Revista Florencio

CARLOS ALSINA HABLA DE SU NUEVA OBRA TEATRAL

¿Un teatro de urgencia o seguir mirándonos el propio ombligo?

Siempre me he preguntado por qué escribo teatro.

Lo hago desde los 20 años y ya he cumplido 64, pero no he adquirido todavía la sabiduría necesaria como para responder a esa pregunta. Quizás no responder sería más conveniente.

No quisiera que este artículo fuese autorreferencial. Poca relevancia le adjudicaríamos a la dramaturgia argentina si así lo fuera. Trataré, sí, de reflexionar sobre lo que ha sido, durante tanto tiempo, la pasión de mi vida: escribir y dirigir textos teatrales en el contexto de diferentes situaciones sociales e históricas que hieren la existencia, creo, de cualquier dramaturgo o dramaturga.

Espero que esta escuálida reflexión personal (no tengo otro punto de partida desde dónde hacerla, pues es el único modo que encuentro para intentar ser genuino y no escribir por boca de otros) me supere y pueda ser compartida por otros colegas, sea para compartirla, negarla o, más doloroso aún (para mí), ignorarla.

Creo pertenecer a la generación de los años 70, en la cual los sueños parecían tangibles. Inimaginables parecían, en aquel momento, los Macri, las Bullrich (entonces montonera) y los Milei, para nombrar, lamentablemente, a algunos personajes de nuestra actualidad política. Y no porque los objetivos económicos y políticos de las clases dominantes de aquel entonces (condicionados, momentáneamente, por esa bisagra de la historia nacional que fue el “Cordobazo”) no posean una actualidad total y, aún más, se hayan explicitado y profundizado más aún, hoy, por la crisis mundial del sistema capitalista explicitado en guerras, pandemias, cambios climáticos y tecnológicos (la inteligencia artificial, nuevo desafío para los creadores artísticos, es una advertencia luctuosa que el futuro parece imponer), la fragmentación social, la súper explotación, la falta de trabajo, las hambrunas, las migraciones en masa, las recurrentes crisis financieras, etc.

Y yo, un insignificante escritor de teatro…  ¿Qué rol puedo jugar en este momento en el cuál, al decir de Hamlet, “el mundo ha perdido el quicio”?

Creo que mínimo.

No vivo en el antiguo y clásico mundo griego, ni en la Inglaterra isabelina (dónde el teatro era una suerte de televisión de la época) ni en la Francia prerrevolucionaria en la cual Las bodas de Fígaro de Beaumarchais, jugó un rol de agitación en el proceso revolucionario. Habito un mundo en dónde internet, las redes a-sociales, la televisión, las comunicaciones, los procesos productivos, etc., se han transformado de manera tal que el teatro (¡menos mal!) es una expresión artística de características aún artesanales que resiste, como puede, a las nuevas novedades de la época.

El discreto encanto de la compra venta

Creo, sí, que hay algo que me ayuda y me “defiende”: siempre he escrito sobre lo que me duele. Es ese dolor –que a veces se expresa también en una farsa o en una comedia– lo que permite exorcizar los fantasmas y las preocupaciones que me aquejan.

Sucede que esas pesadillas –quién sabe por qué, en mi caso– no se limitan a las vicisitudes de mi vida particular y exclusivamente personal. Me duelen, además, otras cosas que también me involucran: los padecimientos de los más pobres, la injusticia de un sistema atroz, la muerte de niños por desnutrición cuando, con los adelantos tecnológicos actuales y, por supuesto, otra organización social, podrían evitarse.

Suelo escuchar opiniones contrarias al denominado “teatro panfletario”, quizás una remembranza del dogmático zhdanovinismo propio de la época estalinista y sus derivaciones. Nadie hace una revolución con el teatro, obviamente. No es ese, creo, el objetivo de nuestro oficio. Quizás, sí, sensibilizar y hacer preguntas más que ofrecer respuestas, desequilibrar sin aburrir, tratar de hacer más llevadera la vida del público de un modo crítico –como aspiraba Brecht – para poder aguantar y comprender la dureza de la existencia.

Ahora bien, hoy nos encontramos frente a una encrucijada: el ritmo de la degradación del sistema capitalista es tal que la posibilidad de la destrucción total no es el fruto de un imaginativo escritor de ciencia ficción, sino una posibilidad muy cierta y muy cercana. Los hechos terribles, los cataclismos, las guerras, las olas de calor, las tragedias, las muertes injustas suceden… y las naturalizamos en días o, a lo sumo, en semanas.

Aquel niño sirio, Aylan Kurdi, cuyo cuerpecito ahogado extendido sobre una playa, nos interpelaba hace unos pocos años, hoy resulta una situación, de alguna manera, naturalizada. Hay cientos, miles, de Aylan Kurdi que ya no conmueven. Son noticias, “simplemente”, resumidas en números.

De frente a esta época terrible, pienso que no hay que abandonar la poesía ni la belleza (si es que llegamos a rozarla). Pero también pienso que sería refugiarnos en una utópica torre de marfil, ignorar las urgencias que nos rodean y dedicarnos a expresar lo que de personal y particular posee nuestra vida privada, enmascarada en personajes que “no somos nosotros”.

