Revista Florencio
EL ARGENTINO DE LAS ARTES ESCÉNICASLa actividad teatral comenzó a activarse tanto en Buenos Aires como en el país. Con mucho fervor y, al mismo tiempo, cautela, porque la pandemia es aún hoy un problema que no se ha resuelto del todo. Un buen ejemplo de ese entusiasmo, acompañado del necesario cuidado, lo brindó la realización de XVI Argentino de las Artes Escénicas en Santa Fe, organizado como otros años por la Universidad Nacional del Litoral, esta vez entre el 1 y el 5 de diciembre de 2021. Un poco antes, en esa provincia también se había llevado a cabo el Festival de Teatro de Rafaela. Y en Santa Rosa, La Pampa, el Festival Nacional de la misma actividad que impulsa anualmente el Instituto Nacional de Teatro. Si el proceso de vacunación continúa con éxito –y todos deseamos que así sea- y la inmunización se extiende a todos los sectores, es posible que estas expresiones del deseo ciudadano de romper la dura etapa del encierro que sufrimos con la pandemia y volver a lo que, tal vez con cierta ingenuidad, definíamos como la normalidad, siga avanzando aún más. Tal vez si ese avance se produce, del mismo modo que se concretó durante la lucha por proteger la salud de la mayor parte de población del asedio de la peste, surja la oportunidad de que la sociedad se decida a pensar qué otros anormalidades y estigmas graves problemas hay que remediar de este estado de injusticia y desamparo en que se vivía con anterioridad a la irrupción de la enfermedad y en el que aún vive mucha gente y que, solo por una mala costumbre, llamamos normalidad.

La Universidad de Santa Fe, una vez tomada la decisión de que a finales de 2021 se retomaría el feliz hábito de concretar un encuentro anual de las artes escénicas, determinó que fuera más acotado (menos funciones y días que en otras ediciones) por razones atinentes a la crisis económica que todavía atraviesa el país. y que, para mayor eficacia de la organización, todas las funciones de los cinco días de duración del festival se concentraran en 4 salas céntricas de la ciudad, dos de ellas en el clásico Teatro Municipal (la Mayor y la Leopoldo Marechal) y otras dos en el Foro Cultural (salas Saer y Maggi). Entretanto, el jurado de curadores que seleccionó las producciones que participarían en la muestra, resolvió cuáles serían los doce espectáculos teatrales que irían en sus primeros cuatro días y los dos audiovisuales y la muestra final del taller laboratorio “Pistas para la Ficción Física”, que se ofrecieron en la última jornada. Todas las realizaciones mencionadas se llevaron a cabo a partir de las 18 horas y fueron precedidas, en horarios más tempranos, por otras actividades paralelas, entre las que se destacaron dos mesas redondas sobre el tema “Lo que nos dejó la pandemia”, concretadas en dos días y con distintos disertantes; un homenaje a la figura del gran dramaturgo santafecino Jorge Ricci, fallecido en 2021 y animador indiscutible en años pretéritos de este festival; y la presentación de un libro con dos títulos suyos El teatro salvaje y Actores de provincia en la Biblioteca Dr. José Galvez. En los espacios mañaneros hubo también dos talleres de formación.
Respecto de la programación teatral, a la que nos referiremos con un poco más de detalle más abajo, hay que decir que fue realmente satisfactoria. Y no porque faltara algún desacierto en la selección de las obras, lo cual es habitual en cualquier festival y más si la designación de ellas debe hacerse a través de videos, como sucedió acá debido a la pandemia, sino porque en la suma de los trabajos elegidos lo que predominó fue netamente la calidad. Y eso en una escala que incluyo espectáculos buenos y muy buenos y otros excelentes, por usar una terminología de calificación que es superficial, pero que en este caso sirve para definir el valor general que tuvo el conjunto de lo que se vio más allá de sus detalles en particular. Esto fue mérito de un jurado de curadores integrado por Patricia Pieragostini, Silvia Debona, Roberto Schneider, Ana Yukelson y Aldo Pricco, que debieron ver 260 obras del país entero (fue la primera vez que se abrió la selección a piezas de todo el territorio nacional), aunque mayoritariamente de CABA, Rosario, Córdoba y Santa Fe. Por último, hay que destacar que en el óptimo funcionamiento del encuentro tuvo un rol fundamental la profesora Norma Elisa Cabrera, quien en 2021 fue nombrada Coordinadora Académica de Artes Escénicas de la Dirección de Extensión Cultural de la Secretaría de Extensión Social y Cultural de la UNL, y a la que el crítico Roberto Schneider denominó como verdadera “alma mater” de la organización del reciente festival.
