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Cervantes y Shakespeare, según críticos y escritores argentinos

A 400 años de la muerte de ambos

DESAFIANDO EL PASO DE LOS SIGLOS, LA FIGURA DEL QUIJOTE CREADO POR MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA ASÍ COMO LOS EMBLEMÁTICOS PERSONAJES DE LAS OBRAS DE WILLIAM SHAKESPEARE SE RESIGNIFICAN A DIARIO A TRAVÉS DE LA LITERATURA, EL TEATRO, EL CINE Y LA TELEVISIÓN, QUE SE SIGUEN NUTRIENDO DEL IMAGINARIO PROPUESTO POR AMBOS ESCRITORES.

 

Consultados por la agencia de noticias Télam, la escritora e investigadora María Rosa Lojo; el escritor, crítico y editor Luis Chitarroni; el escritor, crítico y traductor Carlos Gamerro; el dramaturgo Mauricio Kartun; los escritores Gabriela Cabezón Cámara y Luciano Lamberti, y el docente de la cátedra y traductor de «Enrique VIII» Lucas Margarit contestaron un breve cuestionario sobre sus obras. 

Nosotros reproducimos aquí este artículo.

1) ¿Es equiparable en el mundo anglosajón la ponderación que se hace de Shakespeare con respecto a la de Cervantes en el mundo de habla hispana?

2) ¿Cuál fue su primer acercamiento al Quijote? ¿Qué le sugiere la figura del «caballero andante»?

3) De todas las obras de Shakespeare, ¿cuál es su favorita? ¿La leyó o la vio en una adaptación teatral?

MARIA ROSA LOJO

1 Los dos están en el «canon occidental» de Harold Bloom y son autores profundamente nacionales, a la vez que universales por excelencia, más allá de cualquier barrera idiomática. Los dos son conocidos urbi et orbe. Ambos se constituyeron en íconos de su propia cultura, en todos los niveles, desde el más popular hasta el académico más exigente, y la proyectan y se proyectan hacia el mundo entero, con historias y personajes que se volvieron memorables y transmigraron hacia todos los géneros ficcionales.

2) Leí el «Quijote» completo muy chica, a los doce años, en una edición normal (no para niños), con grabados e ilustraciones de Ramón Sopena. Mamá, que había tenido en Madrid una pequeña librería, la trajo de España. La tapa, de títulos con filigrana dorada, parecía una caja mágica y no me defraudó. No sé cuánto entendí de esa lengua antigua, torrencial y variada, pero comprendí que en esa historia hecha de otras historias ocurrían cosas extraordinarias, sobre un mundo móvil, siempre en camino, y que su extraño héroe, por la fuerza de su imaginación y de su voluntad, las hacía suceder. Como el Quijote, todos creamos el mundo entre ilusiones y desengaños, luchando con gigantes y endriagos y con seres demasiado humanos (empezando por nosotros mismos), y vamos trazando, sin entenderla nunca del todo, la aventura de nuestras vidas.

3) Me gusta sobre todo «Hamlet», a la que siempre vinculo con «La vida es sueño», de Calderón de la Barca (un autor igualmente ponderable, pero que, como dice José Pablo Feinmann, tiene menos prensa). La leí en castellano y en inglés, y vi varias versiones cinematográficas (en realidad, de teatro filmado).

