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Novela de autor, novela de productor

Escribe Sergio Vainman

El presidente del Consejo Profesional de Televisión de Argentores reivindica las telenovelas en las que “ la solidez de la historia es apoyada por la firmeza de sus caracteres,  las situaciones se suceden con un orden lógico y los personajes son naturalmente contradictorios pero no incoherentes” y las obras “donde se advierte la cabeza, la mano y las emociones del autor puestas al servicio de contar SU historia y no una serie de “geniales ocurrencias” del productor inspiradas en un pálpito, en un compromiso comercial, financiero o erótico, en la sugerencia de algún allegado o en un mero titular leído de apuro en el diario de ayer.”

En la película estadounidense The Player ( conocida en la Argentina como “Las reglas del juego” ) de 1992, una comedia negra cuyo excelente guión escrito por Michael Tolkin adaptando su propia novela mereció el premio anual de la Writters Guild of América, protagonizada por un cínico Tim Robbins y que significó el retorno a los primeros planos de la crítica y el reconocimiento para su director, Robert Altman, se relata un caso policial de homicidio que sirve como excusa para desnudar las intimidades, miserias, intereses y canalladas del mundo del cine, patentizado en los grandes estudios de Hollywood.

En una de las escenas de la película que cuenta parte de la “cocina” de la producción, el personaje Larry Levy – un despectivo y pragmático director de producción interpretado por Peter Gallagher – enarbolando un periódico en su mano, sostiene de manera enfática y decidida que es perfectamente posible para los estudios prescindir de los guionistas porque todos los días se encuentran por lo menos dos historias de películas escondidas entre las noticias publicadas y, a continuación y para reforzar su teoría, lee algunos titulares del día que bien podrían ser, según su mirada, argumentos cinematográficos.

Esta afirmación, que obviamente pasa casi desapercibida para la mayor parte del público interesado en acompañar la investigación del asesinato, es – además de falsa, mentirosa y pedante – un punto más que interesante para analizar por aquellos que somos autores y defendemos nuestros derechos como creadores. Efectivamente, esa frase lanzada sin pudor alguno por el personaje, es la piedra sobre la que se apoya una mayoritaria porción de productores vernáculos para desarrollar y justificar su práctica violatoria de los derechos de los autores con quienes trabajan.

Y no solamente para arrebatarnos derechos que legalmente nos pertenecen sobre la obra terminada sino también para hacernos difícil, engorrosa, caótica, complicada y, la mayoría de las veces, desagradable la tarea de escribirla. Y lo que es peor aún, conseguir como resultado final de su presión e intromisión sobre nuestro trabajo autoral – actividad a todas luces insalubre en la Argentina de hoy – una obra inorgánica, deshilvanada, incoherente, puramente anecdótica y mediocre que poco a poco va desgastando la relación del público argentino con las producciones locales y no consigue los resultados de venta internacional que alcanzan otros países con sus productos.

Es así como llegamos al punto en el cual nuestros espectadores eligen para consagrar como programa más visto de la televisión argentina, desde hace meses, a Avenida Brasil, una telenovela brasileña escrita por João Emanuel Carneiro, dirigida por Ricardo Waddington, producida por Rede Globo y ¡Doblada al castellano en México!!. Y también destacan entre sus preferencias y comentarios constantes y elogiosos, por sobre envíos argentinos, a otra producción extranjera “Escobar, el patrón del mal” cuyo guión escrito por Juan Camilo Ferrand se basa en el libro “La parábola de Pablo” del periodista Alonso Salazar.

Concomitantemente, aparecen en la programación de los canales de mayor audiencia de Buenos Aires telenovelas extranjeras en horarios donde antes se ubicaban producciones nacionales. ¿Casualidad? ¿Moda? ¿Imitación? ¿O crisis de un estilo de producción y de productores como resultado inexorable que venimos anunciando, como una Casandra incomprendida, desde hace mucho tiempo?

Que los productores argentinos no olviden que la necedad de no haber escuchado las sabias predicciones de Casandra, acarreó a los troyanos la destrucción y a Agamenón, la muerte.

¿A qué responde este fenómeno de Avenida Brasil, que siendo emitida en un horario vespertino prácticamente duplica el nivel de audiencia de las telenovelas argentinas del “prime time”, sin contar con todos aquellos que graban el capítulo para verlo a la noche o los que lo ven por Internet? ¿Los brasileños tienen acaso, la llave del éxito? ¿Consiguieron alguna poción mágica con la cual cautivar al público?

Ninguna poción mágica pero sí una llave con la que han abierto las puertas a la consagración en veintinueve países: Avenida Brasil es, antes que nada y por sobre todas las cosas, una típica telenovela “DE AUTOR”. Se nota, se percibe, se comprende. Una telenovela donde la solidez de la historia es apoyada por la firmeza de sus caracteres, las situaciones se suceden con un orden lógico y los personajes son naturalmente contradictorios pero no incoherentes. Una obra donde se advierte la cabeza, la mano y las emociones del autor puestas al servicio de contar SU historia y no una serie de “geniales ocurrencias” del productor inspiradas en un pálpito, en un compromiso comercial, financiero o erótico, en la sugerencia de algún allegado o en un mero titular leído de apuro en el diario de ayer.

Ahí radica, a nuestro entender, la diferencia abismal entre un producto terminado y el otro (y también de sus resultados de audiencia). En ese empecinamiento de los productores locales por satisfacer los caprichos de su ego y a la vez, vorazmente, adueñarse de derechos que no les pertenecen, está la causa de los injustos padecimientos de los autores argentinos y, sin duda alguna, de la caída de los resultados.

