
No es muy común que un joven oiga hablar con cierta frecuencia de la eutanasia en su ámbito familiar, salvo que éste forme parte del ambiente médico o jurídico, donde ese tema suele ser abordado por razones laborales o de tratamiento filosófico o científico. El guionista y director de cine Martín Kraut, quien nació y creció en un medio de parientes ligados al foro, recuerda sí que oyó hablar varias veces en su casa, cuando era chico, de esa intervención deliberada para poner fin a la vida de una persona sin perspectiva de cura. Es bueno aclarar que en nuestro país no hay norma alguna que habilite a practicar ni la eutanasia voluntaria (la que practica un médico u otra persona a un paciente que la consintió) o el suicidio voluntario (que es aquella en que ese fallecimiento se produce con asistencia aceptada de otra persona). Sí, está regulada la llamada “muerte digna”, que es el acto por el que cualquier persona mayor de edad puede disponer directivas anticipadas sobre su salud pudiendo aceptar o rechazar determinados tratamientos médicos preventivos o paliativos, y decisiones relativas a su salud. Bien: cuando Martín escuchaba estos comentarios, tal vez nunca pensó en que alguna vez filmaría una película de contornos policiales en que ese tema, que todavía está pendiente de debate en la Argentina, se abordaría.
Ese film, escrito y dirigido por Martín Kraut, es La dosis, cuyo guion fue distinguido por un jurado de Argentores como el mejor de la muestra organizada por el Octavo Festival Internacional de Cine de Puerto Madryn (MAFICI) realizado en 2021. Estrenado en el Festival Internacional de Rotterdam en enero de 2020, ese largometraje, el primero en la producción del cineasta y autor, recorrió luego otros encuentros cinematográficos en distintos países del mundo, entre ellos Estados Unidos, Canadá y Corea. Ganador con su guion del Concurso Ópera Prima del INCAA en 2017 (que lo hizo acreedor de un subsidio que utilizó para su película) y de la Beca de la Creación del Fondo Nacional de las Artes, el cineasta rodó finalmente su película en 2019, el año anterior a la aparición de la pandemia. Muy bien recibida por las críticas, que destacaron la pericia con que se movió en un género tan complejo como el thriller, si es que se lo quiere hacer bien, su difusión no se realizó en salas, como explica el entrevistado más abajo, debido a los cierres que generó la expansión de la pandemia, a pesar de lo cual logró una aceptable difusión, entre otros aspectos gracias a la muy buena acogida de la prensa y su calidad.

Antes de reproducir la entrevista que le hicimos al realizador a principios de febrero pasado en su propio domicilio, le proporcionamos al lector un resumen de algunos de sus datos curriculares. Nació en 1982 en Buenos Aires. A pesar de pertenecer a una familia de juristas, sintió desde muy chico una fuerte atracción por la escritura y también por lo visual y fotográfico, tendencias que lo llevarían más tarde a volcarse a esas actividades. Luego de egresar del Colegio Nacional Buenos Aires, estudió dirección cinematográfica en la Universidad de Cine. Fue fotógrafo, camarógrafo y editor del Centro de Información Judicial entre 2008 y 2014. Allí presentó la muestra “Centros Clandestinos de detención”, retratando muchos campos de concentración nunca antes registrados. Entre 2017 y 2019 realizó de manera regular contenidos audiovisuales junto a Eduardo Carrera e hizo fotos y piezas audiovisuales para la revista Anfibia. También elaboró contenidos audiovisuales y documentales para TV y redes. Antes de rodar La dosis, filmó un corto denominado Que miren, también premiado.
¿Cuándo se produjo el estreno de La dosis en nuestro país?
