Cuando Shakespeare murió, Ben Jonson, que era su contemporáneo y compañero de profesión, dijo que William “No perteneció a una época, sino al tiempo”. Hay que ser un grande para despertar la admiración de los colegas, para que quienes compiten por el favor del público en este mundillo cargado de vanidad, reconozcan un talento como igual o mayor al propio.
Entre esas personas, capaces de trascender la rivalidad y las mezquindades, rodeadas de un aura intemporal que las mantiene alejadas de las miserias del mundo de los mediocres, sin duda está nuestro Tito Cossa, a quien todos – incluso desde las antípodas del pensamiento político – hoy rinden respetuoso homenaje.
Vivió como escribió y escribió tal y como transcurrió su existencia, larga e intensa: derecho, frontal y sin preciosismos innecesarios. Así como era en la vida de todos los días: profundo sin ser rebuscado y escribiendo la misma lengua que habla su pueblo. Es un mérito que hoy, frente a tanto hipócrita y tanto mistificador – que no resiste ver su propia imagen en el espejo y llena el aire de palabras vacías- agranda su figura y su recuerdo. Porque si algo tuvo Tito fue coherencia, tenacidad en las convicciones y una fe profunda en el fin último y social del ser humano, que contó para el mundo a través de sus obras eternas y populares, en esa mezcla arrabalera de bronca y ternura que lo mantenía duro con los miserables y misericordioso con los débiles.
No voy a extenderme con su obra dramática, porque de eso se ocuparán los críticos, los estudiosos y las necrológicas ad hoc. Sí voy a decir que se fue un cabrero insustituible, capaz de poner el grito en el cielo ante una injusticia y escribir una obra completa para denunciarla; un compañero de lucha inclaudicable, aún en los peores momentos; un hombre de la cultura que la defendió con valentía hasta su último aliento y, por sobre todo, un porteño de la más pura cepa que hizo culto de la lealtad y la amistad, sin admitir dobleces ni agachadas.
¿Qué mejor elogio para un hombre que decir que fue amigo de sus amigos, en las buenas, en las malas y en las peores?
¿Qué mejor legado, en estos tiempos de traidores e insensibles, que una conducta honrada y un enorme talento puesto al servicio de quienes más lo necesitaban?
¿Qué mejor recuerdo que verlo levantar humilde sus manos, manchadas de tabaco y de noche porteña, para silenciar un aplauso merecido?
No se fue, ni se irá Tito. Está en nosotros y en la historia del teatro argentino.
Como dijo el poeta: es tan imprescindible como el agua y el aire.
SERGIO VAINMAN
Vicepresidente de Argentores