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La dramaturga y directora Florencia Aroldi, una de las más destacas del teatro actual, repasa su historia personal en el mundo de la escritura y describe el proceso que reformula el rol de la mujer en el universo autoral

Florencia Aroldi es una de las dramaturgas que en los últimos años viene desarrollando una importante labor, no sólo por la gran cantidad de obras en cartel –tanto en nuestro país como en el exterior–, sino también investigando, dando talleres y desarrollando un proyecto pedagógico orientado a niños y niñas de las escuelas cuyo nombre es una interesante propuesta: “Leamos teatro”.
Integra además el movimiento de autoras que a través de sus obras y sus personajes rompen con el relato patriarcal, lo cuestionan y permiten nuevas formas de narrar nuestras historias.
Durante el año que termina, Adelfa,Ágape, No me arrepiento, Hexagrama 52, Scalabrini Ortiz, Las Azurduy, La feria del plato, Tía Malvina, Sillón de dos cuerpos, Jarra de porcelana, Ochava 15/20, Frenético Show, Controlate Begonia, Vitel Toné, una navidad, Amalia, Glamour de camping y Telesíada, rezabaile nacional son sólo algunas de sus obras que estuvieron en cartel en escenarios de Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza, Madrid, Nueva York y San Francisco.
Su trabajo fue distinguido con los premios: Obra Espectacular en el Festival de Teatro Adolescente Vamos que Venimos; Mejor Teatro para Niños, Teatro XXI del GETEA; Segundo Premio del 13ª Concurso Nacional de Obras de Teatro del INT. Además, este año recibió las nominaciones a Mejor Dramaturgia en los Premios Ace y Premios Luisa Vehil por su obra “Scalabrini Ortiz”.
Publicó los libros “Molinete Conventillo, 10 piezas teatrales”, “Celosía 15/20 teatro por cuarto”, “Ochava 15/20 teatro por corte” y, recientemente, “Dintel 15/20, teatro por conexión”.
Hija de la actriz María Ibarreta y el actor, escritor y poeta Norberto Aroldi, desde su infancia vivió inmersa en el mundo del teatro y la escritura. Tras la muerte de su padre, siendo ella muy pequeña, su mamá formó pareja con el dramaturgo Osvaldo Chacho Dragún, quien fue otra de las influencias familiares que marcaron su camino.
Tu historia familiar, claramente, está marcada por el teatro, el cine y la televisión. Con todas las posibilidades a tu alcance, ¿por qué elegiste ser autora?
En la relación con la palabra, lo primero que me viene a la cabeza tiene que ver con mi padre y la forma que encontró, como escritor, de comunicarse conmigo sabiendo que él iba a partir. El escribe y actúa “Este flaco flaco Buenos Aires” en el año 1978, que son diversos poemas entre los que hay una poesía que se titula “Préstame tu sueño, Florencia”, en el que me habla directamente a mí, que estoy durmiendo en un colchón de pasto en los bosques de Palermo, y en ese poema me imagina y me describe hasta los 16 años. Cuando el murió yo tenía apenas 3 y en esos versos me describe en distintos paisajes de alto contenido poético y amoroso, y me deja esta posta de la palabra. Allí entendí que la escritura es una forma de comunicarse hasta en distintos planos físicos. Se convirtió en algo existencialista pero al mismo tiempo en una forma de encontrar a las personas que no están.
Mi infancia estuvo atravesada por varias pérdidas físicas. Además de mi padre, a mis diez años también viví la experiencia muy dolorosa de la muerte de un primo más chico que yo. Entonces en la escritura y la ficción encontraba una especie de protesta vital y creativa a la vez. Hay una frase muy linda que dice “Escribo para vengar tu muerte”. En esa ficción me iba reescribiendo ante tanto dolor y se transformaba en una forma de comunicación con los demás, con mis seres queridos pero también con lo humano, con la humanidad.

