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OBRA EN CONSTRUCCIÓNEntrevista a Jorge «Chacho» Marzetti, creador de El vagabundo de las estrellas, un clásico de Radio Nacional Córdoba

El vagabundo de las estrellas es el programa hecho de literatura y música que, desde hace más de veinte años, pone al aire Jorge “Chacho” Marzetti por Radio Nacional Córdoba. Lector incansable, su relación con la radio comienza desde muy niño y es el punto de partida de esta entrevista realizada por ARGENTORES en el marco de “Obra en construcción” donde también recorremos parte de su carrera profesional, sus referentes, su concepción de la vida y el arte.
“La radio es toda mi vida. Mi madre puso la cuna debajo de la radio eléctrica. Era una radio que tenía efectos psicodélicos, porque como era valvular tenía lámparas. Atrás tenía un cartón prensado con agujeritos y por ahí salía la luz de la lamparitas junto a la luz valvular. Creo que yo me extasiaba mirando las lucecitas y escuchando radio. Me acunó la radio. Un día, mi padre, en una ceremonia bautismal, un domingo o debía ser un feriado porque Marthineitz estaba los viernes, me dijo: “Vení vamos a hacer algo”. Estábamos solos los dos, yo tenía siete u ocho años y escuchamos juntos a Hugo Guerrero Marthineitz y su El show del minuto. Aquel Marthineitz del año 68 era increíble, no era el que después conocimos. Yo tuve el gusto de trabajar con él en Radio Nacional. Era grosso. Quedé flasheado para siempre. Después en la adolescencia no hice otra cosa que escucharlo, estuviera donde estuviera, sea a la noche o a la tarde”.
¿Por qué te llamó tanto la atención?
Porque era un brujo de la radio. La radio es seducción, y prácticas hechiceras y mágicas. Esa es la radio que caducó, que prácticamente ya no existe más. Yo la ejerzo todavía, aunque estoy a punto de jubilarme, seguramente dentro de dos años. Es una clase de radio que se está acabando. No quiero agrandarme ni ponerme a su altura, quiero decir que soy un mal aprendiz o un mediocre aprendiz de aquello que fue memorable, y eso lo hizo el Negro Marthineitz.
¿Cómo era un programa de Marthineitz en esa época?
Era la libertad total, cinco horas unipersonales. Tenía a tres o cuatro trabajando, los llamaba secretarios o algo así, le transcribían los llamados. Él fue quien metió al oyente dentro de la radio. Telefonema, le llamaba, porque a todo le ponía nombre. Y hablaba con el oyente, discutía con ellos. Era una libertad total en el sentido que no sabías qué te iba a deparar. Con el Negro Marthineitz, en la época de El show del minuto y de Reencuentro, prendías la radio a las dos de la tarde y no sabías qué iba a pasar ahí. Podía ser un hombre caliente que iba a despotricar contra el mundo, podía ser amable y hacer jazz, y leerte una novela completa en dos semanas. Él decidía todo. Hacía una tanda comercial, había muchos auspiciantes. Cinco horas duraba el programa, ¡cinco horas! Por ejemplo, en la primera hora no ponía ningún anuncio, y después se pasaba la tercera hora leyendo y repitiendo los anuncios. Todo en vivo y se duplicaba y triplicaba la voz porque ponía grabaciones de él mismo. Con él aprendí -o copié- el arte de la repetición que es la base de la publicidad, pero él lo aplicaba para su programa de radio. Te enganchaba con una frase y repetía sin cesar cual si fuera un estribillo. ¿Cuál es el fenómeno que hace que una canción se cante? El estribillo, la repetición ¿Cuál es la base que hace que un producto se venda? La repetición. Eso lo aprendí de él, se lo copié, se hizo carne en mí y no hago más que practicarlo desde que empecé a hacer uso de mi libertad en radio, que comenzó en la Ciudad de Buenos Aires y terminó sucediendo en Nacional Córdoba a partir del ‘98.
¿Qué recordás de la época de radio en tu casa?
Me armé el micrófono, hacía programas. El micrófono lo colgaba de una caña y estaba hecho con papel y cartón. Fue el mejor micrófono que tuve en mi vida. Era una repetición del viejo modelo del micrófono RSA. Leía en el micrófono los dos libritos y la revista Gente. También tenía dos radios eléctricas. Ponía las radios para poder tener música en un determinado momento y leía, luego levantaba el volumen y aparecía la música. Creo que en aquellos primeros años hice mis mejores programas de radio. Mi vida profesional no fue otra cosa que seguir la infancia. Nací en Pigüé, Provincia de Buenos Aires. En aquel entonces había unos doce mil habitantes. Aquel pueblo tuvo una desquería que también vendía algunos libritos magistrales que compré siendo adolescente. Ahora bien, ¿cómo llegaban hasta allá? No tengo idea. Tenían muy buen gusto a pesar de los pocos libros y discos que vendían. Mi primer libro me lo dio mi abuela que no tenía una biblioteca, era una abuela como todas, pariente lejana de María Elena Walsh. En el año 48, María Elena Walsh edita su primer libro Otoño imperdonable y se lo hace llegar a mi abuela, que me lo regala. Yo tendría diez años, no entendí nada de ese libro. La mayoría de la literatura pasa por mi voz, no quiere decir que yo entienda, quiere decir que yo soy como un instrumento. Después mi abuela me regaló una maravilla, un librito pequeñito del tamaño de la palma de una mano, Residencia en la tierra de Pablo Neruda, el libro más oscuro y difícil de todos lo que escribió. El libro tenía ilustraciones en blanco y en negro de Carlos Alonso, que en aquel entonces debía ser muy joven. Me iba a un rincón de la casa y me pasaba el tiempo leyendo esos libros maravillosos aunque no entendiera nada.
