Revista Florencio
ARGENTORES Y RADIO NACIONAL, UNIDOS EN UN CICLO RADIAL DE FICCIÓN
Como se informara oportunamente, Argentores acordó un contrato con Radio y Televisión Argentina (RTA) para realizar ocho radioteatros de temática histórica para Radio Nacional. Con las firmas del Presidente de Argentores, Miguel Ángel Diani, y la presidenta de RTA, Rosario Lufrano, se rubricó en febrero el acuerdo para la realización de este ciclo, cuya denominación será Ocurrió en Argentina y que se estrenará por LRA.
La primera de las obras, de una hora de duración cada una, será Bar Ada, de Jorge Leyes, inspirada en la Guerra de Malvinas y le seguirá Un día de junio de 1955, sobre el bombardeo a la Plaza de Mayo, de Roberto “Tito” Cossa. Luego habrá un radioteatro centrado en la denominada “Noche de los bastones largos”, de 1966, aún sin título, de Roberto Perinelli y otro denominado El escándalo de los niños cantores, sobre un caso de corrupción dentro de la Lotería Nacional en 1942, de María Di Benedetto.
Además de las temáticas señaladas, el ciclo tendrá una historia inspirada en la vida de un ingeniero que decía tener una máquina para hacer llover, El mago de la lluvia, de Mariano Cossa mientras que Norte, las mujeres de Güemes, de Ana Ferrer, recordará a revolucionarias que lucharon junto a ese prócer. Por último, cierran el ciclo Unas y otras, todas… el voto femenino, de María Hernando, y Tosco, Luz y Fuerza, sobre la vida del dirigente gremial Agustín Tosco, escrito por Víctor Agú y Sebastián Pozzi.

Roberto “Tito” Cossa, coordinador de la Comisión de Cultura de nuestra entidad y promotor de esta iniciativa, aseguró que se trata de “un intento de Argentores de recuperar un género que es un fenómeno cultural muy instalado en nuestro país desde el siglo pasado. Pero también está pensado en función de más de un millón de personas con dificultades visuales que viven en Argentina y que podrán disfrutar de estos radioteatros. Este ciclo es un intento de Argentores de recuperar un género que es un fenómeno cultural muy instalado en nuestro país.”
La propuesta se emitirá en todo el territorio nacional. “Creemos que, con Radio Nacional, que tiene un gran alcance en todo nuestro país, podremos hacer nuestro pequeño aporte por volver a darle al radioteatro el lugar que se merece”, agregó Cossa. “Este acuerdo entre RTA y Argentores tiene varios puntos importantes que tenemos que resaltar. Ya nombramos el impulso que le estamos dando al género radioteatral y también lo que genera en ese público con discapacidad visual.”
“A todo esto hay que sumarle el espíritu federal del proyecto porque hay que decir que la primera entrega, o sea, Bar Ada de Jorge Leyes, se grabará y editará en Río Grande (Tierra del Fuego), Tosco, luz y fuerza en Córdoba y Norte, las mujeres de Güemes, en Salta. Y habrá más confirmaciones del interior con los siguientes”, aportó Jorge Graciosi, director teatral e integrante del equipo de producción del ciclo.
Por su parte, el Presidente del Consejo de Radio de nuestra entidad, Pedro Patzer, consideró que “este convenio entre RTA y Argentores es muy importante porque demuestra que la ficción en radio puede ser un vehículo para documentar la historia argentina. Y esto no es sólo un acontecimiento para la radio de autor, en este caso ficcional, sino también para la cultura popular argentina, porque la radio vuelve a ser un vehículo para recordarnos historias.

Por otro lado, Patzer destacó: “que Tito Cossa estrene una obra en Radio Nacional es un honor tanto para la Radio Pública como para Argentores como puentes de ese acontecimiento. Y que nuestra radio de bandera entienda la importancia de llevar adelante un ciclo como este, nos confirma que lo autoral y la ficción siempre tienen que estar presentes en la memoria de los pueblos. A veces, como decía Confucio, la imaginación es necesaria para instalar cosas en la realidad”.
RTA aportará la logística para grabar las obras y ponerlas al aire, aún con fechas y horarios a definir, y se encargará de la selección de actores y directores, mientras que Argentores se ocupará de la curaduría del ciclo, a cargo de Ivonne Fournery y la coordinación artística.
