Revista Florencio
MÚSICA
Desde siempre, la integración de la música al universo cinematográfico ha sido plena. Recordemos: por música cinematográfica se entiende aquella creada específicamente para acompañar las escenas de un film y apoyar la narración filmada. Dentro de este tipo también se encuentra la llamada «música incidental».
Autores surgidos de todas las vertientes de la música popular –a través de la utilización de sus canciones previamente creadas o escritas especialmente para una película- o de extracción clásica han estado presentes por más de un siglo en este arte.
Es posible citar algunos nombres en el ámbito nacional a músicos que han aportado su talento al séptimo arte argentino como Bacalov (El Cartero); Basso (El Maestro); Belloso (Cosquín, amor y folklore); Bianchedi (El juguete rabioso); Buchino (Cuando los duendes cazan perdices); Castiñeira de Dios (Eva Perón); Mahler (Otra historia de amor); Cosentino (Juguemos en el mundo); Demare (Zafra); Gutiérrez del Barrio (El túnel); Maiztegui (Madame Bovary); López Ruiz (Primero yo); Motta (Los amores de Laurita); Otero (Cuatrocientas veces Jujuy), Piazzolla (Sucedió en Buenos Aires), Ribas (Todos los pecados del mundo), Ribero (Un hombre cualquiera); de los Ríos (Shunko); Sala (Conversaciones con mamá); Santaolalla (Relatos salvajes); Schifrin (El jefe); Sciamarella (El ídolo del tango); Serra (Señora de nadie); Slister (La vendedora de fantasías); Soifer (El crimen de Oribe); Sujatovich (La antena); Vázquez Vigo (Melodías porteñas); Vitale(Tocar el cielo), Zeller (Pinocho) o Zvetelman (Solos).
Desde luego, creadores internacionales han firmado bandas de sonido inolvidables: Max Steiner, Ennio Morricone, Nino Rota, Leonard Bernstein, John Williams, Bernard Herrmann, Vangelis, Hans Zimmer, John Barry, Nicola Piovani, Henry Mancini, James Horner, Thomas Newman, Bill Conti, Maurice Jarre, Danny Elfman, Wojciech Kilar, Yann Tiersen y Justin Hurwitz.
En nuestro medio, hubo también lugar para músicos de formulación académica, “seria”, fuesen convocado por productores y directores para ilustrar sus creaciones.
Uno de ello, un notable: Alberto Ginastera.
En efecto, Entre 1942 y 1958 Ginastera fue el responsable de la música de once películas: Malambo, de A. Zavalía; Rosa de América, de A. Zavalía; Nace la libertad, de J. Saraceni; El puente, de Gorostiza y Gemmiti; Facundo: el tigre de los llanos, de Tato; Caballito criollo, de Pappier; Su seguro servidor, de Togni; Los maridos de mamá, de Togni; Enigma de mujer, de Salaberry; Hay que bañar al nene, de Togni y Primavera de vida, de Mattson.

El músico Edgar Ferrer, consultado por Florencio, explica la valorable y poco difundida vinculación entre el mundo creativo de Ginastera y el universo musical cinematográfico.
Comienza poniendo en contexto el valor estético del notable artista argentino y más tarde su aporte al séptimo arte.
“A mediados del siglo 20 hubo una muy importante corriente entre los compositores de toda América, una corriente de búsqueda en las raíces étnicas y folklóricas. Así es como se lo relaciona muchas veces a Ginastera con Aaron Copeland. Por mi parte, prefiero hermanarlo no sólo con este gran compositor estadounidense sino también con Héctor Villa-Lobos de Brasil, Carlos Chávez y Silvestre Revueltas ambos de México y con el argentino Carlos Guastavino. Todos estos compositores vistos en perspectiva nos representan en la complejidad de la identidad americana, en la que subyacen algunos patrones: la influencia africana (siempre más o menos mixturada) con las diversas culturas originarias y con la música popular europea, fundamentalmente en dos vertientes: el mundo mediterráneo y el mundo sajón.”
“Ginastera – continuó expresando el músico nacido en Venado Tuerto en 1964, graduado en Guitarra, Dirección de Orquesta y Composición – ha sido uno de los más grandes compositores argentinos en el plano de la música académica.”
La proyección internacional de Ginastera comenzó en la década del 50 del siglo pasado y nunca más se detuvo hasta el día de hoy. Su enorme obra pianística, de cámara y sinfónica, se sigue tocando en los grandes escenarios europeos. Su ópera Bomarzo tuvo además el extraño galardón de ser aplaudida en los grandes teatros de ópera del mundo mientras estaba prohibida en su propio país.
“Solamente para ilustrar, puedo contar que cuando fui a dirigir a Suiza, uno de los pianistas invitados me regaló su último trabajo discográfico que era nada menos que la obra integral para piano de Alberto Ginastera. Cuando le pregunté por qué le dedicaba su trabajo, me dijo: “Es un compositor enorme y con una obra valiosísima de la que se conoce poco. Como se toca poco, pero todo lo que se conoce tiene buena repercusión, me decidí a grabarlo: creo que nos podemos ayudar mutuamente. Me dio mucho orgullo y un poco de pena, porque también nuestros propios pianistas tocan poco su obra”, agrega.