En la Argentina tuvo un estreno online en octubre de 2020 debido a la pandemia de Covid 19. Y después fue a algunos otros festivales en nuestras provincias y otros países, pero en los cines no se había llegado a estrenar en una sala hasta 2022. Sin embargo, se anunció que el 17 de marzo de este año se estrenaría en el cine Gaumont, al menos durante una semana. Y estará disponible por ocho semanas en la plataforma online de Cine Ar. Curiosamente en los primeros días de febrero en que hicimos la nota, se la vio también un día en Buenos Aires en la Manzana de las Luces, en un muy lindo ciclo que se llama “Cine bajo las estrellas”. Que su estreno haya sido online puede considerarse, al menos en cierta medida, una ventaja, porque llegó en un momento en que no había películas en las salas ni productos de competencia como El hombre araña 3 o una de Ricardo Darín, que te acaparan todo el público. Es decir, fue un momento en que se veían pocas películas y eso le permitió tener una mayor difusión. También sucedió que, como resultado de eso, tuvo mucha más atención de la prensa. Y que, por tener el rasgo de ser una historia que se vio durante la pandemia, el transcurrir en un ámbito hospitalario ámbito hospitalario le dio otro estímulo. En Estados Unidos pudimos venderla a una plataforma y gracias a eso se puede hoy ver en distintos lugares. Del mismo modo, la ubicamos en una plataforma que se llama “Películas nobles”, que tiene muy buenos films. Lo positivo de todo esto es que la película, habiéndose estrenado hace dos años, puede verse todavía y sigue teniendo alguna repercusión.

Algunos críticos han calificado a la película de thriller hospitalario. ¿Cómo la definirías vos?
En general, uno piensa en los géneros porque es siempre una forma de simplificar, encasillar o dividir. Y si me obligaran a hacerlo lo definiría tal vez como un thriller psicológico, porque es un trabajo que responde a algunas características importantes de ese género, pero en realidad lo más importante para mí fue contar lo que pasaba en la cabeza del protagonista. No solo estructurar una trama policial, un hecho que se cuenta de determinada manera, sino tratar de narrar la historia de un tipo que está pasando por un proceso muy personal en una etapa clave de su vida y de su trabajo, una etapa que lo somete a duras tensiones, inseguridades y presiones. No tengo dudas que ese factor fue el más me atrapó desde el momento en que me decidí a escribir.
Ese personaje se llama Marcos, que en el film protagoniza Carlos Portaluppi.
Sí, ese personaje es Marcos. Tanto él como el personaje antagonista, Gabriel, están inspirados en un episodio real. El 18 de marzo de 2012, hace diez años, los diarios de Uruguay contaron que la justicia de ese país había procesado a dos enfermeros por el homicidio de unas quince personas en un hospital y sanatorio de Montevideo, y a una enfermera acusada de complicidad con ellos. Se decía que los enfermeros aplicaban la eutanasia, en algunos casos de manera un poco dudosa y en una actitud donde se les percibía cierta competencia o vínculo particular. Historias policiales de enfermeros que terminan matando pacientes, hay varias. Yo me enteré luego que hubo un enfermero en Alemania, Niels Högel, que mató 70 pacientes. Fue el máximo asesino serial en ese país después del nazismo. Y el tipo dijo que lo hacía porque estaba aburrido y para quedar bien con los médicos que la estaban pasando muy mal con esa situación. Pero encontrar un caso en el que estuvieran vinculados dos enfermeros –y en una suerte de competencia-, era más interesante a la hora de escribir el guion, sin contar que, además de eso, cuando me enteré del tema, fue como recibir un flechazo que me impulsaba a hacerlo. Es como en el amor, uno no sabe bien por qué se enamora, tampoco sabe muy bien por qué se pone a escribir algo. En la época en que se informó del hecho, hasta el ex presidente José Mujica salió a hablar del caso y la noticia se expandió muy rápido. Así que fue fácil enterarse.

¿Los enfermeros fueron condenados?
Estuvieron en la cárcel unos años, igual que la enfermera. Luego, los tres fueron absueltos por una jueza. No se los pudo condenar, al parecer por falta suficiente de pruebas. En Uruguay se había generado una fiebre entre los familiares de los internados en el hospital donde actuaban los acusados, porque no se sabía bien si habían matado veinte o más personas. Cada familiar que por ese tiempo tuvo un allegado fallecido allí, dudaba si su pariente no había sido víctima de esos enfermeros. Y, como ellos finalmente fueron absueltos, a mí esa circunstancia me permitió, de alguna manera, liberarme y escribir mi propia historia, escribirla con una mayor libertad. En la historia real, el personaje de Gabriel, el enfermero antagonista de Marcos, era considerado como un individuo malo, maltratador. Y a mí eso no me servía. De modo que lo convertí en mi historia en un tipo seductor, encantador, vivaz, hecho que provocaba cierta inseguridad a Marcos, lo hacía sentir amenazado en su posición de enfermero principal. Esa dinámica me servía mucho más que tener a Gabriel como un tipo malo, por caracterizarlo de alguna manera.
