Un puente tendido entre el oficio del guionista y la docencia.

Por Germán Loza*

A finales de 2001, mientras las medidas neoliberales golpeaban a las clases medias y bajas, Germán Loza,un adolescente del conurbano recién recibido de Maestro Mayor de Obras, desempleado y aficionado a la escritura, cuenta que  llegó casi por casualidad a un taller de cine gratuito en el Museo Histórico y de Artes de Morón. Ahí descubrió su necesidad de contar historias a través del lenguaje audiovisual…

Fue entonces cuando Gustavo Tarrío y Leonel D’Agostino, los docentes del taller, ambos formados en la ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica), notaron que mi interés iba más hacia el guion que hacia las cámaras, y me impulsaron a estudiar escritura.A principios de 2002, tuve la suerte de ser uno de los diez aspirantes que se convirtieron en alumnos de guion en la ENERC. Compartir ese espacio con compañeros de orígenes y experiencias tan diversos fue enriquecedor. Muchos estaban terminando carreras universitarias como Comunicación Social o Letras, mientras que yo llegaba con una formación técnica y algunos años menos. Los profesores, como Irene Ickowicz, Enrique Cortés, Cernadas Lamadrid y José Arhancet, nos guiaron durante tres años. Con ellos escribimos todo tipo de formatos, exploramos nuestras poéticas y trabajamos en equipo en cortometrajes de ficción y documentales.

Al finalizar la carrera, enfrentamos el vacío que viene con el salto del ámbito académico al profesional. Aunque teníamos herramientas para escribir, la realidad era mucho más compleja a la hora de insertarse en el mundo laboral. Durante un tiempo, junto a otros guionistas, nos unimos para crear proyectos y enviarlos a concursos. Conseguimos escribir una road movie documental que ganó varios premios internacionales, peroel éxito no se vio reflejó ni en lo monetario ni en los créditos. Así aprendimos una dolorosa lección: antes de escribir hay que firmar un contrato dejando en claro los derechos y obligaciones de las partes. Mientras tanto, conseguí trabajo de medio tiempo en un lavadero de autos (con alguna semejanza al de Walter White) y seguí formándome en la Universidad Nacional de las Artes en el área de guion.

En el 2007, surgió la posibilidad de ser ayudante de cátedra en la ENERC, gracias a Arhancet. Juanjo era un profesor apasionado también formado en la escuela de cine bajo otros paradigmas. Tenía una visión rupturista del cine y de la pedagogía, y con él descubrí una segunda pasión: la docencia. Un año más tarde, César Gómez, jefe de Cátedra de guion en la UNA, me sumó a su staff de profesores, donde me encontré con otro tipo de dinámica y un alumnado más diverso. El ámbito académico me mantenía actualizado sobre las nuevas tendencias, desde películas hasta series que empezaban a ganar terreno gracias a cadenas como HBO y FOX, entre otras. Además, el intercambio constante con los/as alumnos/as transformaban las clases en espacios de reflexión y de aprendizaje para todos/as.

En esos años,el INCAA ofrecía varias líneas de fomento y con unos amigos enerqueanosdesarrollamos el documental “Liebig”, que obtuvo un subsidio y logró llegar al Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Pero en este oficio, no sólo necesitamos ser creativos y saber escribir:  también debemos estar abiertos y receptivos a cualquier oportunidad laboral, por más mínima que nos parezca. Así sucedió con el primer trabajo de script-doctor que realizamos junto a Gustavo Intrieri, guionista y socio de aventuras. Años antes, mientras era estudiante, había conocido a un bailarín de tango y actor aficionado en un evento familiar. A él le había encantado un corto que yo había escrito y quedó el contacto abierto. Reapareció  en busca de ayuda, con un guion reprobado por el INCAA; estaba obsesionado con hacer su película y para lograrlo no dudó en invertir. Tras firmar contrato, armamos un informe preliminar sobre el estado del proyecto que resultó coincidir casi palabra por palabra con el informe de una ejecutiva de la Paramount. Nuestro cliente había presentado su guion en EEUU y se había guardado la devolución esperando nuestra respuesta. Este feedback nos reafirmó el primer nivel de nuestra formación académica. Finalmente, logramos reescribir un guion que logró trasformarse en la película soñada por su creador.

