Acabo de egresar de la carrera de guion en la ENERC luego de una turbulenta cursada de cinco años que comenzó con la pandemia global de COVID-19 y terminó en la incertidumbre política y económica del gobierno de Javier Milei. Pero todos aquellos retrocesos no detuvieron lo que fue, en mi opinión, la formación de una gran camada de guionistas. Sin embargo, al llegar al final de la carrera, una pregunta persiste entre mis compañeros y yo: ¿Cuál es el rol del guionista dentro del modelo de industria propuesto por la ENERC? ¿Qué dinámica debe existir entre el guionista y el director?
He identificado tres modelos de guionistas dentro del proceso creativo: el guionista que escribe y vende su guion, aceptando que una vez que aquella obra ya no es suya, puede sufrir un sinfín de cambios y adaptaciones sobre los cuales no tiene ningún tipo de poder de decisión; el guionista que escribe el guion y luego lo dirige, manteniendo un control total sobre su obra; y por último el perfecto match de un guionista y director, en el cual se establece una colaboración perfecta donde ambos roles se complementan para crear una obra coherente y bien realizada, como por ejemplo fue el caso de Beatriz Guido y Leopoldo Torres Nilson.
Cuando el alumno ingresa a la ENERC (Sede Amba), le es asignado un grupo con el cual trabajará durante todo el primer año de la carrera y, si la relación prospera, por el resto de la cursada. Dentro de cada grupo hay siete integrantes y cada uno corresponde a una especialidad: guion, dirección, fotografía, sonido, montaje, arte y producción. La selección de dichos integrantes, hasta donde sabe el alumno, es aleatoria, y la dinámica de trabajo está pensada para que los alumnos aprendan a cumplir con sus roles dentro de aquel pequeño simulacro de industria audiovisual.
La ENERC no exige a los guionistas y directores que establezcan algún tipo de vínculo específico, y pretende que con el pasar de los años los grupos se vayan acomodando según sus afinidades, como en una suerte de mercado de pases. Pero aún siendo este el caso, no hay un entendimiento claro de los límites de cada rol, lo cual puede generar confusión y frustración entre los alumnos (a no ser que el guionista haya encontrado su media naranja entre la camada de directores, pero no todos corremos con la misma suerte de Beatriz). No solo los vínculos entre los alumnos pueden volverse engorrosos, sino que el verdadero fin de todo aquello, es decir, la pieza audiovisual en la que el grupo entero trabaja, a veces resulta en un cortometraje sin rumbo, sujeto en sus partes como un pequeño Frankenstein audiovisual, derivando en una eterna frustración por parte del alumnado, ¿entonces por qué no empezar a tratar el problema desde esta primera etapa?
No considero que exista una rápida y única solución, pero percibo la necesidad de poner en discusión el asunto debido a que atraviesa no solo a los guionistas y directores, sino también a todos los alumnos de la escuela. Debemos incluso abrir el debate por fuera de la ENERC y preguntarnos también si las escuelas y universidades de cine están formando profesionales para una industria que quizás ya no existe como tal, y cómo nos deja parados ese asunto una vez que nos lanzamos como profesionales al mundo de la producción audiovisual.
Malena Lerzo (egresada ENERC carrera de guion)