Sin embargo, estoy convencido que siempre escribimos sobre nosotros mismos. Como decía más arriba… depende de qué cosas nos duelen personalmente. ¿Mi vida, mis conflictos, mis naufragios, mis efímeras alegrías, comienzan y terminan sólo en mí? Pienso que no. Pienso que, así me encierre en mi habitación con siete llaves, me esconda bajo la cama y allí espere encontrar la neutralidad de una tranquilidad aparente, la política –o sea, la relación conflictiva entre las clases sociales y las personas- abrirá la puerta, me sacará de mi escondrijo, me sentará en la cama y me mirará a los ojos con una pregunta carente de palabras. No hay escapatoria. Y menos en este momento histórico.

El pulmón

Durante los meses de la pandemia, sin poder regresar al país, resistí escribiendo teatro. No encontré otra forma de darle sentido a mi pasión y al sentido de mí existencia. Fue así que surgieron seis obras teatrales. Me gustaría referirme, en este artículo, a una de ellas: Vidas y muertes de María Nadie, obra que se estrenará –si los vientos nos son favorables- en el Teatro Independiente El Pulmón, en Tucumán, a fines de junio-principios de julio de este año.

La trama de esta obra tiene que ver con un hecho real que me conmovió profundamente y que sucedió en el departamento de Orán, en la Colonia Santa Rosa, en Salta, hace ya algún tiempo: una joven y humilde madre de dos criaturas (una niña de seis años y un niño de cuatro) fue procesada judicialmente al ser considerada responsable de la muerte de sus dos hijos al producirse un accidental incendio en la precaria casilla de madera en la que vivían. La madre había salido por un momento a realizar compras imprescindibles para dar de comer a su familia y a buscar trabajo. Tuvo que dejar a sus hijos solos por ese tiempo (los desposeídos no tienen la posibilidad de contratar babysitters y no siempre, por diversos motivos, los vecinos u organizaciones sociales que tanto ayudan en los barrios carenciados, pueden cubrir las inmensas necesidades de quienes no tienen prácticamente nada) y fue entonces que, quizás por un cortocircuito eléctrico, se desencadenó, en segundos, la tragedia. La casilla ardió en minutos y nada pudo hacerse, a pesar del esfuerzo de los vecinos, para salvar a las criaturas.

La llamada “justicia” consideró que la madre era pasible de ser llevada a proceso penal por abandono de personas y homicidio culposo agravado por el vínculo. No sé en qué estado estará ese proceso, si habrá finalizado con una condena, o no. La joven estaba siendo procesada por esos cargos y, a pesar que cada noche me duermo escuchando las noticias argentinas en la lejana Italia, no tuve más información sobre el caso.

Sí sé que hay infinidad de “Marías Nadie” en nuestro país. Quizás esto ya no es noticia, como aquel niño sirio cuyo cuerpo se esfumó en memorias de arena.

Me pareció que imaginar teatralmente un proceso judicial acusatorio a la pobreza (porque de eso se trató, en definitiva) que excediera el caso individual y expusiese el divorcio entre la ley y la realidad, podría expresar la tragedia de millones de conciudadanos que, injustamente, padecen el “delito” de ser pobres, víctimas de la injusticia de un sistema social, impiadoso hacia ellos, pero genero con unos pocos poderosos, a quienes se les perdona todo, se les otorgan facilidades, se les estatizan deudas y, es más, se les permite hacer negocios que empobrecen aún más, no sólo a la gran mayoría de nuestro pueblo, sino también a las riquezas naturales que nuestro país posee.

Entre las seis obras escritas en el período mencionado hay otras que poseen reflexiones, digamos, más “filosóficas” y, creo, incluso, que usan mecanismos dramatúrgicos en dónde la poesía, en sí, es un modo de expresión no buscado, no sé si logrado o no. Y debía elegir, ante mi próximo regreso al país, un texto para proponer al grupo teatral que conduzco en Tucumán.

Confieso que dudé.

Me pregunté… ¿Lo que escribí en Vidas y Muertes de María Nadie no podría ser catalogado como “panfletario”? ¿No se trataría de algo que podría reducirse a las noticias policiales? ¿No está la gente demasiado agobiada por los problemas que padecemos los argentinos como para poner en escena un drama de estas características? ¿Le conviene a mi pequeño teatrito cooperativo reabrir la sala con un estreno de estas características?

Las manos del tiempo

Releí el texto infinidad de veces.

Me pregunté si había en él belleza y poesía, pues considero que exponer un drama social no es incompatible con aquellas ansiadas expresiones humanas. Es más, cuando se logra exponer, con poesía, tales complejas temáticas, creo que caminamos por un sendero interesante. Y decidí poner en escena esta obra, venga, o no, público a vernos. Ruego, por supuesto, que esa suerte de “gato”, que es el público –quien a veces se acurruca en nuestro regazo y a veces se ausenta por días y semanas-  no nos abandone.