Con el tiempo, aparecieron nuevas oportunidades laborales vinculadas al mundo de la televisión. Estas circunstancias fueron atravesadas por otro factor necesario para nuestro oficio: la buena suerte. Juanjo me presentó a Martín Méndez, su viejo ayudante de cátedra, quien se había transformado en un dialoguista muy requerido en la industria. Junto aMarcelo Camaño, otro gran autor, buscaban dialoguistas para una serie que iba a ser producida para TV Pública. Logré escribir unas escenas que los convencieron para sumarme al equipo autoral. Pero como en todo proyecto, siempre aparecen los imprevistos. La productora quebró y la serie se cayó. Si bien sentía que la experiencia me había servido para aprender sobre el oficio,  la frustración volvió a aparecer, tal como había sucedido con la road movie documental…

A partir de las vivencias negativas, uno va aprendiendo a convivir con el fracaso y la bronca se disipa más rápido. Como reza la famosa frase nietzcheana: “Lo que no mata, te hace más fuerte”. Siempre hay  revancha y una forma posible de conseguirla es a través del trabajo en nuevas ideas. Y así seguí durante un tiempo…

A través de Martín, llegaron nuevos proyectos que lograron consolidarse y abrieron paso a nuevos conocimientos que uno aprende en el día a día. Pude nutrirme de colegas que venían con otras formaciones académicas y de otras experiencias de vida. Sin dudas, lo más valioso que me dejó ese proceso fue la consolidación de vínculos humanos. Esto es algo que trato de inculcar a mis alumnos: la conexión con otros es vital en nuestro oficio. El guion es solo el plano de un proyecto audiovisual, pero la película o serie cobra vida a través de un trabajo colectivo.

En nuestro arte, lidiar con los egos es fundamental para que el trabajo funcione. Esto es algo que también buscamos trabajar en las clases. En ese sentido (acá retomo mi oficio de Maestro Mayor de Obras)  si pensamos que la película es un edificio, el guionista es el ingeniero civil y el director es el arquitecto. Pero con ellos dos no alcanza para que la obra pueda construirse. Si pretendemos que el edificio se termine y habiliten el “final de obra”, necesitamos que los trabajos de pintura y cerrajería estén terminados; también que estén instalados los sistemas de luz,  agua y  gas; y que los sistemas cloacales y pluviales funciones de forma correcta. Como vemos la obra necesita de un trabajo colectivo para concluirse, y lo mismo sucede con un proyecto audiovisual. Saber qué defender, qué  negociar y a qué renunciar, es parte de nuestro oficio.

En tiempos donde el individualismo se pregona desde las esferas de poder, atacando lo público y construyendo un enemigo en los artistas, es más necesario que nunca aunar fuerzas y trabajar colectivamente. Sin la ENERC, sin las universidades públicas y sin los concursos del INCAA, muchos de nosotros no habríamos tenido la oportunidad de desarrollarnos en este oficio. Construir el guion de una nueva película con happy ending para este panorama sombrío depende de nuestra voluntad y de nuestra creatividad para enfrentar al enemigo a través de nuestras armas.  No será fácil, habrá frustraciones, pero jamás se negociará la entrega. A escribir y a usar todas las herramientas digitales a nuestro servicio. De una forma u otra, seguiremos contando historias. Es lo que sabemos hacer.

* Germán Augusto Loza es guionista egresado de la E.N.E.R.C. En sus inicio como estudiante de cine escribió varios cortometrajes entre los que se destaca El Asilo de la bestia, dirigido por Mariano Dawidson, el cual fue galardonado en diversos festivales de cine. Su carrera profesional la inicia como coguionista del largometraje documental Mundo Alas, película que obtiene numerosos reconocimientos, entre ellos el Premio Cóndor a mejor documental. Posteriormente, participa como coguionista de Liebig, un largometraje documental dirigido por Christian Ercolano exhibido en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

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