Teatro
Entrevista a Susana Torres Molina, reciente ganadora del Premio Nacional en Texto Dramático: “Desde muy pequeña de algún modo era consciente de que tenía un don, el de la escritura”.

Innumerables premios y reconocimientos han convertido a Susana Torres Molina en una de las referentes más importantes de la dramaturgia argentina contemporánea. Sus textos teatrales cuentan con numerosas ediciones y fueron traducidos al inglés, al portugués, al alemán, al italiano y al checo. Además, fueron estrenados en distintas ciudades del mundo, como New York, Washington, Londres, México, Río de Janeiro, Madrid, Montevideo y Portugal, entre otros. Ha recibido en 2012 el Primer Premio Municipal (Dramaturgia) por su texto, Manifiesto vs Manifiesto, Bienio 2006-2007, otorgado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires; el Premio Konex 2014, dedicado a los destacados en las Letras Argentinas de la última década, en el género Teatro; y, a finales de 2019, le fue otorgado el Primer Premio Nacional por su texto dramático Ya vas a ver –producción 2015-2018–, por nombrar solo algunas de sus distinciones.
Torres Molina es una profesional en el sentido más acabado del término y, sobre todo, en el etimológico de profesar un modo de ver el mundo. En relación con el arte, la palabra destino se impone como punto de partida para esta entrevista que, a pocos meses de haber recibido el Premio Nacional, le realizó Argentores. “Siempre cuento que cuando comencé a estudiar teatro, a principio de los años setenta, fue en realidad porque yo era bastante introvertida. Entonces supuse que el teatro me ayudaría a exteriorizar mejor mis emociones. Pero no imaginé más allá de eso. Y, la verdad, es que el destino se impuso ahí, en el sentido de que encontré a la persona justa para mí, a la actriz y docente, Beatriz Matar”, dice Susana Torres Molina.
«En los talleres su coordinación se destacaba por su sensibilidad e inteligencia. Era muy intuitiva en relación al potencial de cada participante, y no les exigía lo mismo a todos ni de la misma manera. Si notaba que tenías dificultades pero hacías esfuerzos e ibas haciendo pequeños logros, superando miedos, te lo reconocía inmediatamente y era muy estimulante en sus devoluciones. Y, a los que todo les salía fácil les exigía más, y les pedía que no se quedaran en la zona cómoda de lo ya conocido. Por mis características, al principio me costaba mucho la exposición, e incluso varias veces pensé en abandonar. Tengo una amiga, a estas alturas es una hermana de vida, Silvia Baylé, a la que todo le resultaba simple y fluido, y era – y es- muy histriónica. Se reía de todo a carcajadas. Entonces, yo pensaba que ese mundo no tenía nada que ver conmigo, que no encajaba, pero Beatriz no dejaba de incentivarme, y además, muy pronto comenzamos a compartir lecturas. Las dos éramos ávidas lectoras. En síntesis; estuve con ella cuatro años. Ahí empecé a escribir teatro porque mis compañeros y compañeras necesitaban crear pequeñas escenas y como a mí la escritura se me daba fácil desde muy niña -siempre fue mi medio expresivo primordial- ellos me daban alguna información y yo les escribía los textos por encargo. Fue así cómo sin darme cuenta comencé a incursionar en la dramaturgia. Autodidacta, nunca estudié esa disciplina. Además, no existían cursos en ese momento. Me resultó natural implementar todo lo que estaba aprendiendo de técnicas y posibilidades actorales y aparearlas con mi práctica de escritura. El proceso de ir creando mundos y personajes me resultó accesible y sumamente placentero. La primera obra que Beatriz dirigió fue El baño de los pájaros, de Leonard Melfi, y me ofreció el personaje protagónico. La estrenamos en el Teatro Bambalinas, en San Telmo. Al año siguiente, en el 77, se estrenó mi primer texto teatral Extraño juguete, en el Teatro Payró, con la dirección de Lito Cruz. La protagonizan Beatriz Matar, Elsa Berenguer y Eduardo “Tato” Pavlovsky. El personaje masculino, ‘Maggi’, fue escrito pensando en él. De algún modo se cierra el círculo de aprendizajes: yo protagonizo su primer trabajo como directora y ella actúa en mi primera obra dramática», cuenta la autora.
