Revista Florencio
EVOCACIONES
El 18 de enero último se cumplieron 120 años del nacimiento de María Iris Elda Rosmunda Pauri Bonetti, nacida en Orvieto, Umbría, Italia. Apenas había cumplido los cuatro cuando llegó con sus padres integrando ese gigantesco caudal inmigratorio que forjó la identidad de la Argentina. Como para casi todos, las cosas no fueron fáciles, especialmente en su caso por ausencia del padre que se cortó solo y dejó librada a su suerte a su mujer e hija. Dueña de una intensa personalidad que reemplazaba lo que podía calificarse como auténtica belleza, inteligente y con muchas ganas de triunfar, a poco de cumplidos los veinte y casi por casualidad, Iris –enterrando el “María” inicial-empezó en el mundo del espectáculo. En Montevideo, donde estaban de paso con su madre fue invitada a cantar una especie de tango paródico en el teatro Solís y lo hizo muy bien. Ella lo recordaba así: «Me había invitado el empresario José Messutti. En el cuarto de al lado del hotel se alojaba una mujer, modista, que tarareaba un tango en una mezcla infernal de castellano, brasileño y francés. De tanto escucharla, la aprendí y se la canté al empresario, que se mató de risa. Lo mismo pasó en una fiesta de homenaje a Parravicini, donde me hicieron repetir la monería. El empresario del Solís, que tenía la compañía de Concepción Olona, me llamó para hacer un fin de fiesta. No tenía plata, mamá ni hablemos, y me largué.»
El camino estaba marcado. Ella gustó y a ella le gustó ese fru-fru pícaro de la escena. De vuelta en Buenos Aires mientras su madre le enseñaba idiomas puesto que tenía sobrados conocimientos y hasta se ganaba el peso diario donde clases en la Academia Berlitz, Iris (que tomó el Marga de una marca de sobres de carta) empezaba a frecuentar el ambiente artístico. Con carisma y desfachatez, más una aceptable adaptación a las piezas musicales populares, no le costó conseguir trabajo. Y una noche de gira alguien le pasó la letra del tango “Julián” de Donato y Panizza con el cual tuvo un éxito muy grande y un trampolín importante porque la proyectó con identidad propia. De allí a jugarse cambiando de género había sólo un paso. Iris, claro lo dio. Y como integrante del elenco del Maipo se atrevió a un papel que orillaba lo dramático cumpliendo con lo justo.

Ya estaba en el mundo del teatro en serio. Antonio Cunill Cabanellas, director general del Teatro Nacional de Comedia (Cervantes) la incorpora a la compañía estable, que equivalía a una Comedia Nacional al estilo parisino. Y allí pasa a ser parte de mi vida, porque el administrador general y asesor artístico de Cunill era Alejandro Berruti, mi tío y lámpara de todo mi sendero profesional. Vivíamos en el mismo edificio a dos cuadras del teatro por lo cual yo –muy niño- era la mascota del Cervantes. Iris tejió una cálida relación con mi tío y mi abuela por lo cual me habitué a considerarla una parte de la familia. Iris trabajó mucho y bien durante años sumando títulos tales como Mirandolina (Goldoni), Las alegres comadres de Windsor (Shakespeare), Amanda y Eduardo (Armando Discépolo) y nada menos que Cuando se es alguien de Luigi Pirandello que vino a dirigirla en Buenos Aires. La recuerdo aún hoy en una obra del Cervantes titulada La cruz en la sangre donde Iris dejaba helada a la platea con su estallido dramático del final.

Siempre hiperactiva, no sólo se quedó 38 años sosteniendo contra temporales económicos la Casa del Teatro como presidenta sino que a los 92 viajó a París como figura del espectáculo Familia de artistas junto a Marilú Marini y dio una cautivante lección de actuación. Iris Marga –legítimamente bautizada “La gran dama del teatro”- nos dejó el 28 de diciembre de 1997 poco antes de cumplir los 96 y fue velada, claro, en la Casa del Teatro. Entre los muchos premios obtenidos figuran dos de Argentores en 1991 y 1993.
Rómulo Berruti
30 / Abr / 2021