Podría afirmar que esta obra pertenece a un “Teatro de Urgencia”. Un teatro que no puede esperar, un teatro que arde en los conflictos de esta época y que, sin abandonar el sentido poético de la vida (la poesía no es necesariamente “limpia”), trata de dar voz a quienes no la tienen, de colocarnos ante prioridades de las cuales no podemos huir. Resulta un lugar común afirmar: “Nadie se salva solo”. Pero, esta vez, el lugar común acierta.

Elegí, además, ponerla en escena porque intenta expresar los conflictos de los que nada poseen, y no sólo los de pequeña, media o gran burguesía. Estoy convencido de que no es mucho lo que lograremos modificar de la adversa realidad que nos toca vivir. No importa. Así sea una sola persona que salga “desequilibrada” de nuestr0 teatrito, será, para nosotros, una victoria.

La casualidad (si es que existe) hace que El Pulmón, nuestra sala independiente, sea colindante con la sede del partido Fuerza Republicana, cuyo líder es el hijo del genocida Bussi, ahora aliado con Milei y candidato a gobernador de Tucumán, en las próximas elecciones.

No nos separa, por supuesto, sólo una medianera.

Hice cambiar el color del cartel azul que durante años identificaba a nuestra sala. Es que el partido de Bussi colocó posteriormente, a continuación de nuestro teatro, una serie sucesiva de carteles de ese color que se confundían con el nuestro. Colocamos un nuevo cartel rojo para diferenciarnos claramente. En Tucumán, la lucha contra el bussismo es de décadas y posee, ahora, una vigencia incuestionable.

Los adolescentes y jóvenes tucumanos, que aclamaron la recorrida peatonal de Milei y Bussi por las calles tucumanas, no es “moco de pavo” y no deja de ser un motivo de preocupación. Es para preguntarnos si la recuperación democrática de hace 40 años fue capaz de destruir el huevo de la serpiente. Yo pienso que no. La serpiente creció, se desarrolló y posee cientos de peligrosas cabezas.

En Tucumán, en particular, un sistema de complicidades, de silencios cómplices, de “naturalizaciones” del olvido, provocaron que nunca la serpiente se erradicara. Un ex secretario de Cultura del genocida Bussi, Mauricio Guzmán, fue presidente del Ente Cultural de la Provincia entre el 2004 y el 2019. Y, además, fue elegido, en el 2012, presidente del Consejo Federal de Cultura, a propuesta del entonces secretario de Cultura de la Nación con la anuencia unánime de los 24 secretarios de cultura de las jurisdicciones argentinas. Es decir: la legitimación del olvido, la legitimación de la infamia. ¿Cómo, entonces, no iba a crecer la serpiente?

Pienso que el título de este artículo posee una alternativa falaz. Creo que escribir un llamado “Teatro de Urgencia” no es incompatible con un teatro que apueste a la poesía, a la sugestión y a la metáfora. Las llamas que arrasaron con la vida de los dos niños de Vidas y Muertes de María Nadie… ¿no serán las mismas que pueden convertir en cenizas nuestros sueños, nuestras ilusiones, nuestro futuro, no sólo como país, sino como especie?

El Letrista, o hacia las tenues luces

¿No está el mundo amenazado por cientos de peligros que pueden llevarlo a su destrucción y, con él, a todas las especies que habitan este planeta? ¿Tenemos tanto tiempo para actuar? Mientras tanto, unos pocos multimillonarios, que amasaron sus fortunas confiscando el tiempo (que es lo único que verdaderamente poseemos) de las grandes mayorías, planean bases en el espacio exterior y la extracción de minerales en otros planetas. Ellos sí parecen ser conscientes que el tiempo avanza irremediable y preparan una nueva vida para sus descendientes. Y no es ciencia ficción, repito.

¡Cómo no “abrazar” un “Teatro de Urgencia” ante esta situación! ¡Cómo es posible ser insensibles a lo que condiciona nuestro modo de amar, de sentir, de educar hijos, nietos, etc., etc., ¿Cómo es posible no pensar en dejar “el sillón más calentito para los que vienen detrás”, como sostenía Macedonio Fernández?

¿No estaré loco pensando así? ¿No seré un “catastrofista” y un exagerado?

Es posible, pero prefiero serlo antes que sea demasiado tarde o, como decía, mi padre: “Por las dudas… prepararse para evitar lo peor”. Quizás papá había leído Hamlet, quién en el quinto acto de la obra de Shakespeare, hablando con su amigo Horacio, antes del duelo final, hace decir al célebre príncipe danés: “Querido Horacio, estar preparado es todo.”

Creo que el arte es el reducto de la libertad de expresión y que el teatro posee el desafío de su inmediatez. Sería bueno que cada colega, con todo derecho y sin condicionamiento alguno, escribiera sobre lo que desea y siente.

A mí me “ganó”, esta vez, la urgencia de escribir y representar una obra que toma como punto de partida aquella tragedia ocurrida en un lugar de nuestro país. No fue, es, ni será la única.

De ese dolor personal surgió Vidas y Muertes de María Nadie.

Carlos María Alsina

5 / May / 2023