El 6 de noviembre de 2020, Infobae publica una nota donde transcribe parte del fallo del juez de instrucción Alberto Baños, en el que compara una novela con un guion.
“una novela, como narración que es, sólo resultará eficaz si logramos que el lector crea estar presenciando la ficción, y para ello no nos queda más opción que ir mostrándole los personajes, los escenarios y la acción con el nivel de detalle suficiente. En un guion, en cambio, al no ser una narración en sí misma, sino únicamente una guía para que luego un grupo de personas realice una película, no es necesario que se detalle la ficción. Será el equipo de realización de la película quien añada los detalles cuando, a partir de la información contenida en el guion, plasme la narración en imágenes y sonidos: se localizarán o construirán los escenarios, se iluminará cada escena de manera adecuada, los actores y actrices les pondrán cara, cuerpo y voz a los personajes, etc.”.
Sin intención de observar el aspecto jurídico, como autores/as, como escritores/as audiovisuales, no podemos dejar pasar esto por alto.
Tiene tanto poder la información fidedigna como la difusión del desconocimiento.
Por eso sentimos la obligación, una vez más, de describir nuestra disciplina artística, nuestra profesión, nuestro trabajo. Hacer docencia sobre lo que implica el hecho creativo de escribir un guion. Ya que desvalorizar suele ser una señal: se descarta lo que se ignora.
Nadie diría que una persona que se dedica a la contabilidad es quien llena planillas de Excel. Tampoco se define a quien compone música como alguien que escribe partituras. Aunque ambas disciplinas requieren que sus trabajos se plasmen en planillas y partituras.
Quienes desarrollamos la escritura audiovisual creamos universos ficcionales. Cada universo (única- versión) da cuenta de historias, hechos trascendentes que les ocurren a personajes, encadenamiento de acciones que suceden en determinados espacios y tiempos. Y no hay manera de acceder a una historia si no es narrándola.
Se debe dominar la narrativa específica del
audiovisual que determina qué revelamos, qué ocultamos y en qué orden.
También la dramática que da cuenta de la
conflictiva intensa que re-presenta lo que experienciamos en nuestras vidas y que
va estructurando el relato de manera única e irrepetible. Arquetipos, símbolos,
metáforas de la conducta humana se despliegan creando estilos y estéticas.
Un universo ficcional lleva las marcas de la experiencia de vida de quien lo crea, como las huellas de las utopías artísticas que persigue. Es un trabajo donde la subjetividad se abre para ofrecerla a quienes realizarán la obra y a quienes serán sus espectadores.
Y sí, contamos con un instrumento, un vehículo donde materializar ese universo, que es el guion, que bien puede compararse con una partitura. Escribir un guion compromete otros saberes. Talento al organizar el material para que quien lea pueda ver con su imaginario una película, una serie, un programa televisivo. Como diría Italo Calvino con ese “cine mental” que la humanidad dispone mucho antes de que se creara el cine. Solo contamos con tres elementos: personaje, espacio y tiempo, porque son los que la cámara puede captar. Y con estos tres elementos, combinados de infinitas maneras, creamos lo que hasta ahora no había existido. Así, con nuestra escritura despertamos el imaginario de quienes realizan, iluminan, diseñan espacios y vestuarios, quienes interpretan personajes, quienes editan, quienes producen para que este conjunto de artistas pueda, con su creatividad, ofrecer una unidad: la película, la serie, el programa de televisión.
La narrativa literaria y la audiovisual se han influido mutuamente. Conviven y se maridan muchas veces, sin anular la identidad específica de cada una de las creaciones que responden a artes con herramientas y procedimientos propios.
El audiovisual no es una creatividad colectiva, es una creatividad asociada donde cada disciplina aporta lo suyo de manera específica y diferenciada. Y lo puede hacer porque hay una historia que contar, un universo ficcional por el que transitar y que, paradójicamente, suele resultarnos tan real como la vida misma. De originar esa primera obra fundante plasmada en un guion, de eso nos ocupamos los/las escritores/as audiovisuales.
Nos pareció muy importante aclarar esto porque no está bien que desde el desconocimiento del oficio de un o una guionista se ningunee su trabajo. Porque para llegar a un dictamen justo, tiene que ser válido el camino que se elige para llegar al mismo. Y ese camino implica conocer plenamente cuál es el trabajo de un guionista y qué resulta de ese trabajo.
Es una lástima que antes de dictaminar, no
se hayan molestado en consultar, simplemente, el diccionario de la Real
Academia Española. Ahí, en ese lugar de tan fácil acceso, estaba la primera y
última respuesta. En efecto, la segunda acepción de la palabra GUION dice: Texto
en que se expone, con los detalles necesarios para su realización, el contenido
de un filme o de un programa de radio o televisión.
Contenido y detalles. Detalles y contenido. Nada más y nada menos que lo que define a un audiovisual.
Lo realizará La Colectiva de Autoras los próximos 27 y 28 de noviembre
La Colectiva de Autoras realizará los próximos 27 y 28 de noviembre el Primer Encuentro Federal de Autoras que reunirá creadoras patagónicas en un espacio sinérgico de intercambio y puesta en valor de la producción de las autoras de la región.
El encuentro forma parte de las acciones de La Colectiva de Autoras para apoyar y fortalecer la actividad autoral en todo el territorio argentino. En esta oportunidad, las autoras patagónicas serán presentadas por autoras de otras regiones y compartirán una breve muestra de su producción para luego abrir un espacio de preguntas y reflexión.
El evento se desarrollará en dos fechas de manera virtual y será transmitido en directo por el canal de Youtube de la Colectiva de Autoras:
La coordinación de las jornadas está a cargo de Corina Amílcar (Río Grande/Tierra del Fuego) y Andrea Fernández (El Calafate/Santa Cruz).
La Colectiva de Autoras de teatro, cine, televisión, composición coreográfica, musical y audiovisual es una organización independiente de instituciones, partidos políticos y del Estado, autoconvocada con la finalidad de reflexionar y accionar sobre el desarrollo de la tarea autoral.
VIERNES 27/11 de 19 a 21hs Invitada especial: Gilda Bona. Autoras: Victoria lerario (Ushuaia); Patricia Vera (Río Grande); Aravinda Juárez Silva (Bariloche); Natalia Tomadoni (El Calafate); Carlota Gelbhardt (Bariloche); Romina Ance (Caleta Olivia); Silvina Vilanova (Calafate); Andrea Fernández (El Calafate); y Valeria Mire (Ushuaia) Música.
SABADO 28/11 de 19 a 21hs Invitada especial: Susana Torres Molina. Autoras: Aluhén Seguel (P. Moreno), Alicia Datri (Gral. Pico), Rosalba Gravina (El Bolsón), Carolina Martínez (C. Rivadavia), M. Cecilia Morales (Sta. Rosa), Andrea Landaburu (El Calafate), Magdalena Aguirre (Gral Roca), Nene Guitart (Esquel), Corina Amilcar (Río Grande) y Claudia Lupardo (Sta. Rosa). Invitada: Jorgelina Paravano (Delegada de Argentores en Bariloche)
Con el auspicio de Argentores y el CELCIT, Atina Argentina presenta el ciclo gratuito de charlas “Con-texto iberoamericano” que se realizará mensualmente con la participación de autores de distintos países.
El primer encuentro será el viernes 27 de noviembre, a las 18, a través de la plataforma Zoom, con la presencia de tres jóvenes autores iberoamericanos, quienes hablarán sobre su obra y las perspectivas de la dramaturgia para la infancia y la juventud en nuestro continente.
Participarán de este primer encuentro Diego Herrera (México), Guille Baldo (Córdoba, Argentina) y Francisco Pedreira (CABA, Argentina), con la coordinación de María Inés Falconi.
Los textos sobre los que se trabajarán son A.S.T.R.O.S, de Diego Herrera; La niña que fue Cyrano, de Guille Baldo; y La inquebrantable voluntad del mundo por acabarse, de Francisco Pedreira
Se podrán leer los textos completos en Dramática Iberoamericana para la Infancia y la Juventud en el siguiente link: Ver aquí
Por otra parte, las inscripciones se podrán realizar desde el siguiente link: Ver aquí
Argentores
celebra con orgullo la declaración de interés cultural de la presentación del
libro Sombras de Universo (Palabras de Cuarentena),
del dramaturgo socio de nuestra entidad Agustín Busefi, por parte del Honorable
Concejo Deliberante del Partido de General Pueyrredón.
Agustín Busefi trabaja
desde hace décadas en el ámbito teatral de la ciudad de Mar del Plata y ha
creado –junto a la actriz y cantante marplatense Analía Caviglia– el Grupo de
Teatro Marplatense “Desde la Verdad” con el cual realiza permanentes
actuaciones en su ciudad, en Buenos Aires y varias provincias de nuestro país.
A sus 83 años, Busefi cuenta con 53 años como socio de Argentores y más de 30 obras de su autoría estrenadas, entre las que se encuentran La fe del gorrión; Tita, un sentimiento popular; y Walt Whitman, en tiempos sin poesía.
Agustín Busefi también
es el autor de la primera dramaturgia escrita y estrenada en el teatro J. Payró
de Mar del Plata, sobre Regina Pacini, esposa del ex Presidente de la República
Doctor Marcelo Torcuato de Alvear, creadora de la “Casa del Teatro” y de
destacada labor cultural y social.
En el libro Sombras de Universo (Palabras de Cuarentena),
Buseti presenta textos habitados por personajes de la historia argentina,
recuerdos, esquinas del mundo y rincones de la Casa del Teatro, entre otros.
Con dolor, Argentores despide a su socia Nelly Raymond. Periodista, conductora, locutora, productora, directora de televisión, bailarina y actriz de amplia trayectoria en nuestro país, fue una de las pioneras de la radiofonía argentina. Tenía 88 años.
Nelly Raymond nació el 3 de abril de 1932 y comenzó su carrera como actriz y bailarina solista del Teatro Colón. Uno de sus primeros trabajos de Raymond como actriz fue en la película La calle junto a la luna, en 1951. Le siguieron La última escuadrilla y El muerto es un vivo. Debutó en pantalla chica en 1956 con el ciclo ¡Pasa cada cosa!, junto a Tincho Zabala, Roberto Sonntag y Pepe Soriano. Ese mismo año, acompañó a Ástor Piazzolla para El tango, señor de la ciudad.
A fines de los 60, Nelly fue una de las caras del programa Panorama Hogareño, con el que ganó un
Martín Fierro. Uno de sus últimos trabajos fue en 1975, nuevamente con Héctor
Larrea: el concurso Feliz luna de miel
para mamá y papá.
Sin dudas su labor más recordada es como anfitriona del
concurso Miss Argentina.
En radio participó de infinidad de ficciones y su última
aparición fue en un especial de unitarios de Alberto Migré que se realizó en el
2001, Permiso para imaginar, por
Radio La Ciudad.
En 2011 el periodista Leandro Gasco escribió junto a Nelly
Raymond un libro Miss Nelly for ever
Raymond: Una vida de película que recorre toda su vida, destacando su
trayectoria artística.
Con profundo pesar, Argentores despide a su socio Fernando “Pino” Solanas, destacado autor y director cinematográfico, con una importante trayectoria política, quien falleciera víctima de Covid en Francia, donde se desempeñaba como embajador argentino ante la Unesco.
Cineasta, ex diputado nacional, ex senador y principal referente de la agrupación Proyecto Sur que integra el Frente de Todos, Solanas tenía 84 años. Había nacido en Olivos, Provincia de Buenos Aires, en 1936, y a lo largo de su vida cursó estudios de teatro, música y derecho. Además, militó y se formó políticamente junto a hombres como Raúl Scalabrini Ortíz, Arturo Jauretche, Carlos Astrada, Juan José Hernández Arregui, César Marcos, Fermín Chávez, John William Cooke y Rodolfo Ortega Peña.
En 1962 realizó su primer cortometraje de ficción Seguir andando. En 1968 realizó en forma clandestina su primer largometraje La Hora de los Hornos, trilogía documental sobre el neocolonialismo y la violencia en el país y América Latina. En 1969 fundó el grupo Cine Liberación junto con Octavio Getino, e impulsó con el film el desarrollo de un circuito alternativo de difusión a través de organizaciones sociales y políticas que forman parte de la resistencia a la dictadura. El film obtuvo múltiples premios internacionales y fue proyectado en más de 70 países.
En 1971, el Grupo Cine Liberación fue convocado por Juan
Domingo Perón para filmar en Madrid sus dos testimonios cinematográficos : La Revolución Justicialista y Actualización Doctrinaria para la toma del
poder.
En 1975 terminó Los
Hijos de Fierro, primer largometraje de ficción. Meses antes, había sido
amenazado de muerte por la Triple A y en 1976 un comando de la Marina intentó
secuestrarlo. Entonces dejó el país y, tras pasar por España, se estableció finalmente
en Francia, donde realizó, en 1980, el documental La mirada de los otros.
Durante su exilio participó en varias organizaciones de
solidaridad con las Madres de Plaza de Mayo y los demás organismos de defensa
de los derechos humanos, denunciando internacionalmente la situación argentina.
En París, con Envar El Kadri, Arianne Mouskhine, Miguel Ángel Estrella y otros
artistas e intelectuales, participa en la creación de la Asociación
Internacional en Defensa de los Artistas.
Caída de la dictadura, en 1983, regresó a Buenos Aires y, en
1985, filmó Tangos… El Exilio de Gardel,
que obtuvo los principales premios en el Festival de Venecia y de La Habana. En
1988 terminó Sur, que fue premiada en
Cannes y en numerosos festivales.
En junio de 1989 promovió la gran asamblea de sindicatos
audiovisuales que se realizó los días 22 y 23 de junio en el Centro Cultural
San Martín, exigiendo la convocatoria a un gran debate y una ley marco de
Radiodifusión que reemplace a la de la dictadura.
En 1992, estrenó su film El Viaje.
Desde el Parlamento, trabajó en la reforma de la Ley de
Cine, la Ley de Teatro y la Ley de Música. Introdujo los jurados renovables e
interdisciplinarios para la adjudicación de créditos o premios. Impulsó y
trabajó en la creación de la Cinemateca Nacional (CINAIN) que, aprobada por
unanimidad en las dos cámaras, fue vetada por Carlos Menem. Sin embargo, un mes
después, Solanas consiguió que ambas cámaras ratifiquen por unanimidad la ley.
