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EL REÑIDERO, ETERNO
Seguramente no haya mayor aspiración para un artista que ser identificado con una obra que de algún modo sintetice todo su recorrido estético y logre ser parte del imaginario cultural de un pueblo hasta alcanzar la dimensión de un clásico, tal como lo entendía Borges: “Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”.
No cabe la menor duda de que Sergio De Cecco –conocido también bajo el seudónimo de Javier Sánchez y Amadeo Salazar– alcanzó esa cima. Nacido un 29 de mayo de 1931, falleció un día como hoy, hace ya 34 años. Reconocido guionista de radio y titiritero, su aspiración primera era encarnar personajes más que hacerlos surgir de su imaginación. Quería ser actor, tuvo que conformarse con ser un dramaturgo genial. “En 1964, Sergio De Cecco escribió El reñidero tomando como base a la Electra de Sófocles“ escribe Cecilia Hopkins: “Se trata de uno de los tantos ejemplos de cómo la literatura clásica ha inspirado a dramaturgos argentinos de diversas épocas. Autores tan dispares como Horacio Rega Molina, Juan Carlos Ferrari y Osvaldo Dragún tomaron de tragedias y comedias griegas un conjunto de personajes y motivos característicos, para reelaborarlos desde otro punto de vista o incluso, para concretar sabrosas parodias, como Mauricio Kartun en Salto al cielo, sobre Las aves, de Aristófanes. Entre los acercamientos al teatro de Sófocles, Leopoldo Marechal en 1951 y Griselda Gambaro, en 1986, reescribieron la historia de la condena de la hija de Edipo en sus respectivas Antígona Vélez y Antígona furiosa, contextualizándola en el campo, en el primer caso, y en Buenos Aires, en el segundo. Precisamente en el límite que separa el mundo rural y la ciudad capital, hacia 1905, tiene lugar la tragedia contenida en El reñidero. De Cecco distribuye los roles clásicos en un área marginal en el que toda cuestión se dirime a punta de cuchillo. Allí aparece la barriada de Palermo retratada como el reino del terror, un arrabal donde se vive “a rempujones, a puro estrilo, daga y sangre”.
Las únicas leyes respetadas son las que dicta una ética primitiva basada en el culto al coraje. Es por esto que el reñidero –la pista de arena donde luchan los gallos para distracción de los hombres– se instala como para graficar la realidad social que viven estos guapos y gauchos. Las cuentas pendientes que tienen con la Justicia los obliga a aceptar una única oportunidad de trabajo: el ponerse al servicio de los caudillos políticos, ya sea para guardarles sus espaldas o para eliminar a sus adversarios. En estos menesteres emplea su tiempo Pancho Morales (Agamenón, en la tragedia de Sófocles), esposo de Nélida (Clitemnestra), padre de Elena (Electra) y Orestes, el único que conserva el nombre clásico. Al margen de la conflictiva social que presenta, en la obra existe un espeso sistema de relaciones de amor-odio que vincula a padres e hijos tomado directamente, claro está, de la obra de Sófocles, pero que De Cecco –a tono con el auge del psicoanálisis en los ‘60– convierte aquí en un surtido muestrario de insanas devociones filiales, rivalidades y mandatos insoslayables”.
Siempre renovada y vuelta a representar, Eva Halac dirigió la obra y la estrenó en el Teatro Regio durante el 2009. A propósito, la directora señaló durante una entrevista realizada por Laura Rosso: “Sergio era titiritero y hacíamos títeres en mi casa desde toda la vida. En mi casa no había living, había un teatro de títeres. El era muy amigo de mi madre y yo lo quise muchísimo, fue muy querido por toda mi familia y para mí fue casi un tío. Tengo un recuerdo muy agradable, muy profundo. No puedo hablar de El reñidero, en este caso, y separarlo de su autor. Si bien yo después tuve que hacer un trabajo aparte con el texto para poder dirigir la obra, también sé muchas cosas del autor que puede ser que me hayan servido, o no.” Y en momento, agrega. “De Cecco era amante del género popular. De hecho, esta obra empezó como un radioteatro. No tenía amor por las experiencias crípticas o intelectuales. Creo que utiliza los personajes y las circunstancias de la tragedia de Sófocles para contar algo del destino. Y lo que logra es hacer una reflexión, plantear un interrogante sobre el origen de la violencia. Toda obra tiene una cuestión local y una cuestión universal –si está bien hecha– y esta obra lo tiene. Hay una anécdota local que corresponde al Buenos Aires del 1900 y remite a un universo que nos pertenece a todos y que no tiene ya que ver con los tiempos, ni con las épocas, ni con los espacios sino con lo humano, y creo que ahí es donde entra la tragedia de Sófocles, bien utilizada en este sentido porque la violencia y el destino es algo que no pertenece a ningún tiempo y lugar”.

El reñidero fue llevada al cine en 1965, bajo la dirección de René Mugica y obtuvo el tercer premio del Instituto de Cinematografía y fue seleccionada para participar en el Festival Internacional de Cine de Cannes, Francia. Entre muchas otras obras cabe destacar El gran deschave, escrita en colaboración con Armando Chulak, estrenada 1975 bajo la dirección de Carlos Gandolfo y con la que obtuvo el Premio Argentores.
Sebastián Basualdo
Especial para Argentores
26 / Nov / 2020