Susana Torres Molina es autora de más de treinta textos teatrales, entre ellos: Extraño Juguete, ganadora del Primer Encuentro de Teatro Joven, convocado por la Asociación Argentina de Actores, Bs. As. (1977); Inventario, que formó parte de Teatro Abierto (1983); Espiral de Fuego. (1985); y Amantissima. (1988).
También escribió Sorteo, en co-autoría para el Ciclo Teatro X la Identidad.(2001); Una noche cualquiera, XVIII Premio de Teatro “Hermanos Machado” Sevilla. España. (1999); Estática, primer Finalista Casa de América, Madrid. España (2004); Lo que no se nombra, ganadora en el Concurso de Obras Breves organizado por el Instituto Nacional de Teatro (2000); Ella, primer Premio Concurso Fondo Nacional de las Artes. Premio Trinidad Guevara (2006); y Manifiesto vs Manifiesto, Premio Faena a las Artes (2006), Premio Florencio Sánchez (2008), 1º Premio Concurso Colihue (2008) y Premio Municipal (2012).
La lista sigue con títulos como Esa extraña forma de pasión, Premio Teatro del Mundo y nominada mejor autora en el Premio María Guerrero (2010-2011); Estática (2011-2012); Touché, Doc (2012); Privacidad (2013); Ya vas a ver (2015); La Fundación (2016-2017); Algo así Ciclo Idénticos. TXI. (2018); Hurlingham (Dentro del espectáculo “La valija que más pesa”) (2018); Un domingo en familia, texto finalista del Concurso de Dramaturgia Instituto Nacional de Teatro (2019), seleccionada para ser producida y estrenada en el Teatro Nacional Cervantes (2019), distinguida con el Premio Luisa Vehil (Autoría) y nominada al Premio ACE. (Autoría).
Una época muy compleja para hacer teatro
Sí, claro. En el 78, con Tato Pavlovsky, que era mi pareja de esos años, decidimos irnos del país. Exiliarnos. Habían ido a buscarlo a casa y Tato pudo escaparse milagrosamente por la terraza. Y, el destino, nuevamente, en esa terrible situación Beatriz Matar volvió a rescatarme porque justo ese día comenzaba un taller de entrenamiento con ella. Fue un sábado 18 de marzo, al mediodía, en el mismo horario que en casa estaba sucediendo el operativo represor.

Hace un momento me dijiste que leías desde muy chica, ¿viene de tu familia?
No. Mi familia tenía grandes y surtidas bibliotecas, en gran parte heredadas pero, poco y nada los veía leer. Tenía amigos, sobre todo un amigo mucho más grande que yo, que me incentivaba a conocer nuevos autores. Y un autor, una autora, te va llevando a otro, y a otra… En mis años de adolescencia leía un libro diariamente, o uno cada dos días. Por otra parte fui a colegios que me estimularon mucho en todo lo relacionado al arte. Desde la primaria mis composiciones para las fechas patrias eran seleccionadas para luego ser leídas en los actos. Por eso te comentaba que desde muy pequeña de algún modo era consciente de que tenía un don, el de la escritura. Además de mucha avidez y curiosidad por los ilimitados universos que me brindaban los libros. Lectura y escritura siempre retroalimentándose.
¿Y cuál fue la obra de teatro que te marcó?
El primer espectáculo que me impactó muchísimo lo vi en Madrid, en el 78, a poco de llegar a ese país. Y fue Flowers, de Lindsay Kemp. Sensorial, sensual, bello, ambiguo e inquietante. Quedé fascinada, esa es la palabra. Ahí experimenté en mi cuerpo lo que significa “la magia del teatro”. Hasta ese momento había visto teatro, sí, pero no su magia. Pero ahora que te cuento esto necesito retroceder un poco en el tiempo porque siento que mi desmemoria está resultando injusta. Allá por el año 66 fui con una amiga a ver un espectáculo en el Instituto Di Tella, que se llamaba Libertad y otras intoxicaciones, bajo la idea y dirección de Mario Trejo. Era un espectáculo vivencial (Living theater), los “vivientes” entraban en un estado catártico, de trance, quiero decir que no había personajes, ni roles fijos, más allá de lo que el director había pautado en líneas generales y en base a una estructura de escenas secuenciales. Me impactó mucho. Recuerdo que después fuimos a una fiesta con algunos de ellos porque mi amiga conocía a varios de los que estaban en la obra. Y en la fiesta estaba el director y poeta, Trejo. Resulta que estaba buscando el reemplazo de una mujer y al vernos a mi amiga y a mí nos da un texto y nos pide que lo leamos. Cuando terminamos de leer, me mira y me dice: “Vos quedás para el espectáculo. Empezás la semana que viene”. Así fue cómo de repente me encuentro trabajando en el Di Tella, en un espectáculo que tenía un gran suceso, y compartiendo y experimentando todo lo que ese mundo artístico, multidisciplinario, vanguardista, trasgresor, único, intensamente creativo, significaba en aquellos años. Y aún hoy sigue vigente como un acontecimiento cultural extraordinario.