En el Anexo de la Cámara de Diputados realiza dos encuentros
sobre Democracia, Medio Audiovisual y Cultura y presentó el proyecto del Canal
de Televisión del MERCOSUR con participación de parlamentarios de América
Latina y la Presidenta de la Comisión de Comunicaciones del Parlamento Europeo,
Luchiana Castellina.
Fue invitado por Federico Mayor –Secretario General de la
UNESCO- a integrar el Comité Mundial por la Defensa del Patrimonio
Cinematográfico en representación de América Latina. Ha presidido la asociación
Directores Argentinos Cinematográficos (DAC). Ha promovido en el país y en
América Latina la democratización del espacio audiovisual y las leyes marco que
garantizan en radios y televisoras el derecho a la pluralidad y a la
información objetiva. Trabajó en el proyecto del Canal Parlamentario y del
Canal del Mercosur, que obtuvo la primera votación afirmativa de la Cámara.
En 1998 terminó La Nube, premiada en el Festival de Venecia. Ese mismo año, en el Festival de La Habana recibió el Gran Coral a su trayectoria.
En 2004 presentó el documental Memoria del Saqueo en el 54º Festival Internacional de Cine de Berlín,
donde recibió el Oso de Oro a su trayectoria. La película obtuvo importantes
premios internacionales.
Ese mismo año, en ocasión de las invitaciones que le hicieran Hugo Chávez y Fidel Castro para presentar su film en Caracas y La Habana , Solanas tuvo la oportunidad de exponer al presidente venezolano primero, y luego al Comandante Fidel Castro, la necesidad de crear un Canal Latinoamericano. Su iniciativa fue impulsada y meses después nació Telesur.
En septiembre de 2005 estrenó La Dignidad de los Nadies, premiada en Venecia, Montreal,
Valladolid y La Habana.
El 5 de diciembre de 2005 fue distinguido por el Fondo
Nacional de las Artes con el Gran Premio a la Trayectoria.
Dos años más tarde, en 2007, estrenó Argentina Latente, su documental sobre las potencialidades científicas del país.
Ha sido jurado en los principales festivales
cinematográficos y realizó una importante tarea en la docencia, dictando
seminarios en las principales escuelas de cine de América Latina, Europa y
EEUU. Desde 2006 fue Profesor Emérito en la Universidad de Los Ángeles (UCLA) y
en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Ha recibido condecoraciones
de los gobiernos de Italia y Francia y la máxima distinción cultural cubana, la
orden Félix Varela.
Ha escrito numerosos artículos sobre cine, cultura y el acontecer
político en publicaciones de Argentina, América Latina y Europa. Escribe el
ensayo La Mirada (1989); Cine Cultura y Descolonización, en
colaboración con Octavio Getino (1971); y el ensayo de investigación Yacyretá: Crónica de un despojo (1996).
Con el número 59, Florencio retoma su frecuencia trimestral, que perdió en su edición anterior -aunque más voluminosa en páginas que las anteriores- como consecuencia de las dificultades ocasionadas por la primera etapa de la pandemia.
De regreso a su periodicidad habitual, el sumario, que se presenta con fecha 6 de noviembre, ofrece al lector de Argentores un amplio espectro de entrevistas que abarcan a autores de las disciplinas cuyos derechos gestiona nuestra entidad, entre las que figuran las dedicadas a los guionistas y dramaturgos premiados en cine y teatro y personalidades que escribieron para el libro que festejó los cien años de la radio.
Los premiados en televisión saldrán en el número 60. Pero hay también en esta lista, notas sobre nuevas tecnologías y una de Jorge Maestro sobre su nueva función en el Fondo Nacional de las Artes. A todo lo cual hay que sumar otras atractivas colaboraciones de Eduardo Rinesi, Ana Laura Cassino (sobre la ley Micaela), Mariana Percovich (acerca de cómo se puede trabajar los títulos de la tragedia griega bajo una perspectiva de género) y una clase magistral de José Sanchís Sinisterra sobre narraturgia. Y, por si esto fuera poco, la sección Evocaciones, que recuerda fenómenos artísticos como el Ciclo Federal y a creadores de la talla de Bertolt Brecht y Arthur Miller. Un menú, como se ve, copioso y de calidad. Ojalá lo disfrute leyéndolo. Hasta la edición 60.
Talentoso dramaturgo y director escénico español, además de uno de los más premiados y representados en su país, José Sanchis Sinisterra ha sido también, a lo largo de las últimas cuatro décadas, un extraordinario docente teatral. Y, sobre todo, un artista dedicado con pasión a la exploración de nuevas formas dramáticas y a volcar los frutos de sus búsquedas y experimentaciones tanto en su trabajo creativo personal como en los talleres e iniciativas generados para estimular el desarrollo de la escritura escénica en otros autores y autoras españoles y de otros países. En esta muy sustanciosa exposición que hizo vía zoom a una audiencia que convocó el Teatro del Pueblo -y que se publica luego de los tres asteriscos que la separan de esta introducción-, el maestro valenciano cuenta sus experiencias en los decenios señalados tanto en el Teatro Fronterizo, que fundó a fines de los setenta en Barcelona, luego en la sala Beckett en esa ciudad, y desde 2010 en el llamado Nuevo Teatro Fronterizo de Madrid. La publicamos completa, agradeciendo la autorización al autor para hacerlo y su corrección definitiva, y al teatro que tuvo la buena idea de organizarla.
El Nuevo
Teatro Fronterizo -y con esto respondo a una pregunta previa que me hizo uno de
los asistentes a esta charla- se inauguró en Madrid en diciembre de 2010,
aunque la idea de su constitución me venía rondando ya uno o dos años antes.
Por esa época, la situación en la economía del país no tenía nada que ver con
la que me favoreció para abrir la Sala Beckett, allá por fines de los ochenta,
en Barcelona. De modo que me dije: Abriré un espacio provisional donde iré
haciendo cosas, y en algún momento las instituciones reaccionarán, se
“apiadarán” de mí y me darán una ayuda… Pues bien, llevo diez años esperando
que se produzca esa reacción, y… nada. Y, precisamente ahora, aprovechando las
horas muertas -moribundas- del Covid 19, estoy maquinando una nueva tentativa
para abrir un espacio que tenga características similares a las de la sala
barcelonesa, si es preciso pidiendo créditos y/o “engañando” a gente que quiera
perder dinero haciendo teatro. De todos modos, las actividades de Nuevo Teatro
Fronterizo en estos diez años han sido muchas y variadas. Y una modalidad de
las que estamos llevando a cabo en estos momentos, que denominamos
“Dramaturgias inducidas”, la considero muy útil para establecer nexos entre el
teatro y el tejido social.
Llamamos
“Dramaturgias inducidas” al proceso consistente en convocar a autores y autoras
que han trabajado en nuestros talleres o con los cuales tenemos cierta
relación, ya que algunos han hecho sus primeras lecturas en nuestra pequeña
sala de Madrid, en encuentros llamados “En voz del autor”. ¿Y en qué consiste
esto? Dramaturgos que recién terminan una obra son invitados a convocar a su público -y nosotros al nuestro-, leen
ese texto “recién nacido”, y tienen allí un primer feedback o devolución que, a
menudo, les resulta muy útil para retocar tal o cual aspecto. O no… De entre
esos dramaturgos/as que van circulando por La Corsetería (que así se llama
nuestro espacio en Madrid, pues eso era ante de tomarlo nosotros y convertirlo
en espacio teatral), fuimos seleccionando a los que considerábamos más idóneos
para el proyecto de “Dramaturgias inducidas”, consistente en acotar temas no
suficientemente visibilizados en el teatro de aquellos años, como la
inmigración o los refugiados, y convocar a varios de estos autores y autoras,
así como a expertos que nos asesoren sobre el tema focalizado.
A cada autor
lo ponemos en contacto con un sujeto perteneciente al colectivo en cuestión
que, a lo largo de varios encuentros en La Corsetería, le cuenta su dura
experiencia en el país de origen, los motivos que le llevaron a emigrar o a
exiliarse, cómo fue su llegada a España y el trato que allí había recibido -a
menudo lamentable por parte de algunas instituciones…-, etc. De este diálogo
surge un texto dramático -no un reportaje ni una crónica literal, cosa que
algunos medios de comunicación hacen muy bien-, sino una obra personal en la
que caben la poesía, el humor y la imaginación (tanto los autores como los
sujetos son informados de esta condición…), pero en la que de un modo artístico
se contiene la realidad vivida por el “personaje”. Este “filtro” estético -no
esteticista- es lo que el teatro aporta a la cruda realidad. De esa experiencia
salieron ocho textos, que luego se hicieron semimontados en el auditorio que nos
cedía por aquellos años La Casa Encendida, un espacio cultural de interesante
trayectoria, en sesiones a las que concurría un público convocado por Le Monde Diplomatique editado en
español, nuestro aliado en tales ciclos. Naturalmente, el propio sujeto -emigrante
o refugiado- asistía a la representación dramatizada de su historia, a menudo
acompañado por miembros de su colectivo, tras la cual se abría un debate o un
coloquio con el público.
La
experiencia fue muy hermosa. Y a partir de allí empezamos a ampliarla,
extendiéndola a otros colectivos en riesgo de exclusión. Establecí una lista de
colectivos sociales que no aparecen -o por lo menos no aparecían con frecuencia
en esa época- en las programaciones habituales de los teatros de España, como,
por ejemplo, el de los trabajadores del sexo, las personas con discapacidades
físicas o trastornos mentales, los adolescentes de familias desestructuradas
(acogidos en pisos del Ayuntamiento), los ex-presidiarios en vías de
reinserción social, los integrantes de la comunidad LGTB, etc. Conectábamos con
estos colectivos (o con asociaciones que los tratan) y les pedíamos si había
algunos de estos sujetos dispuestos a contar su experiencia y convertirla en
una obra de teatro… tras compartirla con uno de nuestros dramaturgos. Era
fascinante ver cómo los autores y autoras salían realmente tocados de sus
entrevistas con esas personas. Me acuerdo de una conocida directora de teatro y
de cine, que nos dijo: “Es terrible, cómo nos pasamos la vida pensando en
historias o inventando personajes… cuando los tenemos ahí, a pocos metros de
nosotros.” Los textos resultantes eran semimontados y representados asimismo en
La Casa Encendida. La experiencia fue muy positiva e impactante, sobre todo al
llegar el momento del coloquio, con el sujeto de la historia en escena… y un
público mixto de espectadores habituales y de grupos pertenecientes al
colectivo “en riesgo de exclusión”.
Otro tema
elegido para el ciclo de “Dramaturgias inducidas” fue la devastación del
planeta por el capitalismo, que es uno de los asuntos más catastróficos, diría
apocalípticos, que estamos viviendo, a pesar de lo cual mucha gente aún no
parece haberlo advertido. Para abordar este ciclo, seleccionamos a nueve
autores y autoras de distintas provincias españolas, y a varios especialistas
en el tema, como Jorge Riechmann. En la primera reunión -logramos una ayuda del
Ministerio de Cultura para traer a Madrid a los “foráneos”- propusimos que los
autores escogieran cada uno un tema ecológico concreto, se documentara, lo
investigara y produjera un texto. A lo largo del proceso de escritura,
convocamos varias reuniones en La Corsetería, durante las cuales se leían las
obras en proceso, se intercambiaban opiniones y sugerencias, se recababan
puntualizaciones de los expertos, etc. Con esos textos no solo se hicieron
lecturas dramatizadas o semimontadas, sino que más tarde se los pudo reunir en
una publicación. De modo que existe ya un pequeño volumen titulado Planeta vulnerable. Teatro ecológico del siglo XXI, integrado por las nueve obras y un
prólogo.
A
continuación planteamos abordar el tema de la memoria histórica -aún candente,
tantas décadas después de la Guerra Civil-, para lo cual convocamos a siete
autores y autoras y a dos jóvenes historiadores de la Universidad Complutense
de Madrid -que coordinaron y asesoraron todo el proceso-, contando además con
especialistas invitados puntualmente a varias de las reuniones del grupo…
algunas abiertas al público. Enterada la Directora del Teatro Español de Madrid
del insólito proceso creativo, nos propuso presentar tales sesiones en los
propios espacios del Teatro; en cada una de las sesiones -¡ante un público de
entre 80 y 100 personas!-, dos o tres de los autores leían parte de lo escrito,
comentaban los problemas temáticos y/o dramatúrgicos con los que se iban
encontrando, escuchaban las opiniones o sugerencias de los especialistas
invitados… y respondían a las preguntas del público. También en este caso
pudimos editar, en colaboración con la revista Primer Acto, un libro con las siete obras, que titulamos Teatro contra el olvido. Y en estos días
estamos trabajando en Teatro contra el
olvido 2, ya que seis de los autores y autoras que participaron en la
experiencia decidieron constituirse en el Club Benjamín. He de confesar que
Walter Benjamin es uno de mis “maestros” filosóficos preferidos, y su nombre
quedó asociado a esta experiencia porque el tema de las causaspérdidas de la
Historia va a aparecer a menudo en los futuros procesos de “Dramaturgias
inducidas”. Y ya que el año pasado se conmemoraba el 80 aniversario del exilio
republicano, el Club Benjamin decidió escribir un segundo conjunto de obras
sobre “el exilio anónimo”. Porque es bien sabido que la victoria de Franco
provocó un multitudinario éxodo de españoles y españolas que tuvieron que huir
de la represión, del ajusticiamiento y otras atrocidades. Y es cierto que en
las últimas décadas se ha visibilizado el exilio de algunas figuras que tenían
cierto renombre al irse del país, o que pertenecían a grupos de la elite
política, cultural y artística, y fueron reivindicadas por la democracia. Pero
en esa diáspora hubo también miles y miles de otros españoles y españolas anónimos que se fueron con “solo una
maleta”… y nadie habló de ellos. De ahí que esos seis autores y autoras se
hayan estado dedicando en este tiempo a investigar las circunstancias de esa
época (1939 -1940…), a buscar material epistolar y recoger historias que, una
vez convertidas en textos dramáticos -hasta el momento los están escribiendo-
se publicarán en un nuevo libro: El
exilio olvidado.