En una correspondencia que mantuvimos on line con ella, posterior al cierre del festival el 5 de diciembre, Norma, nos comentó que, en realidad y para ser realmente equitativos, había que señalar que la responsabilidad por el diseño y la organización del encuentro estuvo en manos del llamado equipo de Coordinación General de la muestra formado tanto por ella como por Florencia Russo Figueroa y Ariel Theuler, ambos “compañeros enormes” según los definió. Ambos aportaron una valiosa y decisiva contribución para que “todo saliera muy bien”, la primera en el campo de la producción y el segundo en lo concerniente a los aspectos técnicos, dos áreas menos visibles en el contacto con el público, pero claves a la hora de garantizar que un festival cumpliera con eficacia sus deberes frente a los espectadores.
Los espectáculos

El Argentino de las Artes Escénicas se inauguró el 1° de diciembre con el espectáculo Las hortensias también mueren, perteneciente a la Comedia de la UNL, y dirigido por Lautaro Ruatta. La obra, escrita a tres manos por el mismo director, Julieta Vigo y Javier Bonatti, está inspirado en el texto Las hortensias del recordado escritor uruguayo Felisberto Hernández. Debido al atraso en la llegada a destino de la compañía de ómnibus que me trasladó de Buenos Aires a Santa Fe, no pude asistir a esa función de lanzamiento del festival. Pero hablé con los amigos críticos y leí algunos de sus comentarios. Y, en general, casi todos coincidieron en definir a este espectáculo, que describe el conflicto de dos actores que a la espera de un estreno en una competencia de mucha importancia se enteran de que el autor y director de la obra se ha suicidado, como una propuesta de cuidada elaboración visual e impecable diseño de luces, con un texto con momentos inteligentes y abundantes referencias meta-teatrales y dos muy lucidas contribuciones actorales, pero que, en defensa de esos valores, no pudo, sin embargo, evitar que cierto enamoramiento de sus procedimientos estéticos la debilitaran y condujeran una y otra vez a estirar sin necesidad sus escenas y tornarse demasiado repetitiva.

El segundo montaje escénico fue Trópico del Plata, procedente de CABA, escrito y dirigido por Rubén Sabbadini y con la intervención como única actriz de Laura Nevole. Se trata de un interesante monólogo donde la protagonista cuenta, sobre un escenario casi totalmente despojado, la historia de una mujer llevada a la prostitución por un hombre, que la enamora aprovechándose con malicia de su soledad e imperiosa necesidad de afecto. Bajo es máscara de cariño y protección que simula ofrecer a la mujer, ese gigoló, llamado Guzmán, inicia un proceso de degradación cada vez mayor de esa mujer, cuyo cuerpo comienza a ser entregado a sus visitantes en rituales enmascarados de fiestas donde no solo se la explota sexualmente, sino que se ofrece su carne como una mercadería digerible y para devorar. En un momento del relato la mujer parece empezar a tomar conciencia de la situación de esclavitud sentimental y física a que está sometida, a su condición de cosa solo útil para el negocio sexual. Y oscila entre una incipiente rebelión y su todavía fuerte enamoramiento. ¿Podrá romper con esas ataduras o seguirá inexorablemente ceñida a la opresión de Guzmán? La pregunta es interesante, sobre todo porque abre vertientes para una reflexión más general sobre los distintos yugos a los que distintos seres humanos, mujeres y hombres, son uncidos en el mundo. La potente actuación de la intérprete, que utiliza con igual los lenguajes verbales o del cuerpo, le permite transmitir vívidamente el crudo y conmovedor contenido de las situaciones por las que transita su relato. A tal punto que, la observación de esta particular tragedia femenina, habilita para volar hacia otras asociaciones que nos hacen meditar en las infinitas formas de manipulación, explotación y sometimiento que se producen en las relaciones entre los seres humanos. Una práctica que hoy la mujer siente de manera directa y con mayor frecuencia y dureza en el ámbito de las desigualdades y viejas costumbres que impone todavía el patriarcado, pero que dentro de un espectro más global se utiliza en el presente como herramienta para engañar y captar la voluntad de millones de personas en la sociedad mundial. Tentativas que muchas de esas personas, como la desamparada criatura de Trópico del Plata, aceptan suponiendo que esos acercamientos a sus vidas solo persiguen como fin ayudarlos e incluso hacerlos felices.