¿Durante el exilio estrenaste alguna obra?
Sí. Extraño juguete la representamos en Madrid, la dirigió Norma Aleandro y trabajamos Tato Pavlovsky, Zulema Katz y yo. Tuvo excelentes críticas. Quedaron muy sorprendidos por el estilo de las actuaciones. Excesivas. Grotescas. En esa época los actores españoles eran muy engolados y con poca soltura corporal. El exilio madrileño -que coincidió con el destape tras la muerte de Franco- fue, artísticamente hablando, emocionante, provocador y atractivo. Allá escribí el texto teatral Y a otra cosa mariposa y un libro de cuentos eróticos, Dueña y señora. Me fui a estudiar cine con dos argentinos también exiliados, el crítico Agustín Mahieu y el director Gerardo Vallejo y realicé, como guionista y directora, un corto documental, Lina y Tina. Fue una época de mucha creatividad. En el aire había un clima efervescente, de liberación, después de tantas décadas opresivas. Además, personalmente, estaba muy contenta de estar ahí, de habernos podido escapar de la pesadilla. Recién cuando el avión despegó en Ezeiza pude respirar hondo. Viajaba con mis tres hijos porque Tato, después de la huída por la terraza, a los pocos días se fue del país. Yo me quedé un tiempo más para organizar diversos temas prácticos. Hubo mucha contención y ayuda de amigos, colectas, y esas cosas. Cuando llegué a Madrid lo primero que sentí fue un gran agradecimiento de tener una nueva oportunidad. No me ganó la melancolía ni la tristeza porque afortunadamente estaba con mis hijos y mi pareja. Intuíamos que habría posibilidad de trabajo, sobre todo Tato que allá era muy reconocido como psicoanalista y psicodramatista. También teníamos muchos amigos exiliados que nos tendieron una mano. Mi sensación era muy reconfortante porque era la de haber dejado la muerte atrás.

¿Escribiste sobre esa experiencia en aquellos años?
En ese momento, no. Últimamente escribí tres obras relacionadas a los años 70. Pero el cortometraje que te mencioné antes aborda el tema. Se trata de dos actrices en el exilio, Tina Serrano y Lina De Simone, que llegan a Madrid y se dan cuenta de que realmente tienen que empezar de cero. Tina llega con dos niños y una beba en brazos y su pareja de ese momento ya había armado otra relación. Entonces se encuentra en una situación tremenda. Tiene que trabajar en bares, vender plantas en la calle… ¡una de nuestras mejores actrices! Y Lina lo mismo, trabaja de mucama en hoteles de Londres y Madrid, entre otras cosas. El film aborda esa problemática, y también marca la diferencia con el modo en que los argentinos recibimos a los actores españoles en su momento. Lo hicimos de un modo más considerado, te diría.
¿Querías regresar a la Argentina?