Y para
terminar con este repaso de lo que han sido y son nuestras actividades en el
Nuevo Teatro Fronterizo, les quiero contar que estamos llevando a cabo otro
proyecto de “Dramaturgias inducidas” en vinculación con Colombia. Con seis
autores y autoras de ese país, más cinco de España, iniciamos un proceso al que
denominamos “Cicatrizar”, y que se aboca a investigar, a través de la escritura
dramática, cómo se hace para restañar las heridas de una sociedad que ha sido
desgarrada por una guerra civil. En Colombia, de algún modo, esa guerra todavía
dura, pero en España tuvimos las secuelas del franquismo y, más recientemente,
el conflicto con la ETA en el País Vasco. Y los autores están trabajando sobre
ese tema: ¿qué puede hacer el teatro para facilitar que ciudades o comarcas,
donde sus habitantes han estado matándose unos a otros -gente del mismo país,
del mismo pueblo-, puedan llegar a convivir? Y en eso estamos, tratando de que
estos procesos necesarios se hagan visibles a través del teatro…
No pretendo
hacer “publicidad” de esta modalidad de “Dramaturgias inducidas”, sino que me
parece productiva, aprovechable en otros contextos: trabajar en equipo, pero
preservando la personalidad de cada autor o autora, dentro de un cuadro
conceptual y temático. En ese marco común -les expongo a quienes escriben- no
deseo que se haga realismo, ni tampoco documentalismo; lo que propongo es que
se aproveche la escritura para explorar también en las formas dramáticas. Y
para que se movieran en esta dirección, les propuse una lista de modalidades no
realistas a las que pueden apelar: collage-montaje-ensamblaje,
parábola, metateatro, discronía, modelo Rashomón (que es el de la película de
Akira Kurosawa, que cuenta una historia desde distintos puntos de vista), deconstrucción-fragmentación,
narraturgia, autoficción y musicalismo.
Dentro de esa
variedad de formas se inscribe el concepto de narraturgia del que les hablaré. El teatro que me interesaba en los
setenta en Barcelona (en el Teatro Fronterizo, que fundé a finales de esa
década) tenía, precisamente, como uno de los ejes de su búsqueda, el concepto
de frontera: y más en concreto, la que existe entre la narrativa y el teatro.
Para afrontar esta cuestión partía de los antecedentes de mi formación
anterior, que era básicamente brechtiana. Brecht, durante esa época -ahora me
refiero a los años sesenta-, se transformó en un referente importante para
todos los que queríamos hacer un teatro político, de izquierdas, etc., etc. Su
teatro era un modelo, del que me interesaba no solo su textos y montajes -la
estética del Berliner Ensemble-, sino también su teoría teatral. Para mí era
fundamental esa dimensión conceptual, filosófica. Imagínense -si pueden- la
Valencia franquista de los años sesenta, el horizonte intelectual que tenía
alrededor. De modo que, como sucedió en otros países, Brecht se constituyó para
muchos de nosotros en un verdadero “modelo”. Y, como digo, me interesaba
especialmente de él su concepto de teatro épico, un teatro híbrido con lo
épico. Allí están mis raíces teatrales.
Pero también
hubo otras. Siempre tuve una suerte de amor-envidia por la literatura
narrativa, por la novela, por el relato, sobre todo en aquellos años sesenta y
setenta en que nos llegó una narrativa latinoamericana que nos liberó del
modelo dominante en España, muy realista y documentalista, muy próximo a la
pura denuncia. Y cuando comenzaron a conocerse en España los narradores
latinoamericanos, fue como una verdadera revolución en el terreno de la
literatura. No solo por la libertad temática con que se manejaban sus autores,
también por su libertad poética y formal. Y he experimentado siempre esa
fascinación por la literatura narrativa, que “nació” en todos lados -en todos
los ámbitos culturales- de un modo silvestre, partiendo de la narración oral,
de los mitos, las leyendas, sin haber tenido nunca un pensamiento normativo, un
“Ars Poética” que le dictara cómo tenía que ser.
Pero siempre
pienso: el pobre Aristóteles tampoco tuvo la culpa, porque él, en su Poética, no pretendió establecer un
canon, hizo una descripción del teatro que conocía; fueron los aristotélicos quienes convirtieron eso
en un canon. De manera que, cuando en el Renacimiento se empezó a conocer el
pensamiento de Aristóteles y a configurarse el teatro europeo, se siguieron
unas pautas sobre personajes, acción dramática, diálogos, intercambios,
conversaciones y etc., etc., que encajonaron lo que debía hacerse dentro de
esos marcos rígidos. Aristóteles basaba su concepción de la tragedia en dos
grandes pilares filosóficos: por una parte en la dialéctica, donde la palabra
-el discurso- se confronta con una palabra opuesta o diferente -el pensamiento
griego nace de la dialéctica-, y por otra parte, en la lógica, otra columna
fundamental del pensamiento helénico. Entonces, lógica y dialéctica han sido la
base de la dramaturgia occidental desde el siglo XV, en el teatro renacentista,
hasta hoy. Eso no dejaba de ser interesante, pero constituía también un corsé,
que limitaba la libertad formal, experimental de la poética dramática. En el
curso de lo que siguió, y muy en particular desde el siglo XIX, hubo muchas
renovaciones, pero siempre sometiéndose a esta especie de principio canónico.
En cambio, la novela y el cuento han sido “salvajes” y han vivido y se han
desarrollado pensándose de modo permanente, recreándose y recreando sus formas
en todo momento y en todo lugar. Y entonces, de ahí mi envida, porque deseaba
que el teatro tuviera esa misma libertad. Y por eso me dediqué a tratar de
lograrla para él. Y ese fue, en el origen, el objetivo del Teatro Fronterizo:
dramatizar textos narrativos, buscando una teatralidad, que sin ser
absolutamente transgresora de las pautas del teatro occidental, por lo menos
hiciera crujir los goznes de esa estructura que terminaba siempre por
imponerse, a pesar de todas las tentativas de renovación que, desde el siglo
XIX hasta hoy, ha ido viviendo la dramaturgia. No voy pues a negar esas
tentativas que, dentro del teatro, han sido muchas. Pero lo que me interesaba
tomar desde “el exterior” del teatro, desde la narrativa, era esa enorme
libertad compositiva. Y si a eso añadimos que mis estudios universitarios
fueron de Filología Hispánica, y estudié por lo tanto Narratología, esos
aspectos de mi formación me estimularon aún más a seguir por tal camino. En
tales estudios aprendí de alguna manera a “desguazar” los textos narrativos, a
tratar de entender su estructura y funcionamiento, sus modalidades. Desde ahí
empecé a estudiar el formalismo ruso y el estructuralismo francés, y apliqué
esos conocimientos teóricos a determinados textos narrativos que elegimos para
los primeros montajes del Teatro Fronterizo, intentando buscar qué tipo de
teatralidad -no totalmente habitual ni familiar- podía surgir de ese análisis.
Y así me pasé
una serie de años en Barcelona, dramatizando textos narrativos. El primero fue
una versión teatral de la epopeya de Gilgamesh,
poema babilónico de hace 4 mil años, bellísimo, que me servía para iniciar la
indagación, porque ahí estaba lo épico en estado naciente, podríamos decir,
puro. Y me servía porque lo que quería experimentar era un tipo de epicidad, de
concepto de lo épico, donde, en vez de narrar al público, como lo hacía el
teatro de Brecht y todas sus secuelas, me planteaba que los personajes se
narraran a sí mismos. Me preguntaba qué pasaría si los personajes crearan un
“circuito cerrado” en el que ellos fueran los generadores del relato y a la vez
sus destinatarios. En esos años yo tenía un interés marcado por la psicoterapia
y la psicología. Barcelona fue la pista de aterrizaje del lacanismo argentino y
había en la ciudad núcleos psicoanalíticos muy potentes, con los que yo tenía
cierta relación. Por lo tanto, me interesaban también los aspectos psicológicos
del teatro, quizás para compensar el exceso de sociologismo marxista, del que
tampoco renegaba. Y así me di cuenta de que había un componente de la vida
humana, el juego dramático infantil, que probablemente estaba en las propias
raíces del teatro. Y estudié mucho al psicoanalista inglés Donald Winnicott, del
que tomé algunos conceptos acerca de hasta qué punto, el teatro no sería si no
una pervivencia de aquello que todos hacemos de niños, al jugar a ser el
capitán tal o el bandido cual, a darnos golpes y fingir que somos otro.
Y lo que
quería con Gilgamesh era focalizar la
génesis de la teatralidad, del teatro, de lo dramático, en una especie de
mixtura entre la epopeya y el juego dramático infantil, el relato oral y el
instinto mimético de los niños. Y de ahí salió el montaje de La leyenda deGilgamesh, que quizás nadie entendió en su momento, pero que para
mí fue una experiencia muy valiosa. Hice luego algunas tenues transgresiones
del teatro de Brecht (vinculando la epicidad teatral con el arte de los
feriantes y la habilidad del narrador callejero), y ya en 1980 “me encontré”
con Kafka.
Fue el
segundo o tercero de los abordajes que, como mero lector, hice de ese autor, al
que empecé a leer a los 15 años. Y lo que creí entender a esa edad, luego a los
18 y, finalmente, a los 30 años, eran lecturas, interpretaciones, sentidos que
no se parecían en nada. Y me preguntaba: ¿cómo es posible que un mismo autor,
leído por un mismo lector en distintas edades, remita en cada una de las
lecturas a escenarios tan diferentes, a significados tan diversos? Y también me
pregunté: ¿cómo Kafka, que no escribió prácticamente teatro -solo se conserva
de su autoría en ese género el primer acto de una obra llamada El guardián de la cripta y algunas
situaciones dialogales que recogió en sus diarios y cuadernos en octavo-, cómo
es posible que un creador que ha sido en lo fundamental un narrador, autor de
cartas, diarios y aforismos, haya sido adaptado al teatro con una compulsión
extraordinaria por quienes lo sobrevivieron? Porque a poco de empezar a
conocerse su obra en Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, allá por los
años 1945 y 1948, se adaptó al teatro El
proceso y después Elcastillo, En la colonia penitenciaria,La
metamorfosis… Y sigue haciéndose en nuestros días.
Y entonces me
di cuenta de que había una teatralidad latente en los textos kafkianos, porque,
de no ser así, era difícil de explicar tal efervescencia adaptadora. Entonces
empecé a analizar, con herramientas narratológicas de la teoría
estructuralista, los textos kafkianos; y me encontré con la noción de dialogismo, que estaba presente tanto en
sus textos como en sus cartas. En sus cartas eso era evidente, porque eran
escritos dirigidos a alguien, ya sea su novia Felice, su amante Milena, su
hermana menor Ottla, su amigo Max Brod… Pero toda carta es parte de un diálogo.
Sus relatos y diarios, en cambio, ¿dónde escondían esa teatralidad? Y fue allí
donde me topé con el concepto de dialogismo,
una herramienta que utiliza el neo-formalista ruso Mijail Bajtin cuando analiza
la obra de Dostoievski. En las novelas del autor ruso, la voz narrativa está
siempre en pugna con un supuesto receptor que desconfía de esa voz. Y Bajtin
vincula esto con lo que llama la “novela polifónica”. Para este teórico, las
novelas de Dostoievski no tienen una voz narrativa unitaria, sino que
transcurre como si hubiera en ellas una polifonía, como si el yo autoral
estuviera fracturado. Y claro, todo eso lo traduje de inmediato en términos
teatrales: si en Dostoievski la palabra era comosifueracoral, en Kafka era
comosi su palabra fuera dialogal,
y no monológica.
Y empecé a
trabajar con los textos de Kafka, tratando de llevar los dialogismos del relato
al texto teatral. Y me apareció un tipo de diálogo que no era el diálogo lógico
aristotélico, sino el kafkiano, pero no el de las novelas de Kafka -donde hay
magníficos diálogos-, sino en la propia voz del narrador. El narrador está muy
a menudo rectificándose, contradiciéndose, dudando, y para mí eso es la raíz de
la teatralidad discursiva. Y una de las cosas que he intentado estimular en mis
talleres es: escuchemos a las muchedumbres que nos habitan, salgamos ya del yo
y del tú, tratemos de escuchar al coro que llevamos dentro. Y hay un lema que
propongo: “Yo somos muchos. Aprendamos a escribir dejando que resuene esa tribu
que llevamos adentro”. Esto lo descubrí llevando al teatro textos de Kafka,
pero también de Melville, Cortázar y Sábato, entre otros. Haciendo el esquema
para esta clase, recordaba que uno de los primeros trabajos del Teatro
Fronterizo partió de un capítulo de Sobre
héroes y tumbas, la novela de Ernesto Sábato.
Hay en esta
sombría novela un capítulo, el tercero, titulado “Informe sobre ciegos”, que el
propio Sábato también publicó aparte de la novela, como texto autónomo. En ese
capítulo, que es muy inquietante, como toda la novela, aparece un personaje,
Fernando Vidal Olmos, escribiendo un informe en primera persona. En los dos
capítulos anteriores, y envuelto en un misterio, el personaje ya ha sido
mencionado vagamente. Pero, de pronto, toma la palabra en la parte tercera. En
primera persona, como dijimos, Vidal Olmos empieza a narrar que su vida corre
peligro y que quiere dejar testimonio escrito antes de que acaben con él. De
modo que, poco a poco, nos vamos enterando -y queda al descubierto en sus
pesquisas, tal como se lo indicaban sus visiones infantiles- que los ciegos son
la encarnación del mal en el mundo. (Una “afirmación” que en su momento fue muy
inquietante y -diríamos- políticamente incorrecta). En ese Informe, Vidal Olmos
vuelca toda su investigación, que lo lleva hasta las cloacas de Buenos Aires,
donde los ciegos, que tienen la piel como los reptiles, se reúnen para
conspirar. El propósito del Informe es dejar ese testimonio para salvar a la
humanidad del peligro de los ciegos, puesto que ellos han descubierto su
investigación y van a terminar con su vida. Y me pregunté: ¿cuál sería el
equivalente dramatúrgico de alguien que escribe un testimonio en peligro de
muerte? Una conferencia casi con intención “suicida”, me respondí.