LEYES, LA RADIO, LA GUERRA

Autor de Bar Ada, Jorge Leyes así explica el proceso creativo global que lo llevó a escribir el texto del primero de los radioteatros que se habrán de emitir: “A finales de los ochenta vivía en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Unas compañeras de actuación en Casa de la Cultura viajaban todos los sábados a Gualeguaychú. Asistían a un curso de Mauricio Kartun. Otra compañera consiguió un espacio en la Alianza Francesa y los domingos a la noche nos transmitían su fascinación con el docente tanto como el contenido de cada una de las clases que habían recibido. A la primera versión de Bar Ada, que no sabía se llamaría así en ese momento, la escribí en esos encuentros. La estrenamos con mi pareja en una muestra de fin de año. La segunda función fue en la cárcel.
Mudanza a Buenos Aires. Hiperinflación. Conseguir trabajo. Conseguir vivienda. Unos años después me ofrecen un trabajo que me permite tomar clases con Kartun. El primer encuentro fue en el atardecer del día que estalló la embajada de Israel. De las clases siempre salía igual. Con muchas ganas de escribir. Leo el material que tenía de la obra. Mauricio sugiere recontextualizar el encuentro de los dos amantes. De epistolar a presencial. Pienso. Pienso. Pienso. Llegan imágenes, recuerdos. Una compañera de la secundaria, Yolanda, que me enviaba poemas eróticos. Un bar con paredes y techo de chapa abandonado en una esquina de Río Gallegos. El tiempo lo había vuelto fantasmal y oxidado. Las distancias patagónicas. El desierto. El viento. Las Malvinas ahí, enfrente, siempre.
Sí. Viví en muchos lugares de Argentina.
Papá me despertó muy temprano. ¡Levantate! Es un día histórico. Subimos al auto y nos vamos acercando, desde La Matanza a Plaza de Mayo. Bocinas, himno, marcha de Malvinas, gritos, vamos carajo! ¡Argentina! ¡Argentina! Argentina! Mis viejos regresaron a Rio Gallegos. Yo comencé abogacía. No quería esa carrera, pero estuve dispuesto a contribuir con la paz familiar. ¡Argentina! ¡Argentina! ¡Argentina! Antes de la clase rezábamos. De entrada, todo parecía igual que antes. Salvo la prohibición de la música en inglés, un gran cambio. Todos escuchábamos la radio.
La primera vez fue tomado con cierta lógica. A alguno le tenía que tocar. Nos cambió la actitud, pero no nos modificó la manera de vivir. Salíamos de la facultad y organizábamos nuestro fin de semana como siempre. Íbamos a bailar, al cine, al teatro. Compartíamos un asado los domingos. Me invitaban a andar en moto. Cada tanto alguno más también era convocado. Hasta que, de pronto era todos los días. A veces no venían dos. Faltaban, como si una goma invisible los fuera borrando de los pasillos, de la escalera de entrada, de la escalera mecánica del subte, de la espera en el semáforo, del bar. El aula se fue vaciando.
Un domingo regresé al hotel familiar donde vivía. Ya de noche. No había disfrutado el día en una quinta a la que me habían invitado. Me sobrevolaba una angustia. Entré y se abrió la puerta de la encargada. No necesitó decirme mucho. Con alcanzarme el telegrama fue suficiente.
Había sido convocado.
Fui parte del Batallón de Recambio Nº 1. Primero estuvimos en el Liceo Militar de San Martín, donde había hecho la colimba. Lavado de cerebro, adoctrinamiento para una guerra. Luego nos llevaron a La Tablada. ¡Argentina! ¡Argentina! ¡Argentina! Apenas comenzamos el traslado vemos las calles con personas que corren a arrojarnos bufandas, cigarrillos, chocolates. Al llegar a Liniers la hilera de camiones frenó en la General Paz, sobre las vías del ferrocarril Sarmiento. De todas las ventanillas surgieron brazos que golpeaban contra la chapa del tren. ¡Argentina! ¡Argentina! ¡Argentina! Creo no me voy a olvidar de ese momento. Nosotros y el tren detenidos. Las bocinas y gritos. En uno de mis bolsillos, una carta. Un sobre color rosa viejo, casi naranja. Gabriela. Cuarto año de la secundaria. Le habían pedido en el colegio que le escribiera a un soldado desconocido. Lo hizo.
En mis manos, un máuser 1918.
Sí, claro, nos había alertado sobre los gurkas y sus anteojos infrarrojos. Tuvimos simulacros de partida hacia las islas. Varios. La pasamos muy mal en múltiples aspectos. Ninguno se puede comparar a lo que enfrentaron y padecieron los chicos que estuvieron en el frente de combate, en las islas.