Yo no hubiera vuelto pero Tato extrañaba muchísimo. La verdad es que me sentía muy plena en Madrid. Cuando volví, a los pocos días comencé a recibir los telegramas de que Lina y Tina había ganado el Festival Internacional de Cortos de Huesca, el Segundo Premio del Festival de Valladolid y el Premio al Mejor Corto otorgado por el Ministerio de Cultura. Ese premio además eran fondos para seguir filmando. O sea que si yo me quedaba allá seguía con las películas. El cine me apasiona pero acá me parecía todo mucho más difícil. No sabía por donde empezar. Tenía el texto Y a otra cosa mariposa, así que me puse a buscar directoras ya que, como la obra era una crítica mordaz al machismo, me parecía la decisión más adecuada. Ninguna de las directoras conocidas podía. En ese momento habría cuatro o cinco como mucho, entonces decidí dirigirla yo. Más o menos por esos años me llamaron para llevar adelante la dirección artística del Teatro del Viejo Palermo. Fijate cómo sería de importante que se abriera un nuevo teatro en la incipiente democracia que tengo un telegrama del presidente Raúl Alfonsín, y otro del Ministro de Cultura, Pacho O´Donnell, felicitándonos al dueño de la sala y a mí. Me acuerdo de que la inauguración fue una fiesta que duró veinticuatro horas seguidas. Estaban desde Antonio Gasalla, Miguel Ángel Solá, Gerardo Romano, Ana María Picchio, Amelita Baltar, Los Besos de Neón, Batato Barea, Urdapilleta, y varios grupos que eran parte de la eclosión que se había generado con la vuelta de la democracia. A pedido mío Tato Pavlovsky escribió y estrenó Potestad. Ricardo Bartis estrenó su primera obra como director, Telarañas. Miguel Ángel Solá creó el grupo La típica en leve Ascenso. Ricardo Holcer y Máximo Salas dirigieron Movitud Beckett, y Lorenzo Quinteros, El Resucitado… En fin, todo sucedió ahí, en ese lugar.

¿Cómo surgió la idea de Ya vas a ver, obra por la que acabás de recibir el Premio Nacional en el rubro Texto Dramático?
En Ya vas a ver la temática estuvo muy focalizada en la vulnerabilidad de la mujer, tanto en los espacios privados como públicos. La primera imagen que me surgió fue la de una mujer que había sido secuestrada. Luego traté de complejizar para no caer en el estereotipo del violador maligno y perverso frente a la debilidad inocente de su víctima. Me puse a explorar, leí algunos libros de Rita Segato que investigó durante un tiempo en las cárceles a los violadores presos. Me resultó muy interesante cuando ella dice que las violaciones son mensajes dirigidos a otros hombres. Un modo de expresar y exponer la propia virilidad, el poderío, y la mujer es sólo el nexo, una especie de fusible entre machos. Con esa imagen perturbadora comencé a imaginar a los personajes. Quería que la mujer fuera fuerte, lúcida, con muchos recursos para sobrevivir. Ella incluso propone opciones para salir de la situación. Eso es lo más interesante para mí, trabajar la complejidad, capa sobre capa, donde nada resulte lineal ni unívoco. Ni dicotómico. Al dirigirla hice mucho hincapié con los actores sobre estas cuestiones. Luego también fueron interesantes las cosas que surgieron en los debates después de las funciones. Algunas personas del público, mujeres incluso, declaraban su empatía con el abusador. Claro, porque armé un contexto donde las afecciones no eran tan claras. Él trabaja en el mismo lugar que ella, pero la mujer está en el área de los ejecutivos y a él lo acaban de echar. Él tiene una fijación con ella y se siente ninguneado porque ella, día tras día, no lo registra ni saluda. En un momento él le dice: “Para vos yo soy Juan Vidrio, soy transparente”. Él todo el tiempo tiene el control y busca someterla. Para complejizar la escena busqué que él exprese, incluso llorando, sus sentimientos de humillación, dolor y herida narcisística. Que dé pena, mientras la tiene atada con una soga de un tobillo. Durante la obra en tiempo real ella nunca está libre. Y se encuentran en un descampado. Solos, los dos. Por eso ella busca el modo de convencerlo para irse juntos a un hotel. Consiente para resistir. Y para sobrevivir. Me di cuenta, en esos debates posteriores, de que cuando una le escapa a los estereotipos pueden aparecer interpretaciones, sensaciones muy particulares -que han surgido en algunos espectadores-, como, por ejemplo, que los dos tienen un poco de culpa, ella por ignorarlo, ya que eso es muy violento, y él por secuestrarla y atarla. Equiparar ambos comportamientos es de una cerrazón perversa y que permite reflexionar mucho sobre los condicionamientos de nuestra forma de pensar, o de no pensar, mejor. Los más jóvenes del público no empatizaron en lo más mínimo con el personaje masculino, y eso me gustó mucho. Fue un alivio.
Fotos: Magdalena Viggiani
29 / Ene / 2020