Tengo también otra experiencia que me marcó en mi infancia. Mi abuela materna, la abuela Beba, quiso ser artista pero por los mandatos familiares, eso del patriarcado y el machismo, el rol que le correspondía a la mujer tenía que ver con ser ama de casa, madre y, básicamente, realizar tareas domésticas. Ella tuvo que postergar ese deseo por el hecho de ser mujer a pesar de que escribía muy bien. Y ella me hizo un comentario que me marcó como dramaturga. Cuando yo tenía 6 años le dije que quería ser escritora como María Elena Walsh, un referente mío desde entonces y hasta hoy. Y mi abuela me respondió que cuando sea grande, si todavía tenía el deseo de ser escritora, tenía que ser escritora pero “pero como vos, aunque admires a María Elena Walsh”. Y para mí esa frase fue el seminario de dramaturgia más breve y más extenso que alguien me pudo haber dado. Sobre todo viniendo de una mujer que en su juventud había sido silenciada como artista. Para mí, en ese momento, ella me habilitó como sujeto de palabra femenino. Es decir, me pudo dar lo que ella no tuvo. Por eso digo que esa generosidad de mi abuela me funda como escritora.
En tu casa, además de esa huella de tu padre, también tuviste un contexto que, de una u otra manera, seguía alimentando esa idea de ser escritora…
Bueno, claro, tras la muerte de mi padre, unos años después mi mamá formó pareja con Osvaldo Chacho Dragún, con lo cual en mi casa se hablaba de teatro, estaba muy presente ese clima teatral. Recuerdo que, en mis primeros años, la lectura era un juego. No sólo porque María Elena Walsh así me lo transmitió sino porque cuando Chacho viajaba, en lugar de traerme juguetes, me traía como regalo libros de poetisas de los países que visitaba. Entonces mis primeros escritos fueron poesías, en las que homenajeaba hasta el plagio a todas esas escritoras que fui descubriendo en ese clima familiar.
Por todas estas cosas que cuento, fui ocupando el lugar de la escritora, a pesar de formarme también en la actuación con Raúl Serrano, Julio Ordano, fui de temprana edad al Labardén… Iba a la escuela de monjas por la practicidad, quedaba enfrente de casa, pero al mismo tiempo iba al Labardén, una escuela donde tenía el estímulo de distintas disciplinas como títeres, actuación, música, con grandes maestros que me permitieron traducir lo que iba viviendo a través del arte. Y encontré en la escritura y la palabra un lugar muy propio, más allá de la actuación. Así que puedo decir que Aroldi, mi abuela, Dragún y mi mamá también a través de su estímulo, me permitieron ir formándome. Me identifiqué con ese mundo artístico, me fascinó y me conmovió.
De alguna manera es la palabra del padre, pero en este contexto en que la mujer, a través de un colectivo de mujeres, se está haciendo un lugar en un mundo tan machista. Se suele decir que “estamos escribiendo la historia”, pero en realidad deberíamos decir “seguimos escribiéndola” porque siempre la hemos escrito. De hecho, estoy haciendo un trabajo de investigación sobre las primeras dramaturgas argentinas y encuentro que las mujeres siempre escribimos, lo que pasa es que la historia no nos dejó trascender. Está la primera obra “Clemencia” de Rosa Guerra, por ejemplo, donde las mujeres tienen una presencia, participación política, una lectura sobre su propio entramado social. Aquellas mujeres no eran solamente las que se querían casar y ser muñequitas de bazar, como muchos dicen.