Testimonio y
conferencia son dos discursos primos hermanos. Le pedí el permiso a Ernesto
para trabajar con la novela y me lo dio. Y entonces convertí ese testimonio en
una conferencia de Vidal Olmos a un público que, reunido en un teatro, él
considera que ha llegado a la sala a escuchar su revelación. De modo que, en
ese cambio, se puede ver cómo un dispositivo discursivo, el informe -que es
testimonial, de denuncia- se traslada a un dispositivo escénico o parateatral
como es la conferencia. Le propuse al actor que la escenografía fuera
únicamente la mesa de la conferencia del lugar donde actuáramos. Conseguimos un
maletín… y decidimos que el atrezzo no sobrepasara lo que cupiera en ese
maletín. Nada más. Empezamos los ensayos -que duraron un año- y fuimos
introduciendo en el maletín distintos objetos, que no significaban gran cosa,
pero que el personaje exhibía como si fueran testimonios o pruebas contundentes
de “algo”. A poco de empezar los ensayos me di cuenta de que la relación
dialéctica entre Vidal Olmos y el público se podía tornar muy rígida y, como trabajaba
con nosotros una ayudante de dirección, que era también actriz (y tenía un
aspecto muy espiritual), le dije: ¿Qué tal si introducimos una “ciega” entre el
público? Entonces, el tercer “elemento” del montaje fue la ciega que, a los
cinco minutos de comenzar la conferencia, entraría a la sala acompañada por
alguien que la ubicaba en una butaca de la tercera o cuarta fila, previamente
reservada. Ella llevaba lentes oscuros y uno de esos bastones blancos
plegables, y permanecía prácticamente inmóvil durante la conferencia.
Vidal Olmos,
al advertir su presencia, reaccionaba con ira e inquietud reprimidas, y esto
nos servía para trabajar sobre los cambios de su estado de ánimo. Por ejemplo,
en un momento la ciega tosía y ese hecho se convertía en un dispositivo de
alteración emocional del personaje de Fernando. O, en otro momento, se le abría
el bastón y el ruido producido se transformaba en otro elemento que perturbaba
o sobresaltaba al conferencista. De manera que lo que hacía era teatralizar
pasajes o momentos concretos del texto que mencionan a una ciega con la que
Vidal Olmos tiene un vínculo y utiliza para acceder al submundo de los ciegos.
Ese camino muestra con claridad cómo se puede ir convirtiendo un componente
narrativo en un elemento dramatúrgico. En este caso, el componente era una
narración cien por ciento. Y para rizar el rizo, me dije: ¿y qué tal si, para
llevar más al límite el experimento, avanzo un poco más en la conversión del
texto? (Porque lo que estaba haciendo era un experimento. Si no hay experimento
en el trabajo teatral no me interesa. Hacer lo que ya sé hacer no me atrae. No
tengo una alquimia para saber cómo va a reaccionar el público, un preparador
químico que me indique que pasará con el público que va a la sala, si es que
llega a ella). ¿Y qué hice? Decidí “mutilar” el texto, medida que a Sábato no
le hizo mucha gracia, pero que amablemente admitió en una carta que me escribió
diciéndome: “Haga usted lo que le parezca”. Le dije: “Mire, voy a eliminar los
pasajes estrictamente narrativos de ese capítulo para que lo que se transmita
de Fernando sea su “ideología”. Vamos a hacer, respetando estrictamente el
original, un compendio de la “ideología” (o sea: de la patología) de Fernando
Vidal”.
¿Qué
ideología?, preguntó Sábato. Y ahí fue que le expliqué mi tesis sobre ese
capítulo de la novela, comentándole que para mí el “Informe sobre ciegos” era
un extraordinario ensayo sobre la paranoia, y que pensaba que Fernando Vidal
Olmos era un fascista fracasado. Hitler era también un paranoico, pero que
triunfó. Y todos los dictadores que han asolado el mundo han sido -o son-
paranoides, que detectan en el seno de la sociedad a un grupo humano diferente,
y deciden que es peligroso, perjudicial para la comunidad. En la Alemania ese
grupo eran los judíos, pero cada dictadura o cada dictador de turno tienen “sus
judíos”, y a ellos les atribuyen todas las miserias, problemas y precariedades
de la sociedad. Hoy son los inmigrantes, los refugiados, los negros… y sigue la
lista. Todos los fascistas, los dictadores, son paranoicos. Y yo quería hacer
un tríptico sobre la paranoia, quizás la patología que más se proyecta sobre
las dinámicas históricas. Porque es muy fácil focalizar a una minoría diferente
y adjudicarle el origen del mal. Bueno, en estos días ya está circulando la
versión de que el Covid 19 tiene que ver con los inmigrantes y refugiados. Y
nadie dice que esa gente se va de sus países por las guerras que estamos
produciendo nosotros desde Europa y los Estados Unidos, en lugares como Siria,
Irak, el norte de África y tantos otros territorios. Pero en la medida en que
los fundamentalistas de derecha piensen que los inmigrantes son los causantes
de los problemas que tenemos, se pone en marcha ese mecanismo paranoide al que
aludo, y eso contamina más que el propio virus.
La segunda
parte de esta investigación sobre la paranoia fue muy difícil. Si ustedes se
introducen o revisan Moby Dick,de Herman Melville, si se orientan en
ese laberinto de materiales discursivos tan diversos como heterogéneos que
componen la novela, verán la cantidad de planos y géneros que allí se
encuentran. Siempre digo que esa novela es, como el Ulises de James Joyce: un cajón lleno de experimentos narrativos,
pero escrita a mediados del siglo XIX. Y el eje de esa narración es un tipo
como el capitán Ahab, que dirige un barco dedicado a la pesca de la ballena. No
olviden que la pesca de la ballena era uno de los negocios más lucrativos del
siglo XIX, y que gran parte de la floreciente economía norteamericana de ese
tiempo se debió a la captura de ese cetáceo. En una época en que no se había
descubierto aún la electricidad, esa pesca procuraba el aceite de ballena, que
servía de combustible para la iluminación. Lo que nos describe Moby Dick es la actividad de un
colectivo de trabajadores del mar dedicados a la caza de la ballena para
suministrar al mercado su aceite como un producto valioso. Colectivo que
Melville concreta en la tripulación del Pequod,
que es envenenada por la paranoia de un amargado como el capitán Ahab, alguien
que perdió una pierna por culpa de una ballena blanca, y convirtió su vida en
una cruzada para encontrar a esa ballena y destruirla como venganza. Y su
venganza paranoide contamina a toda la tripulación.
Hay un
capítulo fascinante que describe cómo el discurso de Ahab contamina a esos
pobres pescadores y los convence de abandonar los bancos de ballenas para ir en
busca de esa única ballena blanca… que finalmente acaba con ellos. Para mí era
otra buena metáfora de la paranoia, que podía comparar incluso con la guerra de
Vietnam, donde al “capitán Ahab” norteamericano también le salió mal la jugada
y terminó perdiendo la guerra. Esta lectura del texto de Melville iba
acompañada de un trabajo formal sobre los distintos discursos narrativos que
hay en la novela, que es una especie de caja de sastre. Por ejemplo: hay un
capítulo sobre el rumor, y sobre cómo y por qué se propaga, otro sobre la
blancura como algo siniestro… y otro sobre cómo se destaza la grasa de la ballena,
por ejemplo. Y para mí fue muy interesante llevar al teatro discursos que no
eran “ni siquiera” narrativos, que eran especulativos. Por ejemplo, el de la
blancura. En el montaje, mientras los actores iban interpretando el texto de
Melville -que, como digo, no tenía nada de narrativo, sino que hablaba de lo
siniestro de la blancura en el albatros, en el sudario de los muertos, en la
ciudad de Lima, fracturada por el terremoto, en el tiburón blanco de los
trópicos, en las heladas llanuras árticas, etc.-, al mismo tiempo, digo, los
actores iban cubriendo el escenario de lienzos blancos, y se sacaban las
prendas de sus ropas que no eran blancas… De modo que al final de la escena
todo se volvía de una blancura rutilante, la luz iba creciendo y el espectador,
mientras oía el discurso, era invadido por la “siniestra” reverberación de la
luz blanca, que era lo que interesaba.
En cuanto al
capítulo de los rumores, unos actores se bajaban a la platea y le comunicaban a
algunos espectadores cuáles eran los rumores. Y luego, en cuatro o cinco filas
más atrás, otros hacían lo mismo hasta lograr diseminar los rumores por toda la
platea y sumergirla en ese bisbiseo típico del rumor que se propaga y que nos
incita a concentrarnos en la escucha, porque eso que se está transmitiendo es
peligroso, valioso y necesario de oír. De modo que ahí salía de la teatralidad
de los diálogos y me metía en otras formas que consideraba necesario explorar.
No quiero terminar esta descripción sin decir que el espectáculo fue un fracaso
colosal, uno de mis más “gloriosos fracasos”, pero que gracias a ello aprendí
mucho. Ese resultado puede ser la consecuencia de no jugar sobre seguro. Allí
aparecieron aspectos narratúrgicos interesantes pues, como creo que quedó
claro, muchas escenas no eran diálogos, ni narraciones, ni tampoco propiamente
monólogos interiores.
Pero
permítanme una breve apostilla: Melville tenía problemas de visión y no había
leído bien a Shakespeare. Y cuando empezó a escribir Moby Dick, que iba a ser en principio una típica “novela de
aprendizaje” -se trataba de un joven que emprendía una aventura romántica para
llegar a cierta madurez-, ocurrió que pudo adquirir una edición de las obras
completas del autor inglés, impresa con letra grande, que podía leer mejor. Y se
encontró con otra cosa distinta a la que había leído, y la juvenil aventura de
Ismael se fue transformando en una extraña epopeya surcada de palpitaciones
shakespearianas. Se conserva dicha edición del teatro del bardo cuajada de
subrayados y anotaciones de Melville… Y, efectivamente, si alguno de ustedes ha
leído Moby Dick, recordará que a
partir de determinado capítulo, la novela comienza a verse salpicada de
monólogos interiores del capitán Ahab, de Starbuck, de diálogos entre
personajes, de acotaciones teatrales… Y leyéndolas, me preguntaba: ¿qué es
esto? Porque las palabras de Ahab sonaban a Shakespeare y, sí: ¡estaba
plagiando a Shakespeare con toda felicidad! Y lo que yo pretendía en mi
espectáculo era rescatar lo shakespeareano de esos capítulos e inventarles un
dispositivo que no fuera para nada dramatúrgico, porque no era teatral en el
sentido aristotélico. Pero se ve que la mezcla fue excesivamente tumultuosa… y
fracasamos gloriosamente.
A partir de
esas experiencias de los primeros ochenta, ya hacíamos, en el pequeño local que
teníamos en Barcelona -antes de abrir la sala Beckett-, laboratorios y
talleres, porque siempre creí que la investigación y la pedagogía formaban
parte de la creación. Y al poco de empezar esos talleres me invitaron al Festival
de Teatro de Manizales, en Colombia, para mostrar Ñaque, o de piojos y actores, que era un espectáculo con montaje
muy simple y barato (al contrario de Moby
Dick) y se podía mover a cualquier parte. Y una vez allí, me pidieron que
hiciera un taller de dramaturgia de textos narrativos. Y lo hice, resaltando la
importancia del texto y de la dimensión tambiénliteraria del hecho teatral. Siempre he defendido el texto
dramático, no ya como un mero material,
o una rémora, un vestigio o un arcaísmo, sino como un espacio de innovación.
(No sé en
Argentina, pero en España y otros países europeos hay una permanente polémica
entre autores y directores -aunque hay algunos que son ambas cosas-, que
discuten de dónde viene la innovación teatral. Algunos consideran que ella debe
venir de la puesta en escena, otros de la incorporación de las nuevas
tecnologías, y están los que hablan de lo performático. En general, coinciden
en que un texto dramático es un material
que el “director creativo” debe utilizar como se le da la gana. Yo,
modestamente, reivindico que el texto es también un espacio de investigación y
que se pueden fabricar muchas perversiones y transgresiones poniendo
simplemente las palabras de modo diferente. Dicho esto último sin renunciar,
por supuesto, a la investigación escénica y actoral, sobre todo esta última.
Porque estamos también bastante atrofiados por un tipo de interpretación
arcaica. Pero esto es otro tema, que afecta a la noción de personaje, que hay que someter a una profunda revisión).
Empecé, pues,
en Manizales, explicando mi práctica de la Dramaturgia de Textos Narrativos
-que ya iba tratando de sistematizar téorica y técnicamente en el Instituto del
Teatro de Barcelona, de donde era profesor-, y al año siguiente me invitaron a
Medellín para dar un taller de dramaturgia escrita. ¿Por qué? Porque eran los
años en que en América Latina, menos en Argentina y México, predominaba la
creación colectiva, que fue un movimiento que nació en Sudamérica, y más
específicamente en Colombia, con el maestro Enrique Buenaventura en Cali, y
Santiago García en Bogotá. Ambos desarrollaron un método de creación a partir
de la improvisación de un conjunto de actores, estrechamente unidos y
comprometidos con la grupalidad. Era un movimiento muy interesante y además una
alternativa innovadora. Pero me explicaron en Colombia que esa experiencia de
la creación colectiva -y la presencia de Eugenio Barba, que por entonces
empezaba a visitar ese país- habían eclipsado virtualmente al texto dramático.
Nadie escribía teatro, aunque nadie tal vez fuera una palabra exagerada, pero
en verdad el texto había quedado devaluado. Y que el enfoque planteado en el
Taller de Manizales podía ser también útil presentarlo en la Facultad de Artes
de Medellín porque, como repetían, el texto había quedado fuera de sintonía.
Entonces me organicé la vida y al año siguiente viajé a Colombia, en donde
permanecí un mes y medio. Y fue allí donde comencé a sistematizar ese trabajo
de relación entre narrativa y dramaturgia.
Desde
entonces estoy en ese territorio. Y todavía sigo trabajando sobre una serie de
mecanismos de dialogización. Ustedes hagan la prueba: lean cualquier texto
narrativo y traten de descubrir cómo esta frase modifica o rectifica levemente
a esta otra, e incluso hasta la podría decir otra voz… Hagan un trabajo de
“recorta y pega”. Y díganse: este discurso, que es monologal, monotonal, lo voy a distribuir entre
cinco enunciadores -por ejemplo-, entre cinco sujetos. Pueden ser dos hombres
jóvenes, una mujer mayor y un idiota… Se hace esa distribución y, cuando se
empieza a trabajar con los actores, ya se tiene un grupo de personajes; o, por
lo menos, de “enunciadores”, que en el proceso de interacción actoral se
transformarán en personajes. De modo que podríamos decir que cualquier texto
lleva en sí esa polifonía si lo conducimos a ciertos límites e intentamos darle
una cierta coherencia. Y de hecho muchos de mis trabajos parten de esto. Hay un
libro mío publicado en México por Paso de Gato, titulado Narraturgia. Dramaturgia de textos narrativos, donde se puede
encontrar información más detallada.
