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Recordar a Aída Bortnik es recordar a una autora talentosa y única. Tan admirada como querida. Su obra dejó una huella imborrable en la historia de nuestro país.
En estos días en que se acaba de celebrar una nueva entrega de los premios Oscar, basta señalar que La Tregua, su primer guion cinematográfico, logró la primera candidatura para un film nacional en esa prestigiosa competencia, y que su trabajo en La historia oficial le dio a nuestro país –y a toda Latinoamérica– la primera distinción de la Academia de Hollywood.
Hoy se cumple un nuevo aniversario de su partida, ocurrida el 27 de abril de 2013, y desde Argentores deseamos mantener viva su obra, su memoria.
Aída Bortnik nació en Buenos Aires el 7 de enero de 1938. Estudió derecho y letras en la Universidad de Buenos Aires, egresó del Centro de Investigaciones del Instituto de Teatro de la misma casa de estudios y cursó seminarios de Argentores, de historia del arte y de historia de la literatura dramática.
Como dramaturga escribió Soldados y soldaditos (1972), Tres por Chéjov (1974), Dale nomás (1975), Papá querido (1981) y Domesticados (1981).
En 1972 ya escribía libretos para ciclos de televisión, algunos de los cuales ella misma dirigió. Trabajos suyos fueron editados en distintos países de América latina, España, los Estados Unidos, Canadá, Francia y Alemania, por universidades y revistas especializadas.
Fue en el cine que su obra obtuvo probablemente la mayor trascendencia. Baste anotar, además de los ya mencionados, sus títulos más recordados: Una mujer, de Juan José Stagnaro (1975); Crecer de golpe, de Sergio Renán (1976); La isla, de Alejandro Doria (1979); Volver, de David Lypzyc (1982); Pobre mariposa, de Raúl de la Torre (1986); Gringo viejo, de Luis Puenzo (1989); Tango feroz, la leyenda de Tanguito (1993); Caballos salvajes (1995), y Cenizas del paraíso (1997), todas de Marcelo Piñeyro, y La soledad era esto, de Sergio Renán (2001).
Ella dijo una vez: “el cine es, sin duda, el amante con el que traiciono al teatro desde hace muchos años”. Lo decía porque, claramente, su primer gran amor fueron las tablas. “Yo estudié toda mi vida teatro y siempre estoy escribiendo teatro”, decía.
Aída Bortnik fue, además de una dramaturga y guionista famosa, una personalidad destacada de nuestra cultura. Un espíritu libre y siempre atento a la realidad social y política que vivía. Siempre mantuvo viva su conciencia analítica y reflexiva sobre el estado del país y del mundo.
Su inteligencia y su valor fueron las armas con las que se opuso a las mordazas de la censura. No sólo como autora (hay que subrayar que su obra teatral Papá querido contribuyó a Teatro Abierto) sino también como periodista, labor que desempeñó en medios como Primera Plana, Panorama, La Opinión y Humor, entre otros.
Además de ser miembro fundadora de Teatro Abierto, Aída Bortnik ganó el Premio Konex de Platino a la mejor guionista argentina del decenio 1985-1994. Desde 1990 fue miembro del Consejo Académico y asesora de la Universidad del Cine de Buenos Aires y, desde 1993, consejera invitada en los Laboratorios de Guion Cinematográfico de la Fundación Sundance, primero, en Latinoamérica, y luego, ininterrumpidamente en Utah.
27 / Abr / 2021