LUIS CHITARRONI

1) Como demostró un archivero erudito, Gerald Eades Bentley, la reputación de Shakespeare en el siglo diecisiete era inferior a la de su contemporáneo Ben Jonson. A nivel internacional, como suele decirse, hoy solo los especialistas en literatura inglesa, o algún director de teatro oportuno, recuerda quién es el autor de «Volpone», mientras Shakespeare es «patrimonio de la humanidad» (también como suele decirse). Eso en términos de tiempo, de época. En cuanto a la relación con Cervantes…, es una tarea delicada. Voy a ocuparme de ella en detalle en una lección que va a dictarse en el Centro Cultural San Martín en mayo. Carlos Gamerro lo estaba haciendo en una novela que se publicó hace muy poco. Lo cierto es que la admiración de Shakespeare entre escritores fue inmediata. Tobias Smollet lo tradujo al inglés rápidamente (no sé siquiera si fue la primera traducción) y la devoción de Henry Fielding, autor del «Tom Jones», lo acompañó en toda la obra (que es más importante de lo que hoy se acredita, sobre todo en castellano). Los sistemas de relaciones en una y otra lengua son muy distintos. El de lengua inglesa aventaja mucho al de la lengua que nos pertenece. Tiene un revisionismo crítico avasallante. La otra gran ventaja es el caudal de obras. A Cervantes se lo conoce casi exclusivamente por el «Quijote». A nadie que no sea especialista ocupa hoy el resto de su obra. Shakespeare, en cambio, aunque «Hamlet», «Romeo y Julieta», «Otello» y «Macbeth» gozan de audiencias permanentes, cuenta con un repertorio de variantes cuya vigencia, además, va relevándose.

2) Mi acercamiento al «Quijote» lo instruyó mi viejo, que me regaló la edición en un tomo de Afrodisio Aguado (que es aún la que me acompaña y guía). Sin propósito pedagógico me alertó acerca de los relieves narrativos: el contraste entre Quijote y Sancho, la proverbial distancia que existe en el mundo de los refranes y el del idealismo de las novelas de caballería, Beltenebros, Clavileño… Muchas personas «culpan» al secundario, pero difícilmente pudiera leerse en el aula un libro de ese tamaño, a lo sumo un capítulo o dos.

3) Algunas las leí, otras las vi. En una vida con variantes meteorológico/ temáticas importantes, la atención a un solo autor debe acostumbrarse a esos desafueros. De las leídas, mi favorita es «Ricardo III»; de las vistas, «Troilo y Crésida», actuada por un grupo de teatro vocacional en un cine/teatro de Villa Urquiza, en la década del setenta. Aunque estaba plagada de licencias y transgresiones que advertía incluso un adolescente como yo, la obra (tomada por Shakespeare de una fuente inglesa, de Chaucer, creo) se abrió paso en muchos aspectos: el humorístico, el pasional, el mitológico. ¿Qué más se podía pedir?

CARLOS GAMERRO

1) Sí, estimo que es equiparable, porque si Shakespeare es el dramaturgo más leído, visto y adaptado en todo el mundo, «Don Quijote de la Mancha» creó el género novela, que desde el siglo XIX hasta el presente es el género literario dominante, más leído y practicado. Ambos se han convertido no solo en los poetas nacionales de Inglaterra y España, respectivamente, sino en los poetas emblemáticos de sus respectivas lenguas. Si bien la fama de Shakespeare se basa en una veintena de obras, y la de Cervantes en una novela apenas (¡pero qué novela!), Cervantes corre con cierta ventaja en la imaginación y la memoria popular, ya que Don Quijote y Sancho han trascendido los limites de la página y la lectura y se han convertido en personajes del mundo real; aunque es verdad que Hamlet y su calavera también andan dando vueltas por ahí.

2) Me dieron, como a todos nosotros, algún capítulo suelto en el secundario, el del Yelmo de Mambrino en mi caso. No creo que sea una historia de capítulos sueltos: hay que leerlo todo, o nada. El Quijote es una experiencia de vida, hay que meterse en el como en un viaje. Hice ambas cosas: lo leí de corrido por primera vez a los veinte años, durante un viaje de dos meses a Bolivia y Perú. Leerlo mientras recorría un mundo que en muchos aspectos se le parecía -un mundo más cercano a la España de su tiempo que la España actual, un mundo de plazas de armas, de mercados al aire libre, de campesinos que trabajaban la tierra con azadas y llevaban sus productos en burros- hizo que la combinación de libro y viaje fuera inolvidable (para esa especie rara que somos los lectores, muchas veces la experiencia del viaje está más en el libro que leímos durante el viaje que en el viaje mismo) Luego lo leí en la Facultad, con la guía de la gran cervantista argentina Celina Sabor de Cortázar, otro viaje inolvidable. Desde entonces lo he leído y enseñado innumerables veces, y he intentado reescrituras (a la manera de Pierre Menard, pero más modestamente) en algunas de mis novelas, como «La aventura de los bustos de Eva», «Un yuppie en la columna del Che Guevara» y ahora «Cardenio».

