En el arte no se entra, se irrumpe, solía decir Isidoro Blaisten. Y tal vez por eso el concepto de revelación artística aún perdura, acaso como un modo sutil de aceptar la imposibilidad de fijar ese instante que, en aquellos seres venidos al mundo con el arte encima, no es otra cosa que una orgullosa confirmación para sí mismos. Ya lo dijo el asesinado por una rosa en Cartas a un joven poeta (no podía ser de otra manera para un ser como Rilke) “Quiere usted saber si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien —ya que me permite darle consejo—, he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo.” Ahora ya hay un puente tendido, acaso porque no se habla de revelación en la naturaleza. Nadie diría que se reveló una mandarina y no hay mariposa que previamente a ser pupa no se haya mirado a sí misma como larva. Las expresiones artísticas deberían ser por siempre un misterio. Quién sabe si no es por eso que a los artistas les resulta tan incómodo materializar en palabras los distintos niveles que existen en el proceso creativo. Volviendo a la idea de revelación, ese instante decisivo, en el sentido de Cartier-Bresson, que las y los artistas experimentan al recibir un premio como un entendimiento –y no como una vidriera con número en la cuenta bancaria– que pronto deja de ser larva y se traduce en un genuino agradecimiento frente al micrófono, en un escenario, sosteniendo una estatuilla cuyo valor despojó para siempre al precio, mientras se suceden los anónimos aplausos. Momento en el cual la sonrisa se tensa hasta convertirse en breves gotas de lágrimas como pequeños espejitos de colores. Lo más conmovedor sucede siempre en el momento exacto del agradecimiento, palabras que no tienen ningún pudor en mostrar que están haciendo equilibrio y pasan rápido sin poder ser captadas en su esencia por ningún artefacto tecnológico. El agradecimiento para las y los artistas es un tren con vagones colmados de imágenes del pasado.
David Gudiño era un joven estudiante cuando escuchó mencionar por primera vez el Premio Trinidad Guevara y se dijo a sí mismo que algún día lo iba a ganar. Así comienza la entrevista que le realizamos desde Argentores al autor de El David Marrón ante la pregunta de lo que había experimentado cuando se enteró de que había sido galardonado con El Premio como Revelación otorgado por Impulso Cultural, plataforma del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, en su edición a la Labor Teatral 2023. Su respuesta definió el tono de la entrevista porque revelación no es otra cosa que mostrar lo que estuvo escondido, aunque habría que decir en ciertos casos, no encontrado o no comprendido.
“Yo sé que un día voy a ganar ese premio”. La deliberada repetición desea hacer hincapié en el tono en que el autor de El David Marrón que, entre una gran variedad de temáticas, narra cuando David, el marrón, se enamora de Juan en la tetera de un museo de la Ciudad de Buenos Aires. Entre esculturas europeas, obras de arte argentino y mingitorios, se miran, se besan, se prometen matrimonio. David, el de Miguel Ángel, tan gélido él, es primero testigo involuntario de ese amor, para luego ser, por qué no, su verdugo. La obra cuenta las vicisitudes y el trágico desenlace de un extraño triángulo amoroso interracial –el de Juan, el rubio; David, el marrón y David, el de mármol–, mientras cuestiona las nociones de belleza, bondad y pureza históricamente otorgadas a la blanquitud. Esta obra fue producida con el apoyo del Centro Cultural 25 de Mayo, ProTeatro e Identidad Marrón (Incluye desnudo completo).
El David marrón intenta que, en un mismo tiempo y espacio, emerja alguna síntesis posible de la confrontación entre una historia de amor singular y distintas reflexiones sobre obras canónicas del “arte nacional”. Todo, mientras lleva a cabo un objetivo: profanar la escultura del David, de Miguel Ángel. El único sosiego ante el desengaño amoroso, parece, radica en mutilar la escultura. Eso hace David, el de carne y hueso, una noche y se lleva los pedazos. Entre fracciones de la escultura gigante transita su relato, atrapado entre el mármol y la cocina. Con poca sofisticación, humor y bastante vulgaridad, la obra busca dar cuenta de su intención más genuina: engrosar las expresiones de un arte antirracista.
“En un principio lo que me hace muy bien es haber decidido sentarme a escribir esta obra, en todo sentido del término y también pensando en la cantidad de horas… Años, mejor dicho, que tardé hasta quedar algo conforme. Pero también hay otra cuestión, en un momento me di cuenta de que tal vez no iba a tener mucho recorrido como actor, esto tiene que ver con que cada vez que me convocan es para hacer de gendarme, policía o maestranza, por darte algunos ejemplos, y entonces decidí centrarme en escribir y dirigir”, dice David Gudiño, que es Licenciado en actuación (UNA), Diplomado en dramaturgia (CCUPU-SEUBE), Posgrado Especialista en Arte Terapia (UNA) y Profesor de Biología (ISPRG-UTN).