La protagonista del film Lejos del mundanal ruido, con guion de David Nicholls y dirigida por Thomas Viterberg, dice en un momento: “Es difícil para una mujer definir sus sentimientos en un idioma inventado por hombres para expresar los suyos”. ¿Qué te parece esa idea?
Sí, la red conceptual está hecha por hombres, pero insisto en que esta posibilidad de editarme y formular el relato desde la perspectiva femenina tiene que ver necesariamente con todo este movimiento social y cultural ejercido por las mujeres que me hizo mirar de vuelta y reescribir mi propia historia. Ahí es donde mi abuela Beba resalta y puedo recordar su influencia, porque la memoria está dialécticamente relacionada con el presente y cómo reeditamos o reconstruimos esos relatos. Entonces pude ver que mi biblioteca no era sólo la biblioteca de Aroldi y de Dragún sino que mi madre, María Ibarreta, empezó en esta profesión de ser actriz a muy temprana edad… y empiezo a tomar conciencia de que los libros de esa biblioteca eran de ella también. Resignificar la relevancia intelectual de mi madre tiene que ver con esta relectura del movimiento de mujeres en nuestro país y a nivel mundial. Así como también la lectura de Virginie Despentes sobre Teoría King Kong, también me permitió hacer una relectura sobre hechos particulares de mi vida como un abuso sexual intraescolar que sufrí en mi infancia. A partir de esa nueva lectura, hechos que yo creía hechos aislados como subir de peso, ocultar mi cuerpo, padecer miedos, etcétera, entendí que estaban relacionados con el entramado de una sociedad patriarcal, capitalista, donde el hombre se creé dueño del cuerpo de la mujer. Entendí que eso tuvo un impacto en mi subjetividad. Así es cómo al leer a estas mujeres yo también me reescribo, mi memoria tiene otro movimiento y también necesariamente mi escritura. De esto hay que hablar y hay que ponerlo en el centro de la escena, porque de alguna manera mis personajes sufrían mis tabúes. Comprender mi cuerpo y mi rol de dramaturga desde otra perspectiva me permitió entender que la escritura nos permite cambiar la historia. Si bien la escritura describe un presente, también va para atrás y permite cambiar la forma de contar la historia.
Entender a su vez que si bien mi trabajo tiene un aspecto técnico también tiene un aspecto misterioso –algunos lo llamarán inconsciente y otros, instinto– que está relacionado con esas voces de generaciones anteriores que yo contengo. Siempre recuerdo a otra de mis referentes, Liliana Bodoc, que decía que “Escribir es un diálogo eterno con la propia infancia”. En mi caso, el teatro pone en crisis, en el buen sentido, toda una ética y un paradigma de las creencias actuales. Por eso, volviendo a tu pregunta, ¿es verdad que como mujeres fuimos habladas por hombres o eso es lo que los hombres creen? Porque en realidad las mujeres siempre hablamos, tal vez lo que nos tenemos que preguntar es qué pasó con la escucha. Tal vez el poder patriarcal escribió la historia del teatro sin las voces femeninas y ahora, a raíz de los cambios que vivimos, comenzamos a descubrir que siempre hablamos. Costó mucho llegar hasta acá, mucho dolor, muchas muertes, mucha lucha, pero ahora nos hicimos un lugar en el diccionario social escénico, cultural y político de la actualidad, aunque todavía queda mucho por hacer. Es un proceso en continuo movimiento.

Una cosa que aparece en el caso de las mujeres es la sobreexigencia a la hora de reconocer su talento. En tu caso, se te destaca como una autora prolífica, por ejemplo.
En mi caso primero tuve que superar eso de ser “hija de…”. En ese sentido, personalmente hice un camino, casi en soledad, en busca de mi personalidad. Cuando sentí que tenía mi propia voz, recién comencé a mostrar mi trabajo. Tal vez de ahí que surja la idea de que soy tan prolífica, porque muchas obras mías son de una época en la que todavía estaba en esa búsqueda artística. Ese proceso fue una forma de parirme a mí misma. Necesitaba esa seguridad porque sentí que la vara era alta. Sentí el mandato de no ser mediocre –fortísimo–, el de ser buena en lo que hacía y el mandato del respeto al teatro, porque en mi familia el teatro no es vanidad sino realmente una herramienta de construcción política, una herramienta de resistencia, de protesta, y muy consciente que es algo en lo que te va la vida. Yo, con siete años, fui testigo de la bomba en El Picadero. En la madrugada sonó el teléfono en mi casa y mi mamá no se quedó en casa con mi hermano y conmigo, sino que quiso estar con el resto de sus compañeros y fuimos al teatro. Y vi a Chacho con su discurso, en plena dictadura, y entendí que el teatro era una bandera y trinchera de resistencia activa. Por eso, para mí, hacer teatro ha sido y sigue siendo una inmensa responsabilidad. Por eso no hay peor crítica de mi trabajo que yo misma. Por eso es una alegría inmensa para mí que directoras y directores elijan hacer mis obras. Pero honestamente no siento tanto la exigencia externa sino la enseñanza que me transmitieron en mi casa que el teatro es trabajar, trabajar y trabajar.

