Se despliega una pantalla. El proyector se enciende. Adolescentes entre 13 y 15 años vivencian cautivados el relato de una película argentina de los 90. El aplauso final se interrumpe cuando el actor protagónico, acompañado por el director de la escuela, se dispone a dialogar con los y las estudiantes. Los minutos de silencio incómodos se suceden hasta que un muchachito, de los más jóvenes, se atreve a preguntarle al actor cómo es que está ahí si él vio que había muerto en la película.
Esto no ocurrió en tiempos pasados, fue apenas hace unos años en una escuela rural. Un día en que chicas y chicos que dominan muy bien sus celulares asistían por primera vez a la experiencia del cine.
Nuestras películas no solo van a festivales internacionales y ganan premios en todos sus rubros; a veces, con suerte, se proyectan en salas de todo el país. Y también van a las escuelas para acercarles el cine a quienes pertenecen a familias que no tienen la posibilidad de sacar una entrada, y estos chicos terminan por desconocer aquello a lo que no tienen acceso.
La cultura no es un campo donde se ganan o se pierden batallas. Todos somos bichos culturales que producimos recambios y transformaciones tanto por lo que hacemos como por lo que no hacemos. Repetimos, deconstruimos o resignificamos lo que nos viene de otras generaciones sin siquiera ser conscientes de esta transmisión y así vamos trazando nuevos rumbos. El cine es imagen y sonido en movimiento, crea tiempos en otros tiempos. Alquimia de la cultura.
Se ve lo que se quiere o lo que se puede. Nuestro cine ofrece una multiplicidad de espejos que dan cuenta de nuestra diversidad cultural, y eso da identidad y goce a la mayoría, pero también asusta a no pocos.
Para quienes perciben una realidad solo numérica, las personas son cantidades que se suman o se restan. Si el cine da buenos números es negocio, si no lo hace es cultura entendida como un gasto que hay que extinguir.
Vivimos un tiempo en el que domina el grotesco.
Es frecuente que la palabra se asocie a grosería, broma, chabacanería, trazo grueso y aunque todo esto abunde en el discurso de todos los días, el grotesco es un género dramático. En Italia el dramaturgo Luigi Pirandello ganador del Premio Nobel de Literatura en 1934, denomino “grotesco” a su estilo teatral; mientras simultáneamente en Argentina, Armando Discépolo con su grotesco criollo dio obras memorables que pasaron al cine como El movimiento continuo, Mateo, Giacomo, El organito, entre otras.
Ya en los 70, Lina Wertmüller guionista y directora italiana, realizó extraordinarias películas del género como Mimi el metalúrgico, Pasqualino Settebellezze, por dar ejemplos.
Una de las características del grotesco es que el protagonista tiene una imagen de sí mismo que no se condice con la realidad. Hasta que llegado un momento la realidad se impone, y al verse tal cual es tiene dos posibilidades: o rompe el espejo que lo refleja o se rompe a sí mismo.
Para quienes se protegen en las redes y construyen su identidad idealizada, la cultura es peligrosa porque devela. La ilusión grotesca es que si se rompen los espejos la imagen ideada permanece. Entonces no se optimizan las herramientas culturales para aumentar su eficacia, como podría ser el INCAA: se lo desfinancia para que no haya cine o que solo los poderes económicos, sobre todo transnacionales, puedan realizarlo e invadirnos con sus cosmovisiones.
La cultura no puede esfumarse, de la cultura no nos podemos escapar, nos desafía a encontrar nuestro ser, nuestra mirada y a manifestarla.
Bernard Shaw decía que, si yo tengo una manzana y vos tenés una manzana y nos cambiamos las manzanas, los dos tendremos una manzana. Pero si yo tengo una idea y vos otra y nos intercambiamos las ideas, los dos tenemos dos ideas.
Están quienes desean acumular manzanas y escuchar solo sus voces, para que la idea de otro no los atraviese y desestructure su ilusión.
Otras personas solo pueden ver las manzanas que algún día volverán a comer. Pero a ellas no habrá quien les quite sus ideas ni las películas que imaginan. Nadie puede impedir que se aferren a su cultura, nutrirse en ella y producir con otros y para otros, para así alcanzar las manzanas que les corresponden.
Junta Directiva de Argentores