La tercera presentación de ese primer día concluyó con el espectáculo que trajo a la muestra el elenco temporal de la carrera de Artes Escénicas de la Universidad Nacional de Córdoba. Se trató de una adaptación, con muñecos de enorme cabeza, de Ubu rey, el clásico del teatro francés de 1896, perteneciente al autor Alfred Jarry y que satiriza la tiranía y las ambiciones de poder desmedidas y la crueldad en su ejercicio. Con dirección de María Nella Ferrez, y adaptación del libro de Jarry a cargo de Jorge Fernández Goncalez y la propia directora, la versión se llamó ¿Qué hacemos con Ubú? Con un diseño y realización de los muñecos cabezones muy llamativa y una manipulación que solo por momentos exhibe fallas, el espectáculo es colorido y la síntesis de las aventuras del grotesco tiranuelo adquiere un tono más didáctico y llano que en la obra original, con el propósito de que llegue a un público más vasto.

La segunda jornada contó con tres obras de distinta tonalidad: Coriolano. Hay un mundo en cualquier parte, versión del Coroliano, de Shakespeare, realizada por el conjunto Tejido Abierto Teatro de Santa Fe, con dramaturgia de Jorge Eines y Octavio Basso y dirigida por el primero de ellos; Esta máquina no era Dios, del conjunto Hijos de Roche, de Rosario, con dramaturgia y dirección de Romina Mazzadi Arro; y finalmente, La casa oscura. Un show documental sobre la salud mental, con dramaturgia y actuación de Mariela Asensio y Maruja Bustamante, y dirigida por Paola Luttini, de CABA. El texto del poeta inglés fue reescrito en esta puesta para dos actores (en este caso Octavio Bassó y Camilo Céspedes), uno de los cuales compone al Coriolano y el otro a varios personajes. El trabajo de los actores es valioso, pero la excesiva condensación le hace perder vuelo al texto y precisión en las situaciones, que no siempre alcanzan la fuerza del original y, a pesar de los recortes, se hace algo cansador. En otro tono, la pieza traída por los rosarinos es una gran burla a la burocracia y su poder corruptor. Dos actrices (Elizabeth Cunsolo y Paula García Jurado), de una notable solvencia histriónica para jugar las distintas y disparatadas situaciones a la que llevan a una oficina gubernamental una ministra y una contadora que están al frente de ella, garantizan a la sátira un ritmo que sostiene el interés de los espectadores todo el tiempo, a la vez que los sacude con sorpresivos cambios en las caracterizaciones. Y que además los ponen a pensar, porque es fácil es reírse de algunas prácticas de la burocracia cuando las reconocemos desde la butaca de un teatro, pero cuanto más difícil es soportar su gris insensibilidad o soñar con que alguna vez el ser humano podrá librarse de sus procedimientos. La otra demostración de alta destreza actoral de esa noche la dieron Mariela Asensio y Maruja Bustamante en el “show documental” que ofrecieron, un espectáculo integrado por varios sketchs en los que ambas se prodigan generosamente al actuar distintos personajes, bailar y cantar, a la vez que provocan con textos inteligentes la capacidad del público. El show está salpicado con mucha música, proyecciones de videos en color (donde aparecen las actrices complementando lo que hacen en escena), cambios de vestuario veloces, todo bajo el impulso de un vértigo que no para nunca. Es verdad que no todos los distintos fragmentos escénicos que integran el espectáculo tienen el mismo nivel de calidad en sus textos, pero en todo caso el despliegue del magnetismo actoral de las dos actrices en los espacios donde transcurren sus peripecias compensa largamente al espectador de cualquier fragilidad en ese aspecto.