Llama la atención tu versatilidad como autora, abordando distintos géneros, desde la tragedia al humor, pasando por el teatro para niños y niñas; pero también la posibilidad de explorar nuevos formatos como el microteatro o el teatro para plataformas.
Los dos aspectos que mencionás tienen un punto en común para mí que es trabajar el conflicto. Es decir, siempre desde la técnica yo trabajo mucho el conflicto porque creo que es la gotita de ADN teatral que, luego, puede variar en sus formas. Personalmente, consciente de nuestra naturaleza humana, en contacto permanente con el misterio que es la vida, con lo que no sabemos, para mí hacer pie en el conflicto teatral me permite jugar los distintos formatos.
Lo que me está pasando también en este último tiempo es que armo equipo y escribo para otros y otras. Esto me permite capturar algo de esa diversidad y hacer un trabajo como de sastrería. Entonces busco en mí esos puntos de contacto con aquellos con quienes trabajo. De cualquier modo, en todas las obras que escribo está el diálogo con la propia infancia. Por ejemplo, más allá de la historia puntual que refiere, “Scalabrini Ortiz” está basada y sostenida en la despedida de mis abuelos. Yo fui testigo en el sanatorio, cuando mi abuela Beba se estaba yendo, de mi abuelo tomando su mano, despidiéndose. Y yo tomé eso como sostén humano, amoroso, para contar esta historia.
En cuanto al “teatro para chicos”, surgió en el marco del programa de Mecenazgo con el proyecto “Leamos teatro” con el que editamos una serie de libros para niños y niñas. Por otro lado, el formato de teatro breve no es algo tan nuevo porque tenemos el modelo de Teatro Abierto. Claro que cada uno con un fin distinto, Teatro Abierto tenía una impronta ideológica y política muy marcada. El formato de teatro breve hoy tiene que ver con poder llevar a escena obras de forma más inmediata y con un sistema de producción más accesible para el teatro independiente.
Son todas experiencias que me permiten jugar, respetando siempre el límite de lo teatral que tiene que ver con que haya conflicto, con contar una historia, con hacer una metáfora, pero siempre con un principio, algo que pongo en crisis y un final. En mi obra, más allá de las formas y los géneros, siempre aparecen dudas que yo tengo en la vida, no es algo ajeno a mí. Para mí el teatro tiene más que ver con lo que no sé que con lo que sé y no dejo de preguntarme.
Esas dudas tan humanas que vuelven algo pequeño en algo universal…
Allí es donde lo humano no hace pie y cuando yo escribo, precisamente, voy hacia donde no hago pie. Siempre vuelvo al consejo de mi abuela: “Escribí como vos”. Ojalá cada uno y cada una hubiera tenido esa abuela que te dé ese consejo porque ese es el único punto desde donde podés mirar y sentir el mundo. Los grandes temas como el amor, la muerte, la locura, la memoria, nos interpelan a todos y todas. Y yo los abordo desde ese lugar, hago el ejercicio de despojarme de certezas para escribir, y ahí es cuando algo se revela.

¿Crees que el rol del autor se valora como se merece?
Es la pregunta más difícil y la más necesaria también. Tuve una experiencia interesante con los libros para niños y niñas del programa que se llamó “Leamos teatro”. Cuando iba a las escuelas y ellos y ellas veían que la autora de esas historias que habían leído tenía un cuerpo, una vida, percibí una gran valoración de su parte. De alguna manera, poder hacer preguntas o intercambiar conceptos con el autor o la autora me permitió ver que hay algo en los pibes que les importa, les interesa y valoran del rol del autor.
Por otra parte, en el ámbito del teatro propiamente dicho, para mí es un placer cuando trabajo con directores, directoras, actores y actrices que valoran el rol del autor o la autora. Pero no solamente por el reconocimiento que corresponde de poner el nombre del autor debajo del título de la obra sino porque discriminan, diferencian, el rol de la autoría, algo que implica que también discriminan y diferencian el rol de la dirección, así como el rol actoral, que no compiten, que son diferentes. Son roles que se complementan, se ensamblan y, en definitiva, ese proceso tiene consecuencias artísticas. Me atrevo a decir que cuando hay un reconocimiento por el trabajo de la autoría, especialmente desde la dirección, y hay diálogo, creo que se llega a una instancia superadora que mejora el producto final. Es decir, en ese intercambio surge una síntesis que mejora la suma de las partes.
Por eso nunca está de más hacer un trabajo en los centros de formación artística para consolidar la figura del autor o la autora porque, más allá de la normativa que reconoce el derecho de autor –y afortunadamente está Argentores para custodiar este aspecto–, hay que acompañar la evolución de este rol en los nuevos formatos y plataformas para resguardar la propiedad intelectual, moral y económica. Y en este sentido quiero destacar también el rol de Argentores porque, por ejemplo, algo tan básico como la cobertura médica para los socios es un gran respaldo para quienes tenemos el oficio de la escritura.
Sin dudas, la concientización sobre el rol autor será siempre una tarea a continuar porque, en definitiva, creo en que “sin autor o autora no hay obra”.

2 / Dic / 2022