Con mis viejos hablaba cuando podía. Ellos seguían en Gallegos, viviendo prácticamente a oscuras, tapando las ventanas, ante la posibilidad de un ataque nocturno. Las noches patagónicas pueden ser muy largas. Las noticias decían una cosa; la realidad, la mía en el cuartel y la de mis viejos en Santa Cruz, hablaba de una derrota que llegaría en cualquier momento. Con mis compañeros apostábamos a acertar el día en que se terminaría la guerra, aunque las tapas de los diarios dijeran que íbamos ganando. No lo hacíamos desde el cinismo o la indolencia. Si habían preparado a los soldados que ya estaban allá como a nosotros acá, era imposible imaginar otro resultado. Pésimamente alimentados, sólo comíamos bien quienes teníamos dinero para comprar en la cantina. Todos compartíamos, pero ninguno tenía para dar de comer a un batallón entero. Las armas estaban en tal mal estado que rara vez se podía acertar en el blanco durante las prácticas de tiro. Entonces, nos castigaban y eran horas y horas de salto rana, carrera march, cuerpo a tierra. Para luego darnos de comer menos que una alita de pollo. En una cuadra para ciento cincuenta soldados dormíamos casi cuatrocientos. Uniendo las camas, en el piso, encimados. Los más grandes teníamos diecinueve años.
Había pedido estar en enfermería, así que cuando terminó la guerra y el batallón se disolvió rápidamente, tocó quedarme a cubrir mi puesto, para atender a quienes volvían. Los demás, se fueron. Los casos graves iban al Hospital Militar. Sólo tuve que cambiar algunas vendas, proveer analgésicos, escuchar y acompañar a quienes querían volver cuanto antes a su casa. Desgarraba mi alma cada vez que una madre, un padre, un hermano, una novia, un amigo, venía a preguntar qué había pasado con su hijo, hermano, novio, amigo. Eran y son hijos, hermanos, novios y amigos.
Escuchaban la respuesta. Murió en combate. Llantos. Gritos. Inmovilidad. Una mamá se arrodilló y estrelló su frente contra el asfalto de la plaza de armas.
Volví a Río Gallegos. 18 grados bajo cero. Las Malvinas ahí, enfrente, siempre.
En medio de uno de los simulacros de partida a Malvinas, me juré: “Si de esta salgo vivo, dejo abogacía.” Se lo dije a papá. Dejó de hablarme. Tres meses. Me inscribí en Arquitectura en Concepción del Uruguay. Sólo para que mi viejo volviera a hablarme. A finales de primer año, 1983, surgió la posibilidad de un taller de teatro. Hubo muchas idas y vueltas en el medio, hasta llegar a esa primera versión y, luego, en el taller de Kartun, a la definitiva. En esta acumulación de ingredientes, situaciones y desbordes tanto personales como sociales está el origen de Bar Ada.
¿Cómo fue trabajado? Con la premisa de entender un nuevo código y, a la par, reducir la extensión del texto de acuerdo a los tiempos que me propusieron. Alegría y angustia.
Revivir el contexto me llenó de tristeza. Removió muchos recuerdos y sensaciones dolorosos. Alegría de saber que la obra, estrenada luego de pasados 15 años de la guerra, casi en un hecho inédito e inexplicable, ya que era un tema tabú en aquel momento, ahora estaba acompañada de muchas obras nuevas, libros, entrevistas y documentales.
Hoy, de Malvinas se puede hablar, se habla.
Aprendí a corregir veinte veces un diálogo. A escuchar las devoluciones. Todas importaron. Aprendí a tener paciencia. Me costó muchísimo encontrar un final y más me costó encontrar el que finalmente quedó.
¿Qué resaltaría? Van de la mano la obra y su recorrido. El primero: la importancia de las capacitaciones. La obra no hubiera existido sin el taller de Mauricio en Gualeguaychú y el entusiasmo que provocó. La oportunidad que me dieron los docentes del taller de actuación de Casa de la Cultura cuando me permitieron participar de la muestra con un texto propio, además de una escena de Tennessee Williams. Eso me permitió un avance importante. Conocer algo de lo que sucede con un texto y su encuentro con el público.
El regreso. Creo el eje de la obra es un regreso no resuelto. Atravesar esa invisibilidad inicial a la que fueron condenados los ex combatientes. Como si la guerra hubiera quedado allá y ellos debieran vagar como fantasmas en una sociedad que les daba vuelta la espalda una y otra vez. Un nunca llegar. Un nunca volver. Y lo enloquecedor que es quedarse en esa especie de limbo tan semejante al infierno.