Veamos: mientras la obra de autor se apoya en una estructura sólida, pensada, reflexionada, un hormigón armado con el hierro del conflicto central envuelto en el cemento y la piedra de los personajes y las situaciones; la novela “de productor” es una serie (en el mejor de los casos) de ocurrencias que se amontonan y dificultosamente logran unirse (también en el mejor de los casos y gracias a un esfuerzo descomunal del autor) unas a otras.

Las “ocurrencias” del productor, pomposamente publicadas como “idea original (qué caradurismo) de” o, “una creación de” conforman un variado panorama que va desde actores protagónicos contratados previamente sin tener la menor idea para qué personaje o historia, hasta burdas copias de películas y series nuevas o viejas, pasando, desde luego, por la sugerencia de temáticas generales (“Vamos a hacer una de médicos, una de porteros, una de modelos, etc, etc, etc.”) como si todo eso, en sí mismo, tuviera alguna perspectiva de prosperar y convertirse – por designio de quién sabe quién – en una obra televisiva.

Cuando la telenovela “DE AUTOR” transita de modo coherente por los caminos anunciados, previamente desarrollados en una “Biblia” – como se designa en la jerga a la sinopsis general de la telenovela – hecha con los conocimientos autorales suficientes como para conseguir un resultado compacto y con el tiempo bastante como para releer, corregir y volver a leer; la “de productor”, nacida del apuro y la improvisación que ahorra tiempo pero sobre todo dinero, obliga despóticamente al autor a saltar de un camino encontrado de ayer para hoy a otro inventado de hoy para mañana, siguiendo una supuesta intuición del gusto momentáneo del público que el productor dice poseer, auxiliado por el “rating minuto a minuto” que se parece más a un dios tiránico y arbitrario que a un instrumento de análisis. Estos saltos, además de forzar la lógica autoral y pasar por encima de trayectorias y antecedentes personales a la hora de imponer cambios, obligan a los autores a la reescritura constante de capítulos y capítulos, a la redacción apurada de escenas adicionales (hijuelas) que justifiquen modificaciones monstruosas o disimulen incoherencias flagrantes, al control de daños por el efecto dominó que un cambio produce en lo que está escrito con anterioridad; en una palabra: triplican o cuadruplican el trabajo de por sí agotador de escribir una telenovela diaria. La consecuencia de estos cambios, por supuesto, es que se termina por deshilachar el resultado final pero antes de eso, de más está decirlo, esta actitud de los productores bastardea nuestra labor autoral al punto de convertirla en una prisión que desvirtúa por completo aquello de la famosa libertad creativa.

En una telenovela “DE AUTOR” hay, capítulo a capítulo, una secuencia de situaciones orgánicamente insertadas que permiten desplegar el arco dramático de cada personaje para que cumpla con su cometido en la estructura de la historia. Dicho en términos más simples, hay coherencia entre la historia planteada originalmente y las situaciones en que se van desenvolviendo todos y cada uno de sus personajes para contarla día a día. En la “de productor” la coherencia que intenta darle el autor trabajando horas extras se ve permanentemente amenazada, bombardeada y destruida por nuevas “ocurrencias” que, lejos de mejorar los problemas, terminan por agudizarlos hasta convertir los programas en híbridos infumables. Así, lo que comenzó siendo una comedia familiar termina en un policial negro o lo que era una historia romántica deviene en tragedia que reíte de Sófocles (aunque lo más probable es que si Sófocles pudiera, se reiría muchísimo más o lloraría desconsoladamente).

Aún admitiendo como posible que una telenovela de autor como “Avenida Brasil” o “Escobar, el patrón del mal” encontrara su punto de partida en una noticia publicada en un periódico, en un suelto periodístico escondido a lo mejor en una página olvidada, eso no autorizaría, en absoluto, a afirmar como el personaje de Larry Levy en The Player, que se puede prescindir de los guionistas, porque la noticia de diez, veinte, treinta o cien líneas, nunca dejará de ser eso, un artículo periodístico. De ahí a una película, una serie o una telenovela, hay un largo camino por recorrer, un trabajo por hacer, una tarea a desarrollar: el camino del creador, el trabajo autoral, la tarea del guionista. Sin nosotros, es decir, sin nuestro trabajo normal y coherentemente desplegado, gozando de la libertad y la independencia que nos merecemos, no hay posibilidad de obra terminada. Mal que les pese, ningún “Larry Levy” chasquea los dedos y transforma un diario en un film, ningún productor logra que una “ocurrencia” se televise. Por esta razón es que hace dos mil quinientos años que hay autores y no los pudieron extinguir.

Para terminar, una última acotación que no deja de ser paradojal: mientras los productores argentinos insisten en enseñarnos nuestro trabajo y ejercen sobre nosotros su poder, nos marginan, nos quitan oxígeno y pretenden borrarnos del mapa, el resto de los productores de toda América Latina y España reciben nuestras propuestas, las evalúan, las consideran y nos contratan como autores para escribir televisión de autor. En efecto, a la vez que en Argentina se emiten las telenovelas de productor con suerte diversa y las telenovelas extranjeras crecen; la mayoría de los autores argentinos – tanto los consagrados como los que todavía no lo son – trabaja para alguna empresa productora de Europa, Chile, Ecuador, Paraguay, Colombia, Venezuela, Panamá, México o las cadenas hispanoparlantes de Estados Unidos.

Es realmente una lástima y una injusticia que no podamos hacer televisión de autor en la Argentina, porque además de placentero y equitativo para nosotros – que elegimos la profesión de contar para tratar de ser testigos, en nuestra medida y con nuestros alcances, del tiempo que nos tocó vivir – sería una manera de contribuir, humildemente, a la difusión de nuestra cultura por el mundo como hace Carneiro a través de Avenida Brasil o como hizo Gaitán con su inolvidable Café con aroma a Colombia.

2 / Oct / 2015