En el 2018 escribió su primera obra antirracista “Olvidados en la orilla” en la Residencia de Creación de la Universidad Nacional de las Artes. Sus obras “25 Inviernos” y “Las del Sur” participaron de la Fiesta Nacional del Teatro 2019 y 2021. Su obra “Blizzard” fue seleccionada en el concurso Nuestro Teatro del Teatro Nacional Cervantes para ser representada y filmada en la sala María Guerrero. Su monólogo “Marrón” obtuvo el Premio del Público y Mejor Monólogo NOA en el Festival Vos&Voz. Desde el 2020 integra el colectivo antirracista Identidad Marrón. Su cortometraje #ArgentinaNoEsBlanca participó del concurso #TikTokShortFilm Cannes 2022 llegando a más de 20 millones de visualizaciones en redes sociales y resultó ganador de la última edición de la Maratón Audiovisual SAGAI.
¿Es el origen motivacional de El David Marrón?
En parte sí, mirá, cuando llegué a Buenos Aires viví un montón de situaciones racistas. Por ejemplo, que me pare la policía y me revise mis cosas sin darme ninguna explicación y me pidan el documento para luego preguntarme si estudio, y esto me sucedió varias veces, como estar en la calle caminando con una persona que no tiene mi color de piel, pero ser a mí a quien lo paran, o tener el dinero para alquilar un departamento y que no me abran la puerta cuatro inmobiliarias, ¿entendés lo que quiero decir? Me atendían desde el otro lado de la puerta. Esto es en términos sociales, en otro plano no puedo dejar de preguntarme, ¿cuántos actores marrones, de facciones indígenas, mi cara colla, digo, conocemos? Pocos, ¿no? ¿Y por qué? Si no somos pocos… Entonces, ¿por qué somos pocos? Entonces en esta obra yo quise poner estas cuestiones en evidencia, pero de un modo pícaro, si se quiere, nada de tratado antirracista.
Ya desde el título de la obra se plantea una complicidad, me refiero a los nombres propios, tanto el tuyo como la escultura de Miguel Ángel
El hecho de que yo me llame David me generó un puente tendido hacia la escultura más hermosa para reflexionar sobre muchas cuestiones, el cuerpo como objeto de deseo, por ejemplo, pero a escondidas… Quiero decir, todo lo que se esconde en el ocultamiento aun reconociendo el cuerpo, y ya no me refiero a la escultura, como un objeto de deseo. Para decirlo con otras palabras, hay un lugar ahí del morochito, también llamado cabecita negra, o el indígena, de quien se enamoran pero no lo presentan socialmente. Quise plantear esto, el dolor que genera la contradicción entre ser deseado y ocultado al mismo tiempo.
Ernest Hemingway decía que escribía mejor estando enamorado. ¿Escribiste enojado? ¿Cómo se escribe enojado con tanto humor?
La verdad es que ensayo a veces la columna del resentido, es un lugar que me gusta, pero con humor. La risa reflexiva, en el sentido que Pirandello le daba al término. Es decir, me rio tratando de entender de aquello que me estoy riendo. En cuanto al humor, que yo llamo imágenes coloridas, me viene sin lugar a dudas de mis tías, ellas hablan así. Pero no fue tan fluida la escritura, por eso te hablé antes de que tardé muchos años en terminarlo. En 2019 comencé a escribir El David Marrón.
¿Cómo es eso de las imágenes coloridas y la relación con tus tías?
Mis tías son muy importantes para mí. Aprendí mucho con ellas. Recuerdo de infancia, piso de tierra y a la hora de dormir nos dejaban la cama y ellos dormían en el piso. Mis tías son la bondad, así de simple. Yo viví siete años en Salta, si bien crecí en Tierra del Fuego. Cada vez que regresaba a Salta, después en el recuerdo, lo que me quedaba era la sensación de fiesta y libertad. Quizá por eso me gusta ponerme a mí en juego en el humor. No puedo vivir en la solemnidad. En mi casa siempre hubo mucho amor, mis padres siempre fueron muy divertidos. Y no es fácil atravesar ciertas circunstancias con humor.
Además del humor en la obra hay reflexiones profundas sobre aquello que se denomina bello
En principio, y en la obra, para mí lo bello tiene una íntima relación con el erotismo y el deseo. Pero no me refiero solo al cuerpo, puede ser un plato de comida. Yendo un poco más lejos, algo se convierte en bello cuando, más allá que mostrar, tiene algo para decir más allá de sí mismo.
Ficha artístico/ técnica completa:
Dirección: Laura Fernández
Dramaturgia y actuación: David Gudiño
Asistencia de dirección: Gabino Torlaschi
Escenografía: Norberto Laino
Realización escenográfica: Walter Lamas, Maite Corona
Vestuario: Rodrigo González Garillo
Iluminación: Matías Sendón
Fotografía: Alejandra López
Diseño gráfico: Martín Gorricho
Estilismo: Lima de Souza
Prensa: Mutuverria PR