Focalicé en la salud mental del protagonista porque quizás fue de lo que estuve más cerca e intuía a la larga que la desatención a ese aspecto podría convertirse en otra tragedia. La fisura psíquico emocional era evidente desde el minuto uno. La indiferencia y mutismo de la sociedad también fue evidente desde el minuto uno.
Sabía del radioteatro a través de las abuelas, mamá y mis tías. Nací en 1962 en Chajarí, Entre Ríos. El cine, la radio, los libros de Corín Tellado, la Selecciones de Reader´s Digest, las historietas y las fotonovelas de la revista Nocturno eran las puertas de acceso a la ficción. Leía, veía y escuchaba todo. También había libros, pero siempre sentí fascinación por la cultura pop y era donde focalizaba mi atención.
Escuchaban los radioteatros. Nazareno Cruz y el lobo, Juan Moreira, El león de Francia y Hormiga Negra eran infaltables evocaciones. Obviamente en la casa de los abuelos la radio era grande y de madera. No tengo recuerdo personal de haber escuchado en esa época un radioteatro. Sí que una vez vi un informe en televisión todavía blanco y negro sobre cómo hacían los efectos especiales y quedé encantado. La primera vez que estuve frente a un televisor fue a mis siete años. Los vecinos, ricos, nos invitaron a ver el primer alunizaje. Fuimos con mi prima, que me cuidaba. Nos bañamos y vestimos como si fuéramos a una función de gala frente a la magia de la tecnología. Antes de ese momento, la radio. Siempre la radio.

La abuela, como la mayoría, escuchaba LT15, de Concordia, que tenía para todos los gustos. Los tíos más jóvenes, la radio de Salto. Uruguay. Muy cada tanto la radio de Paso de Los Libres. A la noche radio El Mundo. Tía Ñata era fanática de Argentinísima.
Papá, hasta que se rompió la rodilla, era muy deportista. Luego se convirtió en un gran espectador de todos los eventos que le hicieran recordar aquellos tiempos. Fútbol, básquet, boxeo, turismo carretera, karting. Habitualmente, desde los cuatro, cinco años, me llevaba con él.
Esa mañana llegamos temprano al borde de la ruta 14. En ese entonces era de tierra. Papá era fanático de uno de los corredores. Nos acumulamos entre los pastizales esperando llegara el líder de la carrera. De pronto sonó música. Desconcierto. El sonido venía del bolsillo de un gringo. Alto, huesudo, blanco teta. Vaqueros y camisa. De ese bolsillo sonoro sacó, consciente de saberse pionero, una radio transistores que parecía un atado de cigarrillos. Cubierta de plástico rojo. Made in Japan. Impacto.
Cuando mis viejos viajaron a Buenos Aires luego de la muerte de mis hermanos, volver de la escuela, quedarme solo con la abuela y tomar el mate cocido con galleta me fue acercando a la radio. No me acuerdo el nombre del programa. Era en LT15. Pasaban temas de María Elena Walsh. Al este y al oeste llueve lloverá una flor y otra flor celeste del jacarandá. Una tarde comenzaron con la narración de cuentos. La sirenita. Cuentos de la selva. Andersen y Quiroga. Salía de la escuela caminando más rápido para no perderme el capítulo siguiente. La sirenita, eso de conocer dos mundos, me cautivó.
En uno de mis años en Río Gallegos participé en LU14. Era un oyente tan participativo que un día me llamó el director y me dijo: ”¿Ya que tenés tantas sugerencias, porque no hacés un programa vos?” Trabajé un tiempo como productor y luego como conductor. A la medianoche. Hechizo. Llamaban desde las plantas de YPF en medio de la Patagonia más hostil. De Río Turbio y Piedrabuena. Enfermeras del hospital, camioneros, policías, taxistas, soldados que hacían la colimba a miles de kilómetros de sus hogares, serenos, viajantes. Una comunidad de solitarios.
La radio, aunque estés solo, te hace sentir acompañado.

Celebro la recuperación de la ficción radial. Recuperar la magia del sonido. El universo oculto en detalles que en otros formatos pasan desapercibidos simplemente no cuentan. El ejercicio de la escucha, que tanta falta nos hace, por si hace falta aclararlo. La recuperación de un sentido.
Escribir sobre Malvinas o en referencia a las islas y la guerra, recordar, buscar entender lo que pasó en esos meses y años posteriores, para mí es necesario y, quizás, inevitable.
La guerra de Malvinas fue, es un antes y un después.”
L.C.
8 / Jun / 2022