Es decir que la radio está en vos desde siempre
Sí, desde siempre, tanto la radio como la literatura. Esos dos libritos en un principio Porque un día, gracias a Marthineitz, me enteré de la existencia de Palabras, la gran obra poética de Jacques Prevert. Recuerdo también que mi padre compraba semanalmente la revista Gente. La revista siempre fue de derecha, tema aparte, pero en ese entonces tuvo por ejemplo un reportaje a todo color y de varias páginas a un ocultado de la literatura argentina, me refiero a Juan L. Ortiz.
Hace un momento decías que hay una clase de radio que está desapareciendo
Hubo una época en que la radio más popular era la Rivadavia, con Fontana, Carrizo, Larrea. La escuchaban almaceneros, camioneros, taxistas, verduleros, la escuchaba todo el mundo. A donde fueras estaba esa radio. En hora pico, Antonio Carrizo hizo durante una semana o dos reportajes de una hora a Borges. Calculá el nivel cultural que tenía esa radio. Mirá si ahora le van a dedicar dos semanas al Borges de la época. No sucede más. La radio se volvió periodismo, reportaje, nota y opinión. El mundo se volvió opinión y la radio se volvió opinión. Se acabó el arte en la radio y el pase cultural. Hemos perdido el pase. Nadie pasa el conocimiento acumulado a lo largo de la vida a las nuevas generaciones. Yo mínimamente lo hago, porque estamos hablando de programas “de culto”, es decir que escuchan pocos. A esos pocos yo les paso todo lo que aprendí, por eso mi programa es cultural.

¿Cómo surge la idea primera del “Vagabundo de las estrellas”?
Tengo que ser absolutamente sincero. Siendo adolescente, entré a trabajar en la radio de mi pueblo y ahí hacía programas de Rock Nacional con Spinetta, por ejemplo, que hacía poco había sacado “Pescado Rabioso”, o con “Sui Generis” y “La Máquina de Hacer Pájaros”, o el primer Pappo. Hacía programas con esa música y con los pocos libros que tenía, y es lo mismo que hago hoy. Eso lo hice en Pigüé y después me fui a Buenos Aires a estudiar Locución. Después de recibirme, y a partir del único concurso que di en mi vida, entré a lo que entonces era ATC como locutor de cabina. Fui locutor de ATC durante todo el año 81 y 82. Después viajé a España, allá estuve cinco años, donde me nutrí muchísimo de radio y de literatura. Un día escuché al único que fue superador de Marthineitz, el “Loco de la Colina”, me refiero a Jesús Quinteros. Las madrugadas con él en España era algo imparable, lo mejor que escuché en mi vida.
Años más tarde regresaste a Buenos Aires
Sí, y entonces ingreso a Radio Nacional como locutor de informativos. En ese momento tenía devastadoras depresiones porque ya se me acumulaba mucha literatura. Estaba en dos mundos: el mundo de la literatura y el de la radio, que era limitadísimo. No tengo nada contra eso, pero simplemente no podía yo ejercer en ese mundo. Julio Marbiz pasó a ser director de la radio y echó como al ochenta por ciento del personal. Mis amigos eran gente pensante, gente sensible, los echó y a mí me dejó y los perdí a todos porque me acusaban de haberme vendido al enemigo. La radio me costó todos mis amigos. Me quedé trabajando en la radio en el mismo programa que te estoy diciendo, con toda la literatura pero ejerciendo la noticia. Un día Márbiz me pregunta si me gusta Marthineitz y yo le digo que le debo todo a él, que es mi ídolo, y me dice: “Bueno, si usted quiere mañana se lo traigo y ven qué pueden hacer juntos”.