Aunque debo
acotar que aquellos análisis -un poco pedantes- que hacía en ese tiempo han
quedado reducidos en mi trabajo actual a la máxima simplicidad. Y desde no hace
mucho propongo talleres -en La Corsetería y en otros lugares- que se agrupan
bajo una misma denominación: “Dramaturgias basura o Cómo hacer obra de
cualquier cosa”. Es un taller que atrae mucho a la gente, no sé por qué…
Además, en la convocatoria, les pido a quienes vienen a cursarlo que traigan
recetas de cocina, folletos farmacéuticos, instrucciones de electrodomésticos,
cuestionarios de cualquier institución… materiales absolutamente no literarios;
aunque también pueden traer textos más literarios, entre ellos poemas, textos
en prosa que no tengan ningún tipo de teatralidad, etc. Entonces, ya desde el
primer día les digo a quienes vienen a los talleres: “Todo mi trabajo anterior
de 15 o 20 años atrás sobre cómo adaptar un texto narrativo, basado en el análisis
narratológico, ha quedado condensado en seispreguntasbásicas. Si ustedes plantean y responden esas seis preguntas para
cualquier texto que quieran adaptar, sea que las apliquen a la receta de
“mollejas a la jardinera” o a los efectos secundarios de los medicamentos -que
son verdadera literatura de terror…-, hasta de eso podrán hacer teatro. Siempre
y cuando se planteen y respondan bien a esas seis preguntas”. Las voy a dar
resumidas.
1. Quién
habla. O sea: ¿quién enuncia ese texto?,
¿quién se hace cargo de la emisión de ese “discurso”, a qué locutor o locutores
atribuyo esas palabras?, etc. Entonces, quiénhabla significa quién profiere,
quién emite los contenidos de ese texto.
2. A quién habla. ¿A quién va dirigida esa palabra? ¿A otro personaje
(locutor, sujeto, destinatario, como queramos llamarlo): a sí mismo, al ángel
de la guarda, a Mahatma Gandhi? ¿A quién o quiénes interpela el sujeto que
profiere la palabra?
3. ¿Desde
dónde habla? ¿Dónde ocurre el “acto
de habla”, esa situación comunicativa, desde dónde ese ser que habla se está
dirigiendo a otro, en qué medida el lugar
tiene un componente significativo que pueda sumarse a la situación? ¿En la
prisión de Guantánamo, en el Palacio Real de Madrid, en una plaza…? Según el
lugar donde situemos esa interpelación, naturalmente una capa de significado va
a proliferar. Pero también: ¿en qué ciudad, en qué país, en qué planeta? El
“dónde” se puede diversificar mucho.
4. ¿Cuándo
habla? ¿Cuándo es proferido este discurso, en qué momento temporal se produce
este intercambio enunciativo? Puede ser cuándo
desde el punto de vista histórico: es el presente, el hoy, ahora, o lo voy a
situar en la Edad Media o en plena Guerra Civil Española. Según el cuándo escogido hay también un material
semántico que impregna las palabras… y todo lo demás. Del mismo modo, puede
tener relevancia semántica si es de día o de noche, primavera o verano… Todos
los factores o coordenadas temporales de la situación pueden contribuir a
contaminar el puro significado literal de la receta de cocina o de las
instrucciones para usar la aspiradora.
5. ¿Qué hace
mientras habla? La pregunta sintetizaría: ¿qué acciones físicas, qué
ocupaciones, qué tareas, qué está ocurriendo…? Todo lo que la palabra acción o el verbo hacer connota y que forma parte del tejido situacional. Si uno dice
tal cosa mientras cava la tumba donde enterrará a alguien, o la dice mientras
está maquillándose para ir al baile, según la acción física que realicen los
sujetos presentes en la escena habrá una nueva capa de significación poderosa
que se agregará a la situación. Pero también, si lo que ocurre o lo que hace
está acaeciendo durante un bombardeo, una tormenta o el desfile de un ejército
de ocupación; esa circunstancia ocurrente
forma también parte del tejido significante.
6. ¿Para qué
lo dice? ¿Cuál es el objetivo, el
propósito, la finalidad o el efecto que ese o esos locutores o locutoras están
queriendo producir? El paraqué es para mí, últimamente, una
pregunta fundamental, tanto en dramaturgia como en el trabajo de los actores.
En mi trabajo con los actores, incorporar esa
sencilla pregunta fue como una liberación. ¿Por qué? Digamos -simplificando
abusivamente la cuestión- que tanto para los seguidores del (primer) método de
Stanislavski y del Actor’s Studio como de la “Escuela de Buenos Aires”, hay una
palabra mágica, que es el ¿porqué? Por qué el personaje hace tal cosa,
por qué siente lo que siente, por qué piensa eso… Y esos “por qué” pueden
llevar a veces a una situación de paranoia a los actores y actrices, que tienen
que averiguar por qué su personaje recoge el teléfono, por qué quiere hablar,
por qué quiere tal cosa o no qué otra. Los maestros y maestras muy contaminados
por el psicoanálisis pueden llegar a los gérmenes de la propia individualidad
humana en sus indagaciones del por qué. Pero el director inglés Declan
Donnellan, autor del valioso libro El
actor y la diana (que es uno de los pocos que recomiendo, junto con los
testimonios del “Último Stanislavski”), analizando en él una escena de Romeo y Julieta, en pocas líneas
demuestra que es más útil que el actor se pregunte paraqué. Si el actor se
hace esta pregunta, lo que está perfilando es su intencionalidad, su objetivo,
su meta y, con ello, el mecanismo impulsor de la acción, de su deseo. La
formulación de esta pregunta le quita mucha angustia al actor porque ella lo
orienta hacia el futuro, hacia lo que quiere lograr su personaje.
Durante estos
últimos años, en La Corsetería, organizamos un pequeño ciclo de monólogos a
partir de textos narrativos breves, ciclo que bautizamos como “El Club de la
Tragedia. Monólogos para no reír”. Quizás el título no propició un gran éxito
de público, pero algunos de los montajes tuvieron una cierta trayectoria en
pequeñas salas. Por ejemplo, “El poeta local”,
extraído de la novela de Ricardo Piglia Respiración
artificial, así como “El cobrador”, un durísimo relato del brasileño Rubén
Fonseca. El ciclo contenía también “Putas asesinas”, de Roberto Bolaño,
“Macario”, de Juan Rulfo y “Las buenas intenciones”, del español Juan Gómez
Bárcenas. En otro contexto, pero siguiendo la misma tónica de amargarles la
velada a los espectadores risueños, adapté también “Lo visible”, de Juan José
Saer. Aparte del propósito manifiesto de expresar mi hartazgo por tantos
espectáculos que se venden -y bastante bien- con reclamos como “¡Ríase como
nunca se ha reído!”, o “Una catarata de carcajadas”…, me propuse explorar, por
primera vez en mi experiencia, las posibilidades de una intervención
dramatúrgica “en vivo y en directo” con el actor o la actriz que lo iban a
representar. Quiero decir que no realicé -como suelo- una adaptación autoral del material narrativo, sino que
el análisis y la puesta se fueron realizando durante los ensayos, buscando en
el espacio y desde el cuerpo la respuesta a cada una de las seispreguntas; y convirtiendo esas precisiones en concreciones
escénicas. Que, naturalmente, fueron siendo modificadas en las confrontaciones
con los diversos públicos.
En este caso,
lo narrativo y lo dramático se fundieron en una simbiosis tan indiscernible,
que bien pudiéramos considerar el experimento como un ejemplo extremo de Narraturgia.
Parte final
Y comencemos,
en esta parte final, con algunas preguntas de ustedes, como habíamos convenido.
Pero antes de concluir, quiero expresar mi agradecimiento a quienes se han
interesado por participar en este encuentro… tanto como a los que lo
organizaron.
Fernando Montanares. De estos seis mecanismos, ¿hay
escrito un trabajo donde se reúnan todos esos textos?
Sanchis Sinisterra. ¿Se refiere a mi relación de lo
que llamo “Vías para sortear el realismo”? Si no recuerdo mal, cité nueve,
aunque es una lista provisional y asistemática. En cualquier caso, no he
escrito aún nada al respecto. Entre otras cosas, porque tengo la sensación de
que, como toda “lista”, esta es incompleta y, por añadidura, las obras se
resisten a cualquier clasificación estricta. Por ejemplo: Tebas Land, del uruguayo Sergio Blanco, es una obra que me gustaría
analizar en algún momento, ya que, en una primera lectura, me di cuenta de que
en ella Blanco está fundiendo autoficción, fragmentación, collage y discronía.
Tal vez sea un buen texto para leer y encontrar allí varios de esos mecanismos.
Fernando Montanares. Hablo de un libro donde estén
concentrados todos los conceptos teóricos de esos mecanismos para poder
estudiarlos.
Sanchis Sinisterra. Esos mecanismos los explico
cuando doy los talleres, no los tengo escritos. Están bastante arbitrariamente
seleccionados por mí. Todo esto se los he dicho porque, en algunos de los
proyectos de “Dramaturgias inducidas”, como son los de “Teatro contra el Olvido”
o “Planeta vulnerable”, para evitar que el conjunto de los textos cayera en
cierto monocromatismo, sorteamos entre los autores las modalidades
dramatúrgicas: a ti te toca la forma de la parábola, a ti el metateatro, a ti
la narraturgia… De manera que el autor o la autora se encuentre con un tema que
le interese dentro de la propuesta de Nuevo Teatro Fronterizo, sí … pero tiene
que ceñirse a una modalidad dramatúrgica no cien por ciento aristotélica. Y
cuando hace falta, en las sesiones conjuntas, les sugiero herramientas técnicas
o les facilito bibliografía. Para la parábola, por ejemplo, les digo: lee a
Bertolt Brecht, que tiene varias parábolas. El
buen alma de Sechuan, La irresistible
ascensión de Arturo Ui son parábolas. ¿En qué consisten las parábolas? En
contar una cosa para aludir a otra: Brecht escribe de los gangsters de Chicago
para hablar del nazismo.
Hay quienes
no están de acuerdo con que yo sea tan “coercitivo”, porque todavía creen que
la libertad creativa es un valor en sí misma. Yo esa ilusión la perdí hace
muchos años y opino -con Nietzsche o con Raymond Queneau y su grupo OULIPO
(Obrador de Literatura Potencial)- que la constricción (en francés: contrainte) desencadena mecanismos
creativos que no están en nuestra primera intención. Y para mí esa fue una
lección importante. En mis talleres propongo ejercicios muy coercitivos… a los
que la gente llama de “pistola en la nuca”, porque les voy dando consignas
técnicas o situacionales que deben resolver y escribir en siete o diez minutos,
por ejemplo; terminado ese plazo, suena el timbre y tienen que dejar de
escribir y recibir una nueva consigna. O sea que los autores -en mis talleres-
deben estar escribiendo bajo consignas que les son ajenas, que no vienen de
ellos, y resolverlas en un tiempo medido. Pero, a pesar de eso, terminan
enamorados de ese método. Porque se dan cuenta de que la coacción puede abrirte
zonas asociativas que no sueles frecuentar. Lean, al respecto, el aforismo de
Nietzsche “Bailar en cadenas”, en El
caminante y su sombra.
Alexia Moyano. Quería preguntarle si alguna vez
intentó trabajar con ensayos narrativos de Maurice Maeterlinck, como La sinceridad o La belleza de la mujer, que a mí me gustan mucho.
Sanchis Sinisterra. Si se puede hacer un texto
escénico con una receta de las “mollejas a la jardinera”, más se lo puede hacer
con algo de Maeterlick. ¿Ha leído El
tesoro de los humildes? … Ah, los ha leído, Bueno, vale.
Alexia Moyano. Pero le pregunto porque los
textos de ese autor no son a veces muy concretos.
Sanchis Sinisterra. Se trataría entonces, tal vez,
de encontrar o inventar una situación escénica… o un dispositivo adecuado a lo
que quiere focalizar de Maeterlink. Ahora estoy usando el término dispositivo, no solo en el sentido que
le da Foucault, sino en el de Giorgio Agamben, tal como lo despliega en su
libro ¿Qué es undispositivo? Creo que estoy entendiendo mejor a Beckett, otro de
mis maestros eternos, porque estoy analizándolo, utilizándolo y plagiándolo a
través de un dispositivo. El último taller que hice (antes de tener que cerrar
La Corsetería por el covid 19…) fue: “Esperando lo peor o De la imposibilidad
de plagiar a Beckett” (pero había que intentarlo…) Si tú encuentras un
dispositivo que vibre -esto es una metáfora- con lo que deseas decir a partir
de lo que dice Maeterlinck, o a través de lo que tu sensibilidad quiere
compartir con otros desde
Maeterlinck, tu trabajo será el de una intermediaria que fabrica un dispositivo
que permita compartirlo. Puede ser terrorífico lo que salga, pero hay que
hacerlo. Allí hay que usar también el hemisferio derecho del cerebro y permitir
que se abran las asociaciones automáticas, que nos acerquen al terreno de la
poesía, de la metáfora, de la analogía.
Otro asistente a la conferencia.
Después de escribir muchos años teatro, me resulta extraña la figura del
enunciador, ese narrador omnisciente. Ahora lo que me pasa es que no puedo
encontrarle un motivo a la escritura. Para resumir: la mayoría de las veces que
escribo son especies de diarios, porque lo que no puedo entender es a quién le
habla ese sujeto de la enunciación. Y también me resulta extraña la palabra
literaria, porque el mismo proceso de escritura es parte de esa ficción. Y le
quería preguntar cómo ve esa tensión.
Sanchís Sinisterra. Me preguntas por lo inverso de
lo que hago. La narrativa no tiene las limitaciones de la representabilidad,
que es el riesgo de todo teatro dramático “hipertextual”. Y esto lo digo entre
paréntesis: si decides prescindir, al escribir teatro, de la representabilidad,
puedes hacer una genialidad, pero también puedes hacer una porquería y condenar
la propia viabilidad del texto. Este es un tema sobre el que me gustaría hacer
un curso: “El teatro irrepresentable”. Pero también digo: un autor que empieza
ahora y opta por escribir teatro irrepresentable… tiene que tener un padrino o
una madrina muy poderosos para llegar a alguna parte. No obstante, en esa línea
del “diálogo no conversacional” puedes investigar muchas cosas. Por ejemplo: a
mí me interesa mucho el coro como herramienta dramatúrgica para salir -sobre
todo en este momento- de la seudo dialéctica del yo y el tú… y del ego como
lugar de máxima atención. De ahí que esté propugnando una recuperación del coro
y haya impartido varios talleres al respecto, con el título de: “Ser-en-común.
