aquellas vinculadas a lo humanístico o artístico. Sorprendente y caprichoso desacierto.

En esa dirección, la propuesta de eliminar la gratuidad a las carreras humanísticas de las universidades públicas es determinante. Actualmente casi tres millones de estudiantes universitarios de todo el país se capacitan en las 132 universidades nacionales gratuitas de la Argentina.

Si avanzara esa propuesta cabría preguntarse, ¿qué porcentaje de ese estudiantado podrá estar al alcance de una cuota universitaria? Fácil sería suponer qué sucederá con los miles de alumnos cursantes de esas carreras ante la imposibilidad de afrontar el monto de sus matrículas.

En contraste con esta restringente mirada, diferentes corrientes de pensamiento opinaron de forma distinta sobre las industrias culturales.

Desde los filósofos Adorno y Horkheimer de la Escuela de Frankfurt, hasta Eric Fromm y el propio Sigmund Freud, todos dedicaron extensas páginas a la dialéctica esencial del mundo de la cultura, para entender sus razones y posicionar sus propias ideologías.

El concepto industria cultural fue desarrollado en 1947 por los alemanes Theodor Adorno y Max Horkheimer en su ensayo “Dialéctica del Iluminismo”. Aunque en un principio el término fue utilizado en singular, posteriormente y hasta la actualidad se lo refiere en plural: industrias culturales.

Estrictamente, el concepto hace referencia al conjunto de actividades ligadas a la creación, producción, exhibición, distribución y/o difusión de servicios y bienes culturales, tales como el arte, el entretenimiento, el diseño, la publicidad, la gastronomía y el turismo. Todas, actividades de alto rendimiento económico en el mundo de hoy.

En ese sentido, el economista australiano David Throsby destaca en su libro Economía y Cultura la importancia de las Industrias Creativas como recurso genuino de comercialización y establece una clasificación basándose en el valor expresivo de las obras artísticas:

Valor Estético: valor que refleja la belleza, la armonía y la forma, así como otras características estéticas.

Valor Espiritual: éste podría ser secular o religioso. La búsqueda por la comprensión espiritual es compartida por todos los seres humanos. Los beneficios derivados del valor espiritual son el entendimiento, la percepción y la ampliación de la conciencia.

Valor Social: un importante aspecto del trabajo artístico es que es capaz de construir vínculos entre personas que de otra forma serían individuos aislados. El arte ilumina a la sociedad y crea contextos en los que las relaciones humanas pueden prosperar.

Valor Histórico: parte de la importancia de los productos artísticos es que ofrecen un reflejo (como una foto) del instante y de las condiciones del momento en que fueron creados y, a su vez, aportan claridad y un sentido de continuidad con el presente.

Valor Simbólico: los objetos expresivos se encuentran cargados de significados. En la medida en que el espectador de un trabajo creativo pueda extraer el sentido de la obra, el valor simbólico de la obra se hallará en el significado transmitido por la obra y en el valor percibido por el espectador.

Valor de Autenticidad: se refiere al hecho de que el trabajo creativo representa una real, original y única obra de arte.

En ellos, Throsby reconoce la relevancia de estos conceptos destacando su correlato en el valor comercial de las obras o productos creativos que generan las industrias culturales.

Por consiguiente, ante esta notoria embestida contra las industrias culturales en general, cabe preguntarse, cuál es el objetivo final de este organizado desquicio.

Porque, si bien el patrimonio cultural de un pueblo no se mide en valores de mercado, constituye, además de una enorme riqueza ligada al peso intrinseco de su historia, al cúmulo de su memoria pretérita, al legado de quienes, desde el pasado, formaron la alquimia de su presente, un auténtico, innegable y genuino recurso económico.

Junta Directiva de Argentores