Imagino que no lo podías creer…
Al principio pensé que era un chiste. Bueno, la cuestión es que hicimos juntos El panorama de la noche durante un año más o menos. ¡Qué maravilloso! Toqué el cielo con las manos. Fue como jugar al lado de Maradona. Divino, nos llevábamos, hicimos cada cosa… Cosas re locas, a nivel artístico. Él pidió en el estudio de Radio Nacional de AM, que es un estudio como una caja de zapatos, los cables para que en cualquier punto del estudio pudiéramos usar los auriculares. Micrófono de pie, uno para cada uno. Yo a Marthineitz lo conocía de memoria. Le conocía los tiempos por haberlo escuchado toda la vida, entonces escribía las noticias para su modo. Entonces, yo escribía y el Negro y yo, leíamos una noticia cada uno. Un día, aprovechando el largo de los auriculares, inició la noticia en el primer plano del micrófono. Leía en primer plano y yo, que conocía sus modos y sus tiempos de lectura, leía allá lejos, me iba acercando al micrófono despacio, leyendo, con papelito en mano, y el Negro se iba alejando. Parecía un arte de magia. Nadie entendía cómo una noticia que empezó leyéndola él, terminaba leyéndola yo.
¿Qué otros proyectos siguieron luego de ese año de trabajo con Marthineitz?
Me ofrecen El panorama de la mañana. Pero antes de aceptar me voy de vacaciones a España por un mes. Quería aprovechar y escuchar cómo se hacía radio allá por la mañana. Vivía de depresión en depresión por esta vida equivocada que tenía, por un lado la literatura, lo emocionante, lo que a mí me gustaba y, por el otro, el trabajo que estaba haciendo. Y vuelvo a escuchar El loco de la colina y me dije que yo podía escribir algo así. Me propuse hacerlo a las seis de la mañana con la noticia del día. En las radios de España, todas incluían por la mañana a las radios de las distintas regiones. Salía cada una de su comunidad autónoma. Entonces, cuando regresé de las vacaciones, le mostré a Marbiz y le dije que seguía en la radio si me dejaba hacer lo que tenía pensado. Y le pedí establecer contacto en vivo con otras radios nacionales, que había como cuarenta. Me las arreglé. Y terminamos sacando veinte radios nacionales por la mañana y yo empecé a escribir dos o tres carillas y abarcaba los primeros quince minutos del programa. Me llegaban repercusiones de todo el país.
¿Cómo abordabas las temáticas en la escritura?
Para escribir me basaba en el hecho del día. Te doy un ejemplo de miles, pensá que fueron tres años de lunes a sábado, de algo que pasó en un campeonato de fútbol en una copa olímpica, creo, en Estados Unidos, no recuerdo bien. Perdió Argentina la final con Nigeria y los chicos despreciaron las medallas y las tiraron al suelo. Entonces yo hice un programa sobre la plata y lo que significaba. Compré toda clase de libros, de meteorología, teología, de todo lo que se te ocurra para poder informar. Trabajé sobre lo que costaba la plata americana, todo lo que había ocurrido en el Potosí, para decir que no podemos despreciar una medalla de plata. Me iba a las antípodas para no hablar del plano político. Cuestión que, como te dije antes, hubo mucha repercusión en el interior del país y en Buenos Aires tuve un hada protectora: Tita Merello. Me regaló el tornillo de Quinquela, una carta y una foto que tengo acá en la cocina a la cual le enciendo una vela día por medio. Vivo agradecido a ella, que le habló a Marbiz y le dijo: “Ojo con este chico,vale oro, pagale, pagale más a ese chico”. Por hacer aquello obtuve un amor en Córdoba por el cual me vine a vivir y un programa de trasnoche de 0 a 3. Y ahí empecé a ejercer la total libertad, despacito, despacito, libertad musical, literaria, hasta el día de hoy. Esa es toda mi historia.
¿Cómo hacías al principio El vagabundo de las estrellas?
Al principio era terrible. Se llamaba La torre de los náufragos. El nombre fue cambiando pero era lo mismo siempre. Al principio había mucho folclore porque era una radio que difundía ese género musical. Me acuerdo de que traje a Córdoba cuarenta disquitos desde Buenos Aires, una colección de Folclore que había editado Hernán Rapela no sé si para la Revista Perfil, no recuerdo, y salían los discos cada semana, y me compré todos. Esa era mi disquería en Córdoba de folclore. Por aquel entonces yo no leía por radio, desde Pigüé lo había abandonado y habían pasado muchos años. Llegué a Córdoba y escribía por horas para el programa.Una introducción, dos páginas, después escribía otra página, después escribía fragmentitos para dar pie a los distintos temas musicales, imitaba lo que había escuchado en El loco de la colina, hasta que empecé a leer autores y cada vez escribí menos, hasta llegar a esta instancia que no escribí nunca más y que lo que hago es leer. A esta altura ya leí cuarenta y tres novelas y unos setecientos cuentos, quisiera llegar a los mil. Yo quiero que mis oyentes se vaya a dormir con algo hermoso.A esa hora quiero el mundo de los sueños, el mundo del arte. Yo los acompaño a dormir con lo mejor que he recaudado en mi vida, tanto de la música como de la literatura universal.
Acompañar a dormir como en la infancia. Recuperás un ritual muy primitivo en la oralidad y es un acto de amor al mismo tiempo
Está genial, volvemos a la infancia. Es cierto, le estamos contando un cuento al oyente a la noche. Se ponen en escena las infancias, la mía y la de lo oyentes
23 de febrero de 2022
23 / Feb / 2022