Muchacha: una nube de agua, La Moreira y La Puerta de Oro fueron los tres títulos del día 3 de diciembre. Por orden de aparición, pero no de méritos, diremos del primer espectáculo, fue presentado por el elenco del grupo Brújula, Teatro a Cuerda, de Bariloche, Río Negro, con dramaturgia, interpretación y dirección de la actriz Aravinda Juárez. Una suerte de fábula en la que una joven, encarnada con mucho ángel por la protagonista de este unipersonal, evoca en el recuerdo, distintos paisajes y episodios de su existencia, algunos muy dolorosos, otros más reconfortantes. Las remembranzas adquieren presencia a través de canciones, de insólitas ventanas que abre la memoria o la imaginación, y también del estímulo plástico que el uso de sábanas, prendas y otros objetos provocan en la mente del que mira. La agradable voz de la actriz, unida al lirismo de sus evocaciones, suena como un curso de agua clara, que acompaña a los territorios de una soledad que eventualmente pueden compartir tanto la naturaleza como la vida de los humanos.
La siguiente obra de ese día fue La Moreira, perteneciente a un elenco de CABA y, en opinión de quien escribe estas líneas, la más floja de las piezas seleccionadas para el festival. Montada a través de una creación colectiva del elenco que se nombra con el mismo título del espectáculo, el texto cuenta, al modo de una crónica, los conflictos que se viven en un barrio pobre de Buenos Aires, donde amor, necesidades, traiciones y falopa se mezclan con toda naturalidad. Esos hechos terminan por enfrentar a una joven, La Moreira, con un policía, propenso a aceptar plata de la droga, y que termina eliminándola. Ella, así llamada en alusión al histórico personaje de Juan Moreira, que José Podestá convirtió en protagonista del primer drama criollo argentino en base a un texto de Eduardo Gutiérrez, está en clara colisión con la autoridad y es al parecer por esa circunstancia que se la bautiza con ese nombre tan conocido y a la vez mítico. Más allá de la pertinencia de esa comparación –que impresiona a primera vista como demasiado pretenciosa- y de la buena y rescatable intención de denunciar en esta historia las interminables depredaciones que produce la violencia policial contra los jóvenes habitantes de las villas y barrios pobres solo por el hecho de portar rostro, no parece haber mucha semejanza entre ambos personajes, al menos tal cual está pintada chica de la obra, a la que no le es ajeno, así se ve, el pequeño menudeo con droga. Pero más allá de esta digresión, lo verdaderamente frágil de la historia es la concepción con la que fue pensada. El elenco es a todas luces un conjunto amateur, lo cual no es ningún delito, pero a condición que se tomen todos los recaudos posibles para que ese rasgo no se note tanto. Aquí, y bajo la equivocada dirección de Florencia Fernández, la mayoría de los actores tienden a actuar mediante una modalidad de hiperrealismo que los lleva a imitar la forma de hablar de sus personajes, sus tics, sus giros verbales, y los convierte poco a poco en prototipos vacíos, desprovistos de la más elemental verosimilitud. Eso sin señalar las claras deficiencias en la puesta y la propia escenografía, que convierten el espectáculo en una seguidilla de situaciones mal solucionadas. Una pena porque en un ámbito como CABA había otras cosas para elegir.