Dramaturgias de lacoralidad”. Y en ellos propongo explorar un “coro
de monólogos interiores”. El monólogo interior no nace en el clásico
soliloquio, que ha existido siempre en el teatro; pero ¿cómo accede el drama
contemporáneo a lo que llamamos “monólogo interior”? A través del novelista
francés Edouard Dujardin (1861-1949), que ingresó en la Historia de la
Literatura gracias a un solo libro: Han
cortado los laureles (1887). Se trata de la primera novela escrita toda
ella mediante la forma del monólogo interior. El autor te instala en el
pensamiento de un joven -más bien trivial, por cierto- enamorado de una chica,
también bastante estúpida ella… Pero esa misma trivialidad de la historia y de
los personajes le permite al autor -y también al lector- meterse en una mente
mediocre y ver cómo la escritura registra lo que ve, lo que hace, lo que
recuerda, lo que siente, lo que piensa… Analizando formalmente los monólogos
interiores (tal como los configuran Dujardin, y luego Joyce en el Ulises, o Arthur Schnitzler, autor de La señorita Elsa, obras basadas en el
monólogo interior), observamos que suelen usar abundantes verbos en infinitivo,
frases sin verbo o inacabadas, frecuentes puntos suspensivos, etc… Y propongo
ejercicios para explorar ese estilo, esa técnica, con el fin de reproducir un
pensamiento zigzagueante, que no se orienta. Esa forma le da una libertad
tremenda a la narrativa. ¿Por qué no incorporarla a la dramaturgia?
Otro asistente. ¿Cómo ha logrado, a través de
todos estos años, sustentarse económicamente y haber podido hacer tantas
investigaciones?
Sanchis Sinisterra. He tenido una suerte increíble
en la vida, y es que no tuve que vivir del teatro. He sido profesor en la
Universidad de Valencia, luego gané una cátedra de Instituto de Enseñanza
Media, y fui durante largo tiempo un “respetable” profesor de literatura… que
contaminaba a los jóvenes con el vicio de las letras. Luego entré a formar
parte del Instituto de Teatro de Barcelona, y ese fue un lugar de privilegio
para sintonizar con las últimas tendencias de la escena. Así que toda la vida
he subsistido mediante la enseñanza de la literatura o del teatro, y he podido
escribir y montar lo que he querido… siempre y cuando los actores y actrices
pudieran cobrar, naturalmente. Fue, como dije, una situación de privilegio,
pero que también me ha costado, no todo fue miel sobre hojuelas. Porque no es
fácil corregir 60 exámenes sobre literatura medieval española… teniendo ensayos
teatrales hasta la medianoche, y a la mañana explicarles Garcilaso a los de la
clase de tercero B, por ejemplo. Pero no me quejo: debe ser terrible tener que
someterse a los procesos de creación que el mercado impone. Yo, por fortuna, no
tuve que hacerlo.
Tristán. ¿Se puede proponer una dramaturgia
alternativa al modelo protagonista-antagonista?
Sanchis Sinisterra. Sí, se debe. Pero esto sería
otro tema a tratar. En cuanto al concepto de protagonista, de su disolución,
con ello he trabajado precisamente en los talleres de dramaturgia coral. Hay
situaciones, obras y caminos a seguir donde la dialéctica está entre el coro,
la comunidad, el grupo o lo colectivo… y el protagonista o los protagonistas.
Pero también hay coralidad sin protagonista. Por ejemplo, Peter Handke tiene
una obra, Insultos alpúblico -que ya desde el título lo dice
todo-, donde no hay protagonista. Son los actores que se pasan todo el tiempo
hostigando al público. El concepto del antagonista se basa en un tipo de
conflicto que tildo de reduccionista. Cuando se habla de conflicto, a menudo se piensa solo en una clase de él, en el
conflicto que denomino “agón” (la palabra griega que significa lucha,
contienda, combate), y en él, sí: el conflicto se da entre A y B, entre
protagonista y antagonista, que se disputan algo y se quieren a menudo
destruir. Algunos directores, a veces, ponen reparos a una obra o a una escena
diciendo: “Es que le falta conflicto”. Porque para ellos el conflicto consiste
solo en eso: en antagonismo, oposición. Yo, por el momento, tengo identificados
seis tipos de conflicto. ¡Y seguro que hay muchos más! El dilema es uno de
ellos, y se da en la vida de un modo mucho más corriente que el conflicto
denominado “agón”. Es la situación en que se encuentra el personaje que tiene
que elegir entre dos opciones que lo desgarran, porque si escoge una, renuncia
a la otra, y no quiere que eso suceda. Y eso que llamamos “la vida” está
plagada de dilemas, no siempre trágicos, pero sí a menudo muy desasosegantes…
Cuando me dicen de una obra que “no hay conflicto”, a menudo pregunto: ¿Cómo?
¿No has visto el “dilemazo” que tiene ese tipo?… Ah, sí, un dilema… ¿Y eso no
te parece un conflicto? Mira tu vida cotidiana, porque seguramente tienes más
dilemas “jodidos” que agones “jodidos”. Y hay otros más. Por eso, el concepto
de protagonista es para mí un poco primario. Sin ofender a nadie, porque lo
primario puede ser también un valor. Bueno, esto ha llegado a su fin. Antes de
cerrar quisiera disculparme porque quería recomendar una lista de autores para
leer, pero no tuve tiempo de armarla. De todos modos, me gustaría recomendar un
título publicado por Editorial Colihue: La
mujer de antes y otros textos dramáticos, del autor alemán Roland
Schimmelpfennig. Aconsejo leerlo. También quiero saludar a la autora Gilda
Bona, que sé está entre los asistentes a esta charla, y decirle que me gustó
mucho su obra 24 horas viraje y que
le hago mucha “publicidad” en mis talleres. Lo suyo es narraturgia pura. Por
último, lamento también que no me haya alcanzado el tiempo de la clase para
hablar de dramaturgas como Griselda Gambaro y Patricia Zangaro, a las que
valoro realmente mucho.
Hay
preguntas que no consiguen respuestas y quien las formula puede pasar toda su
vida sin encontrarlas. Hay otras que sí las
hallan, pero las consecuencias que deberían derivarse de lo que ellas revelan
no se producen nunca o solo muy tarde. El interrogante que formula el título del documental ¿Quién mató a mi hermano?, concebido y realizado por los guionistas y
directores Ana Fraile (44 años) y Lucas Scavino (48 años), brinda para los
espectadores una respuesta convincente, durante el desarrollo de la película, porque les permite desentrañar la trama de responsabilidades
materiales y humanas que está detrás del crimen al que alude el film. Deja, en cambio, un vacío -y es lógico que
así sea por estar fuera de su agenda resolverlo-
sobre si en algún momento la justicia actuará como corresponde para que esos responsables sean investigados y
castigados como merecen. Hasta hoy no lo han sido.
Esta película aborda el caso del adolescente Luciano Nahuel Arruga, cuya
desaparición luego de ser detenido por la policía
bonaerense el 31 de enero de 2009, adquirió repercusión pública debido a la intensa campaña de denuncias y movilizaciones en
apoyo al esclarecimiento del hecho realizada por sus familiares más cercanos (en especial su hermana Vanesa Orieta y su madre Mónica
Alegre), por entidades sociales y grupos de amigos y por movimientos de
derechos humanos y partidos políticos, medios de comunicación alternativos e
independientes, como Radio La Retaguardia, que acompañó al grupo de Familiares
y Amigos de Luciano Arruga, y fueron quienes trabajaron en la investigación
periodística de la película, y por supuesto la radio Zona Libre, que es la de
Familiares y Amigos y que fue y sigue siendo una herramienta de comunicación y
denuncia.
Tal vez,
muchos lectores conozcan la historia, pero la resumimos para que, los que lean
este texto, refresquen algunos de sus detalles. Luciano, que tenía solo 16 años
cuando fue secuestrado y desapareció
(le faltaba pocas
semanas para cumplir 17), vivió toda su breve existencia en el barrio 12 de
Octubre, en Lomas del Mirador, partido de La Matanza. Era un lugar pobre, como
tantos otros del conurbano bonaerense, en el que viven hacinados muchos de los
sectores más vulnerables y desprotegidos de
la sociedad, continuamente perseguidos y hostigados por los pelotones
policiales. En esos espacios, ser humilde, tener un trabajo precario (como
juntar cartones) o la portación de rostro son motivos suficientes para que esa
policía actúe con
brutalidad contra quienes cargan con esa condición y les haga la vida
imposible. El último día que se lo
vio a Luciano con vida fue ese 31 de enero de 2009, pero la policía venía ya acosándolo desde hacía
meses.
Primero lo
detuvieron ilegalmente el 22 de septiembre de 2008 en el destacamento policial
de la calle Indart 106, también de Lomas del
Mirador, después cerrado y convertido en un
Centro Cultural y de la Memoria por pedido de los movimientos que luchaban
contra el gatillo fácil y la represión policial. En
esa ocasión, Luciano fue golpeado y torturado en la cocina de esa dependencia y
salió muy herido. Al enterarse de su detención, la hermana y la madre acudieron
a ese destacamento a pedir su libertad por ser menor y desde el hall de esa
unidad oían los gritos que Luciano profería por los golpes recibidos. Luego, en los cuatro meses que separan a
esa detención de su desaparición posterior, la policía no perdió nunca la ocasión, cada vez que lo veía, de revisarlo, amenazarlo e incluso de pegarle, el típico “verdugueo” a que someten a las personas de las que desconfían. Luciano había cometido para los represores
un pecado imperdonable: les había rechazado más de una vez la propuesta de convertirse en un “pibe chorro”, o sea que robara para ellos, procedimiento
que es común en esa fuerza. Y esa negativa
fue una de las causas que le costó la vida.
En ese
lugar de 2008 estuvo unas diez horas, pero a pesar de las protestas de sus
familiares, la policía no lo liberó enseguida
aduciendo que le faltaba la documentación necesaria. En ningún momento se hizo presente en ese destacamento un fiscal de menores.
Por ese hecho, que ocurrió cuatro meses antes de su desaparición, el ex policía Julio Diego Torales fue, en mayo de 2015, condenado a diez años de
prisión por el delito de torturas físicas y psicológicas. En el
juicio abierto por desaparición forzada, ocho oficiales acusados de haber
tenido posible intervención o responsabilidad en su secuestro final, fueron, en
cambio, pasados en forma provisoria a disponibilidad y recolocados más tarde en distintas jurisdicciones de la fuerza. Por lo que ese
delito quedó impune. La noche de su desaparición, Luciano había salido de la casa de su hermana con destino al hogar materno -que
quedaba a pocas cuadras- y en el camino lo detuvo un patrullero, como lo
dejaron asentado algunos testigos. Al ver que el joven no llegaba -y estando al
tanto del asedio policial-, la hermana y la madre comenzaron una búsqueda incansable que incluyó distintas comisarías y hospitales de la zona. En ninguno de esos sitios aparecía. Cinco días después, ambas presentaron un hábeas corpus que fue rechazado
por la justicia.
Esa lucha
en busca de noticias de Luciano desde el día de su
desaparición siguió por cinco
años y ocho meses
hasta que su cadáver apareció enterrado en el cementerio de la Chacarita,
o del Oeste, como también se lo llama, el 17 de octubre de 2014. El
descubrimiento se hizo gracias a que se confrontaron las huellas dactilares del
adolescente con las de los enterrados como NN en los cinco últimos años
desde su desaparición y una de ellas pertenecía a las de
Luciano. Según se informó, el cuerpo fue
enterrado al otro día de fallecer, el 1º de febrero
de 2009, uno después de desaparecer, y luego de que
lo dieran por muerto en el hospital Santojanni tras una operación que intentó
infructuosamente salvarlo de las heridas sufridas cuando lo atropelló un
automóvil en la avenida General Paz y Mosconi. En testimonios de algunas
personas que presenciaron el hecho, Luciano corría en forma
desesperada por ese lugar escapando de alguien y vestido con otras ropas. En
las pericias se comprobó que había estado antes en un patrullero
que recorría zonas descampadas y en la
comisaría octava de Lomas del Mirador. Es sintomático que la madre y hermana del adolescente estuvieron en diversas
comisarías y en el Santojanni y les dijeron que allí no sabían nada de él. Una más entre las infinitas medidas
dilatorias y encubridoras que viciaron toda la investigación del caso.
***
Toda esta
larga y valiente lucha por lograr justicia para Luciano está reflejada con lujo de detalle el documental de Fraile y Scavino, que
constituye un valiosísimo documento más en apoyo al desarrollo de una conciencia ciudadana que impida que
casos como el del joven de Lomas del Mirador, tan frecuentes por desgracia, no
ocurran más. Para conversar sobre este
trabajo, que recibió el premio Argentores de 2009 al mejor guion, Florencio contactó y entrevistó por teléfono a fines
de septiembre a sus dos directores y guionistas a fin de que le comentaran cómo surgió la idea de encarar ese proyecto y algunos
otros aspectos relacionados con su
filmación. También el diálogo indagó
sobre cuán larga es la relación artística y profesional de ambos artistas y que
otras realizaciones han hecho para el medio.
Lucas Scavino
¿Qué los llevó a filmar este documental?
Lucas Scavino. La idea del documental sobre
la desaparición de Luciano Arruga, y más que nada
el propósito de registrar la tarea que encararon la hermana de él, Vanesa Orieta, y su familia, apareció por
comienzos de 2014, tal vez un poquito antes. Nosotros ya conocíamos, por distintas fuentes, el caso de ese adolescente y pensamos que
era muy interesante narrar en un documental tanto las circunstancias y hechos
que habían generado su desaparición, como la lucha
que estaba desplegando su hermana, parientes, amigos y distintas organizaciones
en busca de justicia. En realidad, lo que ellos estaban tratando de concretar
en ese momento era tomar un destacamento policial donde Luciano había sido detenido y secuestrado a fines de 2008, antes de su desaparición.
El destacamento ya estaba cerrado y lo que pedían era que
les diera la tenencia y custodia del espacio para poder abrir allí un espacio para la memoria en el barrio, hecho que finalmente se logró. Así es entonces que, con esta idea de registrar
toda la actividad que se estaba haciendo desde ese espacio, que nos acercamos a
Vanesa en 2014.