3) Tengo unas veinte favoritas, pero guardo un lugar especial en el corazón para las dos partes de «Enrique IV», que además de ser un modelo de cómo hacer literatura política al que recurrí una y otra vez mientras trabajaba mis novelas, incluye la relación entre el príncipe Hal y Fasltaff que en muchos aspectos es tan rica como la de Don Quijote y Sancho -solo que con final mucho más triste, pues en esta obra la amistad no resiste las presiones del poder y la propiedad, y es traicionada por una de las partes. La leí muchas veces, la vi en cine -en la inolvidable versión de Orson Welles, que incluye la mejor escena de batalla de la historia, el juicio es de Martin Scorsese y concuerdo-, y finalmente pude ver la parte en el Globe, donde terminé de entenderla -tantas cosas de Shakespeare se terminan de entender en el Globe-; y luego la segunda parte aquí, en la excelente versión de Rubén Szuchmacher ( originalmente estrenada en el Globe).

MAURICIO KARTÚN

1) «La tempestad» me parece un texto extraordinario. Tal vez porque es una mirada clavada sobre América y nos permite construir entonces sobre ella más metáfora -y más carnosa- que en otras. He visto muchas versiones escénicas pero prefiero -como a la mayoría de sus piezas- leerla en la hipótesis de imaginar otra y otra. Versioné hace unos años «Romeo y Julieta». Una experiencia perturbadora. Cuando en las sucesivas lecturas fui descartando las capas de arriba de la cebolla, aquella cosa más convencional del amor adolescente, fueron apareciendo esas otras zonas tremendas, esa mirada sobre el enfrentamiento, sobre la guerra como filicidio, sobre los padres siniestros que encuentran la paz sobre la muerte de sus hijos y terminan compitiendo en quién le hace el monumento más caro y más vistoso. Cuanto más mordés en Shakespeare, cuanto más te acercás al hueso, más se asoma siempre el horror y la verdad.

2) No lo sé. No tengo ningún parámetro de comparación.

3) Me acerqué en la experiencia devastadora de las lecturas colegiales y como todo alumno en su momento lo odié. Con los años pude disculpar a aquellos maestros y encontré cómo y desde dónde entrarle. Trabajo desde hace algunos años investigando sobre algunos de sus personajes secundarios, especialmente sobre Angulo el malo, el histrión, aquel cómico que en su carreta cruza Quijote. La figura del caballero andante no me sugiere nada en particular. Creo que la riqueza de los mitos literarios está siempre a un costado de sus tópicos.

LUCIANO LAMBERTI

1) Creo que se asocia a los dos con demasiada liviandad, bajo el generalísimo título de «genios de la literatura en su idioma» o algo por el estilo. Si algo los une, tiene que ver con la concepción casi solipsista de la época, más allá de su literatura. Ambos consideraban a la realidad como una ficción y viceversa, el mundo como teatro, el mundo como libro. Pero por otro lado, Shakespeare no se consideraba un escritor (no le interesó nunca publicar su obra) sino más bien un «hombre del espectáculo», mientras que Cervantes es un escritor nato, que tuvo tanto éxito en vida que fue «pirateado» por aquel que escribió la segunda parte del Quijote, y tuvo que matarlo él.

2) La primera vez lo leí en la Facultad de Letras, cuya profesora de Española 1 era tan vieja que le decíamos «la novia de El Cid», y nos explicó con mucha paciencia y don de gente las condiciones sociales, materiales e intelectuales bajo las que se escribió la obra. Como siempre, fue su lectura «pelada», lejos de cualquier acercamiento crítico, el que me enamoró de la obra. Lo importante del libro es que siempre será contemporáneo, a diferencia de otros clásicos que sí envejecen. Es tierno, humorístico y triste, profundamente español, y en la literatura en español le debemos todo. Desde los autores del Boom hasta Roberto Bolaño supieron abrevar en esa fuente.