¿Tardaste mucho en escribir el guion?
Fue un proceso muy largo, imaginate que esta historia fue en 2012 y la película se filmó en 2019. Hubo en el medio todo un tiempo de desarrollo, de talleres, hasta que en el año 2016 presentamos el guion en el concurso de ópera prima del INCA. Ganamos en 2017, y yo ahí tuve como dos años más para largarme a filmar. Aclaro que el proceso fue extenso, pero muy satisfactorio para mí. Le tengo mucho cariño a la película y, a la vez, eso no me impide una mirada muy crítica sobre mí trabajo. Digo satisfactorio, sobre todo, por lo que fue pasando.

¿Con quién estudiaste guion?
En su momento estudié con Mauricio Kartun. Siempre me quedó una frase de él acerca de que un escritor no es bueno por lo que escribe sino más que nada por lo que tacha. Y me parece interesante esa afirmación porque enseña a desenamorarse del material, a saber que, en el proceso de construcción del guion, hay que hacer eso: tachar y eliminar para quedarse con lo mejor. Kartun es un maestro, es alguien que, además de conocimientos, transmite pasión.
¿El personaje de Marcos fue cambiando mientras lo escribías?
Quizás a medida que escribía fui cambiando algo el tono sobre él. En el caso de una paciente mujer a la que él atendía, al principio ella está sufriendo mucho y él decide matarla para evitarle más sufrimientos. Después eso no queda tan claro. Esa mujer estaba sufriendo, pero no se puede decir que el suyo fuera uno de esos casos en que asiste la convicción absoluta de que ayudarla a morir es la decisión más humanitaria. Me servía que Marcos fuera bueno, pero no necesariamente un ángel. Hay algo de él que a mí me gusta, que es su ambigüedad, como una cierta duplicidad interior. Eso hace al personaje más rico. También hay algo que tiene que ver con algo que siento de los enfermeros y que quiero rescatar: que son a veces como el último orejón del tarro de la medicina. Todos tuvimos algún pariente enfermo y vimos como uno repara sobre todo en el doctor y en el enfermero poco y nada. La situación del enfermero es bastante descuidada. Todavía no está reconocido como una labor profesional. Mi intención no era que la película condenara a los enfermeros como asesinos, quería que quedara en claro que vivimos en un sistema médico como el capitalista donde a veces los enfermos son números y los enfermeros también, y donde estas personas, que en general son mujeres, trabajan bajo una gran presión, sin ser valoradas como se debe. Pero también había algo de la película que quería estuviera y que era como esas personas pueden llegar a ponerse en el lugar de una divinidad, porque hoy en la Argentina, conforme a la ley, “solo Dios da y quita la vida”. La eutanasia es algo que todavía ni está discutido. Fue muy loco que la película se entrenara en Rotterdam, en un país que tiene legislada la eutanasia y está en un lugar muy diferente. Y creo que, en ese sentido, la película abre un espacio para el debate sobre un tema muy importante, que es la decisión de las personas sobre su propio cuerpo.

¿Cómo trabajaste con los actores?
Antes del largometraje, había hecho un corto basado en un cuento de Raymond Carver. El trabajo con los actores se me da muy bien, nunca termino de entender por qué. En el caso de la película, con Carlos Portaluppi, Ignacio Rogers, el actor que hizo Gabriel, y Lorena Vega, la Noelia del film, desarrollamos una relación de trabajo muy buena. Hay un momento en que el director, no digo que deba entregar al personaje, pero sí asumir que es el actor quien le está poniendo el cuerpo a esa criatura y que no puede pedirle a él que mecanice todo lo que le va indicando. Debe incitarlo para que en algún momento se apropie del personaje. Durante ese proceso puede obviamente marcarle cosas, debatir asuntos sobre ese papel, su psicología y sus características, pero sabiendo que en determinados aspectos tiene definitivamente que ceder posiciones. Tanto Portaluppi como Rogers y Lorena Vega son grandes actores. Y destaco en especial a Carlos por ser el protagonista. Hubo pasajes en que su labor, su entrega me emocionaron realmente. Hay que ver que venía todos los días a la filmación a las siete de la mañana y luego él tenía tres veces por semana teatro, terminaba a las once de la noche y a la mañana ya estaba firme en el rodaje. La calidad de Carlos se ve en detalles tales como que, de una toma a otra, vos le pedís un cambio de ánimo, y él con un movimiento de la boca o de una ceja te lo hizo.