Fraile. Lucas y yo veníamos trabajando ya desde el 2011 con un grupo de abogados con el tema
de grupos de jóvenes criminalizados, cómo se persigue a los jóvenes que, por el
solo hecho de serlo, se convierten en supuestas amenazas para la sociedad. Seguíamos varias historias y sobre eso habíamos hecho
un capítulo dedicado a Luciano que presentamos a
canal Encuentro y ahí nos dijeron que no les
interesaba. Era una serie pequeña con cuatro capítulos que
reflejaban diferentes formas de criminalización. Al caso de Luciano se lo
relacionaba con lo que se llama detenciones por “portación
de cara”, un tema importante que había tratado la justicia de La Plata y que mostraba lo de Luciano como un
modelo extremo de ese tipo de persecuciones. Ese fue un antecedente y después hubo un trabajo sobre el ex destacamento de
Indart 106 y su toma por parte de quienes pedían justicia
por Luciano. Esos dos fueron los puntos de conexión, los puentes intermedios a
través de los cuales fuimos
desembocando al trabajo definitivo. Fueron formas que, dentro de nuestras
cabezas, nos iban acercando poco a poco a la idea final del documental.
Y, ¿cuándo comenzaron a escribir el guion?
Scavino. En 2014. Hubo un borrador
inicial que lo fuimos armando a partir de las charlas con distintas personas y
los encuentros con Vanesa y el grupo de familiares, y que también se nutría
con la investigación de la causa. De hecho, cuando empezamos a trabajar el
primer borrador los restos de Luciano no habían
aparecido, todavía estaba desaparecido. Y ese
borrador se llamaba ¿Dónde está mi hermano? Y no ¿Quién mató a mi hermano?, como fue el título final del documental.
Fraile: Teníamos una estructura que vinculaba el
desarrollo del relato con la idea de un viaje a Ginebra, a las Naciones Unidas,
que pensábamos hacer para proyectar el
caso a la escena internacional. Ese era como un aspecto que no tenía mucho que ver con los familiares, sino con la inclusión de un hecho
que, según nuestra interpretación, podía potenciar la historia y reforzar su
estructura. Pero no era algo que fuera parte del proyecto y las previsiones de
los propios familiares, que no tenían programado un viaje así. Nos pareció
que ese viaje le podía agregar una capa más al guion y fuimos armando el guion en base a ese viaje y en medio de
esa circunstancia transcurría la historia. Después no se armó así, pero
fue como el germen de lo que habíamos empezado a hacer. Y en ese
sentido fuimos bastante independientes en cómo contar la historia, no así en los contenidos, porque ese costado lo trabajamos en conjunto. Qué cosas y personajes eran importantes, lo decidíamos en diálogo con Vanesa y los
familiares. Y a eso lo íbamos combinando con la
investigación en los archivos de los diarios y medios y lo que nos contaban los
familiares y amigos.
Scavino. Esa línea de relato era algo que teníamos muy
clara desde el comienzo. Y otra de las cosas que teníamos pensado ya desde el comienzo en el guion era filmar una suerte de
itinerario o recorrido que Luciano hacía durante
la noche de su desaparición por la General Paz, en las zonas cercanas al barrio
12 de Octubre, todos los lugares donde pensábamos había podido estar él antes del secuestro y su
desaparición y que podía darle un realce visual fuerte
e interesante al documental.
Ana Fraile
Fraile. Era una visión
másasociadaa nuestra elaboración del guion, una imagen que nosotros teníamos de Luciano y que, en un momento, se iba a iluminar mucho hasta
quemarse. Queríamos que fuera como que la
figura de Luciano iluminara la sala. Y eso también eran ideas nuestras. Eran cosas que ni siquiera habíamos conversado con la familia, porque justo cuando estábamos terminando el guion aparecieron los restos de Luciano, el 17 de
octubre de 2014.
¿Quiere
decir que la aparición de sus restos se produjo en pleno guion?
Fraile. Sí, aparecieron cuando ya estábamos terminando el guion. Y lo
primero que hicimos fue cambiarle el título al
documental. Y le pusimos ¿Quién mató a mi hermano? Porque pensábamos que
era lo que había pasado: que alguien lo había matado. La estructura más o menos la mantuvimos y ya estábamos gestionando con nuestros propios fondos el viaje a Ginebra. Y lo
que hicimos entonces fue presentar el proyecto en 2014 y en febrero de 2015
hicimos el viaje.
¿En ese
viaje estuvo también Vanesa Orieta, quien aparece
en el documental en Ginebra y haciendo
declaraciones a la prensa?
Fraile. Es que el viaje lo organizamos
nosotros y Vanesa que, al principio lo vio con cierta distancia, finalmente se
sumó y eso aparece en el documental. No era un tema central para los familiares
viajar a la ONU, pero a nosotros siempre nos pareció importante que el relato
se desarrollara también en ese nivel.
¿Ustedes
no aparecen en ese viaje?
Fraile. No, nos mantuvimos fuera de cámara. No solo en el viaje, sino en general en todos los rodajes.
Quisimos entender cómo fue y cómo es el recorrido del grupo de Familiares y
Amigos de Luciano en la búsqueda de la Verdad y Justicia y plasmar ese
recorrido en la película. Con la familia siempre tuvimos un criterio
respetuoso, de no invadirlos. De modo que la película se fue haciendo
lentamente.
¿Y cuándo terminaron la película e hicieron el montaje?
Scavino. En 2018 terminamos de filmar.
El montaje lo trabajamos en simultáneo a los registros. Entre los rodajes solía
pasar bastante tiempo y eso nos servía para ver y conversar sobre el material
que generábamos nosotros y también sobre cómo íbamos a utilizar el material de
archivo. Lo último que filmamos en 2018 fue el recorrido nocturno que pensamos
en relación a un posible itinerario de Luciano por el barrio y también en la
avenida General Paz. El trabajo final de montaje que implica estructurar y
reelaborar el guion a partir de los
Me
gustaría que me contaran algo sobre
otros trabajos previos a este documental.
Fraile. En 2004 trabajamos en una película dedicada a César Milstein. Lo fuimos haciendo
de a poco, íbamos filmando en tramos, un
poco como lo hicimos en ¿Quién mató a mi hermano? Y esa experiencia nos proporcionó muchos
elementos sobre la forma de cómo trabajar. Esa película era la historia del científico, que se terminó en 2010. Y fue una base
importante para luego ir haciendo otros trabajos, porque a partir de allí nos invitaron a intervenir en una serie de televisión en relación con
la ciencia. Y eso nos permitió hacer una cantidad de reflexiones sobre el tema
científico, sobre la forma de investigar, y cómo
nosotros también investigamos al hacer una película y los caminos que permiten lograr la mejor información. Y gracias
a eso hicimos varias series relacionadas con el tema científico, que se dieron por canal Encuentro y más tarde en un canal especial dedicado a la ciencia. Fueron años muy
productivos. Y mientras tanto empezamos a hacer la película sobre Luciano y también una película sobre Malvinas, que se estrenará próximamente.
Además tuvimos oportunidad de hacer trabajos con
video-clips y otros para las universidades sobre investigación o trabajos con
organizaciones sociales que querían algo cortito sobre
determinados temas para mostrar lo que hacían. Así que
trabajamos bastante para mantener esas líneas. Y
durante los últimos años, que fueron difíciles, hemos logrado por suerte
sobrevivir a los duros golpes económicos sufridos y creo que eso se debe a que
trabajamos en un ámbito pequeño, sin una estructura muy grande y nos
podemos ampliar o achicar cuando queremos. Esa dimensión nos da cierta
flexibilidad y nos permite mantenernos.
¿Y cuál fue la primera vez que trabajaron juntos y
dónde se formaron?
Scavino. Nosotros venimos trabajando
hace varios años juntos. De hecho la primera vez que lo hicimos fue en un guion
en colaboración. Eso habrá sido alrededor de 2000 o 2001,
casi unos veinte años. Y después, en los años
siguientes, empezamos a trabajar de una manera más sistemática al punto que armamos una productora audiovisual juntos a partir
de 2009, Pulpofilms. Antes de esta historia en común en estos veinte años, nuestra formación es la que tiene la mayor
parte de la gente de cine en instituciones conocidas. Ana estudió en La Plata
inicialmente e hizo después un curso de guion en San
Antonio de los Baños, en Cuba. Y hace muy poco hizo una maestría sobre derechos humanos en la USAM, la Universidad de San Martín. Por mi parte estudié en la FUC, la
universidad de Manuel Antín, entre 1995 y 1998, y después hice una especialización en estructura
dramática y montaje con Miguel Pérez, que tiene mucha trayectoria como editor y
formando editores, y fue el realizador de La República Perdida. Y a la vez empecé a hacer experiencia haciendo primero trabajos en montaje para TV y
luego como editor en largometrajes. Soy docente de montaje también en varias
escuelas (UNA, ENERC, UNTREF, EICTV) y esa experiencia me obliga a pensar todo
el tiempo sobre el lenguaje y forma cinematográfica.
Fraile. Cada uno logra mantener su
actividad y a la vez esa actividad nutre en trabajo en conjunto.
¿Hay algún trabajo que estén preparando ahora?
Scavino. Hay una ficción basada en
testimonios de personas recluidas en centros de detención durante la dictadura,
pero que a lo largo de los años se ha transformado en una historia más personal
sobre la reclusión y el miedo. De hecho, a través de ese guion y gracias a una amiga común que nos
presentó, trabajamos con Ana en una primera corrección. Y todavía lo tenemos en potencial producción.
Fraile. Ese es uno de los proyectos,
pero también hay otro en marcha que es un
guion basado en la adaptación de un cuento de un molinero que quiere volar, y
escribimos el guion entre los dos con Daniel Botti y nos gustaría dirigirlo en algún momento, pero lo que pasa es
que la ficción es más compleja de armar. La
escritura de guiones nos permite seguir pensando y soñando en proyectos, son
como una batería que nos proporciona energía y ganas de seguir.
¿Quiere
decir que la ficción les interesa tanto como el documental?
Scavino. Nos interesan los mecanismos
narrativos para contar un conflicto. Podemos abordar ambos géneros, que sin duda tienen puntos de
contacto, solo que la ficción, como dice Ana, es más compleja, requiere otra producción y otros recursos. El documental,
según qué tipo de
documental sea, permite a veces trabajar con presupuestos más pequeños.
Fraile. Los proyectos que tenemos
ahora giran en torno a violaciones de derechos humanos y a la ciencia.
La nota que sigue
fue publicada en la revista El Arca
en el año 2000. En ella el gran artista fallecido en septiembre último habla de
su historia, de sus preferencias, de su visión del mundo. La publicamos
sumándonos al unánime y legítimo homenaje que le rindió el país.
Quino
Le pusieron Quino
para no llamarlo igual que a su tío Joaquín, un ser entrañable y fundamental en
su vida. Y le quedó para siempre, como una marca que lo vincula a los días de
su infancia, pero también a todos aquellos admiradores que en el planeta que lo
identifican con ese apodo breve y amigable, idéntico al del árbol flores púrpuras
originario de América andina que hoy se puede encontrar hasta en Java. Y aunque
son muchos los que saben que se apellida Lavado, como sus ancestros andaluces
nacidos en Málaga, Fuengiola y Torremolinos, nadie se atrevería –salvo algún
descolgado- a mencionarlo por otro nombre que no fuera el de esas cinco letras
que han propagado por el universo –acaso casi tanto como la inolvidable figura
de Mafalda- su extraordinario y demoledor humor, su lúcida manera de reírse de
los costados más ridículos y desconcertantes de la existencia.
Así lo llamamos
también los argentinos, que desde hace más de cuarenta años convivimos con su
humor a veces escalofriante o un poco amargo, como el zumo del árbol que copia
su nombre, pero tan medicinal y purificador como él. Un humor que, por lo
revelador de su mirada sobre la tragicomedia humana, por su profundidad, está
entre los mejores del mundo. Porque el arte de Quino nos asocia a las más altas
tradiciones históricas del género, la de aquellos grandes creadores
(Aristófanes, Rabelais, Quevedo o Cervantes en la literatura, César Bruto, Oski
o Fontanarrosa en la comicidad gráfica de nuestro país) que aprendieron a reírse
de los dislates o absurdos de esta tierra, como un modo inteligente de
practicar la autoconservación, de evitar morirse en un Gólgota de lágrimas. Y
que, al hacerlo, nos enseñaron también a nosotros a reír y a construir sobre el
resplandor de esa risa un sueño: el de ser un poco más humanos.
Quino es un
hombre sencillo, que se sentiría incómodo frente a un elogio así, alguien
enemigo de los gestos grandilocuentes. Tiene un estilo lacónico al hablar, no
se sabe si por un rasgo de timidez o por el hábito profesional de expresarse
con la mayor síntesis posible. Tal vez sea por ambas cosas. Y no lo seducen las
entrevistas frecuentes, en principio porque su obligación de estar al día con
sus editores le deja escaso tiempo libre y esto parecería crisparlo; luego
porque lo aterroriza que le hagan siempre las mismas preguntas. “Días pasados
Daniel Barenboim repetía, por centésima vez, que cuando era chiquito creía que
todo el mundo tocaba el piano como él –rezonga-. ¿Por qué nadie le
pregunta, por ejemplo, si les gusta más la mortadela que el jamón? No sé, a mí
me resulta cansador volver siempre al mismo punto.”
Sin embargo,
tomando algunas mínimas precauciones –leer su página de internet en la que
figuran sus datos principales y muchas de las contestaciones que ha brindado en
otros reportajes o evitar las insistentes referencias a Mafalda-, esas
dificultades se pueden sortear y se consigue el clima indispensable para una
buena entrevista. Una entrevista que permita descubrir detrás del sujeto parco
al hombre que se entusiasma cuando habla de arte, que confiesa sin pudor que
lloró todo el tiempo al ver la película Tierra
y libertad, de Ken Loach, que se emociona sin remedio ante la perfección de
la música de Carmen, de Georges
Bizet. Un individuo, en suma, sensible y culto al que se le adivina la nobleza
hasta en los más mínimos gestos del rostro.
Sangre andaluza
¿Usted cree que su origen andaluz influyó
en su humor?
Creo que sí. Mi
abuela, sobre todo, era graciosísima. Mi relación con ella fue fascinante. Mis
padres eran republicanos, pero no comunistas. Ella en cambio, sí. Y tenían
diferencias –las mismas que mantenían anarquistas, socialistas y comunistas-
que recién de grande entendí. Por eso, la película Tierra y libertad me conmovió tanto. Lloré todo el todo el tiempo
al verla.