3) La única adaptación que vi fue la que hizo el grupo de Paco Giménez, en Córdoba, de «Macbeth». Era cordobesísima, con cuarteto y televisión en medio, pero funcionaba muy bien. También vi una versión de «Hamlet» hecha con títeres que ponía la piel de gallina.

GABRIELA CABEZÓN CAMARA

1) No sabría decirlo con precisión, no soy una experta en el mundo anglosajón, pero supongo que sí: se los trata a ambos como fundadores de las literaturas de sus propias lenguas y eso son.

2) Leí el Quijote siendo ya una chica grande: me maravilló la música de esa prosa. Y me hizo reír mucho; la figura del caballero andante me da amor, es hermoso, querible, es algo del loco que tenemos muchos, quizá todos en alguna medida. Entonces, cuando Cervantes lo escribió, sólo la literatura tenía ese poder de crear modelos y mundos. Hoy, la educación sentimental de todos está forjada por ficciones como las del cine y la televisión. Mucho de lo que hacemos lo aprendemos en esas ficciones, mucho de lo que somos es producto de las horas que nos pasamos leyendo o mirando ficción.

3) De las obras de Shakespeare, me quedo con la lectura de «Hamlet»: entiendo a ese chico que sacrifica su vida por la del padre.

LUCAS MARGARIT

1) Ciertamente no, me parece que la Reforma y la Contrarreforma han modificado e influido en la forma de percibir el hecho artístico y de allí el cambio de ponderación que podemos encontrar en una cosmovisión donde el individuo tiene más posibilidades de interpretar libremente o, como es el caso de la España del siglo XVII, una mirada más alegórica signada por la religión católica. Con respecto a la ponderación a posteriori, un factor que no podemos dejar de lado es el hecho de que cada uno de ellos predomina en un género diferente. A Shakespeare se lo reconoce en general como un dramaturgo (aunque en realidad era un poeta y uno de los mejores de su época) y Cervantes se destaca como el autor de la maravillosa novela «Don Quijote». Esta distinción hace que el teatro de Shakespeare se lo reponga en escena en cada época de un modo particular y eso mediatiza el texto, modifica el modo en que los espectadores acceden a sus obras dramáticas. En el caso de Cervantes, «Don Quijote» es una obra que permite múltiples interpretaciones pero lo que llega al lector en tanto obra es el mismo texto. Es por ello que podemos decir que cada época tiene su Shakespeare. En tanto que en el caso del «Quijote», lo que llega al lector es el texto impreso interpretado en una lectura sin mediatizaciones.

2) Mi primer acercamiento fue en el secundario, de allí en adelante lo he leído completo unas cuatro o cinco veces, también releyendo, en otras ocasiones, fragmentos. Su figura me sugiere la imagen de un lector que se transforma en el héroe de sus propias lecturas, que puede leer y conformar un mundo más allá de los límites que puedan querer imponerle. Por otra parte, la constitución de la figura del lector es sin dudas todo un tratado acerca de la construcción narrativa, una reflexión acerca de los modos de representación y de configuración de la novela. No podemos dejar de pensar que también podemos rastrear no sólo esta figura del lector, el inicio es imprescindible: «Desocupado lector…», sino también un lector que es traductor de un texto de Cide Hamete Benengeli.

3) En realidad son varias, «Rey Lear», «La tempestad», «Ricardo II» y también «Los sonetos». Si tuviera que elegir una, estaría entre «La tempestad» y «Los Sonetos», y seguramente me inclinaría por la primera. «La tempestad», como última obra escrita por Shakespeare en solitario (1611), es una especie de testamento poético, un microcosmos donde se restituyen muchos de los motivos y conflictos tratados en obras anteriores. La he visto en teatro, pero si tengo que elegir una versión, sin dudas rescato «Prospero’s Books (Los libros de Próspero)» de Greenaway, ya que desde los recursos del cine ha puesto en evidencia la complejidad de la representación de una obra que abre camino a pensar nuevamente la imagen del creador, es decir del poeta.

22 / Abr / 2016