En una nota has dicho que él en una etapa de su vida atendió a un pariente enfermo. ¿Es así?
Sí, él tuvo una experiencia en un hospital con un pariente muy cercano. Puedo contarlo porque lo compartió conmigo. Era un hermano que, por una determinada situación, fue internado en el hospital de Clínicas y terminó falleciendo. Y él lo primero que me dijo, al hablar del tema, fue: “Yo fui como el enfermero de mi hermano durante meses. Conozco muy bien ese mundo.” Y de alguna manera vimos su trabajo como una forma de volver a transitar esa historia, porque tenía un lado muy personal. En un instante del rodaje él le estaba haciendo unos masajes en los pies a una paciente y me preguntó si no le podía hacer tal otra cosa porque era lo que le hacía a su hermano. Era un trabajo que conocía y también de mucha entrega personal. Todo eso lo valoro mucho.
Hablame un poco del corto.
Que miren, el corto, tiene como diez años, es muy anterior a la película. En parte generado cuando en 2010 viajé a Cuba a la Escuela de Cine, de visita nada más. En ese momento estaba trabajando en una agencia de noticias en fotografía y sentí que tenía que volver a encontrarme con el cine, que siempre me gustó mucho. Y al volver de Cuba estaba muy entusiasmado por el bolero y pensando en que tenía que hacer algo. Y me acordé del cuento de Carver ¿Por qué no bailas?, que ha sido siempre uno de los que más me han gustado de sus trabajos. Así que empecé a hacer una adaptación y, a diferencia de la película, el corto fue una producción totalmente independiente, que hice totalmente a pulmón, lo pagué yo. Tuvo una curiosidad muy interesante, porque esto ocurre en el ámbito de un garaje, y es muy difícil encontrar en Buenos Aires casas que tengan parques de entrada sin rejas, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos. Entonces, hice un cambio: empezamos a buscar otro lugar en un country y terminamos en Ciudad Jardín, donde encontramos un lugar de lo más casero. Y nos atrevimos a tocar en la puerta de una señora de más de noventa años, que me dijo que su hijo también se dedicaba al cine. Y que hacía la música de muchas de ellas. ¿Y cómo se llama?, le preguntamos. Gustavo Santaolalla, nos contestó. Con lo cual el corto está filmado en la casa natal de Santaolalla con Orfelia, que ya falleció y en paz descanse. Era una mujer maravillosa, a la que le gustaba, a las seis de la tarde, tomarse un whisky y fumarse su cigarrillo. Nos prestó la casa y no nos cobró ni un centavo. Y estaba muy entretenida de vernos. Y esa circunstancia me permitió contar una historia que me gusta mucho y que quizás a diferencia con el thriller tiene una cosa más intimista, de pareja, un mundo que a mí también me atrae y que en su momento me trajo muchas satisfacciones. Y también generó una relación con los actores que fue muy agradable y me emocionó especialmente la actuación de la protagonista, Julia Martínez Rubio. El guionista imagina al personaje en su cabeza de una manera y cuando el actor supera eso, es realmente extraordinario. Un gran actor es capaz de llevar a veces al personaje mucho más allá de lo que uno imaginó. Y eso asombra. Fue una experiencia fascinante.

¿Tenés algún guion en proyecto?