El último montaje de la noche y sin duda el más luminoso esa noche fue La puerta de oro (del Grupo Concertado La Puerta de Oro), proveniente de Mendoza, con dirección y dramaturgia de Arístides Vargas. Hermoso relato sobre la vida de dos inmigrantes, Ilo y Telo que, mientras esperan un permiso de acceso a lo que suponen será la Arcadia de sus sueños de felicidad y abundancia, evocan con lirismo, humor y no cierta nostalgia etapas de su pasado, entre ellas las de la infancia y los momentos familiares, en procura tal vez de calma ante la zozobra que les produce no saber si serán admitidos. Uno y otro inmigrante tienen talantes contrapuestos, uno se muestra más bien rebelde, desconfiado, el otro es optimista. Hay en esos diálogos, y a veces discusiones sin demasiado sentido, un juego de contraposiciones, donde las pinturas y sus descripciones se columpian desde lo lúdico a lo más grave, pero sin acentuar nunca las tintas. Y también algo de ficción en el relato de las anécdotas o sucesos, como esa forma que se permite la memoria de contrarrestar los “golpes y dardos de la insultante fortuna” diría Hamlet y aventar el temor. De ahí que en ese ir y venir entre recuerdos, y las atmósferas de distinta espesura que la puesta asegura, el talento de Arístides Vargas consigue una vez más ofrecernos un memorable fresco acerca de la terrible aventura de la inmigración, de lo que significa para millones y millones de personas arrancar de raíz sus vidas del lugar donde nacieron y crecieron durante una parte importante de sus itinerarios existenciales, un drama que la humanidad sigue protagonizando y repitiendo día a día y sin señal alguna de que alguna vez vaya a detenerse.

La jornada última de las representaciones teatrales –pero no del festival- tuvo en su cartelera tres espectáculos: Puto, La lengua madre y Luz testigo. El primero del elenco Odoia, de CABA, y con dramaturgia y actuación única de Keko Barrios. Durante 50 minutos este bailarín y actor narra la historia de un cuerpo discriminado. Lo hace mediante consignas verbales, que guían la intensidad de distintas coreografías, reveladoras ellas del sufrimiento de quienes son víctimas de aquellos que no aceptan lo diferente, lo no aceptado. Un testimonio valiente, vigoroso y que resuelve con idoneidad el difícil desafío de transmitir desde el cuerpo y la música, y cada tanto la aparición de la palabra, una problemática cada vez más vigente en nuestra sociedad.

Lengua madre fue la realización siguiente que continuó, aunque en una sala distinta, a la anterior, procedente del grupo Convención Teatro, de Córdoba. Con dirección de Nicolás Giovanna, la obra está inspirado en el texto original de María Teresa Andruetto, adaptado para la escena por Laura Ortiz, Diana Lerma, Nicolás Giovanna y Daniela Martín. El libro cuenta la difícil relación que ha quedado entre una mujer secuestrada durante la dictadura y su hija que, a raíz de la ausencia forzada de ella, es criada por su abuela. Toda esa trama de ausencias y rencores que esa separación produjo –la hija le reprocha haber priorizado, antes de ser secuestrada, la militancia política a la necesidad de su cuidado, y más tarde, al ser liberada, no haberla recuperado y vivido con ella. La madre, al ser liberada, intentó recuperar a su hija, pero en ese instante tuvo un encontronazo con sus propios padres, que la habían criado y se sintieron con más derecho a tenerla. Y así sigue la lista de reproches. Todo eso, canalizado a través de un intercambio epistolar permanente que en rigor se va convirtiendo en el lazo más fuerte de su relación. Con la participación de dos actrices de lujo, que encarnan los dos polos del vínculo, un marco visual atrayente y crepuscular, y un mar de miles de cartas diseminadas sobre el piso de la habitación como testigos silenciosas de una oralidad que transmite sus contenidos a través de la lectura, el espectáculo logra pasajes conmovedores y de sutil resolución de una tragedia que le costó a nuestra sociedad miles y miles de muertos y desaparecidos, pero que, además de eso, generó una infinidad de otros desgarros menos visibles que arruinaron muchas existencias de otra manera.