Ginastera, puntualiza Ferrer, fue además maestro de maestros: Jorge Martínez Zárate, Astor Piazzolla y tantos otros fueron discípulos suyos.
“Juan Pedro Franze, Ángel Lasala y Roberto García Morillo fueron compositores de su generación, que tuvieron con él una relación de colegas y una lucha en común. Carlos Guastavino fue otro de los enormes compositores argentinos con proyección internacional de esa generación, aunque con un perfil estético diferente.”
Indica Ferrer que “por eso, los desarrollos musicales, las ideas, las ambientaciones, constituyeron búsquedas de Alberto Ginastera que encontraron eco en realizaciones cinematográficas desde los años 40, en los que innegablemente emergió una afirmación a la vez que una búsqueda identitaria en nuestros realizadores. Por eso me resisto a ver su música como solo o meramente costumbrista.”
Más tarde, al abordar su paso por el cine, expresa: “En algunas películas, como por ejemplo Malambo, la búsqueda podría haber sido de un folklore mucho más explícito; de hecho, en la película había personas cantando piezas folklóricas tradicionales. También una deliciosa baguala cantada por una actriz, pero sin embargo la orquestación y la ambientación musical de Ginastera buceaba en los conflictos de la historia del personaje y también en su propio mundo interior, su imaginario. Es un compositor que iba más allá.”
También en El Puente de Gorostiza, pasó algo similar. “El drama transcurría en la ciudad y, sin embargo, Ginastera no compuso un tango para el film; prácticamente no hizo alusión a la música urbana de la época.”
Para Ferrer “sus películas hoy son difíciles de encontrar y le debemos a él y a nosotros mismos poder tener un archivo audiovisual como recurso de nuestro propio linaje. Hace unos años hubo un emprendimiento que se llamó Odeón, que intentaba nuclear toda la filmografía producida en Argentina y colocarla online para qué hubiera un acceso a nuestro patrimonio de producción. Lamentablemente el proyecto fue discontinuado. Mientras nuestra memoria no sea tomada en serio y como política de estado, tendremos que referirnos entre nosotros lo que conocemos de nuestros mayores.”
Por su parte, Martín Bianchedi, actual responsable de la Comisión de Músicos de Argentores, agrega su mirada acerca de este tema.
“Alberto Ginastera fue uno de los grandes compositores clásicos que volcó su talento en la composición de la música original de varias películas argentinas. Una de sus más destacadas creaciones fue Malambo, en 1942. En este film se destaca con claridad su impulso a la modernidad y su inagotable capacidad para musicalizar dramáticamente los textos e imágenes de la película.”
Recuerda Bianchedi que Facundo, el tigre de los llanos, Caballito criollo, Nace la libertad, Rosa de America y El puente fueron otras grandes realizaciones en las que participó.

“Bomarzo, con libro de Manuel Mujica Láinez, fue una de las óperas en la cuales es posible apreciar de qué forma su música estuvo a disposición de la dramaturgia. En la historia del cine, los ejemplos en los que músicos clásicos volcaron su arte en producciones cinematográficas, son escasos”, agrega.
Más tarde rescata algunos como Prokofiev (Alexander Nevsky, en 1938, de Eisenstein); Aaron Copland (La heredera, en 1949, de Wyler); Shostakovich (La nueva Babilonia, 1929, de Kozintsev y Trauberg) y Honegger (Napoleón, 1927, de Abel Gance).
“También es pertinente mencionar el caso de Walton, quien compuso bandas sonoras, como la de Enrique V de Laurence Olivier, en 1944.”
Concluye afirmando que “a Alberto Ginastera se lo recordará por siempre, también, como uno de los precursores de una nueva forma de hacer música y por haber dado un giro definitivo al sentir académico. Su estilo discurrió en torno al dodecafonismo, el serialismo, el microtonalismo y la música aleatoria con un amplio uso de motivos propios del acervo folclórico argentino. Alberto Ginastera, realizó una gran contribución a la cultura musical de este país e hizo historia. Su legado está inmortalizado en sus composiciones, en sus óperas y en sus películas.”
Leonardo Coire
30 / Abr / 2021