¿Cómo se vivían esas diferencias?
Recuerdo que
provocaban discusiones, a veces muy graciosas. Y luego vino la época de la
Segunda Guerra Mundial. Yo me veía todas las películas norteamericanas sobre
temas bélicos. Y escuchaba La Voz de América, porque entonces no existían las
interferencias actuales. Y me gustaba Frank Sinatra. Mi abuela, ante la visión
de ese nieto “hereje”, me traía fotos de los bombardeos norteamericanos y me
decía: “Mira lo que han hecho los tuyos”. Después, un poco más grande, tuve
mucha afinidad política con ella pues, si bien nunca fui comunista, tenía una
concepción del mundo parecida a la suya.
¿Cuándo lo llamaron por última vez Lavado?
Fue Antonio
Cafiero en la feria del libro de hace unos años. Ediciones de la Flor había
convocado una mesa de políticos, entre los que estaba el senador peronista,
para hablar de la reedición de Mundo
Quino. A cada rato de dirigía a mí diciéndome con ese tono que tiene de
viejo cajetilla: “Usted sabe, Lavado”. En realidad, fue recién en la escuela
primaria de Mendoza que me enteré que ése era mi apellido. Ahí comencé a
conocer chicos que hablaban como los argentinos, porque yo vivía en una especie
de comunidad de delirantes donde todos se trataban de “tu” y eso a mí me
parecía lo más normal. Cuando llegué a Buenos Aires y empecé a recorrer las
redacciones me decían: “Pero esto, pibe, ¿qué tiene que ver con lo que ocurre
acá en la Argentina?”. Me costó mucho adaptarme. Y, luego, claro, yo hablaba
mucho con el “tu”, que además estaba incentivado por las maestras de esa época,
la vecindad con Chile y los radioteatros, que también lo empleaban. ¿Quién no
recuerda a Oscar Casco?
¿Qué
más heredó de los españoles?
El sentido trágico de la vida.
¿Lo acosa mucho la idea de la
muerte?
Es una idea que nos fascina a todos bastante. Nos atrae y nos asusta a
la vez. El mismo hecho de haber visto muchas películas y documentales, donde la
muerte estaba tan presente, debe haber influido en mí. A los 12 o 13 años me
devoraba todos los noticieros de cine sobre Europa. Era terrible. La otra noche
vi un documental sobre los últimos días de la Segunda Guerra Mundial y me
impresionó mucho porque era todo lo que veía entonces. Pasaron la entrada de
los norteamericanos, los campos de concentración, el juicio de Nüremberg.
Recordando esas imágenes me desvelé hasta la madrugada.
¿Y la Guerra Civil Española?
En mi casa, cada ciudad que caía en manos de los franquistas era una
tragedia. Entonces, el sentido de la muerte estaba muy próximo, aunque no vi a
un muerto hasta tener 30 años.
Sus padres, sin embargo,
murieron cuando usted era joven.
Sí, pero no los quise ver muertos. Lo que fue un grave error, porque
después nunca se acepta que están muertos. Este es el drama con los
desaparecidos. La única posibilidad de hacer el duelo real es ver al muerto.
¿Usted tiene muy presente a sus
muertos en la vida cotidiana?
Hay una frase de Ingmar Bergman que comparto firmemente. Dice: “Llega
una época de la vida en la que los muertos no están muertos y los vivos son
fantasmas”. Hace un tiempo, como esa frase está escrita debajo de un retrato de
Oski que tengo colgado en la pared, una periodista de casi 40 años confundió el
rostro de nuestro dibujante con el del cineasta sueco. Entiendo que una persona
de esa edad no tenga idea de cómo era el rostro de Oski, pero desconocer el de
Bergman me parece grave. Es cierto eso de que los muertos no están muertos. Tuve
una muy buena relación con Oski cuando vivía. Y la sigo teniendo postmortem. A
menudo veo algo y digo: “Cómo le gustaría esto al viejo”.
Por suerte, los sueños también
nos dan la oportunidad de revisitar a nuestros seres queridos.
Es otra cosa que me alegra mucho: soñar con mis padres, por ejemplo.
Es una gran alegría verlos de nuevo. Aunque en el sueño uno sabe que están
muertos, igual los disfruta. Y que los vivos son fantasmas ocurre a menudo.
Cuántos conocidos encontramos en la calle y les decimos: “Che, a ver cuándo nos
vemos”. Y después no nos juntamos nunca más. A mí ya me pasó con dos o tres
personas, de quedar en un encuentro y no poder concretarlo porque se murieron.
Una de esas personas fue Divito. Le había comprado un libro de Sempé, que es un
dibujante que me gusta mucho, y quedamos en tomarnos un vinito, al regreso de
un viaje que debía hacer a Brasil, para entregárselo. Y se murió.
¿Sigue soñando con chistes que
le parecen mejores que los que hacen en la realidad?
Sí, eso me parecen, pero a veces los recuerdo y no son tan buenos como
los había soñado. O no tienen ni pie no cabeza.
¿No sueña escenas que luego no
sabe si fueron reales o sueños?
Mucho. Tengo un amigo que cuando las cosas se le ponen mal en el sueño
decide despertarse y se despierta. No tengo ese control. Con frecuencia me
despierto y tardo un rato en despegarme del sueño. Como viajo mucho, suelo
soñar que pierdo las maletas y me despierto preocupadísimo. Y luego me persigue
la idea de si las perdí de verdad o no.
¿Usted sueña en colores?
En mis sueños nunca hay sol. No es que sean en blanco y negro, sino
más bien un colorcito apagado, como si estuviera nublado. Salvo una vez que
soñé con una playa de Venezuela y los colores eran casi repugnantes. Es raro
esa falta de sol siendo yo mendocino. En cambio percibo muy bien en los sueños
el gusto a las comidas.
¿Sigue teniendo mejor relación
con las mujeres que con los hombres?
Con los hombres me cuesta más entablar una relación. Ahora mismo soy
integrante de una comisión de Asesoramiento Cultural y lo primero que hice
notar allí fue que no había mujeres. Y me avisaron que iba a sumarse Norma
Morandini.
¿Cómo funcionará esa comisión?
Se habló de que los miembros van a ser rotativos. Me gustaría porque
no estoy acostumbrado a ir a muchas reuniones. Tenemos nuestras propias ideas
sobre cómo tiene que ser la cultura, lo que está bien o mal hecho, pero una
cosa es trabajar solo en casa y otra funcionar en equipo. Uno es un poco como
esos taxistas que tienen ideas muy personales, algo disparatadas. La edad de
oro es otro tema. Casi todos los miembros de esa comisión, salvo Julio Bocca,
son bastante grandes. Claro que tenemos esa edad porque nadie nos llamó antes,
cuando éramos más jóvenes. De todos modos, me gustó conocer a muchas personas
de este organismo.
¿La comisión tiene
ejecutividad?
Es un tema que planteé desde el principio porque sin ejecutividad se
puede transformar a algo parecido al Club de Roma. Donde se reúnen los
científicos y dicen que si la industria mundial sigue funcionando como hasta
ahora el planeta se va al demonio, y luego nadie les da bolilla. Justamente, se
propuso que a las reuniones de esta comisión debía asistir alguien del
Ministerio de Economía, que es la dependencia oficial donde se frena y se corta
todo. Lo que decidimos es que si después de un año no se hizo nada, redactamos
una nota de protesta y nos vamos.
Usted va mucho a conciertos.
¿Le gusta la ópera?
Sí, pero empecé tarde a conocerla. Muchas personas le reprochan a este
género la inverosimilitud de algunas situaciones. ¿Cómo alguien que ha sido
apuñalado va a seguir cantando?, dicen. Sarmiento, quien parece que impulsó
mucho el gusto por la ópera, les hacía a esas personas una observación
interesante: “¿Cómo, y entonces ustedes, cuando admiran una estatua de bronce o
mármol y la toman por una figura de verdad?” Ahora he llegado a la conclusión
de que es lo más parecido al cine que hay, es un espectáculo que conjuga un argumento,
un guion, con música e imágenes.
El cine es otra de sus pasiones
reconocidas. ¿Qué le gustó últimamente?
Esa película de Bertolucci que acá la denominaron con el espantoso
título de Cautivos del amor y que en
realidad se llamaba El asedio,
aludiendo a la persecución política en los países africanos. Con ella
Bertolucci vuelve al cine político. Es muy agradable ver un trabajo tan bello.
La escena final es espléndida y exacta: bastaría que el taxi apareciera a otra
velocidad y la idea cambiaría totalmente.
Además, ese final tiene varias
salidas posibles.
Como la realidad. Nunca hay una sola versión de cómo es una cosa.
Es como si los personajes
siguieran viviendo con nosotros.
Pirandello afirmaba eso.
El problema es cuando el espectador
tiene una idea del personaje distinta a la del autor.
Pasa también. Hace unos años fui a ver El beso de la mujer araña. La película me había parecido de lo más
fiel al texto. Y luego me enteré de que Puig estaba enojadísimo porque no se había
respetado su libro.
¿Y a usted qué le ocurre con
sus personajes? ¿Cómo los ve la gente?
A veces me piden que arme una muestra y elijo páginas que a mí me
parecen las mejores. Y luego vienen mi mujer o mis amigos y me dicen: “Pero no,
¿cómo vas a elegir eso?”. Y me proponen armar otra cosa.
¿Y usted arma otra cosa?
Bueno, nos ponemos de acuerdo. Negociamos, como dice Mendieta. Es que
el autor no suele ser su mejor crítico. Hay personas que me sorprenden con la
interpretación que hacen de mis dibujos o personajes. A veces es completamente
distinta a la que hago yo. Ni que hablar cuando la toma algún grupo político,
sin pedir permiso, y le da una lectura que no es la que yo pensaba.
Sí, después están las lecturas
que cada artista y época dan a una obra.
Y fíjese en la ópera Don Juan.
La relación de Leporello con su patrón será más o menos socializada, más o menos frívola, según quien la ponga en escena.
Siempre recuerdo la reacción que la gente y los críticos tuvieron con la Carmen de Bizet. Fue un fracaso
absoluto. Se esperaba una comedia y la obra termina con una puñalada en la
panza de esa pobre mujer. Dicen que ese fiasco aceleró la muerte del
compositor, que se bañó en el Sena en pleno invierno. Fue una especie de
suicidio.
¿Qué
injusticia, no? Tenía un talento enorme y 37 años.
Además, Carmen es una obra
inesperadísima. No hay una sola cosa que esté mal. Es una maravilla de cabo a
rabo. Se la escuchaba y por cinco días uno lleva pegadas en el oído todas sus
melodías.
¿Qué directores de cine
prefiere?
Son tantos. Los clásicos: Bergman, Fellini, los norteamericanos,
comenzando por John Huston. A los diez años, me veía todas las películas “de
tiros”, como les decíamos. John Ford, Huston. El otro día me acordé de esos
tiempos viendo un filme de John Wayne sobre la Guerra de Secesión. El interpreta
a un oficial nordista al que lo hieren en una pierna en una batalla. Entonces
lo llevan a una cabaña y el médico le dice: “Para sacarle la bala hay que
cortarle las botas”. Y él contesta: “No, esas botas me costaron 20 dólares”.
Pensar que cuando éramos chiquitos nos tomábamos esos diálogos en serio. Y
ahora nos damos cuenta de que los tipos que escribían esos guiones debían
divertirse mucho, como locos.
¿Tarkovsky le gusta?
Tendría que volver a verlo. Me gusta muchísimo Nikita Mijalkov.
Tarkovsky me resulta un poco arduo. En cambio, hay gente que le parece pesada El sabor de la cereza, y yo la considero
una obra maravillosa.
¿Y Kurosawa?
Lo admiro profundamente. Su película Rashomon es una obra de arte. O Los
siete samurai. A mí me gusta el cine en blanco y negro. El color me parece
interesante cuando se justifica ponerlo para destacar algo. Es lo que hace
justamente Kurosawa en Ran.
¿Se acuerda de su película Sueños?
Me impresionó mucho la imagen de los soldados muertos en el túnel,
porque ésa es la luz de mis sueños.
Alguna vez dijo que se sentía
un ser extraño en el mundo. ¿Le sigue pasando lo mismo?
Se me ha pasado un poco. Tal vez a fuerza de sentir tanto la realidad.
Lo que no se puede negar es que el mundo se está poniendo mal. A lo mejor es
porque ahora nos informamos más de todo y antes la gente no se enteraba. Pero
basta ver el horror que ha sido Kosovo, o enterarse de un episodio como el de
ese grupo de chinos que quería emigrar a Europa y murió asfixiado en un camión,
para darse cuenta de las barbaridades que se siguen cometiendo.
El caballo azul
De su Mendoza natal, Quino recuerda muchas cosas. Las reuniones de sus
familias, el rostro de su madre que cada tanto lo visita en un sueño, la
actitud del padre que hacía chistes graciosísimos sin que se le moviera el
pelo, la integridad ética que rodeaba la existencia de esos inmigrantes y de la
que él ha hecho un culto en la vida. También los paisajes y esas escenas de la
mañana en que llegaban los verduleros o lecheros con un carro tirado por
caballos para vender sus mercaderías a domicilio. La figura de uno de esos
animales la vio un día en otro lugar: un papel donde se la había dibujado su tío
Joaquín. Estaban juntos en la casa porque sus padres se habían ausentado y el
tío se quedó a cuidarlo y entretenerlo. Era un caballo hermoso y azul. Ese día
Quino decidió, que desde ese momento y para siempre, sería dibujante. Y no se
echó jamás para atrás. Juan L. Ortiz, ese poeta inmenso que nos dio Entre Ríos,
decía que el azul es el color de la libertad. Seguramente porque lo asociaba
con el cielo y el vuelo sin ataduras de los pájaros. No sabemos si el humor de
Quino es azul, pero no dudamos que –satirizando las peores conductas de la
sociedad y el poder y haciéndonos reflexionar sobre ellas- ese humor nos
estimula, si así lo deseamos y ningún compromiso con la justicia nos ata, a ser
un poco más libres y lúcidos cada día.
La periodista aura Ufbal entrevista a Jorge Maestro, presidente del Consejo Profesional de Televisión de Argentores, en el ciclo «Gossip» del canal KZO. Durante la charla, se consultó al guionista sobre la situación actual de los autores, el panorama de la industria audiovisual y la perspectiva a futuro del sector.