Luz testigo, creada por el equipo Espacio Callejón de CABA, fue la obra final del penúltimo día del encuentro. Dirigida por Javier Daulte, la dramaturgia fue escrita por Tomás Afán, Marina Artigas, Rubén de la Torre, Julián Marcove y Agustín Meneses, integrantes también del conjunto actoral. La pieza, dividida en varias historias, desarrolla en ellas distintas posibilidades de conflictos provocados a las relaciones y vínculos de vida por el encierro. De un desnivel marcado entre los actores y entre una y otra historia, solo algunos pasajes de esta entrega resultaron interesantes y de buena factura teatral. El día 5 del festival se completó con la proyección de dos producciones audiovisuales: Maciel, de CABA, film dirigido por Jorge Diez y Un día el mar, aporte realizado en coproducción por Bariloche, CABA y Gualeguay, con dirección de Ariel Farace. Ambas, a diferencias de las puestas teatrales, y ya en la agonía del festival, generaron poco interés y llevaron escaso público.

Como un detalle digno de mencionarse, en uno de los días en que tuvo lugar el encuentro santafecino, a la mañana, el director de ese origen, Edgardo Dib tuvo la gentileza de invitar a especialmente al grupo de críticos que habían asistido al Argentino de las Artes Escénicas para que vieran una función de su más reciente creación, estrenada hace pocas semanas y por eso ausente de la competencia: El hilo azul, un texto que él escribió y dirigió. La representación tuvo lugar en la Sala 3068, ubicada en la calle San Martín a esa altura, en el que seis grandes actores y actrices ofrecieron a los presentes su propia versión, esta vez condensada en una hora, de lo que es un festival de emociones y sabiduría teatral. La historia, que recorre a través del recuerdo las soterradas redes de una odisea familiar, comienza con una alusión clave al cuento “De los Apeninos a los Andes” (que integra la novela Corazón de Edmundo de Amicis). Un niño genovés, Marco, cuya madre ha viajado a la Argentina para ganarse la vida y proveer a su familia, de pronto deja de recibir sus cartas, la últimas de las cuales lo enteraba de que se sentía enferma. Y Marco decide entonces ir a buscarla. Es la gran puerta de entrada por la que el autor se acerca a la historia –y de paso al corazón- de cientos y cientos de familias que vivieron situaciones similares al inmigrar a los nuevos territorios donde se instalaron, entre ellos el de Santa Fe. Lo demás es la travesía por las vicisitudes particulares de la historia de una familia que tiene como origen a un abuelo inmigrante, una suerte de arquetipo de esos hombres sacrificados que un día, como el Marco de los años duros de la diáspora de Europa hacia la América, se subió a un barco y después de desembarcar terminó asentándose en Santa Fe. Un hombre que gracias a su tesonero trabajo adquirió con esfuerzo un campo y que, al morir se lo transfirió a su hijo, para que siguiera su camino, y que éste lo acepta solo por no contrariar al progenitor. En el presente, sin embargo, el hijo de ese hombre –y nieto del inmigrante que hipotéticamente asociamos a Marco- rompe la tradición familiar y da vuelta la tradición: es él quien se va al extranjero. No hay porque contar más. El placer está en verlo. Hay varias cosas más que habría que señalar en este trabajo tan ajustado de Dib y que logra que la obra produzca el impacto que consigue: el rigor el desarrollo de los tempos escénicos, los oportunos cambios de ritmo cuando se necesita transitar de un estado a otro, el experto manejo de las luces para crear atmósferas, el sensible manejo de la nostalgia, pero en simultáneo del humor, el halo poético con que ese hilo azul va uniendo los retazos de esa tela maravillosa y mágica que es la memoria de la vida. Y uno más: su elección de los actores. Los seis intérpretes de esta versión (y los nombro: María Rosa Pfeiffer, Raúl Kreig, José Pablo Viso, Alejandrina Echarte, Luchi Gaido y Vanina Monasterolo) no podrían estar mejores. Sus actuaciones son de verdad estupendas.
Alberto Catena
6 / Ene / 2022