Sí, mi forma de hacer el duelo cuando termino una película es ponerme a escribir desde el día siguiente. Siempre he tenido el impulso de escribir, desde la infancia. Así que es algo que hago regularmente y nunca voy a dejar de hacer. En este momento tengo escritos dos guiones de largometraje, en proceso de corrección. Y en los próximos días me voy a reunir con un amigo, Héctor Rowe, que es uno de los actores de La dosis. Con él estamos escribiendo el guion de un proyecto de serie, La emboscadura. Habiendo hecho ya mi primer largometraje tengo claro ahora que quiero sí o sí filmar el segundo. No había hecho todavía mi primera película cuando me iba todas las noches a dormir preguntándome si alguna vez haría alguna, y ahora que hice una tengo todo apuntado hacia el hecho de poder filmar otra. Acá lo más difícil es la posibilidad de hacer la primera película, ahora espero que sea el comienzo de un camino, de una carrera.
¿Hay muchas dificultades hoy para poder concretar un proyecto así?
Hoy fácil no es nada. Más allá de lo críticos que somos los argentinos y de todas las dificultades que se atraviesan en el país, la existencia del Instituto Nacional del Cine sigue siendo una bendición, una entidad que estimula el cine y lo protege. Y que, en cierto modo, con su política logra que algunos proyectos salgan a flote. Hoy, además, con todo el entusiasmo que hay por las plataformas, ese hecho permite que exista una energía nueva que puede incidir en la realización de películas. Nunca es fácil, pero al mismo tiempo el hecho de haber filmado una película donde te fue más o menos bien, lo digo humildemente, te da algo para presentar y un respaldo un poco mayor para mostrar. Igual tengo una productora, Alina Films, junto a Pablo Chernov, que de hecho produjo una película Camuflaje, que ahora se estrena en Berlín. Y el tener un socio y un camarada de aventuras te hace sentir más acompañado en la travesía y te facilita la posibilidad de que se pueda hacer otra película. No es imposible, pero tampoco fácil, porque se trata de mucho dinero. Pero tengo la esperanza de que esto pueda ser el puntapié para otras experiencias fílmicas.

Cuando hablas en tu currícula de que te dedicas a hacer contenidos audiovisuales, ¿a qué te referís, además de las películas?
Hago contenidos audiovisuales, más de tipo publicitario, donde hay un lado de guionista, pero no de escribir guiones. En estos días conversando con personas de una productora les decía que tengo una cuenta pendiente y es poder escribir para otros. Hasta ahora trabajé más como director, guionista y fotógrafo, que me gusta mucho, pero también me interesaría probar la experiencia de escribir en forma más profesional, porque todo es un aprendizaje. Es muy bueno escribir para uno, pero lo es también estar junto a otros con quienes poder pelotear, hacer la experiencia de escribir contenidos para otros directores. Pero hasta ahora no se dio.
¿Mostrás los guiones enseguida o esperas hasta un determinado momento?
No muestro los guiones a nadie hasta que creo que están presentables. Después, a partir de allí, valoro mucho lo que me aporta la mirada ajena. La dosis antes de llamarse así tenía como título Veinte centímetros cúbicos, que aludía a la cantidad de aire que se les inyectaba a los pacientes. Arranqué el guion con Jorge Gaggero y, cuando estaba próximo al rodaje, tuve un asesor de guion, que fue Rodrigo Moreno, y devoluciones de un amigo, Germán Servidio, que es también guionista. Y de esos encuentros solía salir hasta con cinco hojas de observaciones escritas que me podían servir. También antes de empezar el rodaje, la editora me dijo una cantidad de cosas que escuché y escribí atentamente. Y una semana antes del rodaje, en una reunión de equipo donde varias personas me decían que había una escena que no iba, que era muy complicada, finalmente la eliminé, porque me pareció que era justificado lo que planteaban. Si no quisiera que nadie me haga sugerencias y fuera todo como yo lo he escrito, sería novelista, pero cuando se trabaja en cine uno se nutre de la mirada de los demás. Es una obra colectiva, y por eso el director se llama director y no dueño. Y si bien él tiene la palabra final, sus decisiones debe tener el aporte de la mirada de los demás. Si no trabajaríamos con robots y no se trata de eso.
¿Dirigirías entonces un guion de otro?
Sí, me encantaría las dos experiencias: dirigir un guion de otro y que otro dirigiera un guion mío. En esto que nosotros hacemos están el oficio y los desafíos. Esas dos cosas son desafíos. Abordar un trabajo tratando de corporizar la mirada de otro me enriquecería y en ese sentido soy muy abierto y entregado a los desafíos.